Con el inicio del mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por las familias en crisis: “oremos para que las familias divididas encuentren en el perdón la curación de sus heridas, redescubriendo incluso en sus diferencias las riquezas de cada uno.”
Oración Mensual
Padre Bueno, Tú quisiste que tu Hijo naciera en una familia, en un espacio de amor y ayuda en el que el Salvador “crecía y se fortalecía». Hoy traemos ante tu mirada a todas las familias atravesadas por la división y la crisis, rogándote que abras en ellas espacios para comunicarse de corazón a corazón, aprendiendo el difícil arte de la reconciliación.
Que el Corazón de tu Hijo Jesús les descubra la buena noticia que esconde la crisis, ayudándoles a afinar el oído del corazón e impulsándoles a dar paso al perdón.
Sopla tu Espíritu sobre todas ellas para que con el sostén de la gracia y el acompañamiento de familiares y amigos puedan dar un nuevo “sí» que haga posible en ellas, que el amor renazca fortalecido, transfigurado, madurado, iluminado.
Amén.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los seminaristas, para que, ayudados por sus formadores, respondan a su vocación y se conviertan en apóstoles alegres que susciten, en medio de los jóvenes, la llamada de Dios al ministerio sacerdotal.”
«Propongamos personalmente a niños, adolescentes y jóvenes la llamada de Dios al sacerdocio tomando como modelo el llamamiento de Jesús a sus apóstoles. La llamada de Jesús fue siempre directa y personal. No tengamos miedo a proponer explícitamente la vocación al sacerdocio. Si la respuesta es negativa ya tenemos respuesta; si es dubitativa hay que hacer un seguimiento, y si es afirmativa ya tenemos una vocación. La propuesta vocacional necesita personas convencidas e identificadas con su vocación.
Hemos de acompañar a los niños, adolescentes y jóvenes que se sienten llamados por el Señor para ayudarles a discernir y madurar su vocación. Con este fin reabrimos hace unos años el Seminario Menor. Pensemos también en el seminario en familia o en grupos de acompañamiento. Los sacerdotes y agentes de pastoral deberían acompañar a las familias y en especial a aquellas que tengan hijos con inquietud vocacional, para que favorezcan la vocación.
Cuidemos con esmero a nuestros seminarios, a nuestros seminaristas y las vocaciones al sacerdocio ordenado. Seamos también generosos en la colecta. La Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes, hombres de Dios para servir a los hermanos».
Con el inicio del mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los nuevos mártires, testigos de Cristo: “Oremos para que quienes en diversas partes del mundo arriesgan su vida por el Evangelio contagien a la Iglesia su valentía y su impulso misionero”.
Hemos venido como peregrinos a esta basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de nuevos mártires, de muchos cristianos asesinados por las locas ideologías del siglo pasado —y también hoy— y asesinados sólo por ser discípulos de Jesús.
El recuerdo de estos testigos heroicos antiguos y recientes nos confirma en la conciencia de que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires. Y los mártires son aquellos que, como nos ha recordado el Libro del Apocalipsis, «esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y la han blanqueado con la sangre del Cordero» (7, 14). Estos han tenido la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y hay también muchos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza mansa del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y amar a Dios sin reservas. Si miramos bien, la causa de cada persecución es el odio: el odio del príncipe de este mundo hacia los que han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección. En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (cf. Juan 15, 12-19) Jesús usa una palabra fuerte y que asusta: la palabra “odio”. Él, que es el maestro del amor, al cual le gustaba tanto hablar de amor, habla de odio. Pero Él quería siempre llamar a las cosas por su nombre. Y nos dice: «¡No os asustéis! El mundo os odiará; pero sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí».
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las vocaciones al sacerdocio ministerial, para que los jóvenes puedan escuchar la llamada de Dios y encuentren testigos y guías para este camino.”
Toda nuestra comunidad diocesana debe sentirse llamada a implicarse en esta tarea: Obispo y sacerdotes, familias y comunidades cristianas, catequistas y otros agentes de pastoral. Esta tarea no es cosa sólo de unos pocos. A ningún cristiano o comunidad cristiana le puede ser indiferente la escasez de vocaciones; no nos puede dar lo mismo que niños, adolescentes y jóvenes puedan o no escuchar, discernir y acoger la posible llamada del Señor a ser pastores misioneros como camino concreto de vivir la llamada de Jesús a todos a ser sus discípulos misioneros. Y a todos nos debe preocupar que nuestras comunidades se puedan ver privadas de sacerdotes, que las cuiden en nombre de Jesús, el Buen Pastor.
Toda vocación es un don de Dios. Por ello lo primero que hemos de hacer es orar con mayor frecuencia e intensidad por las vocaciones al sacerdocio. Jesús mismo nos dice: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).
Además, entre todos hemos de lograr que haya familias y comunidades cristianas capaces de suscitar en nuestros niños y jóvenes un encuentro personal con Cristo que los entusiasme, enamore y provoque su entrega incondicional a Jesús y a los demás.
Con el inicio del mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención por las víctimas de abusos: “Oremos por los que sufren a causa del mal recibido por parte de los miembros de la comunidad eclesial: para que encuentren en la misma Iglesia una respuesta concreta a su dolor y sufrimiento”.
Nuestro trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades. Solo de manera relativamente reciente ha sido objeto de estudios sistemáticos, gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública sobre un problema que antes se consideraba un tabú, es decir, que todos sabían de su existencia, pero del que nadie hablaba. Esto también me trae a la mente la cruel práctica religiosa, difundida en el pasado en algunas culturas, de ofrecer seres humanos —frecuentemente niños— como sacrificio en los ritos paganos. Sin embargo, todavía en la actualidad las estadísticas disponibles sobre los abusos sexuales a menores, publicadas por varias organizaciones y organismos nacionales e internacionales (OMS, Unicef, Interpol, Europol y otros), no muestran la verdadera entidad del fenómeno, con frecuencia subestimado, principalmente porque muchos casos de abusos sexuales a menores no son denunciados, en particular aquellos numerosísimos que se cometen en el ámbito familiar.
De hecho, muy raramente las víctimas confían y buscan ayuda. Detrás de esta reticencia puede estar la vergüenza, la confusión, el miedo a la venganza, los sentimientos de culpa, la desconfianza en las instituciones, los condicionamientos culturales y sociales, pero también la desinformación sobre los servicios y las estructuras que pueden ayudar. Desgraciadamente, la angustia lleva a la amargura, incluso al suicidio, o a veces a vengarse haciendo lo mismo. Lo único cierto es que millones de niños del mundo son víctimas de la explotación y de abusos sexuales.
La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. Hermanos y hermanas, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos. El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder. Nosotros tenemos el deber de escuchar atentamente este sofocado grito silencioso.
Así pues, el objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren. La Iglesia, para lograr dicho objetivo, tiene que estar por encima de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que a menudo instrumentalizan, por intereses varios, los mismos dramas vividos por los pequeños.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “para que el testimonio de los sacerdotes ayude a que broten nuevas vocaciones al sacerdocio y los jóvenes respondan a la llamada de Dios”.
Estamos viendo estos días el gran papel que sacerdotes, religiosos y consagrados están llevando a cabo en esta situación lacerante de pandemia. La importancia de su presencia se ha visto subrayada por tantos testimonios de entrega y acompañamiento en nuestra diócesis y en el mundo entero. En muchos casos, sacerdotes y consagrados han entregado su vida por atender a los contagiados por el coronavirus.
Hemos de rezar con fe e insistencia a Dios para que muchos jóvenes escuchen la voz de Dios, acojan la llamada del Señor a seguirle y entreguen su vida al servicio del Evangelio y de los hermanos, en el sacerdocio o en la vida consagrada. Jesús mismo, el Buen Pastor, nos pide orar por las vocaciones: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38). Jesús mismo, antes de llamar a los apóstoles, pasa la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12). Como la vocación de los discípulos, también las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de la oración confiada e insistente al ‘Señor de la mies’, sea en la oración personal o de las comunidades parroquiales, de las familias cristianas o de los grupos de oración.
Este mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención por una respuesta cristiana a los retos de la bioética: “Recemos para que los cristianos, ante los nuevos desafíos de la bioética, promuevan siempre la defensa de la vida a través de la oración y de la acción social”
«Somos plenamente conscientes de que el umbral del respeto fundamental de la vida humana está siendo transgredido hoy en día de manera brutal, no solo por el comportamiento individual, sino también por los efectos de las opciones y de los acuerdos estructurales. La organización de las ganancias económicas y el ritmo de desarrollo de las tecnologías ofrecen posibilidades nuevas para condicionar la investigación biomédica, la orientación educativa, la selección de necesidades y la calidad humana de los vínculos. La posibilidad de orientar el desarrollo económico y el progreso científico hacia la alianza del hombre y de la mujer, para el cuidado de la humanidad que nos es común, y hacia la dignidad de la persona humana, se basa ciertamente en un amor por la creación que la fe nos ayuda a profundizar e iluminar. La perspectiva de la bioética global, con su amplia visión y su atención a las repercusiones del medio ambiente en la vida y la salud, constituye una notable oportunidad para profundizar la nueva alianza del Evangelio y de la creación.
Otro frente en el que hay que profundizar la reflexión es el de las nuevas tecnologías hoy definidas como “emergentes y convergentes”. Se trata de las tecnologías de la información y de la comunicación, las biotecnologías, las nanotecnologías y la robótica. Hoy es posible intervenir con mucha profundidad en la materia viva utilizando los resultados obtenidos por la física, la genética y la neurociencia, así como por la capacidad de cálculo de máquinas cada vez más potentes. También el cuerpo humano es susceptible de intervenciones tales que pueden modificar no solo sus funciones y prestaciones, sino también sus modos de relación, a nivel personal y social, exponiéndolo cada vez más a la lógica del mercado. Ante todo, es necesario comprender los cambios profundos que se anuncian en estas nuevas fronteras, con el fin de identificar cómo orientarlas hacia el servicio de la persona humana, respetando y promoviendo su dignidad intrínseca. Una tarea muy exigente, que requiere un discernimiento aún más atento de lo habitual, a causa de la complejidad e incertidumbre de los posibles desarrollos. Un discernimiento que podemos definir como «la labor sincera de la conciencia, en su empeño por conocer el bien posible, sobre el que decidir responsablemente el ejercicio correcto de la razón práctica» (Sínodo de los Obispos dedicado a los Jóvenes, Documento final, 27 octubre 2018, 109). Se trata de un proceso de investigación y evaluación que se lleva a cabo a través de la dinámica de la conciencia moral y que, para el creyente, tiene lugar dentro y a la luz de la relación con el Señor Jesús, asumiendo su intencionalidad y sus criterios de elección en la acción (cf. Flp 2,5).»
También, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española (CEE), por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a la vida familiar fundada en el sacramento del matrimonio, para que los jóvenes escuchen la llamada que el Señor les hace y respondan con generosidad”.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, en su carta del 3 de julio de 2021, nos decía que «el hombre y la mujer estamos hechos para amar y ser amados; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. La llamada de Dios creador al amor se profundiza en el bautismo que nos hace hijos e hijas amados de Dios en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor en su seguimiento. Un seguimiento que se concreta en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio. Todo bautizado ha de estar a la escucha y preguntarse por qué camino concreto le llama el Señor para vivir su llamada al amor. En el seguimiento de Jesús, los sacerdotes entregan su vida por amor para servir a la vocación de los hermanos, en nombre y representación Jesús, el buen Pastor. Las personas consagradas son llamadas por Dios para entregarse enteramente a Él con corazón íntegro, para ser signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de su llamada a amar a Dios por encima de todo. Asimismo, el matrimonio es una llamada de Dios a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia.
Ayudemos a todos, y en especial a los jóvenes a ponerse a la escucha de Dios para descubrir el camino concreto por el que Él los llama a vivir su vocación al amor. Esta es la clave de toda existencia humana y cristiana, y garantía de libertad y felicidad».
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