Acoger la Palabra de Dios
Queridos diocesanos:
Por segunda vez celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, querido por el Papa Francisco para celebrar, conocer y divulgar la Palabra de Dios. Ciertamente que desde el Concilio Vaticano II se están llevando a cabo muchas iniciativas para la difusión y conocimiento de la Sagrada Escritura, y su lectura orante. Pero queda mucho por hacer. Aún es muy bajo el número de católicos que disponen de un ejemplar de la Biblia, y menor es el número de quienes la leen con frecuencia, la conocen y oran con ella. A veces vemos también que la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia no se hace con la reverencia y la escucha debidas. Hemos de seguir trabajando para que la Palabra ocupe un lugar central en la vida de la comunidad eclesial y un papel decisivo en la espiritualidad de los cristianos. La Palabra de Dios pide ser leída, proclamada, escuchada y acogida, sabiendo que es Dios mismo quien nos habla aquí y ahora.
No olvidemos que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios escrita. En su origen está el deseo de Dios de comunicarse. En ella, Dios nos abre su corazón, nos muestra su rostro de Padre, nos ofrece su amistad y nos invita a compartir con Él su misma vida; Dios mismo es quien nos habla y quiere suscitar nuestra fe, provocar nuestra conversión y liberarnos de nuestras esclavitudes. La Escritura es la carta de amor de Dios a la humanidad. Él desea para nosotros lo más grande: amar y ser amado.
La Sagrada Escritura ha sido inspirada por Dios; toda ella (Antiguo y Nuevo Testamento) es obra del Espíritu Santo a través de autores humanos y su lenguaje. El Espíritu Santo inspiró no solo la palabra de los profetas y de los demás autores del Antiguo Testamento, sino también que lo pusieran por escrito para así asegurar mejor su transmisión. El mismo Espíritu llenó y condujo a Jesús, Palabra del Padre, de manera eminente en su andadura terrena e inspiró a los Evangelistas para que consignaran por escrito las palabras y obras del Señor. Este mismo Espíritu sembró en los autores la iniciativa y determinó el contenido de los escritos apostólicos del Nuevo Testamento.
El Espíritu Santo está pues activamente presente en el origen de la Escritura, y está también presente y activo hoy en ella cuando se proclama en la liturgia, se lee en la catequesis o se comparte en la lectura creyente y orante de la Palabra. Quien se acerca a la Escritura con espíritu abierto, es internamente trabajado por el Espíritu Santo. Podríamos decir que el Espíritu activa la semilla de la Palabra y, a la vez, remueve y prepara la tierra de los que la escuchan.
Como dice la carta a los Hebreos, “la Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hb 4, 12). Es una palabra viva porque es la Palabra de Dios vivo; dicha o escrita en un contexto, no está ‘encadenada’ a un espacio o tiempo. Para Dios no cuenta el tiempo ni el espacio; su Palabra es contemporánea a todos los tiempos y extensiva a todos los lugares. Es una palabra que se pronuncia aquí y ahora para cada uno de nosotros o para una concreta comunidad cuando se está leyendo o escuchando. El Espíritu Santo la reaviva para salvación de quienes la escuchan con fe. La Biblia no es un simple libro de contenido espiritual. Es una Palabra viva de Alguien –Dios- que se hace presente a través de ella y quiere entablar con nosotros una relación de amor. También son actuales las circunstancias que se dan cita en este encuentro; nos invita a descubrir las nuevas lepras y parálisis, los malos espíritus, las tempestades y los nuevos necesitados.
La Palabra de Dios es siempre eficaz; crea, da el ser a lo que no existe, como nos muestra el libro del Génesis. También Jesús con el poder de su Palabra cura a los enfermos, expulsa malos espíritus, convierte corazones, perdona los pecados y renueva vidas humanas. La Escritura nos ofrece además un tesoro para ir adquiriendo mediante la escucha asidua de la Palabra “la mente de Cristo” (1 Cor 2, 16), es decir, su modo de pensar, su sensibilidad, sus valores, su adhesión al Padre y su debilidad por los pobres. Así la Palabra nos convierte y nos introduce progresivamente en el proyecto divino de la salvación. Nos mueve a reconstruir una y otra vez el edificio de la comunidad cristiana. Nos ofrece luz y consuelo en los momentos de angustia. Nos da aliento y nos llama a la fraternidad solidaria, nos muestra nuestra fragilidad, nos pide fidelidad para cumplir nuestra misión y nos da esperanza para perseverar sin desmayo.
Ahora bien, decir que la Palabra de Dios sea eficaz no significa que siempre sea efectiva. Para que sea efectiva es necesaria su acogida personal e incondicional y el compromiso por parte de quien la escucha. La Escritura, pues, ha de ser siempre escuchada con fe, con espíritu humilde y con voluntad de dejarse transformar y salvar.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón