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Listado de la etiqueta: fe

El Papa Francisco: “¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe»!”

16 de enero de 2017/0 Comentarios/en La Hoja, Noticias, Noticias destacadas, Reportajes/por obsegorbecastellon

La Diócesis se compromete con la Nueva Evangelización

El pasado mes de julio se llevó a cabo la IV Edición del Encuentro de Nueva Evangelización (ENE), en Salamanca, un evento que constituye actualmente una de las citas más influyentes para la Nueva Evangelización en España debido a su condición de punto de encuentro de distintas realidades eclesiales, tanto de laicos como de religiosos y sacerdotes, y a que mantiene durante el año redes de colaboración y espacios para compartir métodos, experiencias y proyectos.

Nuestra Diócesis, por su parte, también ha adquirido importantes compromisos con la evangelización. Ejemplo claro de ello es la reunión celebrada por el Consejo Presbiteral poco antes de finalizar el año 2016. Don Antonio Caja, párroco de San Francisco, en Castellón, habló sobre el movimiento Alpha, y Juan Carlos Vizoso sobre los Retiros de Emaús. Además, ya iniciado el nuevo año, el pasado jueves tuvo lugar un Encuentro de Nueva Evangelización en el Seminario Mater Dei. Al acto acudieron diferentes sacerdotes, convocados por la Vicaría de Pastoral. Durante la reunión, don Antonio expuso cómo se vivió el encuentro de Salamanca y lanzó diversas propuestas para motivar a los sacerdotes a abrirle las puertas y darle vida a la nueva evangelización. Leer más

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La parroquia: una ‘familia de familias’

5 de diciembre de 2016/0 Comentarios/en De Familia y Vida, Delegaciones y Secretariados, Noticias, Noticias destacadas, Seminarios/por obsegorbecastellon

El pasado sábado, día 3 de diciembre, los miembros del Consejo Diocesano de Pastoral tuvieron una cita importante en el Seminario Menor Mater Dei para tratar uno de los temas más relevantes en la actualidad: «La atención pastoral al matrimonio y familias cristianas».

La reunión del plenario comenzó con una oración en la capilla, coincidiendo con la hora intermedia, y después, los presentes acudieron a escuchar unas palabras de nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente: «La pastoral familiar tiene que fundamentarse en el ‘encuentro’ con Cristo», enunció. Y continuó explicando en qué se basa dicho encuentro: «Es un encuentro personal con Cristo, encuentro en el matrimonio y en la familia, sobre el que se construye la parroquia, y encuentro también de los pastores, de donde surgirá el ardor evangelizador», reveló D. Casimiro López. Leer más

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Religiosidad popular y Evangelización. Orientaciones Pastorales de los obispos de la Provincia Eclesiástica Valentina

11 de julio de 2016/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

 

La Iglesia es cada vez más consciente de la importancia y valores que tiene la llamada “religiosidad” o “piedad popular” en relación con el anuncio de Jesucristo[1]. Después de un tiempo en que vino a ser considerada como algo primitivo o como una manifestación menos pura de la fe, son muchos los que en nuestros días ponen de relieve su riqueza y su importancia para la transmisión de la misma. También el Magisterio de la Iglesia ha desarrollado desde el Concilio Vaticano II una rica reflexión sobre la religiosidad popular[2].

 

Entre nosotros la religiosidad popular tiene ricas y muy diversas manifestaciones. Nuestras reflexiones pretenden subrayar la importancia de esta piedad como medio para la evangelización. Ofrecemos estas orientaciones a los sacerdotes, a las cofradías y hermandades, a los agentes de pastoral y a las comunidades cristianas de nuestra tierra, con el fin de suscitar una reflexión sobre la religiosidad popular y promover una revalorización de la misma como medio de anuncio de Jesucristo.

 

  1. La religiosidad popular

 

La religiosidad popular es la expresión de la búsqueda de Dios y de la fe cristiana en cada pueblo de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. “La religiosidad popular constituye una expresión de la fe, que se vale de los elementos culturales de un determinado ambiente, interpretando e interpelando la sensibilidad de los participantes, de manera viva y eficaz”[3].

 

La religiosidad surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. Pablo VI escribió que la religiosidad popular es una “expresión particular de búsqueda de Dios y de la fe”[4] y que “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”[5]. En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa de diversas maneras.

 

La religiosidad popular de nuestros pueblos tiene profundas raíces cristianas. Es una religiosidad con la que se expresan unas creencias y unas actitudes propias de la fe en Jesucristo. En su origen, la religiosidad popular es una expresión pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella nuestro pueblo cristiano –especialmente la gente sencilla- vive y expresa su relación con Dios, con la Santísima Virgen y con los Santos.

 

Esta religiosidad se manifiesta de modo particular en cada pueblo de acuerdo con su propia idiosincrasia y con su historia. La fe cristiana ha suscitado en cada pueblo y cultura numerosas manifestaciones de la fe y del culto a Dios que responden a sus vivencias y a su cultura propia. En estas formas de religiosidad o piedad se muestra la historia y la manera de pensar y sentir del pueblo cristiano. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe según los rasgos de la cultura propia de cada lugar.

 

Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el viacrucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc.”[6].

 

La religiosidad popular tiene una dimensión personal y otra comunitaria. Abarca el modo personal de relacionarse con Dios, la Santísima Virgen y con los santos. Pero tiene también una muy importante dimensión comunitaria. Quienes participan en estas manifestaciones de fe se sienten actores y protagonistas de las mismas. Por eso una característica de la religiosidad popular es que resulta muy participativa. En ella intervienen, además, tanto sacerdotes como religiosos o fieles laicos.

 

La religiosidad tiene sus propios lenguajes y maneras de expresión, mucho más en la línea de lo simbólico y lo intuitivo que en la de lo discursivo y racional. Recurre con frecuencia a ritos, imágenes, signos visibles y gestos corpóreos, involucrando a toda la persona. Habla el “lenguaje del corazón”. “A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia. La fe se ha hecho carne y sangre”[7].

 

La fuente de la piedad popular se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia[8].

Por último, conviene tener en cuenta que la religiosidad popular es una realidad en evolución. Cambian las culturas y, del mismo modo, también las manifestaciones de la religiosidad popular van cambiando y adaptándose a las nuevas sensibilidades. Como ha subrayado el Papa Francisco, “se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el protagonista principal”[9].

 

  1. Las expresiones de religiosidad popular en nuestra tierra

 

La religiosidad popular es una realidad viva entre nosotros que, en muchos casos, ha experimentado un auge en los últimos años. Las manifestaciones de esta religiosidad tienen una enorme importancia tanto cuantitativa como significativa. Cuantitativamente, porque tienen una enorme capacidad de convocatoria e involucran a muchas personas. Significativamente porque son percibidas como expresiones profundamente ligadas a la cultura y señas de identidad de nuestros pueblos.

 

En nuestra tierra valenciana y balear existe una gran riqueza de manifestaciones de religiosidad popular.

 

  1. a) Somos un pueblo con un gran sentido de la fiesta y de lo festivo. La gente de nuestros pueblos y ciudades vive con intensidad los tiempos de fiesta como momentos de descanso, de convivencia y de celebración. Estas fiestas están generalmente vinculadas a la tradición religiosa y constituyen una expresión singular de la religiosidad de nuestro pueblo. Las fiestas patronales son momentos de rica vivencia y expresión de la fe. La música, la pólvora y el fuego son elementos indispensables de nuestra fiesta que no sólo sirven como expresión de júbilo, sino que también tienen en muchos lugares un sentido religioso.

 

  1. b) El principal destinatario de la religiosidad de nuestros pueblos es Jesucristo, contemplado en los distintos misterios de su vida.
  • La celebración de su Navidad resulta particularmente intensa y se encuentra cargada de celebraciones populares que expresan la fe en el misterio del Dios hecho hombre. En torno al misterio de Navidad florecen toda una serie de ricas expresiones de piedad popular (belenes, villancicos, “pastorets”, cabalgata de reyes, costumbres, comidas, etc.)
  • La celebración de la Pasión y Muerte del Señor cobra una especial relevancia en la Cuaresma y Semana Santa, tan rica y tan diversa en nuestros pueblos. Pero también muchos de nuestros pueblos veneran al “santo Cristo” bajo muy variadas advocaciones, a “nuestro Padre Jesús” o, de modo singular, la “santa Faz” y el “santo Cáliz”.
  • No se olvida la celebración de su Resurrección, generalmente unida a la felicitación a santa María por la alegría pascual. Son frecuentes en la mañana de Pascua “procesiones del encuentro” que expresan singularmente la alegría de ese día, que queda resaltada también por las comidas propias de estos días (“mona”).
  • La devoción a la Eucaristía tiene un singular arraigo entre nosotros, con grandes maestros espirituales como San Pascual Baylón y San Juan de Ribera. Nuestro pueblo vive con especial solemnidad la fiesta del Corpus Christi. Es también costumbre en algunos lugares hacer procesión con el Santísimo Sacramento en la mañana de Pascua y para dar la comunión a los enfermos en el día de San Vicente.

 

  1. c) En nuestras diócesis florece una tierna y profunda devoción a Santa María, la “Mare de Déu”, invocada frecuentemente por nuestras gentes con diversas advocaciones. Las fiestas y los tiempos marianos son vividos con particular intensidad. Novenas, procesiones, gozos, himnos y representaciones se realizan en nuestros pueblos en honor a la Virgen Santísima.

 

  1. d) También son objeto de devoción los ángeles y los santos, particularmente aquellos que han nacido o vivido en nuestras tierras así como los santos patronos de las diversas poblaciones. Imágenes, reliquias, estampas, novenas, cantos (“gozos”), procesiones y libros piadosos sirven para dar a conocer e incrementar la devoción a estos intercesores.

 

  1. e) Esta religiosidad está vinculada a algunos lugares santos. La geografía de nuestra tierra está poblada de Ermitas y Santuarios, verdaderos centros de piedad y devoción. También son lugares de peregrinación algunos monasterios, en los que los fieles buscan el encuentro con Dios. Así mismo, los lugares vinculados a la vida de los santos de nuestra tierra (casas natales, conventos, cuevas, etc.) son objeto de particular piedad.

 

  1. f) Igualmente se desarrollan prácticas de religiosidad popular vinculadas a la oración por los difuntos. Resulta destacable la costumbre de visitar los cementerios, así como la realización de “rezos” y sufragios por los difuntos.

 

  1. g) Muchas personas viven su religiosidad con el rezo, la ofrenda de unas flores, el encendido de una vela, la realización de una promesa, el esfuerzo de llevar un paso procesional o de peregrinar a un lugar. En el ámbito personal y comunitario, gozan de gran extensión entre los fieles el rezo del Santo Rosario, del Ángelus y el Ejercicio del Vía Crucis.

 

  1. h) Para promover esta gran variedad de actividades existen en nuestra tierra numerosas cofradías, hermandades, mayordomías y asociaciones. A la gente de nuestra tierra le gusta participar en la organización y sostenimiento de la fiesta.

 

Estas manifestaciones de religiosidad popular son un tesoro que debemos conservar. Algunas de ellas son reconocidas también como fenómenos de interés turístico o como parte del patrimonio inmaterial de la humanidad[10]. Pero son, ante todo, manifestaciones de la fe y devoción de un pueblo.

 

Invitamos a conocerlas con más profundidad, intentando percibir su núcleo original cristiano, sus dimensiones interiores, las motivaciones, comportamientos y valores que estas manifestaciones encierran. Es tarea propia de los Obispos valorar la piedad popular, animando y promoviendo aquellos aspectos que ayuden a la vida cristiana de los fieles y, cuando sea necesario, invitando a la purificación de estas prácticas[11]. Es nuestro deseo que esta religiosidad popular sea más conocida y mejor valorada, para que pueda ser instrumento para la evangelización.

 

  1. La religiosidad popular como espacio de encuentro con Jesucristo

 

En la Exhortación Evangelii gaudium el Papa Francisco ofrece un criterio muy valioso para entender esta realidad: “hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar”[12]. Nuestra actitud ante la religiosidad popular no puede ser la de quien mira desde la distancia y juzga con dureza una realidad que le es ajena: “sólo desde la connaturalidad que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres”[13]. Sólo la mirada de fe, penetrada de amor, conoce la riqueza teologal de la religiosidad popular.

 

El Concilio Vaticano II ofreció también otro criterio que es importante tener en cuenta: “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos”[14]. En la Iglesia hay diversidad de ritos, de tradiciones y de costumbres que no son una amenaza para su unidad sino una gran riqueza. Mediante ellas los fieles ejercen su sacerdocio dentro de la comunión eclesial.

 

La mirada del pastor nos hace comprender la riqueza que tiene esta religiosidad, que ha dado abundantes frutos de santidad. La religiosidad popular es un modo legítimo en el que muchos fieles viven su vida teologal. El rezo del rosario de una madre junto a su hijo enfermo, el encendido de una vela en casa pidiendo ayuda a la Virgen o la mirada amorosa a Cristo crucificado pueden conducir a una profundidad de vida cristiana incluso a personas que no saben “hilvanar las proposiciones del Credo”[15].

 

Por su parte, la falta de consideración o estima de la piedad popular procede, en muchas ocasiones, de prejuicios ideológicos realizados en nombre de una presunta “pureza” de la fe. No tiene en cuenta que la religiosidad popular también es una realidad promovida y sostenida por el Espíritu Santo y no considera suficientemente los frutos de gracia y santidad que ha producido en la Iglesia[16].

 

Por eso debemos promover y proteger la piedad popular en cuanto espacio de encuentro con Jesucristo. Estos son algunos de sus valores:

 

  1. a) La religiosidad popular es una verdadera experiencia de fe. Es una forma legítima de vivir la fe. Es un error considerar “religiosidad popular” sólo a las manifestaciones externas de la misma. Para valorarla adecuadamente es preciso “saber percibir sus dimensiones interiores”[17]. Detrás de los ritos, los símbolos y la estética que utilizan, hay una experiencia de fe.

 

  1. b) La piedad popular muestra un sentido casi innato de lo sagrado y de lo trascendente. Manifiesta una auténtica sed de Dios y capta de modo especial algunos atributos divinos como su paternidad, su providencia, su presencia amorosa y su misericordia[18].

 

  1. c) La religiosidad popular guarda sentido de la propia historia, que lee como historia de salvación. Para la piedad popular Dios se mantiene activo, interviniendo en la vida de las personas y de los pueblos. La fiesta rememora y celebra esas intervenciones de Dios en la historia de nuestro pueblo. En los lugares vinculados a estas acciones salvadoras de Dios, las gentes establecen iglesias y santuarios.

 

  1. d) La piedad popular penetra delicadamente en la existencia de cada fiel, como dice el documento de Aparecida: “En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo, en medio de una sencilla alegría”[19].

 

  1. e) Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y algunas virtudes que la piedad popular valora particularmente, sugiere y alimenta: la paciencia; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y de percibir el sentido de la cruz en la vida cotidiana; el deseo sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra Él y de hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales; la solidaridad y la apertura a los otros, el sentido de amistad, de caridad y de unión familiar[20].

 

Todo ello hace que la religiosidad popular sea espacio para el encuentro con Cristo de muchas personas. Hay que tener presente que para muchas personas alejadas de la práctica de la fe cristiana la religiosidad popular es la única experiencia religiosa que les resulta “próxima”. Explica Pablo VI: “Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”[21].

 

  1. La fuerza evangelizadora de la religiosidad popular

Debemos reconocer la piedad popular como “expresión de la acción misionera espontánea del pueblo de Dios”[22]. En la piedad popular encontramos las expresiones del anuncio misionero connatural o espontáneo al pueblo cristiano. Ese anuncio misionero dimana con naturalidad de las gentes de la piedad popular. En ella, con la diversidad de formas, se manifiesta la actuación de anuncio del Evangelio, que brota connaturalmente del pueblo de Dios.

 

Como advierte el Directorio para la piedad popular, ésta constituye un “imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”[23]. Entre sus valores, en relación con la evangelización, están los siguientes:

 

  1. a) La religiosidad popular es una ocasión de socialización (encuentro, convivencia, unión, asociación, participación, conciencia de pertenencia…) y de expresión de la dimensión festiva de la fe. La fe es una experiencia gozosa de comunión con Jesucristo resucitado que se vive en el seno del Pueblo de Dios. Todo aquello que exprese y eduque la dimensión comunitaria y festiva del hombre es una ayuda al anuncio y vivencia de la fe cristiana.

 

  1. b) La religiosidad popular desarrolla las dimensiones simbólica y estética de la vida, necesarias para una vida plenamente humana y necesaria para la comprensión y transmisión de la fe de la Iglesia. Educar en la dimensión simbólica del ser humano capacita para comprender nuestra fe.

 

  1. c) La religiosidad popular sabe conectar con las personas cuando viven experiencias fuertes de dolor, duda, gozo, fracaso, debilidad o gratitud. Estos momentos singulares cuestionan muchas cosas de la propia vida y pueden abrir a la pregunta por el sentido y la búsqueda de la trascendencia. La fuerza evangelizadora de esta religiosidad reside también en el hecho de que conecta con las experiencias primordiales de la vida (engendrar y dar a luz, casarse, etapas en el crecimiento de la prole, sufrir, morir….).

 

  1. d) La religiosidad popular recuerda de modo claro que el ser humano es naturalmente religioso, que tiene sed de Dios y necesita creer, aspira a comunicarse con lo trascendente. Esto tiene un valor especial en el contexto de la secularización y de la pérdida del sentido de Dios en las sociedades contemporáneas. Los fenómenos de religiosidad popular siguen recordando y, muchas veces, ayudando a reavivar que el ser humano es deseo de Dios.

 

  1. e) Hay una gran riqueza expresiva en la piedad popular, que bien puede contribuir a la evangelización. La religiosidad popular recurre a la narración, al canto, a la imagen religiosa y a la procesión para transmitir la fe, haciendo catequesis y, a la vez, celebrando la fe. Tienen gran importancia los elementos simbólicos y estéticos, que ayudan a la transmisión de la fe. Fomenta también valores evangélicos como el perdón, la generosidad, el sacrificio, el respeto a Dios, el silencio, el servicio, la colaboración, la amistad o el compartir.

 

  1. f) La religiosidad popular es una auténtica catequesis que pone la fe cristiana al alcance de muchas personas. De un modo plástico ayuda a transmitir los principales misterios de la vida de Cristo y de Santa María, así como el conocimiento de algunos santos más populares. Quien sabe leer las formas de religiosidad popular, aprenderá mucho de ellas, porque nos enseñan mucho: sobre Dios y sus atributos; sobre Cristo y sus misterios sobre todo de dolor; sobre la presencia y acción del Espíritu Santo, que habita en los sencillos y los pobres; sobre la Virgen María, la humilde esclava del Señor; sobre la intercesión de los santos en el camino difícil de la vida en la tierra; sobre la Iglesia como instrumento de Cristo en orden a la gracia y la salvación; sobre el perdón de los pecados y la gracia del Dios misericordioso y sobre la vida eterna. Para el que “sabe leerlas son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar en la nueva evangelización”[24].

 

  1. g) La religiosidad popular es una manera de expresar la identidad de un pueblo, que se halla vinculada a la fe cristiana. Las prácticas de esta religiosidad pueden ayudar a que nuestros pueblos recobren sus raíces religiosas. Las diversas manifestaciones de la piedad popular sirven para expresar el “alma” de un pueblo. Todas ellas generan sentimientos de pertenencia, de identidad y de cohesión. Las prácticas de religiosidad popular nos hacen conectar con lo que hemos recibido de los mayores, con la tradición, como medio en el que podemos desarrollarnos y crecer como seres humanos.

 

  1. h) La piedad popular es fe inculturada. Uno de los mayores valores de la religiosidad popular reside en que es una expresión de la fe en la propia cultura, con el lenguaje, los símbolos y los gestos del entorno cultural. Como subrayó San Juan Pablo II, “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada y fielmente vivida”[25]. Cuando la fe se ha hecho cultura, tiene mayor capacidad de penetrar en la vida de los pueblos.

La religiosidad popular es una forma básica de inculturación de la fe. “La religión es también memoria y tradición, y la piedad popular sigue siendo una de las mayores expresiones de una verdadera inculturación de la fe, pues en ella se armonizan la fe y la liturgia, el sentimiento y las artes, y se afianza la conciencia de la propia identidad en las tradiciones locales”[26]. Ha recordado Evangelii gaudium: “En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo”[27].

 

  1. j) La religiosidad popular está protagonizada y animada en la mayoría de los casos por laicos, que están llamados a ser protagonistas insustituibles de la nueva evangelización. Debemos valorar, respetar y promover que sean los laicos quienes intervengan como actores en la vida de la Iglesia. Generalmente se trata de laicos organizados en asociaciones de fieles (Cofradías, Hermandades, Mayordomías, sociedades), lo que les abre un importante espacio en la vida de la Iglesia.

 

  1. k) La religiosidad popular es expresión pública y compartida de la fe cristiana. Reivindica que lo religioso no puede ser reducido al ámbito de lo privado, de la intimidad de las personas. La fe necesita expresarse públicamente.

 

  1. l) La piedad popular ha sido, en muchas ocasiones un medio providencial para la conservación y transmisión de la fe. A través de las prácticas de piedad popular muchos cristianos han mantenido y expresado su fe. La transmisión de padres a hijos de estas formas de religiosidad conlleva la transmisión de los principios cristianos[28].

 

Las riquezas expresivas y el carácter inculturado de la religiosidad popular facilitan la evangelización. Esta religiosidad llega a los fieles y tiene una gran capacidad de convocatoria porque habla en su lenguaje y de un modo que toca su corazón y puede ser oportunidad para el anuncio del Evangelio. Por otra parte, cuando se abandonan las manifestaciones de piedad popular, se dejan vacíos que no son siempre colmados[29].

 

En el ambiente de secularización que vivimos, la religiosidad popular es una manera extraordinaria de vivir y de transmitir la fe. En nuestro tiempo puede ser un medio providencial para que muchos hombres y mujeres perseveren en la fe. En la piedad popular “subyace una fuerza evangelizadora que no podemos menospreciar”[30], porque en ella se da una “riqueza evangélica”[31]. En la Exhortación Evangelii gaudium se contiene una importante llamada: “¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!”[32]. Es necesario apostar por la fuerza misionera de la religiosidad popular e impulsarla en todas sus formas.

 

  1. Evangelizar la religiosidad popular

Aun teniendo en cuenta todos sus valores, la piedad popular tiene sus límites. Necesita también ser evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico”[33]. Como todas las realidades cristianas, las manifestaciones religiosas populares no están exentas de errores y desviaciones, por lo que requieren siempre ser evangelizadas.

 

“Purificar y catequizar las expresiones de la piedad popular puede, en algunas regiones, convertirse en un elemento decisivo para evangelizar en profundidad, mantener y desarrollar una verdadera conciencia comunitaria en el compartir la misma fe, especialmente a través de las manifestaciones religiosas del pueblo de Dios, como las grandes celebraciones festivas (cf. Lumen Gentium, n. 67)”[34].

 

Proponemos algunas líneas de trabajo con el mundo de la religiosidad popular.

 

5.1. Suscitar la experiencia de fe

En el origen de la religiosidad popular está la experiencia de fe, que fue expresada en el lenguaje de un pueblo. Nosotros nos encontramos hoy con las expresiones de la fe y tenemos el reto de que, a partir de ellas, pueda rebrotar la experiencia de fe que les dio origen.

 

Por eso es de suma importancia cuidar las actitudes internas, las motivaciones y convicciones que subyacen a estas manifestaciones populares de fe para que puedan seguir siendo lugar de encuentro con Cristo. El Catecismo de la Iglesia habla de “hacerlas progresar en el conocimiento del misterio de Cristo”[35].

 

Por otra parte, en las manifestaciones de religiosidad popular se aúnan muchas dimensiones importantes: estéticas, culturales, históricas, folklóricas, artísticas… Se da en ellas un riesgo permanente de reducir estas manifestaciones a alguno de los mencionados aspectos. Para salvar este peligro, debemos insistir en la motivación religiosa en su raíz y origen, que es alma de toda la piedad popular.

 

5.2. Sentir con la Iglesia

Esta experiencia de fe siempre acontece en el seno de la Iglesia. En la religiosidad popular se da el peligro de sobrevalorar los aspectos subjetivos de la experiencia religiosa (sentimientos, gustos, emociones,…) en detrimento de los elementos objetivos del encuentro con Cristo (la Iglesia, los sacramentos, la Palabra, los pobres, el mundo, los signos de los tiempos). Se detecta, en muchas ocasiones, una insuficiente conciencia de participar en la expresión de la fe de la comunidad eclesial.

 

Es conveniente, por ello, fomentar todas las acciones que promuevan la pertenencia eclesial:

 

  1. a) Integrar la religiosidad popular en la vida de las parroquias, que son “presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración”[36]. Es conveniente tener en cuenta en las programaciones pastorales la realidad de la religiosidad popular, evitando su aislamiento y favoreciendo su relación con otras realidades pastorales de la Iglesia.

 

  1. b) Garantizar que las cofradías o hermandades que promueven acciones de religiosidad popular sean constituidas como asociaciones de fieles, de acuerdo con el derecho canónico. Las cofradías no son sociedades filantrópicas o culturales, sino una asociación de fieles cristianos que pretenden vivir su fe en comunión con la Iglesia.

Es importante acogerlas en la vida de las parroquias, dándoles cabida en los consejos parroquiales de pastoral e integrándolas en la vida de la comunidad cristiana. También es oportuno garantizar consiliarios que no sean sólo nominales sino que ejerzan su función en la educación de la fe, cuidando la celebración del culto y promoviendo las acciones caritativas.

 

5.3. Compromiso de vida

La tendencia a separar fe y vida, que se detecta de modo general en muchos de nuestros cristianos, está presente también en la religiosidad popular. Lo cristiano no es vivido en la totalidad de la vida, sino que queda concentrado en ciertos momentos o en algunas facetas de la vida. Frente a la tentación de separar lo cultural del compromiso de vida, hay que recordar que el culto que agrada a Dios es el que genera una transformación de toda la persona.

 

5.4. Espíritu misionero

La religiosidad popular tiene la importante misión de realizar el anuncio de Jesucristo facilitando la síntesis de la fe con las culturas de los pueblos. Tiene una gran fuerza porque con sus acciones, símbolos y con los sentimientos que genera es capaz de alcanzar a los más sencillos. Pero corre el peligro de perder de vista la meta potenciando otros aspectos de la religiosidad popular (culturales, turísticos, estéticos, etc.) y olvidando el espíritu misionero.

A los cofrades, decía el Papa Francisco: “sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean ‘puentes’, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él”[37].

 

5.5. Diálogo con otros creyentes y con los no creyentes

Finalmente, subrayamos la necesidad de mantener un espíritu de diálogo. Muchas manifestaciones de la religiosidad popular surgieron en unos momentos en que se daba un predominio de la religión católica en la sociedad. Nuestra sociedad valenciana y balear es cada vez más intercultural, más plural, con presencia de muchas personas que no creen en Dios o que practican otra religión. Hemos de vivir las diferentes expresiones de religiosidad popular en este nuevo clima cultural.

 

  1. a) Esto significa, en primer lugar, respeto por el que piensa de modo distinto, por quienes no han recibido el don de la fe. En muchos casos, exige una adaptación de estas manifestaciones religiosas al contexto de nuestras sociedades plurales.
  2. b) Potenciar los aspectos ecuménicos y facilitar el diálogo con otros cristianos.

 

  1. c) Apertura al diálogo interreligioso.

 

  1. La necesidad de acompañar pastoralmente la religiosidad popular

La tarea de purificar y acompañar la religiosidad popular sólo puede ser realizada con mirada y corazón de “pastor” y, por ello, desde un profundo respeto y “con una paciencia grande y con prudente tolerancia, inspirándose en la metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la historia”[38]. Hemos de confesar que muchas veces los pastores hemos abandonado o marginado las manifestaciones de religiosidad popular, al considerarlas una expresión inmadura de la fe. Debemos acercarnos a la religiosidad popular con sumo respeto. Es necesaria una actitud de cercanía para poder acompañar, de disposición al diálogo, de paciencia y de humildad.

 

Es también necesario el mejor conocimiento de la misma. Invitamos a los sacerdotes y a los agentes de pastoral a conocer y profundizar en la religiosidad popular de nuestros pueblos, a la luz de los documentos de la Iglesia sobre este tema.

 

Por otra parte, el acompañamiento del pastor tiene que incidir especialmente en las actitudes y motivaciones que subyacen a las manifestaciones de religiosidad. Nos equivocamos cuando pretendemos cambiar las prácticas de nuestro pueblo. Lo importante no es cambiar los ritos o prácticas sino darles un sentido.

 

La acción pastoral de la Iglesia tiene como objetivo acompañar en la fe y educar en la fe con el fin de alimentar y fortalecer la comunión eclesial e incorporar a la persona a la tarea evangelizadora de la Iglesia. Esta acción pastoral se realiza principalmente a través del ministerio de la palabra, de la liturgia y de la caridad.

 

6.1. Educación en la fe

En las manifestaciones de religiosidad popular se expresa una auténtica vivencia de la fe, la cual requiere, sin embargo, ser educada para que sea fortalecida y para evitar los peligros que la acechan (subjetivismo excesivo, sincretismo, falta de conciencia de Iglesia, etc.). Es necesario, por ello, esforzarse por formar a los protagonistas de las manifestaciones de religiosidad popular (cofradías, mayordomías, belenistas, asociaciones festeras, etc.). Según la situación y las oportunidades se ofrecerán catequesis sistemáticas, de iniciación cristiana, de formación permanente o catequesis ocasionales. El objetivo es ofrecer una formación cristiana integral que abarque todos los aspectos de la vida cristiana. Debe ser, por ello, una formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral.

 

Hemos dicho que la religiosidad popular es ya, en sí misma, una catequesis para el pueblo. Conviene, sin embargo, prolongar esa catequesis, propiciando una viva, explícita y operante profesión de fe. Se trata de conducir hacia la madurez en la fe a quienes participan en los actos de religiosidad popular.

 

Por otra parte, en ocasiones, las expresiones de religiosidad popular aparecen contaminadas con elementos no coherentes con la doctrina católica. “En estos casos, dichas manifestaciones han de ser purificadas con prudencia y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas claras e inmediatas”[39].

 

  1. a) Proponer a las delegaciones diocesanas, a las parroquias y a las propias Cofradías que elaboren planes de formación-catequesis para los actores de la religiosidad popular. El objetivo es ayudar a personalizar la fe y a vivir en el seno de la Iglesia.

 

  1. b) Esta formación es necesaria, especialmente para aquellas personas que ocupan puestos directivos y de gobierno en las actividades de religiosidad popular. Debemos conseguir que las cofradías, mayordomías y asociaciones se sientan responsables de la formación cristiana de sus miembros y sitúen la formación entre los objetivos prioritarios.

 

  1. c) Muchas veces esta educación tendrá rasgos de “primer anuncio”, requiriendo el anuncio explícito de Jesucristo, porque aunque todas las personas que viven la religiosidad popular han sido bautizadas, muchas han perdido el sentido de su fe y necesitan escuchar de nuevo la Buena Noticia que es Jesucristo (el kerigma).

 

  1. d) Educar en la centralidad de Cristo. En ocasiones se otorga un culto desproporcionado a la Madre de Dios y los santos, perdiendo el sentido de la centralidad de Cristo.

 

  1. e) Facilitar el contacto directo con la Sagrada Escritura. Hay que poner la Biblia en las manos y el corazón del pueblo, uniendo más Palabra de Dios y religiosidad popular y cuidando la inspiración bíblica de lo que se haga.

 

  1. f) Es preciso estar atento para evitar que en la religiosidad popular se insinúen nociones contrarias a la fe o se abra la puerta a expresiones contaminadas de sincretismo[40].

 

Muchos actos propios de la religiosidad popular pueden servir para educar en la fe a los participantes (novenas, triduos, vigilias, predicación de las fiestas, etc.). Pero sería conveniente, además, programar momentos específicos de formación y catequesis que ayuden, sobre todo a los agentes de esta religiosidad, a vivirla como auténtica experiencia de fe.

 

6.2. Piedad popular y liturgia

Entre la liturgia y la piedad popular debe existir una relación armónica, sin olvidar que la primera tiene la primacía sobre la segunda. El Directorio para la piedad popular y la liturgia contiene preciosas indicaciones y establece los principios básicos de la relación entre ambas:

 

  1. a) Nada iguala a la sagrada liturgia, que es “la fuente primaria y necesaria de la que han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”[41]. Por eso, mientras que las acciones sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de piedad popular pertenecen al ámbito de lo facultativo[42].

 

  1. b) Debe mantenerse la distinción entre liturgia y piedad popular. No es oportuno superponer una a otra, ni mezclar las fórmulas propias de ejercicios de piedad con las acciones litúrgicas[43].

 

  1. c) La piedad popular encuentra en la liturgia su culmen y complemento, por lo que sus manifestaciones han de ordenarse a la liturgia. Las prácticas de piedad popular no pueden ir en detrimento de la liturgia ni conducir a la desvalorización de la misma[44].

 

  1. d) Liturgia y piedad popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano. No se deben oponer ni equiparar, pero sí armonizar. La relación entre ambas puede ser fecunda: “la Liturgia deberá constituir el punto de referencia para encauzar con lucidez y prudencia los anhelos de oración y de vida carismática que aparecen en la piedad popular; por su parte la piedad popular, con sus valores simbólicos y expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias para una verdadera inculturación, y estímulos para un dinamismo creador eficaz”[45].

 

A la luz de estos principios proponemos algunas acciones:

 

  1. a) La religiosidad popular se expresa en los ejercicios de piedad, a través de los cuales Dios es glorificado y el hombre alcanza provecho espiritual e impulso para vivir su vida cristiana. Estos ejercicios deben, en la medida de lo posible, armonizarse con los ritmos y exigencias de la liturgia. Es conveniente renovarlos acentuando su sentido bíblico, la inspiración litúrgica y el aspecto ecuménico[46]. Debe también revisarse el lenguaje que se usa, en ocasiones hiperbólico y desfasado, pero siempre respetando la cultura y el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen.

 

  1. b) Invitar a vivir con autenticidad esta religiosidad popular. Evitar la concepción utilitarista de estas formas de piedad. También el riesgo de que todo quede en lo externo, en gestos y signos espectaculares pero que no suponen verdadera conversión interior.

 

  1. c) Es preciso, también, que la piedad popular se fortalezca en su conciencia de la referencia a la Santísima Trinidad. Ciertamente la piedad popular es muy sensible al misterio de la paternidad de Dios y se detiene también con gusto en la figura de Cristo Salvador, pero le falta mostrar con más claridad la persona y acción del Espíritu Santo. Es necesario también que ponga de manifiesto no sólo la humanidad sufriente del Salvador, sino también su Resurrección gloriosa[47].

 

  1. d) También debe darse un equilibrio entre el misterio de Cristo, la conmemoración de la Virgen María y los santos. Este equilibrio incluye una correcta jerarquización de los diversos aspectos del misterio. En el misterio de Cristo, la Pascua debe ser el auténtico centro. Se detecta en la piedad popular una presencia insuficiente del significado salvífico de la Resurrección del Señor.

 

  1. e) Hay que poner la religiosidad popular en relación con los sacramentos y, en especial, con la reconciliación y con la Eucaristía. La devoción a Cristo tiene que conducir a la conversión y a la participación plena y consciente en la Eucaristía.

 

  1. f) Por su misma naturaleza, la piedad popular requiere una expresión artística. Los responsables de la pastoral habrán de alentar la creación en todos los campos: ritos, música, cantos, artes decorativas,… y velarán por su buena calidad cultural y religiosa[48].

 

6.3. El servicio de la caridad

La diaconía con los pobres pertenece de manera especial a la misión de la Iglesia y se manifiesta en una solidaridad activa, atenta a las necesidades del ser humano. Para no quedar en acciones meramente rituales externas, las prácticas de religiosidad popular deben conducir a incrementar el amor a Dios y al prójimo.

 

Cuando se acentúan los aspectos subjetivos y sentimentales de la fe, perdiendo de vista la promoción social, no estamos ante una auténtica forma de piedad popular[49]. Por eso es importante vincular cada vez más las expresiones de la religiosidad popular con actos y actitudes de solidaridad con los que sufren.

 

En la mejor tradición de muchas Cofradías y Asociaciones que promueven la religiosidad popular se da una vinculación del culto con la caridad. Son muchas las que realizan diversas obras de caridad, especialmente entre sus miembros, aunque el fin principal para el que nacieron no fuera éste.

 

  1. a) Resulta aconsejable, que la religiosidad popular genere algún tipo de acción caritativa y de promoción social.

 

  1. b) Debe fomentarse, también, que las mismas prácticas de religiosidad popular sean realizadas con dignidad pero de modo austero, sin lujos, despilfarro y ostentación, que son ajenos al auténtico culto cristiano.

 

Todo este acompañamiento pastoral de la religiosidad popular requiere personas dedicadas a ello, tanto sacerdotes como personas consagradas y fieles laicos. Debemos apostar por ello sensibilizando a los párrocos sobre la importancia de atender la piedad popular y dedicando personas a esta tarea específica.

 

Conclusión

La piedad popular supone una fe sencilla y encarnada mediante la cual se rinde culto a Dios y se vive y expresa la propia fe de manera concreta. Esta vivencia y expresión de la fe alcanza a nuestros pueblos y llega especialmente a los más pequeños. Purificada y evangelizada es cauce precioso de vida en Cristo y tiene una gran fuerza evangelizadora.

 

Así se lo pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen María, Madre de Misericordia, para que de este modo, entre todos, cuidemos debidamente la riqueza de la piedad popular largamente atesorada, durante siglos, en la entraña creyente de nuestros pueblos, de nuestras comunidades cristianas.

 

Con ese deseo y súplica ponemos en manos de los sacerdotes, religiosos y fieles de nuestras diócesis, estas orientaciones pastorales, junto con nuestro afecto y bendición para todos.

 

Valencia, 9 de febrero de 2016

Año Jubilar de la Misericordia

 

+Antonio, Cardenal Arzobispo de Valencia

+Jesús, Obispo de Orihuela – Alicante

+Javier, Obispo de Mallorca

+Casimiro, Obispo de Segorbe – Castellón

+Vicente, Obispo de Ibiza

Gerard, Administrador diocesano de Menorca

 

___________________________

TABLA DE ABREVIATURAS

 

DPPL   CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS

SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (17 diciembre           2011).

EG        FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013).

EN        PABLO VI, Ex. Ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975).

PPC     PONTIFICIO CONSEJO PARA LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura        (23 mayo 1999).

SC       CONCILIO VATICANO II, Const. Sacrosanctum Concilium (4 diciembre 1963).

 

 

[1]    En este documento usamos como sinónimos los términos “religiosidad” y “piedad” popular. El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia distingue estos términos designando como “piedad popular” las manifestaciones cultuales en el ámbito de la fe cristiana (n. 9) y como “religiosidad popular” las manifestaciones universales de la dimensión religiosa. Sin embargo, en nuestras tierras la “religiosidad” está siempre impregnada de elementos cristianos, por lo que los expertos suelen usar de modo indistinto los términos “religiosidad” y “piedad popular”.

[2]    Destacamos PABLO VI, Ex. Ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), n. 48; COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, Evangelización y renovación de la piedad popular (1 noviembre 1987); CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (17 diciembre 2011); BENEDICTO XVI, Discurso a la confederación de cofradías de las diócesis de Italia (10/11/2007); FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa con ocasión de la Jornada de las cofradías y de la piedad popular (5 mayo 2013); FRANCISCO, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 diciembre 2013), nn. 69. 70, 90 y 122-126.

[3]    JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino (21/09/2001), n. 4.

[4]    EN 48.

[5]    EN 48.

[6]    Catecismo de la Iglesia Católica (1997), 1674.

[7]    BENEDICTO XVI, Carta a los seminaristas (18/10/2010), n. 4.

[8]    Catecismo de la Iglesia Católica (1997), 1674.

[9]    Cf. DPPL 60.

[10]    En concreto, han sido reconocidas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad “El Misteri d’Elx” (2001), el “Cant de la Sibil.la” de Mallorca (2010) y la “Festa de la Mare de Déu de la Salut” de Algemesí (2011).

[11]    Cf. DPPL 21.

[12]    EG 125.

[13]    EG 125.

[14]    SC 37.

[15]    EG 125.

[16]    Cf. DPPL 50.

[17]    EN 48.

[18]    Cf. DPPL 60.

[19]    V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento conclusivo, n.

260.

[20]    Cf. DPPL 60; EN 48.

[21]    EN 48.

[22]    EG 122.

[23]    DPPL 64.

[24]    EG 126.

[25]    JUAN PABLO II, Discurso fundacional del Consejo pontificio para la cultura, 1982.

[26]    PPC 28.

[27]    EG 123.

[28]    Cf. DPPL 63-64.

[29]    Cf. DPPL 1.

[30]    EG 126.

[31]    V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento conclusivo, n.

264.

[32]    EG 124.

[33]    JUAN PABLO II, Carta Apostólica Vicesimus Quintus Annus, 18.

[34]    PPC 28.

[35]    Catecismo de la Iglesia Católica (1997), 1676.

[36]    EG 28.

[37]    FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa con ocasión de la Jornada de las cofradías y de la piedad

       popular (5/5/2013), 3.

[38]    DPPL 66.

[39]    JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino

(21/09/2001), 5.

[40]    Cf. DPPL 92.

[41]    SC 14.

[42]    DPPL 11.

[43]    Cf. DPPL 13.

[44]    Cf. DPPL 51-55.

[45]    DPPL 58.

[46]    Cf. DPPL 70-75.

[47]   Cf. DPPL 79-80.

[48]    Cf. PPC 28.

[49]    Cfr. EG 70.

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Fe en la presencia real y permanente de Cristo en la Eucaristía

2 de junio de 2013/0 Comentarios/en Cartas 2013/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En la solemnidad del Corpus Christi celebramos y mostramos públicamente, en la procesión, nuestra fe en la presencia real, verdadera y permanente de Jesucristo en la Eucaristía. El presente Año de la Fe es por ello también «una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía» (Benedicto XVI, Porta fidei, 9), una ocasión para avivar y fortalecer nuestra fe en la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.

San Pablo, en su primera carta a los Corintios, cuya fe en la Eucaristía se había debilitado, les recuerda la tradición que procede del mismo Jesús y que Pablo mismo, les ha trasmitido: “Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo tomó pan.. lo partió y dijo: esto es mi cuerpo… y lo mismo hizo con el cáliz… diciendo. Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. A la vez, Jesús confía a su Apóstoles, sus sucesores, y a los sacerdotes: “Haced esto en memoria mía”; y añade: “Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Co 11, 24-26).

Por tanto, cuando celebramos hoy la Eucaristía, hacemos lo que Jesús nos confió: el pan y el vino se convierten en su Cuerpo y en su Sangre, anunciamos su muerte redentora y su resurrección salvadora: así se aviva la esperanza de nuestro encuentro definitivo con él. Conscientes de ello, después de la consagración, respondiendo a la invitación del Apóstol, aclamamos: “Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.

En la Eucaristía tenemos, pues, el signo visible y real de la entrega de Jesús hasta la muerte en la cruz por nosotros; una entrega que se hace siempre actual cada vez que celebramos la Misa. La Eucaristía es un don y misterio de amor en el que Cristo se nos da además como alimento y prenda de la futura gloria. En la Eucaristía, Cristo Jesús se queda permanentemente entre nosotros.

La Fiesta del Corpus nos invita a entrar en el corazón del misterio de la Eucaristía, para acogerlo con fe. En la Eucaristía está Jesucristo, Dios y hombre verdadero; más aún: la Eucaristía es Jesucristo mismo, real y substancialmente presente bajo la apariencia del pan y del vino. En la Eucaristía, Dios mismo sale a nuestro encuentro y nos espera, se nos ofrece en comida para unirse con nosotros, pide y merece nuestra adoración, se queda con y entre nosotros y nos espera en el Sagrario.

Por esto mismo, la adoración eucarística no es puro sentimiento vacío ni intimismo espiritual, sino expresión viva y vivida de la fe en el ‘misterio de la fe’, en la presencia real y permanente del Señor en la Eucaristía. Jesús se queda en la Eucaristía no sólo para ser llevado a los enfermos, sino para estar y hablar con nosotros, para seguir derramando su amor y su vida. La Eucaristía contiene de un modo estable y admirable al mismo Dios, al Autor de la gracia, de la vida y de la salvación. El Costado abierto de Jesús es un manantial inagotable de amor, del amor de Dios.

Avivemos y mostremos nuestra fe en la presencia real y permanente del Señor en la Eucaristía. ¿Cómo? Por ejemplo: Saludando al Señor al entrar en la iglesia mediante una genuflexión ante el Sagrario, poniéndose de rodillas y orar ante Cristo-Eucaristía, participando con fe y devoción en la santa Misa, con visitas y momentos frecuentes de oración y adoración al Santísimo Sacramento para lo que es preciso tener las iglesias abiertas más tiempo. Valoremos el gran tesoro de la Eucaristía, manantial permanente del Amor.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Las vocaciones, fruto de la fe y de la esperanza

14 de abril de 2013/0 Comentarios/en Cartas 2013/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El IV Domingo de Pascua, 21 de abril, domingo del “Buen Pastor”, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones al sacerdocio ordenado y a la vida consagrada. En sintonía con el Año de la fe, el lema de este año es: ‘Las vocaciones, signo de la esperanza fundada en la fe’. En efecto: las vocaciones de especial consagración son fruto de una fe confiada y llena de esperanza por parte de quien la recibe, así como de la oración por las vocaciones.

Toda vocación tiene su origen en Dios. Y Dios, que nunca abandona a su Iglesia, sigue llamando también hoy a hombres y mujeres al seguimiento de Jesús para poner su vida al servicio del Evangelio y de los demás. Es la fidelidad de Dios, sellada para siempre mediante su Hijo, muerto y resucitado para nuestra salvación, la que fundamenta nuestra total confianza en Dios, contra toda apariencia. Dios tiene un amor eterno para con su Pueblo y muestra su amor a los que se dejan encontrar por su llamada.

Ahora bien: La llamada de Dios sólo se percibe cuando se atiende a Aquel que llama en una actitud de escucha y de apertura. De ahí la importancia de la oración para la pastoral vocacional. Sólo en el encuentro silencioso y amoroso con el Señor se escucha su llamada, se aviva y se refuerza la amistad con Dios y se sienten ganas de seguir a Cristo para llevarlo a los demás. «El secreto de la vocación -nos dijo Benedicto XVI- está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es necesario acostumbrar a nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que está cerca y me ama… En una palabra: el secreto de la vocación está en la relación con Dios, en la oración que crece justamente en el silencio interior, en la capacidad de escuchar que Dios está cerca». Hablar de oración es hablar de fe, pues la oración es la fe en acto. Quien ora, cree en Dios y a Dios, confía y se fía de Él, reconoce y acepta el primado de Dios en su vida, acoge la llamada y entrega su persona y su vida a Dios, es decir se consagra de por vida a Él.

Por eso es necesario crear a lo largo y ancho de nuestra diócesis ‘escuelas de oración’, como el ‘oratorio de niños’ y otros modos de oración para adolescentes y jóvenes. Las vocaciones sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado mediante el acompañamiento espiritual de niños, adolescentes y jóvenes, su asidua participación en los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia y su implicación en la vida y misión de la Iglesia, sin olvidar el ambiente familiar cristiano.

También la oración individual o comunitaria por las vocaciones son expresión de la fe y de la esperanza en la fidelidad de Dios con su Pueblo. La oración por las vocaciones es, ante todo, un acto de fe y de obediencia. Jesús nos pide que “roguemos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38). Obedeciendo al mandato de Cristo, la Iglesia hace una humilde profesión de fe; al rogar por las vocaciones reconoce que son un don de Dios, que ha que pedir con súplica incesante y confiada. Nosotros no podemos producir vocaciones: deben venir de Dios. La vida sacerdotal y la vida consagrada están enraizadas en el plan de Dios para su Iglesia. No son fenómenos sociales o culturales de una época determinada, sino un don del Espíritu para la Iglesia de todos los tiempos. También para los tiempos presentes y futuros. Presente y futuro que confiamos a la bondad y a la fidelidad de Dios para con su Pueblo, la Iglesia.

Con mi afecto y bendición,

 

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La fe en Cristo resucitado

1 de abril de 2013/0 Comentarios/en Cartas 2013/por obsegorbecastellon

Queridos Diocesanos:

En el Credo confesamos que Jesús, muerto y sepultado, al tercer día resucitó de entre los muertos. Cristo ya no está en el lugar de los muertos. Su cuerpo enterrado el Viernes Santo ya no está en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. «El no está aquí: Ha resucitado», les dice el ángel. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.

¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo vive glorioso junto a Dios. Su resurrección no es la vuelta a esta vida para volver a morir, sino el paso a una vida gloriosa e inmortal.

La resurrección de Cristo es la clave para interpretar toda su vida y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, nuestra fe estaría vacía de contenido. La resurrección de Cristo es tan importante que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación.

La resurrección de Jesús nos revela que Dios no abandona a la humanidad ni su creación. Y, porque Cristo ha resucitado, es posible un mundo más justo, más fraterno, más dichoso, un mundo según el deseo de Dios. Desde entonces, la esperanza no es una utopía sino una actitud fundada y realista. Desde la resurrección de Cristo cabe pensar en una sociedad más humana, más solidaria, más dichosa, más según Dios; en una Iglesia más evangélica, más de Dios y más de los pobres, más creyente, más fraterna, más apostólica y más orante. Todo esto es posible porque Cristo ha resucitado.

Es importante recordarlo en tiempos de pesimismo social y eclesial. Existe hoy en la Iglesia y en la sociedad, una tendencia bastante generalizada a creer que la oscuridad es más espesa que la luz. Que la increencia es más fuerte que la fe. Que la corrupción es más fuerte que la honradez. Que la mentira es más poderosa que la verdad. Que la esclavitud es más fuerte que la libertad. Que el egoísmo es más potente que el amor. Que la tristeza es más persistente que la alegría. Que la muerte es más definitiva que la vida. Que el pecado es más vigoroso que la gracia.

Pues bien: sucumbir a esta tendencia equivale, en la práctica, a negar la resurrección de Jesucristo. Porque creer que Cristo ha resucitado significa que El ha inyectado en el corazón de la historia un fermento, una levadura, un brote de vida, que nada ni nadie podrá apagar. Creer en Jesucristo resucitado significa que Dios ha apostado efectivamente por la humanidad, por la Iglesia, por mi y por ti. Dios ha dicho si al hombre nuevo y a la humanidad nueva al resucitar a Jesucristo. Él no ha resucitado en vano por mí.

De aquí se deriva una actitud básicamente positiva ante las personas, la sociedad y la Iglesia, pese al pecado y todo lo negativo que podamos encontrar. Cristo ha resucitado y Dios acabará ganando. Y ello nos da fuerza para luchar contra el pecado y sus manifestaciones, para que la gracia, el amor de Dios, y la resurrección prevalezcan sobre el mal, el pecado y la muerte. La pregunta capital es esta: ¿creemos esto?, ¿nos lo creemos de verdad?.

Os deseo a todos una feliz Pascua de Resurrección

Con mi afecto y bendición,

 

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Renovación de la fe y conversión a Dios

10 de marzo de 2013/0 Comentarios/en Cartas 2013/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El Año de la fe es un tiempo de gracia para la renovación de nuestra fe y vida cristiana, así como para una sincera y autentica conversión a Dios y a Jesucristo, a la que nos llama especialmente la cuaresma. No podemos olvidar que no hay fe sin conversión radical a Dios en Jesucristo. No se nace cristiano; uno se va haciendo cristiano. La fe es un don de Dios recibido como germen en nuestro bautismo, para que podamos acogerlo, vivirlo y, de esa manera, dejarlo crecer haciéndonos crecer a nosotros.

La fe consiste precisamente en “estrenar un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 18,31). Para ello es necesaria la conversión permanente a Dios. Conversión quiere decir ‘volver nuestra mirada y nuestro corazón’ a Dios; dejar que Dios y Cristo ocupen el centro de nuestro corazón, auténtico sagrario de cada persona. Sólo ante Dios descubrimos la verdad sobre nosotros mismos. La carta a los Hebreos nos recuerda que la Pa­labra de Dios es penetrante hasta el punto donde se dividen el alma y el espíritu (cf. Hb 4,12). Nada hay en nuestro corazón, en el mundo de nuestros afectos, pensamientos y sentimientos, que escape a Dios; si somos sinceros ante Dios, si nos dejamos confrontar con su Palabra. también quedará claro dónde está nuestro corazón, dónde están nuestros afectos y pensamientos, dónde buscamos nuestras seguridades y cuáles son las verdaderas motivaciones de nuestra vida.

Nuestra vida está llamada a medirse continuamente con Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, a dejarse confrontar con su Palabra. Corremos el peligro de reducir nuestra vida cristiana a tener unos conocimientos o al cumplir unos preceptos, que siempre interpretamos restrictivamente; estos peligros sólo se superan en el encuentro personal con el Señor, en la apertura del corazón a su gracia y a su Palabra, que nos transforma, sana, vivifica y salva.

En la conversión se da un “giro del corazón”. Se pasa de la autoafirmación y autosuficiencia al abandono confiado en Dios. Se deja de ser el centro de la vida para vivir desde Dios. Entonces se entiende y se vive la existencia, no en referencia a uno mismo ni al mundo, sino en referencia al Misterio de Dios. Por eso hay una manera radicalmente falsa de vivir la fe cristiana y consiste en que la persona siga siendo el centro de sí misma y sólo acuda a Dios para sus propios intereses.

La conversión exigida por la fe es una especie de “nuevo nacimiento” (Jn 3,35). Es una actitud nueva ante el mundo, diferente de la de aquél que no cree. Es una manera nueva de entenderse a sí mismo, de pensar, sentir y actuar; es un modo nuevo de mirar, de pensar y de juzgar a las personas y la realidad. Es un modo nuevo de ser y de vivir: Dios es el horizonte y la medida de la criatura; desde Él quedamos confrontados a la verdad y al bien; desde Él somos invitados al amor.

Convertirse a Dios es, antes que nada, curarse de la falsa autosuficiencia y de la inautenticidad. Ponerse ante Dios ayuda al ser humano a conocerse a sí mismo, a descubrir su pequeñez, su finitud y sus pecados. Sin esta conversión moral, la fe puede ser pura ilusión. La verdadera conversión lleva a retornar al Padre y a acoger su perdón regenerador en el Sacramento de la Penitencia. Este camino no es un esfuerzo solitario, sino que se hace en obediencia a Dios, acompañada y sostenida por su gracia.

Con mi afecto y bendición,

 

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Fe vivida en la caridad

3 de marzo de 2013/0 Comentarios/en Cartas 2013/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El tiempo de la cuaresma en el Año de la fe es una buena oportunidad para intensificar en nuestra vida de caridad, enraizada en la fe en Dios que es Amor. A ello nos invita el Papa Benedicto XVI en su Mensaje de Cuaresma de este año, que lleva por título: “Creer en la caridad suscita caridad. ‘Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él’ (1 Jn 4,16)”.

En efecto, la fe es una respuesta al amor de Dios, que sale a nuestro encuentro y nos busca en su Hijo, Jesucristo, para hacernos partícipes de su misma vida de comunión y de amor. La fe es un acto de adhesión personal al amor gratuito que Dios tiene por nosotros, y que implica nuestro entendimiento y también nuestro corazón. Al encontrarnos con el Señor, al adherirnos de corazón a él y al confesarlo como único Señor y Salvador, somos conquistados, transformados y movidos por el amor de Dios para ser instrumentos de ese mismo amor.

“Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios”. La primera respuesta al amor de Dios es la fe, que inicia un camino de amistad con el Señor que llena y da sentido a toda la vida, y que nos empuja a amar como él ama. Así la fe puede obrar conforme a la caridad. Si la fe es conocer la verdad y adherirse a ella, y la caridad es caminar en la verdad, mediante la fe se entra en la vida de amor con el Señor y con la caridad se vive y cultiva esa misma fe, porque él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5,15). Es claro entonces que la fe es inseparable de la caridad, que la existencia cristiana parte del encuentro con Jesús, amor crucificado, encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante para una vida nueva, que lleva a amar a los hermanos.

La fe y el amor al Señor nos han de llevar y ayudar a ser cercanos a las necesidades de los hombres y de la sociedad. Debemos llevar, con creatividad y pasión, el amor de Jesucristo a los hermanos, comenzando por su anuncio, que es la primera obra de caridad. Comenzamos en el amor para llegar al amor, porque una fe sin obras es como un árbol que no da frutos.

Fe y caridad en el cristiano se reclaman mutuamente, de modo que la una lleva y sostiene a la otra. La fe sin caridad será puro fideísmo y la caridad sin fe será mera filantropía o un sentimiento pasajero y a merced de la duda. La caridad es el termómetro de nuestra fe, la fe es la fuente de la caridad.

Hay que destacar entre nosotros el valor testimonial de muchos cristianos, que dedican su tiempo y su vida con amor a quien está solo, marginado o excluido, porque precisamente en esas personas se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en cuantos nos piden amor el rostro del Señor Resucitado: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Es la fe la que permite reconocer a Cristo; y es su mismo amor el que estimula a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. La caridad es el lenguaje que en la nueva evangelización, más que con palabras, se expresa en la obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las personas y de la sociedad en sus necesidades materiales y espirituales

Con mi afecto y bendición,

 

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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17 de febrero de 2013/0 Comentarios/en Cartas 2013/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Nuestra Iglesia diocesana se prepara para celebrar en el Auditorio de Castellón el segundo gran Encuentro diocesano, el día 23 de febrero. El primero lo celebramos hace dos años y giró en torno a la Eucaristía, núcleo de la acción pastoral aquel curso; también nos sirvió para preparar la inolvidable Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. La experiencia gozosa de Iglesia diocesana de aquel primer encuentro en torno a la Eucaristía y al Obispo diocesano, que la preside en el nombre del Señor, fue tan intensa y tan hermosa que muchos pidieron celebrar este tipo de encuentros periódicamente.

Este vez, la ocasión nos la ofrece el Año de la fe, que estamos celebrando en toda la Iglesia. En su convocatoria, el Papa Benedicto XVI, nos exhorta, entre otras muchas cosas, a “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” y así “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Porta fidei, 2, 7). Este es precisamente el principal objetivo de este encuentro diocesano: la celebración gozosa como Iglesia diocesana de nuestra fe en Cristo Jesús, el Hijo de Dios vivo, que nos ayude a redescubrir y profundizar la alegría de nuestra fe. La oración comunitaria, la reflexión, los testimonios de fe de algunos hermanos, la belleza de los cantos, la comida fraterna, el encuentro con otros fieles de las distintas partes de nuestra Diócesis y, sobre todo, la celebración de la Eucaristía, misterio de la fe, y su exposición y adoración permanente durante el encuentro serán momentos de gracia para compartir y fortalecer la alegría de ser creyentes, discípulos del Señor y miembros de su Iglesia. No faltará la posibilidad del reencuentro con el amor reconciliador de Dios en el sacramento de la Penitencia, fuente paz y de alegría interior.

San Pablo en su carta a los Filipenses nos invita también a la alegría: “Alegraos siempre en el Señor” (Fil 4,4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse; es decir, desentenderse de las dificultades y los empeños de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo: al encuentro personal con Cristo presente en el seno de la comunidad de los creyentes, la Iglesia. Cierto que en la vida es importante encontrar tiempo para el reposo y la distensión; pero la alegría verdadera está ligada a la relación y comunión con Dios, al saberse en todo momento amado por Dios y en sus manos.

Quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni nada pueden quitar. San Agustín lo entendió muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase: el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no reposa en Dios (cf. Confesiones, I,1,1). La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se puede lograr con el propio esfuerzo. La verdadera alegría es un don, que nace del encuentro con la persona viva de Jesucristo, de hacer a Dios espacio en nosotros y de la acogida dócil del Espíritu Santo que guía nuestra vida.

A todo ello nos ayudará este Encuentro diocesano. Todos estamos invitados y convocados: niños, adolescentes y jóvenes, adultos y mayores, seglares, religiosos y sacerdotes, matrimonios y familias cristianas. Para todos hay espacio. Os espero.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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