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Listado de la etiqueta: Homilia

Homilía en el traslado de los restos de cinco sacerdotes mártires de Vila-real

23 de septiembre de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2024, Para Las Causas De Los Santos/por obsegorbecastellon

 (Sb 2,12.17-20; Sal 3; St 3,16-4,3; Mc 9,30-37)

Iglesia Arciprestal de San Jaime de Vila-Real, 22 de septiembre de 2024

¡Hermanas y hermanos en el Señor!

1. El Señor nos ha convocado para renovar su misterio pascual: su pasión, muerte y resurrección. Al hacerlo recordamos el paso a la Casa del Padre de nueve sacerdotes de Vila-real, víctimas en 1936 de la persecución religiosa del siglo pasado; son los Siervos de Dios Bruno Cabedo Moreno, José Avellana Guinot, Blas Carda Saporta, José Pascual Juan Marco, Enrique Asencio Llorca, José Pascual Arnal Ortiz, Pascual Goterris Taurá, José Pascual Nácher Miró y José Ramón Ochando Badal. Al trasladar hoy los venerables restos de cinco de ellos (Bruno, José, Enrique, José Pascual y Pascual), a esta Iglesia Arciprestal de San Jaime queremos ponerlos cerca del ara del altar de Cristo, Sumo y Eterno sacerdote, a cuyo sacrificio ellos se unieron por su sangre derramada. Del resto desconocemos donde se hayan sus restos.

Nuestra oración esta mañana es antes de nada una acción de gracias a Dios por el don de sus personas y de su ministerio sacerdotal. Damos gracias a Dios especialmente   por el don de su muerte martirial; el martirio es un don de Dios. Los testigos, interrogados para el proceso de canonización, són unánimes al afirmar: los mataron porque eran sacerdotes; ese era todo el mal que habían hecho. Ellos son testigos de una fe y confianza plena en el amor de Dios que nunca abandona a los que le aman; ellos son testigos de la esperanza que no defrauda; ellos son modelos de una caridad pastoral hasta el derramamiento de su sangre y de un amor sin reservas a Dios y al prójimo, incluido el perdón de sus asesinos. Donde sólo había odio ellos supieron poner amor.

2. La Palabra de Dios de este Domingo nos ayuda a entrar en el significado profundo de esta celebración, rememorando lo ocurrido hace ya 88 años. El Evangelio centra nuestra mirada en Cristo Jesús, que, camino de Jerusalén, anuncia por segunda vez a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección. El camino de Jesús pasa inexorablemente por el sacrificio en la cruz. Su destino encarna el destino del justo perseguido que describe la primera lectura del libro de la Sabiduría. La vida del justo incomoda a los injustos, se convierte en denuncia de sus comportamientos. Por eso, se le acusa, se le tortura y se le abandona a su suerte para ver si Dios, de quien dice que es hijo, le responde y auxilia. Jesús, el Justo por excelencia, caminó en fidelidad a la voluntad del Padre hasta la muerte en cruz. Jesús sabe que Dios es su auxilio y sostiene su vida. Jesús, el Justo, confía siempre en su Padre Dios (Sal 53), hasta entregar su vida por todos para el perdón de los pecados, y recuperarla en la resurrección.

Sólo mediante la muerte en cruz, vivida por amor a Dios y a los hombres, Cristo lleva a cabo su misión redentora. No bastaba que el Hijo de Dios se hubiera encarnado para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal. Era necesario que muriera y fuera sepultado: sólo así toda la realidad humana sería aceptada y, mediante su muerte y resurrección, se hará manifiesto el triunfo de la Vida sobre la muerte, el triunfo del Bien sobre el mal del pecado, el triunfo del Amor sobre el odio; sólo así se demostraría que el amor es más fuerte que la muerte, que el perdón y la misericordia de Dios son más fuertes que el odio inmisericorde de los hombres.

El anuncio y la firmeza de Jesús contrastan con las esperanzas humanas de sus discípulos. Ellos no entienden cómo es posible que el Mesías, a quien siguen, acabe de esa manera: humillado, sufriendo el desprecio y la muerte. Desconcertados, tienen miedo de preguntarle. Su preocupación era otra. Discuten sobre quién es el más importante. Entonces Jesús, les dice que ser primero es hacerse último y servidor de todos. Él ilustra su ejemplo fijando su mirada en un niño, signo de los débiles y de los que confían en Dios. El que acoge a los pequeños acoge a Jesús y, en él, al Padre; es decir, se convierte en verdadero discípulo de Jesús e hijo de Dios. Hacerse último es también la mejor manera de evitar las envidias y contiendas que denuncia la carta de Santiago. El servidor humilde no genera rivalidad. El discípulo debe estar dispuesto a seguir a su maestro y su camino hasta el final. El mismo destino del maestro espera al verdadero discípulo. Los discípulos de Jesús han de estar siempre dispuestos, como Él a servir hasta el don de la propia vida.

3. Queridos hermanos y hermanas. Este es el camino de la cruz que siguieron nuestros Siervos de Dios: ellos fueron  evangelio vivo y vivido. En diversas ocasiones Jesús nos dice: “Si alguno me quiere servir, que me siga”. Este es el camino para todo cristiano. Es el camino de la cruz descrita con la imagen del grano de trigo que muere para germinar a una nueva vida: “El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo por el Señor, la guardará para la vida eterna” (Jn 12, 25). Quien sigue de verdad a Cristo y se pone al servicio de los hermanos, pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del Amor: el camino de darse, de entregarse y de perderse para encontrarse.

Así lo entendieron y vivieron hasta el final de su vida terrenal nuestros Siervos de Dios. Ellos se sabían asociados a la Pascua de Cristo, a su muerte y resurrección. Ellos se sabían asociados al Sacerdocio de Cristo, sacerdote que ofrece, víctima que se ofrece y ara en que se ofrece. Para nuestros Siervos de Dios, el martirio era una gracia, que Dios les concedía para seguir muy de cerca las huellas de Cristo. Como cantamos en el prefacio de la Fiesta de Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote: “Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hombres, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio de constante de fidelidad y de amor”. Nuestros mártires se configuraron plenamente con Cristo, Sumo y Eterno sacerdote.

4. Si algo configuró el espíritu de nuestros Siervos de Dios en su martirio, fue el amor: un amor radical a Dios, hecho oblación de su vida a Él, y un amor al prójimo, hasta el perdón de sus asesinos. No lo olvidemos: En la raíz de su martirio está su experiencia personal de Dios y su seguimiento radical de Jesucristo hasta la muerte. Esa fue su experiencia espiritual. A lo largo de su existencia sacerdotal y, en especial, en su martirio, confiaron plenamente en Dios y en su providencia amorosa: estaban seguros de que el amor de Dios no les abandonaría nunca, tampoco en la tragedia de su muerte. Su respuesta al amor recibido de Dios fue un vivo deseo de entregarle hasta el martirio su vida por amor, si así era su voluntad, y de amarle amando al prójimo, incluso perdonando a sus verdugos, porque también a ellos estaba destinado el amor de Dios, manifestado en la Cruz.

Como fruto de su amor a Dios, nuestros Siervos buscarán en sus últimos días  estar unidos a Dios. Esta unión con Dios se manifestará en la oración con los compañeros sacerdotes y seglares, presos en el convento de las Dominicas, con la que se fortalecían y animaban. En su deseo de amar a Dios y agradarle en todo no se preocuparán más que de buscar en todo la gloria de Dios y acoger su voluntad.

Estos sacerdotes mártires se dejaron así conformar enteramente con la voluntad divina. Hicieron suyas las palabras del Salmista: “Te ofreceré un sacrifico voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno” (Sal 53, 8). Su fidelidad a la fe y a su sacerdocio hasta el martirio, su serenidad, su perdón a sus asesinos y su esperanza ante la muerte, no proceden sino de su gran amor a Dios. Ellos encarnaron la acogida amorosa y dócil de la voluntad del Padre: amaron a Dios hasta el final y murieron con las palabras “Viva, Cristo Rey”: en su martirio nos mostraron que el amor vence el odio, el mal y el pecado.

5. Hermanas y hermanos. Hoy resuenan en nuestro corazón de modo muy elocuente las palabras de Jesús: “El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará” (Jn 12, 26). Es una invitación urgente a perseverar en la fe en Cristo Jesús, a confiar en él y a amarlo, a escuchar su voz y a caminar tras sus huellas hasta la muerte, como nuestros Siervos de Dios. Dejémonos fortalecer e iluminar todos por el esplendor del rostro de Cristo, como hicieron nuestros mártires; sólo así nuestra Iglesia caminará unida en el compromiso común de anunciar y testimoniar el Evangelio. Nuestros mártires nos muestran que para un cristiano sólo vale la primacía del amor de Dios y a Dios, y, desde él, al prójimo.

La Eucaristía es ‘memorial’ de la entrega sacrificial de Jesús al Padre. Unidos a Cristo, nuestros mártires ofrecieron su propia vida en sacrificio a Dios. Que ellos nos enseñen, a ofrendar nuestras vidas con Cristo al Padre. Participemos en esta Eucaristía, el sacramento de la entrega y del amor de Dios en Cristo. Que la participación en el amor de Dios, nos lleve a ser testigos de su amor, de su misericordia y de su perdón, en una sociedad en que se extiende la crispación y el odio.

Oremos, para que pronto podamos celebrar el reconocimiento oficial del martirio de nuestros Siervos y su beatificación. Que el amor infinito de Cristo resplandezca en nuestra vida. Que por la intercesión maternal de María nuestra vida sea un reflejo de la de Cristo como lo fue la nuestros Siervos de Dios. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Fiesta de la Virgen de la Cueva Santa

10 de septiembre de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2024/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe – 8 de septiembre de 2024

(Judit 13, 17-20; Romanos 5, 12.17-19; Lucas 1, 39-47)

Amados hermanos y hermanas en el Señor!

1. Os saludo de corazón a todos cuantos habéis acudido a esta celebración para honrar y venerar a nuestra Madre y Patrona, la Virgen de la Cueva Santa. Saludo cordialmente a los Ilmos. Cabildo-Catedral y Cabildo-Concatedral, a los párrocos y vicario parroquial de la Ciudad y a los sacerdotes concelebrantes. Saludo con respeto y agradecimiento a la Sra. Alcaldesa y a los miembros de la Corporación Municipal, a las autoridades que nos acompañan, a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas, a sus damas y corte, a las Doncellas segorbinas, a la Comisiones de Toros y de Fiestas, y a las representaciones de Asociaciones y Cofradías.

Nuestra ciudad de Segorbe celebra hoy con gratitud y alegría la fiesta de su “patrona”, la Virgen de la Cueva Santa; a ella la hemos cantado con las palabras de libro de Judit: “Tú eres el orgullo de nuestro pueblo” y la hemos saludado con las palabras de Arcángel Gabriel: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo…” (Lc 1,28). En esta festividad, recordamos y agradecemos su visitación y cercanía maternal; con Ella cantamos su “magnificat” y le confiamos la vida de nuestro pueblo y de sus habitantes, de nuestros niños y jóvenes, de nuestras familias, de nuestros mayores y enfermos, de nuestras parroquias y de nuestra Iglesia diocesana.

2. Con la emotiva ofrenda de flores de ayer tarde, mostrabais una vez más el cariño, la gratitud y la devoción de los segorbinos a la Virgen de la Cueva Santa. Hoy, en esta Eucaristía damos gracias a Dios por la Virgen de la Cueva Santa, por su patrocinio y por su protección; agradecemos a Dios todos los dones que, generación tras generación, nos ha dispensado a través de su intercesión maternal. Esta tarde, miramos, honramos y rezamos a María; ella nos acoge con amor de Madre; ella cuida de muestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestro peregrinaje por esta vida. ¡Qué sería de nosotros, de nuestras familias y de Segorbe sin la protección maternal de la Virgen de la Cueva Santa en el pasado y en el presente!

Hoy sentimos de un modo especial su cercanía maternal y su presencia amorosa. Con gozo espiritual contemplamos a la Virgen María, la más humilde y a la vez la más grande de todas las criaturas. En ella resplandece la eterna bondad de Dios-Creador que, en su plan de salvación, la escogió de antemano para ser Madre de su Hijo unigénito y, en él, nuestra Madre.

3. En el evangelio hemos escuchado, una vez más, la escena de la visitación de la Virgen a su prima Isabel, y el “Magníficat”. Es la respuesta de María a las palabras de su prima Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 42-45)”. En las palabras de Maria queda reflejada su alma, porque en el canto de Magníficat brota de su corazón.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador” (Lc 1,47) La Virgen proclama que el Señor es grande, y que ha hecho obras grandes por ella. Maria es una mujer humilde; por ello sabe muy bien que cuanto es y cuanto de ella se dice, se lo debe enteramente al amor de Dios. Por ello, la Virgen canta la grandeza de Dios. Y así, ante los elogios de su prima, dirige su mirada y nuestra mirada a Dios. María sabe que Dios ha sido grande en su vida y quiere que Dios sea grande en el mundo, que Dios sea grande en todos nosotros.

“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”, le dijo el ángel en la anunciación (Lc 1, 30). María no tiene miedo a dejarse amar por Dios. No tiene miedo de que Dios con su grandeza pueda quitarle algo de su libertad, o quitarnos algo de la nuestra. Ella sabe que, si Dios es grande y porque Dios es grande, también ella y nosotros somos grandes. Dios no oprime la vida del ser humano; todo lo contrario: la eleva y la hace grande: precisamente entonces, el ser humano se hace grande con el esplendor de Dios.

El libro del Génesis (cf. 3,1-7) narra, sin embargo, que nuestros primeros padres, Adán y Eva, pensaron lo contrario. Se dejaron llevar por la serpiente y temieron que, si dejaban a Dios ser Dios, eso quitaría algo a su vida. Quisieron ser como dioses al margen de Dios. Y lo desobedecieron a fin de tener espacio para ellos mismos. Esto es el núcleo del pecado original. Y así “por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rom 5,12), como nos ha recordado hoy san Pablo:

Como en el origen, lo mismo sucede en la época moderna y en la actualidad. Vivimos tiempos de secularización, agnosticismo y cancelación de todo lo cristiano. Se piensa, se cree y se difunde que el ser humano llegará a ser realmente libre si prescinde de Dios y si es totalmente autónomo frente a Dios. Pero cuando Dios desaparece, el hombre no llega a ser más grande ni más libre; al contrario, pierde su dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte en el producto de un progreso sin rumbo, en alguien del que se puede usar y abusar, en esclavo de sus deseos. Eso es precisamente lo que está confirmando la experiencia de nuestra época.

Ahí está el verdadero drama de nuestro tiempo: la quiebra de humanidad por la falta de una visión verdadera del hombre. El error fundamental del hombre actual es querer prescindir de Dios en su vida, erigirse a sí mismo en señor y centro de la existencia. El hombre quiere suplantar a Dios, quiere ser dios sin Dios, y quiere poder cambiar incluso su propia naturaleza de ser hombre o mujer y erigirse en señor y dueño de la vida humana, especialmente al principio y al final.

4. La Virgen nos muestra, por el contrario, que el hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. La Virgen nos invita a dejar que Dios esté presente, a dejar que Dios sea grande en nuestra vida. Así también todo ser humano, todos nosotros tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.

María canta y nos muestra la grandeza del Dios único, en el que todo hombre encuentra la luz y el sentido de la vida, la libertad, la salvación y la felicidad. La humanidad está necesitada de la luz y de la verdad de Dios. Esta necesidad es un verdadero clamor en nuestros días. María, la Virgen de la Cueva Santa, es faro en la oscuridad de nuestra noche, faro que nos conduce hacia la Luz, que es Dios: ella es bendita porque acoge y cumple la Palabra de Dios, fuente de gracia y de salvación; ella es bienaventurada porque ha creído en Dios y se ha fiado de Él; ella es la más grande porque ha dejado a Dios ser grande en su vida.

La Virgen María nos enseña confiar enteramente en Dios. Nos muestra que reconocer a Dios como Dios, reclama que seamos humildes, que estemos dispuestos plenamente a dejarnos amar por Dios y abiertos a su voluntad. Y esto es fuente de la dicha, la vida y la libertad, y raíz de la esperanza.

5. En el Magníficat, María nos canta la verdad de Dios, que no es otra sino su misericordia infinita. Dios ama, engrandece, levanta, sana, libera y salva a cada ser humano. Esta es la verdad de Dios, que ha hecho obras grandes en María.

Y ésta es también la verdad del hombre. Esta es la grandeza de todo ser humano: ser de Dios, ser criatura suya, amada por Él, creada a su imagen y semejanza. Ser de Dios y vivir para Dios, mostrar a Dios y dejar que aparezca su grandeza en el hombre, vivir la obediencia a Dios y cumplir su voluntad: ésta es la más genuina verdad del ser humano.

No nos dejemos llevas por las voces empeñadas en hacer desaparecer a Dios de nuestra vida, de nuestras familias, de la educación de niños, adolescentes y jóvenes, de la cultura y de la vida pública. La historia, incluso la historia muy reciente, demuestra que no puede haber una sociedad libre, ni verdadero progreso humano al margen de Dios. El olvido o rechazo de Dios quiebra interiormente el verdadero sentido de las profundas aspiraciones del hombre, debilita y deforma los valores éticos de convivencia, socava las bases para el respeto de la dignidad inviolable de toda persona humana y priva del fundamento más sólido para el amor, la justicia, el bien, la libertad y la paz. Quien no conoce a Dios, no conoce al hombre, y quien olvida a Dios acaba ignorando la verdadera grandeza y dignidad de todo hombre.

6. En este día de fiesta damos gracias al Señor por el don de esta Madre y pedimos a María que nos ayude a encontrar el buen camino cada día. Ella acoge el amor de Dios con gratitud y gozo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. María acoge a Dios con fe y confianza plenas. Que de manos de María sepamos acoger en nuestras vidas al Dios que nos ama hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de nuestra vida.  Amén.

XCasimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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«Señor!, que bien estamos aquí!

6 de agosto de 2023/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

El Papa Francisco anuncia la celebración del Jubileo de la Juventud en Roma, en 2025

Seúl (Corea del Sur) será la sede de la JMJ de 2027

Mons. Casimiro López ha concelebrado hoy, junto al resto de Obispos y sacerdotes participantes en la JMJ de Lisboa, la Misa de Envío que se ha celebrado esta mañana en el Campo de Gracia, hasta donde se han desplazado desde primera hora los casi mil peregrinos de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

«No soy yo. Es Jesús mismo quien los está mirando en este momento», ha dicho el Papa Francisco durante la homilía de la Misa de Envio que ha clausurado la Jornada Mundial de la Juventud que se ha celebrado en Lisboa, animándolos a «no tener miedo» al tiempo que recordaba las palabras que Jesús les dice a sus discípulos al aparecerse en el monte Tabor.

Imagen: Rafa Rebollar

«Resplandecer, escuchar y no tener miedo» son los tres verbos que, para el Santo Padre, «nos llevamos hoy» tras la proclamación de la Palabra (Mateo 17,1-9), y que han centrado la homilia.

Resplandecer

«Queridos jóvenes, también hoy nosotros necesitamos algo de luz, un destello de luz que sea esperanza para afrontar tantas oscuridades que nos asaltan en la vida, tantas derrotas cotidianas, para afrontarlas con la luz de la resurrección de Jesús».

Imagen: Rafa Rebollar

«Nuestro Dios ilumina: Ilumina nuestra mirada, ilumina nuestro corazón, ilumina nuestra mente, ilumina nuestras ganas de hacer algo en la vida, siempre con la luz del Señor. Pero quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de los reflectores. Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando acogiendo a Jesús aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús, eso nos hace luminosos, eso nos lleva a hacer obras de amor. No te engañes, amiga, amigo: vas a ser luz el día que hagas obras de amor. Pero cuando en vez de hacer obras de amor hacia afuera, mirás a vos mismo como un egoísta, ahí la luz se apaga».

Imagen: Rafa Rebollar

Escuchar

«Todo el secreto está ahí. Escuchá qué te dice Jesús. Yo no sé qué me dice, agarrá el Evangelio y lee lo que dice Jesús y lo que dice en tu corazón, porque Él tiene palabras de vida eterna para nosotros, Él revela que Dios es Padre, es amor. Él nos enseña el camino del amor, escuchalo a Jesús porque por ahí nosotros con buena voluntad emprendemos caminos que parecen ser del amor pero en definitiva son egoísmos disfrazados de amor. Tener cuidado con los egoísmos disfrazados de amor. Escuchalo, porque Él te va a decir cuál es el camino del amor. Escuchalo».

Imagen: Rafa Rebollar

No tengan miedo

«Estas fueron las últimas palabras que en ese momento de la Transfiguración. A ustedes que quieren cambiar el mundo y que quieren luchar por la justicia y la paz; a ustedes, jóvenes, que le ponen ganas y creatividad a la vida, pero que les parece que no es suficiente; a ustedes, jóvenes, que la Iglesia y el mundo necesitan la tierra, necesita la lluvia; a ustedes, jóvenes, que son el presente y el futuro; sí, precisamente a ustedes, jóvenes, hoy les dice: no tengan miedo, no tengan miedo». 

Imagen: Rafa Rebollar

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Homilía de Jueves Santo, Misa “en la Cena del Señor”

1 de abril de 2021/1 Comentario/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 1 de abril de 2021

(Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15).

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor Jesús.

Comienza la Pascua de Jesús.

1. En la tarde del Jueves Santo, toda la Iglesia, también nuestra Iglesia diocesana, vuelve en espíritu al Cenáculo para celebrar la última Cena de Jesus con sus Apóstoles. Trasladémonos en espíritu al Cenáculo para contemplar y traer a nuestra mente y a nuestro corazón los sentimientos y los gestos de Jesús, aquella tarde-noche.

Jesús se ha reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos “la Pascua en honor del Señor” (Ex 12, 11) que conmemora ‘el paso del Señor’ para liberarlo de la esclavitud de Egipto y la Alianza de Dios con su Pueblo. En esta noche, los hijos de Israel comen el cordero, según la prescripción antigua dada por Moisés. Jesús hace lo mismo con los discípulos, fiel a la tradición, que era sólo la “sombra de los bienes futuros” (Heb 10, 1) y la “figura” de la Nueva Alianza. Jesús elige la celebración de la Pascua judía para establecer la nueva y definitiva Alianza. Él es el ‘verdadero cordero sin defecto’, inmolado por la salvación del mundo, para la liberación definitiva del pecado y de la muerte mediante su paso por la muerte a la vida: El es nuestra Pascua

Amor hasta el extremo en la Cruz.

2. Jesús sabe que le ha llegado la “hora” de pasar de este mundo al Padre. Y, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, “los amó hasta el extremo”, nos dice san Juan (13, 1). La última Cena es precisamente el testimonio del amor con que Cristo, el Cordero de Dios, nos ha amado hasta el extremo.

¿Qué significa “los amó hasta el extremo”? Significa hasta el cumplimiento de lo que sucederá al día siguiente. En el Viernes Santo se manifiesta cuánto amó Dios al mundo y cómo es el amor de Dios; es un amor que llega al límite extremo de “dar a su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16). En la Cruz, Cristo ha mostrado que no hay “amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). El amor del Padre por la humanidad se revela en la donación del Hijo mediante la muerte.

La última Cena es el prólogo, la preparación y el anticipo de esta donación. Y en cierto modo lo que ocurre en el Cenáculo va ya más allá de la donación hasta la muerte. El Jueves Santo se manifiesta lo que quiere decir: “Amó hasta el extremo”. Solemos pensar que amar hasta el fin significa hasta la muerte, hasta el último aliento. Sin embargo, la última Cena nos muestra que, para Jesús, “hasta el extremo” significa ir más allá del último aliento en la Cruz: Su amor va más allá de la muerte.

Y en la Eucaristía.

3. Este es precisamente el significado de la institución de la Eucaristía, que tiene lugar en la última Cena. Durante la cena, Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; lo mismo hace con el cáliz: “Esta es mi sangre”. Aquel pan transformado en el Cuerpo de Cristo, y aquel vino convertido en la sangre de Cristo, son ofrecidos en aquella noche, como anuncio y anticipo de la muerte del Señor en la Cruz.

Pero la muerte en la Cruz no es final, sino el comienzo de la Eucaristía. Por eso Jesús dice a sus Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía” (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa para todos los tiempos su donación hasta el último aliento en la Cruz. En cada santa Misa actualizamos este mandato del Señor, actualizamos su sacrificio en la cruz. Como nos dice San Pablo: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga” (1 Cor 11, 26). La Eucaristía es fruto de esta muerte por amor a la humanidad. La recuerda constantemente. La renueva de continuo. La significa siempre y la proclama. La muerte en la Cruz ha venido a ser principio de la nueva venida: de la resurrección a la parusía, “hasta que El venga”. La muerte es ‘sustrato’ de una nueva vida. Amar “hasta el extremo” significa, pues, para Cristo, amar mediante la muerte y más allá de la barrera de la muerte: ¡Amar hasta los extremos de la Eucaristía!

Desde aquel primer Jueves Santo, la Iglesia actualiza sacramental, pero realmente en cada Eucaristía el misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. La Eucaristía es así el manantial de vida y de amor con Dios y con los hermanos. Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía; se deja revitalizar y fortalecer por ella, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Por ello, después de la consagración nos unimos a la aclamación del sacerdote: “Este es el Misterio de nuestra fe”, con las palabras: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!”.

Don del sacerdocio ordenado

4.  Al recordar y agradecer esta tarde el don de la Eucaristía, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado y rezamos por todos nuestros sacerdotes. “Haced esto en conmemoración mía”. Estas palabras de Cristo son confiadas, como tarea específica, a los Apóstoles y a quienes continúan su ministerio. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar, es decir de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto” instituye el sacerdocio ministerial.

La Eucaristía, celebrada por los sacerdotes, hace presente en cada generación y en cualquier rincón de la tierra la obra de Cristo. Nos duele la escasez  de vocaciones al sacerdocio, porque cada vez más comunidades pueden verse privadas de la Eucaristía. Y son Eucaristía no puede haber Iglesia ni comunidad eclesial. Sólo una Iglesia verdaderamente agradecida y enamorada de la Eucaristíase preocupará de suscitar, acoger y acompañar las vocaciones sacerdotales. Y lo hará mediante la oración y el testimonio de santidad.

Amor que se hace servicio en el lavatorio de los pies.

5. Durante la cena, Jesús no dudó en arrodillarse delante de los Apóstoles para lavar sus pies. Cuando Simón Pedro se opone a ello, Él le convence para que le dejara hacer. Era una exigencia particular de la grandeza del momento. Era necesario este lavatorio de los pies, esta purificación en orden a la comunión de la que habrían de participar desde aquel momento.

San Pablo nos recuerda la dignidad con que debe ser tratada la Eucaristía por parte de cuantos se acercan a recibirla. “Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su propia condenación’” (1 Cor 11,28). Antes de comulgar es necesario dejarse lavar los píes, dejar reconciliar por Dios en el sacramento de la Penitencia, si se tiene conciencia de pecado grave. Tenemos que poner mucho empeño en recibir la Eucaristía, y hacerlo en estado de gracia. De lo contrarío, la vida se tornará en muerte.

Al lavarles los pies, el Maestro dice a los Apóstoles: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14). Jesús nos invita a imitarle: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15). No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar y de servir al prójimo. Cada vez que participamos en la Eucaristía, nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, ‘lavar los pies’ de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta de Aquel que “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 7).

El Señor nos invita a abajarnos, a aprender la humildad y hacer de nuestra vida un servicio a los demás. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil.

En la Eucaristía Jesús se nos da. Es el sacramento de su amor. Por la comunión, se une a nosotros y nos hace capaces de amar como él nos ha amado. Ahí brota y tiene su fuente inagotable el mandamiento nuevo del amor. Por eso hoy celebramos el día del amor fraterno.

Nuestro mundo está necesitado de amor, del amor que nos viene de Dios por Cristo en la Eucaristía. Es el único capaz de renovar nuestro mundo. Necesitamos de este amor para derrumbar las barreras de la exclusión, del egoísmo y del odio. Hoy Jesús nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. Merece la pena seguirle y trabajar por el perdón y la reconciliación, por la justicia, el amor y la paz.

En la Eucaristía, encontramos, hermanos, el alimento y la fuerza para salir a los caminos de la vida. Participemos en esta Eucaristía. Seamos signo de unidad y fermento de fraternidad. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía Misa de Medianoche

29 de diciembre de 2020/0 Comentarios/en Noticias, Homilías 2020, Noticias destacadas, Obispo/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral de Segorbe – 24 de Diciembre de 2020

(Is 9,1-3.5-6. Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor.

            Un saludo muy cordial al Cabildo Catedral, a los sacerdotes concelebrantes y a los seminaristas que nos asisten. Os saludo a cuantos desde vuestras casas os habéis unido a nuestra celebración a través del canal de YuouTube de la Diócesis, en especial a los enfermos y mayores. Y ¡cómo no! a cuantos habéis venido a la Catedral a esta Misa del Gallo anticipada, y de modo especial a nuestros niños.

1. En esta Misa de Medianoche resuena una vez el anuncio del ángel a los pastores, como acabamos de proclamar en el Evangelio:“Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,11).Esta es, hermanas y hermanos, la Noticia antigua y siempre nueva que celebramos en la Navidad. Siempre hay Navidad. Desde que este Niño-Dios nació en Belén, siempre tenemos motivo para celebrar su nacimiento. En medio de la noche obscura y fría, cuando el pueblo caminaba en tinieblas y habitaba en tierra y en sombras de muerte (cf. Is 9, 1), nació el Salvador, el Mesías, el Señor. También hoy, en estos tiempos de pandemia, con tanta obscuridad y muerte en nuestra tierra, con tanto dolor, tristeza y angustia, nace el Señor. Por eso es motivo para la esperanza escuchar esa buena Noticia del nacimiento del Hijo de Dios, del Emmanuel, del Dios-con-nosotros-: Dios se ha hecho uno de nosotros, ha asumido nuestra naturaleza para hacernos partícipes de la vida misma de Dios.

            El nacimiento del Niño-Dios es motivo de alegria porque en Él, todos somos amados personalmente y nunca abandonados por Dios. Nada ni nadie podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nos dirá san Pablo (cf. Rom 8,39). Y esto da paz, da tranquilidad, da esperanza. También hoy en tiempos de pandemia, con tanta obscuridad en nuestras vidas, donde a veces parece que hubiéramos perdido la brújula en nuestra existencia, cuanod tanto cuesta abrir los corazones a Dios y cuando ante tanta muerte aún hay quien desea generar más muerte, también hoy nace Dios. Y Él nos trae luz y vida. Y todo ello es expresión del amor de Dios.

2.  Tres palabras, queridos hermanos y hermanas, que resuenan de modo especial en esta noche en la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, y que tienen una actualidad enorme: Luz, Vida y Amor.

            En la obscuridad de la noche brilló una luz grande (cf. Is 9,1; Lc 2,9). En la obscuridad de la noche fría, los pastores, la gente sencilla, percibió la luz y escuchó el anuncio del ángel. “La gloria de Dios los envolvió de claridad” (Lc 2, 9). Dios es la Luz. Y viene a iluminar la existencia de toda la humanidad, nuestra propia existencia, para que nos dejemos llenar de la gloria de Dios, del resplandor de Dios. Nace frágil, humilde y débil, para que no tengamos miedo de acoger a Dios en nuestra vida y su luz en nuestro caminar. No estamos solos. Desde entonces el Hijo de Dios ilumina nuestro camino. En la obscuridad de la pandemia, en las dificultades económicas, en el paro, en la enfermedad e incluso en la muerte, Dios está con nosotros. Porque no vino y marchó, sino que se quedo entre nosotros y con nosotros. Con Él podemos siempre contar, para que nos dejemos iluminar por la Luz que viene en ese Niño, que nace en Belén; para que no nos dejemos llevar por la obscuridad de la desesperanza, de la tristeza, que nos lleva a la congoja y al egoísmo. ¡Cuántas personas se sentirán solas esta noche! Porque los hijos no pueden venir, porque viven solas, porque están en cárcel, porque yacen en los hospitales o en su casas, porque están en la UCI, o porque se sienten abandonados. Él nos dice a todos: no os estáis solos. El es la Luz, que ilumina esta noche santa.

            Es la Luz porque es la Vida. Es la Vida misma de Dios la que nos llega a través de ese Niño. La filosofa judía Hanna Arendt al contemplar el nacimiento de Jesús, el misterio de la Navidad, afirmó: el nacimiento de Jesús nos muestra que nacemos para vivir. Por eso San Irineo puede decir que Dios es la gloria del hombre y, a la vez, que la gloria de Dios es que el hombre viva. Sí, somos creados por amor para la vida, y vida en plenitud. Somos finitos y mortales, y tendremos que atravesar el umbral de la muerte; pero sabemos que el Dios que nos creado, nos espera tras ese umbral porque es un Dios de vivos y no de muertos. Por eso es necesario abrir nuestro corazón a la vida de Dios. Para ello hay que ser sencillos y humildes como aquellos pastores, que no contaban nada en aquella sociedad. Los prepotentes, los soberbios, aquellos que se sienten llenos de sí mismos, no dejan un resquicio para que Dios entre en su vida, para abrirse a la luz, a la vida y al amor de Dios. A veces se nos quiere reducir a materia inerte: de ahí que haya tanta desesperación, y aumenten los suicidios. ¡Cuando no hay sentido trascendente en la vida, cuando pensamos que somos pura materia y que todo termina en la obscuridad de la muerte…!. Pero no. La gloria de Dios es el hombre. La gloria del hombre es Dios mismo. Y Dios quiere que el hombre viva, participando de su misma vida.

            Y así entramos en la tercera palabra: Amor. Dios es Amor cf. 1 Jn 4,8). Y nos ha creado por amor, para la vida y vida en plenitud, para participar de su vida gloriosa en eternidad de eternidades. No somos materia inerte. Somos polvo y volveremos al polvo, sí; pero ahí no se termina todo. Cristo Jesús, aquel Niño que es envuelto en pañales y así se nos preanuncia de algún modo su mortaja, morirá y resucitará para darnos la vida misma de Dios, para que resucitemos en cuerpo y alma como Él. Esto nos da esperanza, la esperanza que no defrauda. Esperamos la vida eterna que nos alienta para luchar por la vida y el bien en esta tierra.

            Los cristianos sabemos que toda la creación y la persona humana en especial son hechura de Dios. Este es el fundamento de su dignidad; toda persona es digna de ser  acogida, protegida, cuidada y acompañada siempre y de modo especial en la muerte. Porque es una creatura de Dios. Y solo a Dios le debe la vida, y solo Dios es el Señor de la vida. Debemos abrirnos al amor de Dios, dejarnos amar por Dios. Es lo más grande que nos puede ocurrir. Porque es un amor personal y eterno, un amor que se dona y entrega, un amor siempre fiel. Por eso san Pablo nos decía que hemos de liberarnos de todo aquello que nos impide las buenas obras (cf. Tit 2,14). Dios nos ha hechos libres, sí. Pero, en primer lugar, nos quiere liberar de todo aquello que nos impide hacer el bien. No es una libertad de decidir y de elegir, sin saber qué. El nos salva y libera de verdad de todo aquello que nos atenaza para vivir de verdad un amor entregado, como nos muestra el Señor que se entrega hasta el final para darnos el amor de Dios. Para que nos llenemos de su amor y así seamos así testigos del amor de Dios para cuantos nos rodean: en este momento de pandemia, con los que sufren, con los que han perdido el sentido de su vida, con los que están desesperanzados, con los que pasan hambre, con los que están hospitalizados, con las personas que viven solas, con tantas y tantas penurias.

            Quien se deja llenar del amor de Dios en este Niño-Dios, lo da a los demás: a los niños, al esposo o a la esposa, en la familia, en la sociedad. Solo así construiremos desde Dios una sociedad verdaderamente humana, fraterna, solidaria.

3. Hermanas y hermanos en el Señor: Que no ocurra hoy como aquella noche en Belén, que no había sitio para ellos en la posada. Que hagamos sitio para este Niño-Dios en nuestro corazón. Que nuestro corazón se conviertan en posada, y, si queréis en, pesebre, para que el Niño-Dios nazca en lo más profundo de nosotros y nos dejemos trasformar por Él, por su Luz, por su Vida y por su Amor. Esto será motivo de alegría para todos nosotros, como lo fue aquella noche para los pastores. Así nos acercaremos al final de la Misa -este año de forma distinta-, a adorar al Niño y a contemplar el misterio de la Navidad. Dejémonos tocar por la cercanía de ese Dios, que nace frágil y humilde para que no tengamos miedo de acogerle a Él en nuestra vida. Así esta Navidad, aunque distinta por tantas cosas, será una verdadera Navidad.

            Feliz y santa Navidad para todos.

+ Casimiro López Llorente

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✝️Ha fallecido el Rvdo. D. Miguel Antolí Guarch, a los 91 años.🕯️La Misa exequial será mañana, jueves 15 de mayo, a las 11:00 h en la Concatedral de Santa María (Castellón), presidida por nuestro Obispo D. Casimiro.🙏 Que descanse en la paz de Cristo. ... Ver másVer menos

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