Queridos diocesanos:
Este domingo, 1de junio, solemnidad de la Ascensión del Señor, se celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, bajo el lema “Compartan con mansedumbre la esperanza que hay en sus corazones”. Con motivo del presente año jubilar, “peregrinos de esperanza”, el mensaje para la Jornada de este año del recordado papa Francisco evoca que “la esperanza es siempre un proyecto comunitario”, y que para los cristianos “la esperanza no es una elección opcional, sino una condición imprescindible”. A periodistas y comunicadores –podríamos decir que a todos- nos exhorta a poner en el centro de la comunicación la responsabilidad personal y colectiva hacia el prójimo para ser comunicadores de esperanza y servidores de la paz.
Para ello es necesario antes de nada desarmar la comunicación y purificarla de toda agresividad. “Hoy en día, con mucha frecuencia la comunicación no genera esperanza, sino miedo y desesperación, prejuicio y rencor, fanatismo e incluso odio. Muchas veces se simplifica la realidad para suscitar reacciones instintivas; se usa la palabra como un puñal; se utiliza incluso informaciones falsas o deformadas hábilmente para lanzar mensajes destinados a incitar los ánimos, a provocar, a herir”. Lo que preocupa es la construcción del relato manipulando la realidad para servir a intereses inconfesados e inconfesables. Esto termina minando las bases de la sociedad, la capacidad de trabajar juntos por el bien común, de escucharnos y de comprender las razones del otro. Parece que identificar un enemigo para atacarlo verbalmente sea indispensable para autoafirmarse. Y cuando el otro se convierte en enemigo, cuando su dignidad se oscurece para humillarlo, también se pierde la posibilidad de generar esperanza.
El Papa León XIV, en su discurso a los Representantes de los MCS, de 12 de mayo de 2025, insistió también en la necesidad de un tipo de comunicación diferente. Comentando la bienaventuranza “felices los que trabajan por la paz” (Mt 5,9), afirma que la misma pide de todos trabajar por una comunicación que “no se reviste de palabras agresivas, no asume el modelo de la competición, no separa nunca la investigación de la verdad del amor con el que humildemente debemos buscarla. La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás; y, en este sentido, el modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental; debemos decir “no” a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra”.
Estamos llamados, pues, a una comunicación veraz y libre de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio, que alimenta la crispación. No sirve una comunicación estridente sino más bien una comunicación capaz de escucha y que recoge la voz de los que no tienen voz. Si queremos desarmar el mundo, hemos de comenzar por desarmar nuestro corazón y nuestras palabras. Una comunicación desarmada y desarmante, enseña el Papa León, nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo y actuar de modo coherente con la dignidad humana de todos.
En la Primera carta de Pedro encontramos una síntesis admirable donde la esperanza se pone en relación con la comunicación cristiana y sirve a la paz: “Glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto” (cf. 3,15-16). La esperanza de los cristianos es el Señor resucitado, que nos ofrece su paz: una paz que cambia los corazones, llega a las familias, a todas las personas, a todos los pueblos y a toda la tierra. La paz de Cristo resucitado es una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente. La promesa de Cristo resucitado de estar siempre con nosotros a través del don del Espíritu Santo nos permite esperar contra toda esperanza, y orar y trabajar por la paz, incluso cuando todo parece perdido. Hemos de estar preparados para dar razón de la esperanza que hay en nosotros, a cualquiera que la pida, “con delicadeza y respeto”. La comunicación de los cristianos y también la comunicación en general deberían estar entretejidas de mansedumbre, de proximidad, al estilo del mayor comunicador de todos los tiempos, Jesús de Nazaret. Comunicar y comunicarse de esa manera ayuda a convertirse en “peregrinos de esperanza” y servidores de la paz.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón