Intenciones de oración del mes de abril
Con el inicio del mes de abril se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el papel de las mujeres: “Oremos para que la dignidad y la riqueza de las mujeres sean reconocidas en todas las culturas, y para que cese la discriminación que sufren en diversas partes del mundo”.
En un discurso a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice y de la red de Universidades católicas SACRU, el Papa Francisco dijo lo siguiente:
[…] En esta luz, quisiera subrayar tres aspectos del cuidado como contribución de las mujeres a una mayor inclusión, a un mayor respeto por los demás y a afrontar de forma nueva desafíos nuevos.
En primer lugar para una mayor inclusión. En el volumen se habla del problema de las discriminaciones que a menudo golpean a las mujeres, como otras categorías débiles de la sociedad. Muchas veces he recordado con fuerza que la diversidad no debe nunca conducir a la desigualdad, sino más bien a una agradecida y recíproca acogida. La verdadera sabiduría, con sus mil facetas, se aprende y se vive caminando juntos, y sólo así se puede convertir en generadora de paz. Vuestra investigación es por tanto una invitación, gracias a las mujeres y en favor de las mujeres, a no discriminar sino a integrar a todos, especialmente a los más frágiles a nivel económico, cultural, racial y de género. Nadie debe ser excluido: este es un principio sagrado. De hecho, el proyecto de Dios Creador es un proyecto «esencialmente inclusivo» —siempre— , que pone en el centro precisamente «a los habitantes de las periferias existenciales» [2]; es un proyecto que, como hace un madre, mira a los hijos como a los dedos diferentes de su mano: inclusiva, siempre.
Segunda aportación: para un mayor respeto del otro. Cada persona debe ser respetada en su dignidad y en sus derechos fundamentales: educación, trabajo, libertad de expresión, etc. Esto vale de forma particular para las mujeres, más fácilmente sujetas a violencias y abusos. Una vez escuché a un experto de historia que decía cómo nacieron las joyas que llevan las mujeres —a las mujeres les gusta llevar joyas, pero ahora también a los hombres—. Había una civilización que tenía la costumbre de que el marido, cuando llegaba a casa, teniendo tantas mujeres, si una no le gustaba le decía: “¡Vete fuera!”; y esa tenía que irse con lo que llevaba encima, no podía entrar a coger sus cosas, no, “te vas ahora”. Es por esto —según esa historia— que las mujeres empezaron a llevar oro encima, y ahí estaría el inicio de las joyas. Quizá es una leyenda, pero interesante. Desde hace mucho tiempo la mujer es el primer material de descarte. Esto es terrible. Cada persona debe ser respetada en sus derechos.
No podemos callar frente a esta plaga de nuestro tiempo. La mujer es usada. ¡Sí, aquí, en una ciudad! Te pagan menos: bueno, eres mujer. Después, ¡cuidado con ir con tripa, porque si te ven embarazada no te dan el trabajo; es más, si en el trabajo te ven que empieza, te mandan a casa. Es una de las modalidades que se utiliza hoy en día en las grandes ciudades: descartar a las mujeres, por ejemplo, con la maternidad. Es importante ver esta realidad, es una plaga. No dejemos sin voz a las mujeres víctimas de abuso, explotación, marginación y presiones indebidas, como las que mencioné con el trabajo. Seamos la voz de su dolor y denunciemos con fuerza las injusticias a las que están sometidas, muchas veces en contextos que las privan de toda posibilidad de defensa y rescate. Pero también demos espacio a sus acciones, natural y poderosamente sensibles y orientadas a la tutela de la vida en todo estado, en toda edad y en toda condición.
Y vamos al último punto: afrontar de modo nuevo desafíos nuevos. La creatividad. La especificidad insustituible de la contribución femenina al bien común es innegable. Lo vemos ya en la Sagrada Escritura, donde a menudo son las mujeres las que determinan importantes puntos de inflexión en momentos decisivos de la historia de la salvación. Pensemos en Sara, Rebeca, Judit, Susana, Rut, para culminar con María y las mujeres que siguieron a Jesús incluso bajo la cruz, donde notamos que de los hombres quedó sólo Juan, los otros se fueron todos. Las valientes estaban ahí: las mujeres. En la historia de la Iglesia, además, pensemos en figuras como Catalina de Siena, Josefina Bakhita, Edith Stein, Teresa de Calcuta y también en las mujeres “de la puerta de al lado”, que con tanto heroísmo llevan adelante matrimonios difíciles, hijos con problemas… La heroicidad de las mujeres. Más allá de los estereotipos de un cierto estilo hagiográfico, son personas impresionantes por su determinación, valentía, fidelidad, capacidad de sufrir y transmitir alegría, honestidad, humildad, tenacidad.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por quienes han recibido los sacramentos de la iniciación cristiana en la Pascua y los que recibirán próximamente el bautismo, la primera comunión o la confirmación, para que profundicen cada vez más en su pertenencia a Cristo y a la Iglesia.”
En la carta del 03.06.2012 (Iniciación cristiana de adultos), nuestro Obispo D. Casimiro nos decía lo siguiente:
La Iniciación cristiana es el proceso de inserción en el misterio de Cristo, muerto y resucitado: es un don de Dios que recibe la persona humana por mediación de la Madre Iglesia. De ahí que se llame Iniciación cristiana a todo el proceso o camino en el que la Iglesia hace nuevos cristianos. Tres aspectos inseparables son esenciales en este proceso: la iniciativa de Dios, la respuesta de la persona humana y la mediación de la Madre Iglesia.
La Iniciación cristiana es, antes de nada y en primer lugar, un don de Dios: sólo Él puede hacer que el ser humano renazca en Cristo por el agua y el Espíritu; sólo Él puede comunicar vida eterna. Suya es la iniciativa y suya la capacidad de santificar al ser humano por su gracia. Ésta se comunica eficazmente en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que divinizan al hombre. Ahora bien, la Iniciación cristiana es un don de Dios que recibe la persona humana: el hombre, auxiliado por la gracia divina, responde libre y generosamente al don de Dios, recorriendo un camino de liberación del pecado y de crecimiento en la fe. La gracia santificante comunicada en los sacramentos es un don al que se puede y se ha de responder libremente con la ayuda del Espíritu Santo para que dé sus frutos; esa gracia incide y ha de incidir en todas las dimensiones que configuran la existencia humana. Y, en tercer lugar, la Iniciación cristiana es un don de Dios que recibe la persona humana por mediación de la Madre Iglesia. La Iglesia recibe la vida de Cristo para engendrar, por mandato suyo y por la acción del Espíritu Santo, nuevos hijos para Dios de todos los pueblos de la tierra.