Queridos diocesanos:
Otro curso pastoral ha tocado a su fin. Es hora de descansar, pero también de mirarlo y valorarlo desde el Señor. Recordemos aquella escena, cuando los Doce regresan de la primera misión (cf. Mc 6,30-34). A su vuelta, los apóstoles se reúnen con Jesús para contarle «todo lo que habían hecho y enseñado» y comentarle la experiencia vivida. Esta escena nos recuerda que toda actividad apostólica ha de partir de Jesús y ha de volver continuamente a Él. Al mismo tiempo es como si los apóstoles tuvieran que reponer energía espiritual y apostólica. Han cumplido la misión encomendada: han enseñado, han llamado a la conversión y han curado enfermos o expulsado demonios. Saben bien que aquello no ha sido por sus propias fuerzas, sino por el poder que Jesús les ha dado. Seguro que le contarían también sus aparentes fracasos. Vuelven a Jesús para reconocer así que sin Él no pueden nada. A la vez, al volver a Jesús ratifican su deseo de estar más unidos a él. La auténtica acción apostólica parte siempre de Cristo y acerca más a Él.
La respuesta de Jesús es singular. Se los lleva a un lugar ‘tranquilo y apartado’ donde nadie les estorbe y puedan descansar con Él y en Él. Se pueden aplicar aquí las palabras de Jesús: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré» (Mt 11,28). El trabajo pastoral de sacerdotes y de todo discípulo no es fácil ni descansado. Ser fiel a la misión encomendada, lograr que el Señor, su palabra y su obra de salvación llegue a todos piden dedicación, entrega, desvelos, sufrimiento, perseverancia; y esto produce cansancio: es el cansancio apostólico. Por eso, todo discípulo misionero necesita descanso: y éste se halla en el Señor. Este descanso consiste en saber estar con Jesús, mirar y revisar la vida y la tarea con Él, escucharlo, y así profundizar en la comunión de vida y misión con Él. Esto ayuda a reponer fuerzas y a crecer en la misma solicitud, compasión y misericordia de Jesús para con todos.
Este curso pastoral ha sido el segundo año en la aplicación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, que está centrado en la parroquia. Con la ayuda de la gracia hemos intentado trabajar con todas nuestras fuerzas para que nuestras parroquias sean comunidades evangelizadas y evangelizadoras, comunidades vivas desde el Señor y misioneras, especial hacia los más pobres y desfavorecidos; en una palabra, que sean comunidades de discípulos misioneros del Señor.
Para ello, en este año hemos centrado nuestra tarea en el anuncio de la Palabra de Dios, sobre la que se ha de edificar siempre todo bautizado y toda comunidad cristiana. Cada cual deberá revisar cómo ha cuidado el anuncio de la Palabra: en el primer anuncio del kerigma, en la catequesis de iniciación cristiana, en las catequesis ocasionales, en la homilía, en la enseñanza en la clase de religión o de teología, entre otras; sin olvidar que el anuncio de la Palabra de Dios ha de tener siempre como meta llevar al encuentro personal con Cristo -la Palabra de Dios-, a la adhesión personal y conversión a Él, a su seguimiento gozoso en el seno y en la comunión de la comunidad eclesial y a la implicación en la misión que el Señor nos ha confiado a todos. Seguro que veremos muchas luces y algunas sombras. Pero no desfallezcamos.
La Providencia ha querido que este curso coincidiera con la celebración del Jubileo de la Misericordia y con la celebración del 50º Aniversario del Seminario Diocesano Mater Dei. El Jubileo de la Misericordia está siendo un verdadero año de gracia, que está renovando y revitalizando nuestra Iglesia diocesana. Las celebraciones del Jubileo por zonas o por grupos en la Catedral o en otros lugares jubilares y, en especial, en las cárceles, han sido verdaderos momentos de gozo, muy participadas, vivas y gozosas. Por momentos parecía que estábamos palpando el amor entrañable, compasivo, misericordioso, perdonador y sanador de Dios Padre.
Con la Virgen María proclamemos la grandeza del Señor por tantas gracias como en este curso pastoral hemos recibido. La misericordia y la gracia de Dios llega de verdad a sus fieles de generación en generación. Cristo Jesús está y camina con nosotros. Él actúa en nosotros cuando le abrimos nuestro corazón.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón