Queridos diocesanos:
Este domingo, 26 de septiembre, celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado. Lo hacemos bajo el lema, elegido por el Papa Francisco, “Hacia un ‘nosotros’ cada vez más grande”. El Santo Padre coloca así la Jornada de este año ante el horizonte de la fraternidad universal, tema central de su Encíclica Fratelli tutti. Francisco nos indica el camino: Hemos de salir de un «nosotros» pequeño y cerrado, reducido por fronteras o por intereses políticos o económicos, para ir a un «nosotros»; es el proyecto de Dios creador, que quiere que todos vivamos como hermanos compartiendo la misma dignidad que Él nos da,
En efecto; “Dios creó al ser humano a su imagen, lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Dios los bendijo diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1,27-28). Dios nos creó varón y mujer, seres diferentes y complementarios para formar juntos un ‘nosotros’, destinado a ser cada vez más grande. Dios nos creó a su imagen, a imagen de su ser uno y trino, comunión en la diversidad. Y cuando, a causa de su desobediencia, el ser humano se alejó de Dios, Él ofreció un camino de reconciliación, no a los individuos, sino a un pueblo, a un nosotros destinado a incluir a toda la familia humana, a todos los pueblos: “¡Esta es la morada de Dios entre los hombres! Él habitará entre ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos” (Ap 21,3). La historia de la salvación ve, por tanto, un nosotros al inicio y un nosotros al final, y en el centro, el misterio de Cristo, muerto y resucitado para “que todos sean uno” (Jn 17,21). La historia y el presente, sin embargo, nos muestran que el nosotros querido por Dios está roto y fragmentado, herido y desfigurado. Y el precio más elevado lo pagan los migrantes, los refugiados o los marginados (cf. Mensaje del Papa para este año).
Así pues, cada ser humano es hijo de Dios por haber sido creado por Dios a su imagen. Se trata, entonces, de que sepamos verlo también en todo migrante y refugiado y así podamos ayudar a los de cerca y a los de lejos; se trata de ver en cada ser humano un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados. El otro se convierte así en una ocasión que Dios nos ofrece para contribuir a la construcción de un mundo más justo, más solidario y más fraterno. La fraternidad universal es un deseo y un don de Dios, que hemos de saber acoger con gratitud, y, a la vez, una llamada a vivir el don de la fraternidad con un verdadero compromiso.
Gracias a la paternidad universal de Dios todos formamos parte de la gran familia humana. Más allá de toda diferencia de país, etnia, cultura, lengua o religión existe una igual dignidad de todo ser humano, por ser hijo de Dios; estamos llamados a acoger, proteger, promover e integrar a migrantes y refugiados. Todos somos responsables de todos. En realidad, todos estamos en la misma barca y estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, que no haya más otros, sino sólo un nosotros, grande como toda la humanidad.
Esta Jornada quiere sensibilizarnos y comprometernos ante el fenómeno de la emigración, que afecta a millones de personas y a muchos miles entre nosotros. Recordemos las dramáticas crisis migratorias en las fronteras de Canarias, o en Ceuta y Melilla. El hambre, las catástrofes, las guerras y las consecuencias del cambio climático siguen obligando a muchos a salir de su tierra. A los creyentes y a nuestra Iglesia no nos pueden ser indiferentes los emigrantes y refugiados. Los cristianos y las comunidades cristianas hemos de tomar mayor conciencia de los problemas humanos, sociales y pastorales de estas personas. Nos urge seguir revisando nuestras actitudes y nuestro compromiso con los emigrantes, refugiados y sus familias, para dar respuestas acordes con el Evangelio.
En el centro de nuestra atención han de estar siempre las personas, y hemos de ser capaces de pasar de una cultura del rechazo o del descarte a una cultura del encuentro y de la acogida, de la integración y de la comunión. Por ello es necesario tener y fomentar actitudes y comportamientos basados en la acogida, la solidaridad y la fraternidad. Recordemos las palabras de Jesús: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35). Jesús se identifica con la persona del emigrante y refugiado; y nos pide acogerlos y amarlos, como si de Él mismo se tratara. Así caminaremos hacia un ‘nosotros’ cada vez más grande, hacia la fraternidad universal, querida por Dios.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón