Homilía en la Misa Crismal y apertura del Año Jubilar Diocesano
Segorbe, S. I. Catedral-Basílica, 12 de abril de 2022
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(Is 61,1-3ª.6ª.8b-9; Sal 88; Apo 1,5-8; Lc 4,16-21)
1. «La gracia y la paz de parte de Jesucristo, el testigo fiel» (cf. Ap 1,5-6),sea con todos vosotros, hermanas y hermanos en el Señor. Os saludo con emoción y afecto a todos vosotros, queridos sacerdotes, Cabildos Catedral y Concatedral, Vicarios General y Episcopales, diáconos permanentes y seminaristas, religiosos y religiosas, consagrados en general y laicos. Mi saludo agradecido y respetuoso a las autoridades y representaciones que han tenido a bien acompañarnos en un día tan señalado para nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón. Saludo también a cuantos os habéis unido a nuestra celebración a través de la TV, en especial para los enfermos, ancianos e impedidos a salir de sus casas.
Convocados para la Misa Crismal
2. Nos encontramos reunidos en nuestra Catedral diocesana en Segorbe, la iglesia-madre de todas las demás iglesias de la diócesis. Esta es la casa de Dios, la morada visible de Dios entre los hombres; y esta es también la casa de nuestra comunidad diocesana, llamada a ser morada de Dios entre los hombres, presencia transparente de su amor, de su misericordia y de su Salvación para todos.
Hemos sido convocados por Jesucristo en torno a la mesa de la Palabra y la Eucaristía para consagrar el santo Crisma y bendecir los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Recordemos que con el Crisma, aceite perfumado que representa al Espíritu Santo, son ungidos quienes reciben el bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal; y con el óleo de los catecúmenos son ungidos quienes reciben el bautismo y con el de los enfermos quienes sufren grave enfermedad o las personas mayores.
Y la apertura del Año Jubilar Diocesano
3. Y con esta Misa inauguramos el Año Jubilar diocesano para conmemorar el 775º Aniversario de la creación de la sede episcopal en esta Ciudad por Inocencio IV tal día como hoy del año 1247, origen de nuestra Iglesia diocesana, hoy de Segorbe-Castellón.
Con profunda alegría nos unimos hoy al salmista para cantar “eternamente las misericordias del Señor” (Ps 88), porque “Dios ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Ps 125). A Dios le damos gracias porque nos ha elegido para ser su Iglesia diocesana; gracias le damos por todos los dones recibidos a lo largo de estos casi ocho siglos de historia: dones y testimonios de santidad, en algunos casos hasta el martirio; dones y obras de evangelización, de santificación y de caridad hacia los más pobres y necesitados; y obras de patrimonio y de cultura, signos y frutos de la fe cristiana.
Nuestro Jubileo es un Año de gracia de Dios. En este tiempo, Dios derramará gracias especiales y abundantes sobre toda nuestra Iglesia diocesana, en especial, el perdón de nuestros pecados y la Indulgencia plenaria; gracias que Dios nos concede para impulsar nuestra conversión personal y nuestra purificación personal y la de nuestras comunidades, gracias para la renovación pastoral y de conversión a la misión de toda nuestra Iglesia. Sólo abriendo nuestro corazón a Dios y su gracia recuperaremos lo que con nuestras solas fuerzas no podemos alcanzar: la amistad de Dios y su gracia. Esta es la fuente de la que hemos de beber siempre para ser una Iglesia viva, santa y misionera, en sus miembros y comunidades.
¿Cómo vivir este Jubileo? Con fe confiada, humildad agradecida y esperanza renovada, acogiendo la Palabra de Dios que hemos proclamado y el profundo significado de esta Misa Crismal para los bautizados, las comunidades eclesiales y toda nuestra Iglesia.
En el Evangelio de hoy acabamos de escuchar. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 20,18-19). Estas palabras del profeta Isaías, proclamadas por Jesús aquel sábado en la sinagoga de Nazaret, se refieren, en primer lugar, a Jesús mismo y a su misión mesiánica. “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”, dice Jesús. Y valen también para nosotros. Cristo mismo glorificado a la derecha del Padre sigue enviando el Espíritu Santo sobre las personas, las comunidades y sobre toda la Iglesia. El “hoy” de que habla el Evangelio no pasa, es permanente y siempre actual: porque todos nosotros, los bautizados, hemos sido también ungidos y enviados; somos partícipes de la unción y misión de Cristo. Me detendré en tres palabras del Evangelio: Espíritu Santo, unción y envío.
Dóciles a la acción del Espíritu Santo.
4. En primer lugar, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que está en Jesús de Nazaret y lo ha ungido, este mismo Espíritu desciende hoy de nuevo sobre el óleo perfumado para hacerlo sacramento de la plenitud de vida cristiana para los que serán bautizados y confirmados. El Espíritu Santo desciende así hoy de nuevo también sobre toda nuestra Iglesia diocesana.
El Espíritu Santo es el principio de vida de cada bautizado y de toda nuestra Iglesia. Él es quien nos perdona los pecados y por el que renacemos a la Vida misma de Dios por Cristo. Él es quien nos convierte, renueva y santifica; quien crea y fortalece nuestra unión con Dios y con los hermanos. El es quien nos incorpora a la Iglesia, a esta Iglesia diocesana y nos hace sentirla como propia, como nuestra familia, como la familia de los hijos e hijas de Dios que peregrina en Segorbe-Castellón. El Espíritu Santo es el creador de la unidad y de fraternidad. Distribuye ministerios y carismas distintos para el bien de todo el pueblo de Dios. El Espíritu es quien nos alienta y nos muestra los caminos en nuestra misión de evangelizar y de santificar; quien nos impele a mostrar el amor y la misericordia de Dios a todos, en especial a los más débiles y necesitados. El poder del Espíritu fecunda y alienta hoy de nuevo a esta Iglesia nuestra en su vida y su misión. Seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo en cada uno nosotros y en nuestra Iglesia diocesana.
Como bautizados: ungidos y consagrados por el Espíritu Santo.
5. En segundo lugar, la unción. Jesús de Nazaret es el Ungido por el Espíritu Santo, por excelencia y sin parangón, porque, como Hijo de Dios, está unido desde la eternidad al Padre y al Espíritu Santo. También los bautizados somos ungidos en nuestro bautismo por el Espíritu Santo con el Crisma, y consagrados como “templos del Espíritu Santo”. El Espíritu habita en nosotros. Como ungidos y consagrados, todos los cristianos estamos llamados a dejar que la fe y la nueva vida de Dios, recibidas en el Bautismo, exhalen el perfume de un vida santa por el buen olor de las buenas obras. Toda nuestra Iglesia, todos los cristianos, de cualquier estado o condición, estamos llamados a la santidad, es decir, a la plenitud de vida cristiana y a la perfección del amor (LG 40). Todos los cristianos, por el bautismo, participamos del sacerdocio del Señor y estamos llamados a ofrecernos con él, a ofrecer nuestra persona y nuestra existencia por la salvación del mundo. En nuestro bautismo hemos sido ungidos y consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para ofrecer, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales.
Si somos humildes y sinceros, reconoceremos que, de un modo u otro, todos alguna vez no hemos correspondido a esta llamada amorosa de Dios a ser sus hijos, a ser piedras vivas de su templo, de su Iglesia. El Jubileo es una ocasión para recuperar la frescura de nuestra unción bautismal y la belleza de nuestro bautismo. Estamos llamados a ser piedras vivas de este templo de Dios vivo, que es nuestra Iglesia y que el Espíritu va edificando en medio del mundo. Como criaturas nuevas, somos convocados a vivir la belleza de una vida auténtica en el seguimiento de Jesús, a dejarnos purificar de todo pecado, de toda mundanidad, de toda tibieza. Dejémonos encontrar o reencontrar por el Señor Jesús; dejémonos renovar por el Espíritu Santo; vivamos con alegría nuestra condición de cristianos y nuestra pertenencia a esta Iglesia de Jesús de Segorbe-Castellón.
Para salir a misión
6. Y, por último, el envío y la misión. Las palabras de Isaías que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret y esta Misa tocan el corazón mismo de nuestra Iglesia diocesana, que ha sido convocada para ser enviada a la misión. El Crisma con el que somos ungidos en el bautismo nos recuerda que todos los bautizados participamos de la unción del Señor y que todos estamos enviados como él a evangelizar, a llevar al mundo la vida, el amor y la misericordia de Dios. Nuestra unción bautismal es para la misión. La consagración hoy el santo Crisma, nos ofrece la oportunidad de recordar la unción en nuestro bautismo. Le pedimos al Señor que avive en nosotros la consciencia de que hemos sido ungidos y enviados a anunciar el Evangelio a los pobres de pan, de cultura y de Dios: a abrir los ojos a los ciegos en el espíritu, a curar los corazones desgarrados, a liberar a los cautivos, a anunciar el año de gracia del Señor. Un don precioso y una tarea hermosa. Seamos discípulos misioneros del Señor; pero no en solitario, sino caminando juntos como Iglesia del Señor.
Sabemos que hoy son muchos los desafíos y las dificultades para la evangelización; el mundo actual es cada día más refractario a Dios, a Cristo y al Evangelio. Pero los desarrollos tecnológicos y sociales plantean posibilidades que no logramos aprovechar. Los destinatarios de la evangelización se multiplican dentro y fuera de nuestra Iglesia. La mies es mucha; la mies es cada vez mayor. Pero pensemos en nosotros llamados con urgencia a evangelizar. La pregunta sobre cómo evangelizar, cómo transmitir la fe hoy, se convierte en una pregunta sobre nuestra Iglesia. El Señor nos pregunta esta mañana: ¿Qué dices de ti, Iglesia de Segorbe-Castellón? ¿Cómo estás viviendo tu ser ‘morada de Dios entre los hombres? ¿Cómo te sitúas hoy en el contexto social y cultural que te toca vivir? Urge interrogarnos juntos y con sinceridad, entre otras cosas, si estamos evangelizando; si somos capaces de salir de nosotros mismos y conectar con el mundo con nuevas actitudes, con un estilo nuevo y con un renovado ardor; y si estamos convencidos de que anunciar a Jesucristo y el Evangelio es el mejor regalo que podemos hacer a los hombres y mujeres de hoy y a la sociedad. Al salir a la misión hemos de respaldar nuestra palabra con el testimonio humilde de unas comunidades fraternas y de un presbiterio fraterno; y mostrar que es posible amar con un amor verdadero y con la alegría que brota del encuentro con el Resucitado. El Espíritu del Señor está en nosotros y nos alienta y urge a salir a la misión. Dejémonos conducir por el Espíritu Santo.
Los sacerdotes: Ungidos para ser servidores del Pueblo de Dios
7. Queridos sacerdotes: las palabras que estamos meditando conciernen a todos los bautizados, pero resuenan en nuestro corazón de modo específico y personal. El día de nuestra ordenación recibimos una unción especial, para ser pastores, en nombre y representación de Jesús, el Buen Pastor. El nos llama a ser servidores del Pueblo de Dios que peregrina en Segorbe-Castellón. Estamos llamados a servir a todos los bautizados para que vivan su unción y su envío bautismal. Ellos necesitan y reclaman nuestro testimonio y apoyo para hacer de su vida una ofrenda a Dios y una entrega a los demás en la vocación concreta de cada uno; en una palabra, estamos llamados a servir para que nuestros bautizados sean discípulos misioneros del Señor, para que toda nuestra Iglesia diocesana, en sus miembros y comunidades sea misionera.
En breves momentos vamos a renovar nuestras promesas sacerdotales. Para ser servidores de la unción bautismal de los fieles, los pastores debemos dar un testimonio coherente de vida, de fraternidad sacerdotal y de comunión en la fe y la misión con toda nuestra Iglesia diocesana. Evitemos caer en el individualismo, la rutina, la mediocridad o la tibieza, que matan toda clase de amor. Estemos atentos a las necesidades de cada comunidad cristiana y seamos fieles a la misión de anunciar a todos el Evangelio.
8. Acojamos y vivamos con gratitud este Año de gracia que Dios nos concede para nuestra renovación personal y comunitaria. Que Dios nos conceda la gracia de crecer en comunión para salir a la misión. Así se lo pido al Señor por intercesión de nuestros santos Patronos, la Virgen de la Cueva Santa y San Pascual Bailón. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón