El Cristo del Cabonaire de la Vall celebra su fiesta y el 50 aniversario
“Es una procesión en la que participa todo el pueblo”, afirmaba un feligrés mientras centenares de vecinos de la Vall d’Uixó esperaban frente a la parroquia del Cristo del Carbonaire a que sacaran a pulso – y con un mínimo margen que dejaba la puerta principal – la imagen del titular. La Eucaristía, presidida ayer, 16 de octubre, por el Obispo de la Diócesis, celebraba también el 50 aniversario de la creación de la parroquia. “Que esta celebración cale en el corazón, y la parroquia del Cristo os convirtáis en una comunidad fraterna, centrada en Cristo, para mostrar en el barrio al Dios que es compasión y sufre con nosotros para llevarnos a la vida”, exhortaba Mons. López Llorente.
El Obispo José Pont y Gol, el primer domingo de Adviento de 1968, deseaba que las cuatro nuevas parroquias de la Vall fueran “un núcleo de familia cristiana”. Cincuenta años después, Mons. Casimiro López Llorente animaba a “no olvidar nunca las acciones del Señor”, y recomendaba “mirar al Cristo porque nos muestra el verdadero rostro de Dios: un amor eterno, infinito, compasivo y misericordioso”.
En la celebración participaron junto al Obispo y el párroco, Julio Alonso, los anteriores sacerdotes responsables de la comunidad: Carlos Mauricio, Manuel Agost y Vicente Paulo. Los reencuentros con los fieles evocaban que el Cristo del Carbonaire es una comunidad viva y cercana a la que, por boca de Mons. López Llorente, Cristo volvía a interrogar quien es él para cada uno: “Es un día para que nos preguntemos cómo está nuestra fe en Dios y su hijo Jesucristo”.
Mirar, creer y vivir
Para verificar el pulso, el Obispo proponía tres palabras: mirar, creer y vivir. Mirar a Cristo y contemplar la manifestación suprema del amor de Dios por la humanidad, por nuestro pueblo y por la Iglesia. Creer, es decir, confiar en Dios, y ponerlo en el centro de la existencia, conviviendo con la comunidad y dejándose transformar el corazón: “las estructuras injustas no cambian si no cambia el corazón, y Dios es el único que lo puede hacer”. Y en tercer lugar, vivir la nueva vida recibida en el bautismo y alimentada por la Palabra de Dios y la Eucaristía para llevar la a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.
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