El cuidado de los enfermos incurables
Queridos diocesanos:
El tema del final de la vida humana está de nuevo en el primer plano de la actualidad. Es sabido que el Parlamento está tramitando la ley de la eutanasia y el suicidio asistido. ¡Como si nuestros legisladores no tuvieran suficientes muertos a causa de la pandemia! Para hacer social y legalmente aceptable la eutanasia se manipula el lenguaje: se llama ‘muerte digna’ a lo que no es sino la eliminación de un ser humano. Se juega con el temor ante el dolor en la enfermedad o la muerte, o se suscita una falsa piedad con el que sufre, que no lleva al compromiso con él, sino a su aniquilación. A veces se aplica un criterio tan subjetivo y relativo como ‘calidad de vida’ para decidir quién tiene derecho a seguir viviendo o ha de ser eliminado. Algunos lo presentan incluso como respuesta aceptable al problema del dolor y del sufrimiento; pero sabemos que, si bien hemos de hacer todo lo posible para paliar el sufrimiento, no está en nuestras manos extirparlo por completo, porque no podemos desprendernos de nuestra limitación humana.
En este contexto, la Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de ofrecernos un documento con el título Samaritanus bonus (el buen Samaritano) sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. Es un documento muy importante, claro en su exposición y fácil de leer. En él se tratan de una forma orgánica los principales temas relacionados con la eutanasia, o, mejor, con el cuidado que debemos ofrecer a los enfermos incurables –teniendo como modelo de referencia al buen Samaritano- para que tengan de verdad una muerte conforme a su dignidad humana. Recomiendo a todos su lectura detenida. Nos ayudará a todos a formar nuestra conciencia moral; y les ayudará también en su misión a cuantos están en contacto con los enfermos en las fases críticas y terminales de la vida: familiares, personal sanitario, sacerdotes y agentes de pastoral.
La eutanasia o el suicidio asistido es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro. En efecto, en sentido propio, por eutanasia se debe entender toda acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte de un ser humano con el fin de evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien porque otros consideran que su vida ya no merece ser vivida ni mantenida.
La Iglesia considera ‘como enseñanza definitiva’ que la eutanasia es un crimen contra la vida humana; es una grave violación de la ley de Dios y un atentado a la dignidad de la persona. Toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave contra la vida humana. Cosa distinta a la eutanasia o al suicidio asistido es aquella acción u omisión que no causa la muerte por si misma o por la intención, como son la administración adecuada de calmantes, aunque puedan acortar la vida, o la renuncia a terapias desproporcionadas, que retrasan indebidamente la muerte.
En la eutanasia y en el suicidio asistido están en juego la dignidad de la persona y de la vida que ha recibido. Todo ser humano tiene la experiencia de que ha recibido la vida, de que la vida le ha sido dada. La vida es un don sagrado e inviolable. Una vez recibida la vida, no se puede hacer lo que se quiera con ella, con la propia y con la ajena; ha de ser acogida, respetada y protegida por todos, incluido el Estado, hasta su muerte natural. Tampoco una mayoría de votos legitima para disponer de la vida de las personas. Las leyes que la legalizan son, por tanto, gravemente injustas. Nadie es dueño absoluto de la vida, de la propia o de la ajena; ni existe un derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida.
No siempre se puede garantizar la curación, pero a la persona que vive debemos y podemos cuidarla siempre: sin acortar su vida nosotros mismos, pero también sin ensañarnos inútilmente. Es nuestro deber administrar siempre a los enfermos en condiciones críticas y/o terminales los cuidados básicos de la alimentación y de la hidratación. Además hemos de ofrecerles los cuidados paliativos, que tienen como objetivo aliviar los sufrimientos en la fase final de la enfermedad y de asegurar al paciente un adecuado acompañamiento humano, afectivo y espiritual. Los cuidados paliativos son un instrumento precioso e irrenunciable para acompañar al paciente en las fases más dolorosas, penosas, crónicas y terminales de la enfermedad; son la expresión más auténtica de la acción humana y cristiana del cuidado de estos enfermos.
Se trata, pues, de cuidar y de respetar la vida de todo ser humano y su verdadera dignidad hasta su muerte natural. La vida humana es digna siempre; tiene su origen y destino en Dios.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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