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Listado de la etiqueta: ordenación diaconal

El Obispo, D. Casimiro, ordena a tres nuevos diáconos: “Toda vuestra vida será desde hoy servicio”

16 de mayo de 2021/1 Comentario/en Noticias destacadas, Ordenaciones, Redemptoris Mater/por obsegorbecastellon

Esta mañana, la S.I. Catedral de Segorbe se ha vestido de fiesta para acoger la ordenación de tres nuevos diáconos para la Iglesia de Segorbe-Castellón. El Obispo, D. Casimiro López Llorente, ha ordenado diáconos a David Vázquez, Wilson González, Jae Kang Albino Hong, del Seminario Diocesano, Internacional y Misionero “Redemptoris Mater”.

Al inicio de la homilía, el Obispo se ha unido a la alegría de los tres seminaristas y sus familias, y ha alabado a Dios “por vuestra vocación sacerdotal y por vuestra ordenación diaconal”, sobre todo “en estos tiempos de escasez vocacional”, por lo que nuestra Iglesia “se ve de nuevo agraciada y enriquecida en vuestras personas, Dios no nos abandona nunca”.

También ha expresado su agradecimiento al Señor por cuidar de ellos “durante todos estos años de formación en los que habéis sabido acoger, discernir y madurar su llamada”, les ha dicho, signo de “la acción amorosa y misericordiosa de Dios”, que les “ha ayudado a superar miedos y temores”.

“Habéis ido descubriendo, cada uno con su historia personal, con vuestras dudas, resistencias y huídas en algún caso, que Dios os había elegido desde siempre para ser sacerdotes; no por vuestros méritos ciertamente, sino por pura gracia”, ha dicho dirigiéndose a ellos.

A raíz de la primera lectura proclamada (Jr. 1,4-9), les ha alertado de que “puede que os embargue también el miedo, miedo ante vosotros mismos por vuestras limitaciones y debilidades, miedo ante la misión en un mundo secularizado y la debilidad de nuestra Iglesia en muchos de sus miembros y comunidades, miedo ante un ambiente cada vez más indiferente ante Dios y hostil frente a su Iglesia”, y ante ello les ha recordado las palabras del Señor a Jeremías: “No les tengas miedo, que yo estaré contigo para librarte”.

Pues “Dios, que os concede el don del ministerio diaconal, os dará también la fuerza para poder vivirlo”, aunque para ello “es necesario acoger y vivir hoy y siempre la vocación y el ministerio con el temor de Dios, para que os sintáis siempre pequeños y pobres ante Dios, para que seáis conscientes hoy y siempre de vuestra flaqueza y debilidad ante la grandeza de Dios y de la misión”.

Mediante la imposición de las manos del Obispo “el Señor va a enviar sobre vosotros su Espíritu Santo y os va a consagrar diáconos”, les ha explicado. Este sacramento “es una gracia que no sólo os capacita para una misión, sino que toca vuestro propio ser, haciendo de vosotros un hombre nuevo”. “Toda vuestra vida será desde hoy servicio”, y “lo que sois, lo que pensáis, lo que sentís, lo que tenéis, incluso lo que esperáis llegar a ser, ya no es vuestro, es del Señor, y en Él, de los hermanos”, ha proseguido nuestro Obispo, invitándoles a seguir el ejemplo de Cristo.

Como servidores de la caridad, “los pobres no os pueden ser ajenos, forman parte de la esencia de vuestra vocación y ministerio diaconal”, pues “ciertamente hoy la pobreza se manifiesta en rostros muy diversos, y vuestra misión es descubrir esos rostros y servirlos como lo hace el mismo Señor, servirlos como serviríais a Cristo, con entrega y delicadeza, con tiempo y con paciencia, con acogida y compasión”.

También serán servidores de la Palabra de Dios, “que habréis de proclamar de un modo creíble”, “pasando por vuestros ojos al leerla, por vuestros oídos al escucharla, por vuestra inteligencia al estudiarla, por vuestro corazón al contemplarla, y por toda vuestra persona al asimilarla y hacerla vida”.

Como servidores en la Eucaristía, “a partir de ahora acompañaréis al Obispo y a los presbíteros en la celebración eucarística”, que es “expresión del amor entregado y servidor de Jesucristo”. “Adorad a Cristo en el servicio eucarístico que vais a ejercer, y recordad que sólo se adora en el amor”, les ha recordado.

“Dentro de un instante vais a prometer obediencia a vuestro Obispo”, les decía, y “ser obediente no está en las palabras, se lleva en el corazón, pues se es obediente en el abandono a la voluntad de Dios, en la aceptación de sus planes que no coinciden con los nuestros, en la renuncia a mis preferencias para afirmar con mi vida y mi actitud la primacía de Dios”.

En relación a la promesa de celibato, ésta “será para vosotros símbolo, y al mismo tiempo estímulo de vuestra caridad pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo”, y gracias a ella “os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad seréis ministros de la obra de la regeneración sobrenatural”.

Por último, D. Casimiro les ha animado a perseverar en la oración, pues “vuestra oración diaria, unidos a toda la Iglesia, aunque la hicierais solos, es expresión de intimidad con el Señor y de amor a vuestro pueblo”. “Rezad cada día con pausa y devoción la oración de la Iglesia, que tiene como centro la Eucaristía, y que consagra a Dios nuestro esfuerzo cotidiano ofreciéndole nuestro tiempo, y en él nuestra vida”.

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Homilía en la ordenación de tres diáconos

16 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021, Ordenaciones, Redemptoris Mater/por obsegorbecastellon

(David Vázquez Parente, Wilson González Lluberes, Jae Kang Albino Hong)

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S.I Catedral-Basílica de Segorbe, 15 de mayo de 2021

(Jr 1,4-9; Sal 83; Hechos ó, 1-7b; Mt 20,25b-28)

Amados todos en el Señor

Alabanza y acción de gracias

1. “Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre” (Sal 83). En esta mañana nos unimos a vuestra alegría, queridos Albino, David y Wilson; y con vosotros alabamos al Señor por su gran amor hacia vosotros, y, en vuestras personas, hacia vuestras familias y hacia toda nuestra Iglesia. El Salmista nos invita a la alabanza y a la acción de gracias a Dios: hoy lo hacemos por vuestra vocación sacerdotal y por vuestra ordenación diaconal: son gracias de Dios para vosotros, pero ante todo para su Iglesia. En estos tiempos de escasez vocacional, nos vemos de nuevo agraciados y enriquecidos en vuestras personas; Dios no nos abandona nunca.

Gracias sean dadas a Dios, que os llamado al sacerdocio, que ha cuidado de vosotros a lo largo de estos años de formación en los que habéis sabido acoger, discernir y madurar su llamada. En todo este proceso vuestro no hay aparentemente nada de extraordinario, salvo la acción amorosa y misericordiosa de Dios. Gracias le sean dadas por vuestro corazón disponible y generoso a su llamada; gracias por vuestra fe confiada en el Señor, que os ha ayudado a superar miedos y temores.

Quiero también expresar mi profunda gratitud y felicitación a vuestros padres y familiares, a cuantos han cuidado de vuestra formación: a vuestros catequistas, formadores y a todos los que os han ayudado a madurar la llamada del Señor; y mi agradecimiento también a cuantos, en momentos de crisis, os han animado a corresponder a la llamada con alegría, confianza y generosidad. Estoy seguro de que seguirán cerca de vosotros y así podáis cumplir la misión que el Señor os confía hoy.

La vocación: elección, don y fuerza de Dios

2. En la primera lectura hemos proclamado la llamada del profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; ante de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles” (Jer 1, 4-5). Jeremías es elegido y llamado por pura gracia de Dios. El Señor le llama no por mérito propio, sino por puro don y gracia. Jeremías, por su parte, se siente indigno ante la grandeza de la elección e incapaz para la difícil misión que Dios le encomienda; tiene miedo ante la misión. Es la elección de Dios, es su llamada y es su fuerza las que hacen de Jeremías profeta del Señor.

Vosotros también, queridos Albino, David y Wilson, habéis ido descubriendo poco a poco –cada uno con su historia personal, con vuestras dudas, resistencias y huídas en algún caso – que Dios os había elegido desde siempre para ser sacerdotes; no por vuestros méritos ciertamente, sino por pura gracia. Vosotros también habéis escuchado la llamada certera del Señor a su seguimiento. El también os dice hoy: “Antes de formarte en el vientre, te escogí”; y, como a los apóstoles, os dice: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15. 17).

Como en el caso de Jeremías puede que os embargue también el miedo: miedo ante vosotros mismos por vuestras limitaciones y debilidades, miedo ante la misión en un mundo secularizado y la debilidad de nuestra iglesia en muchos de sus miembros y comunidades; miedo ante un ambiente cada vez más indiferente ante Dios y hostil frente a su Iglesia. En estas circunstancias resuenan hoy de nuevo las palabras del Señor a Jeremías: “No les tengas miedo, que yo estaré contigo para librarte” (Jer 1, 30). La iniciativa y la fuerza de Dios rompen siempre los débiles razonamientos humanos.

¡No les tengas miedo! os dice el Señor hoy a vosotros. Dios, que os concede el don del ministerio diaconal, os dará también la fuerza para poder vivirlo. Es necesario, sin embargo, acoger y vivir hoy y siempre la vocación y el ministerio con el temor de Dios, para que os sintáis siempre pequeños y pobres ante Dios, para que seáis conscientes hoy y siempre de vuestra flaqueza y debilidad ante la grandeza de Dios y de la misión. Jeremías se ve indigno e incapaz; es la fuerza de Dios lo que le hace superar sus miedos y la que mueve su ministerio.

Consagrados por la imposición de la manos

3. Queridos Wilson, David y Albino: Como lo hicieron los apóstoles con los primeros diáconos, mediante la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor va a enviar sobre vosotros su Espíritu Santo y os va a consagrar diáconos. El sacramento, que vais a recibir, es una gracia que no sólo os capacita para una misión, sino que toca vuestro propio ser, haciendo de vosotros un hombre nuevo; es la gracia que os transforma en diáconos, en servidores. Toda vuestra vida será desde hoy servicio. Lo que sois, lo que pensáis, lo que sentís, lo que tenéis, incluso lo que esperáis llegar a ser, ya no es vuestro, es del Señor, y en Él, de los hermanos.

El servicio es entender y vivir la vida como la entendió y la vivió Cristo, nuestro Señor. El modelo de vuestro servicio ha de ser siempre el modelo del Evangelio. Cristo Siervo ha de inspirar cada momento de vuestra vida, cada rincón de vuestra existencia, nada en nosotros escapa del don que hoy recibís en el diaconado. Con el Siervo Jesús lo podréis todo, sin Él no podréis nada.

A partir de vuestra ordenación diaconal, seréis, pues, en la Iglesia y en el mundo signo e instrumento de Cristo, que no vino “para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Hoy quedaréis configurados con Cristo Siervo para siempre. Habréis, pues, de vivir y mostrar en todo momento con vuestra palabra y con vuestra vida esta vuestra condición de signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, para la salvación de todos.

Para el servicio de la caridad, la Palabra y la Eucaristía 

4. Los primeros diáconos, según nos cuenta el libro de los Hechos de los apóstoles, fueron instituidos para el servicio de las mesas, es decir, para el servicio de la caridad, de los pobres. Los pobres, queridos hermanos, no os pueden ser ajenos, forman parte de la esencia de vuestra vocación y ministerio diaconal. Ciertamente hoy la pobreza se manifiesta en rostros muy diversos; vuestra misión es descubrir esos rostros y servirlos como lo hace el mismo Señor, servirlos como serviríais a Cristo, con entrega y delicadeza, con tiempo y con paciencia, con acogida y compasión.

Recuerdo unas hermosas palabras del Papa Benedicto XVI en la Catedral de la Almudena, dirigida a los seminaristas: “Pedidle, pues, a Él que os conceda imitarlo en su caridad hasta el extremo con todos, sin rehuir a los alejados y pecadores, de forma que, con vuestra ayuda, se conviertan y vuelva al buen camino. Pedidle que os enseñe a estar muy cerca de los enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad. Afrontad este reto sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana, y, por consiguiente, sus defensores incondicionales”.

La primera obra de caridad será mostrar el camino de la fe. Como dijo San Juan Pablo II: “el anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solidaridad” (Mensaje para las migraciones, 2001). Por eso, el ministerio que se os va a encomendar os convierte también en servidores de la Palabra de Dios, que habréis de proclamar de un modo creíble. Cuando os entregue el Evangelio os diré: “convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo y cumple aquello que has enseñado”. Dejaréis que la Palabra pase por vuestros ojos, al leerla; por vuestros oídos, al escucharla; por vuestra inteligencia, al estudiarla; por vuestro corazón, al contemplarla; y por toda vuestra persona, al asimilarla y hacerla vida.

Junto al servicio de la caridad y de la Palabra, se os encomienda la diaconía de la Eucaristía, el servicio del altar. A partir de ahora, acompañaréis al Obispo y a los presbíteros en la celebración eucarística. Colaborando con el Obispo y el sacerdote, sois servidores del “misterio de la fe”, que es misterio de amor y de servicio. La Eucaristía es expresión del amor entregado y servidor de Jesucristo, por eso el servicio cristiano encuentra su fuente en el sacrificio eucarístico. Adorad a Cristo en el servicio eucarístico, que vais a ejercer, y recordad que sólo se adora en el amor.

Con plena disponibilidad

5. “No digas ‘soy un muchacho’, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás” (Jer 1,7), dice Dios a Jeremías. Conscientes de vuestra debilidad como Jeremías, habéis hecho vuestras las palabras de Jesús Siervo: “Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad”. Es la muestra de vuestra plena disponibilidad, que nos habla de obediencia. Dentro de un instante vais a prometer obediencia a vuestro Obispo. Bien sabéis que no es este un rito sin más, ni un acto de cesión de vuestra libertad; todo lo contrario: es el mayor acto de libertad que quiere quedar rendida a la voluntad de Dios expresada en la comunión de la Iglesia, en el ministerio apostólico del Obispo. Ser obediente no está en las palabras, se lleva en el corazón. Se es obediente en el abandono a la voluntad de Dios, en la aceptación de sus planes que no coinciden con los nuestros, en la renuncia a mis preferencias para afirmar con mi vida y mi actitud la primacía de Dios. El acto de obediencia es unirme a Cristo en la obra de la salvación de los hombres.

Expresión también de esta disponibilidad es el celibato que hoy asumís. El celibato “será para vosotros símbolo, y al mismo tiempo, estímulo de vuestra caridad pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más excelente. Por vuestro celibato, en efecto, os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad seréis ministros de la obra de la regeneración sobrenatural” (Ritual de la ordenación de los diáconos).

Vuestra vocación al ministerio sagrado es un misterio, una gracia grande dada a nuestra pequeñez, ¿cómo poder responder entonces a esta llamada?, ¿cómo realizar la misión a la que se nos envía? La respuesta, mis queridos hermanos, está en el Evangelio la unión con Cristo, como los sarmientos a la vid. Unidos a Él lo podemos todo, sin Él no podemos nada. Los frutos del ministerio no son el resultado de nuestras cualidades personales, ni del esfuerzo humano, son el don de la presencia del Señor por la fuerza del Espíritu Santo en nuestra vida.

La Iglesia pone también hoy en vuestras manos, queridos hijos, un medio precioso para la unión con el Señor: la Liturgia de las Horas. Vuestra oración diaria, unidos a toda la Iglesia, aunque la hicierais solos, es expresión de intimidad con el Señor y de amor a vuestro pueblo. Rezad cada día con pausa y devoción la oración de la Iglesia, que tiene como centro la Eucaristía, y que consagra a Dios nuestro esfuerzo cotidiano ofreciéndole nuestro tiempo, y en él nuestra vida. Aunque en muchas ocasiones el cansancio os tiente a dejar la oración, no cedáis, dedicad vuestro mejor tiempo al encuentro con el Señor que será también la mejor garantía de fecundidad apostólica, pues sin Él no podemos hacer nada.

 Y mirad siempre a María, la esclava  del Señor, que acompaña nuestro ministerio con el consuelo y la alegría de los que siguen a Cristo. Que ella os acompañe en el camino de servicio que hoy emprendéis. Que ella ruegue siempre por la Iglesia y por cada uno de nosotros. Amén

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Ordenación diaconal: una llamada a servir a Jesucristo y a la Iglesia de tres jóvenes seminaristas del Redemptoris Mater

14 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Entrevistas, Redemptoris Mater/por obsegorbecastellon

Mañana sábado, día 15 de mayo, la Diócesis de Segorbe-Castellón va a vivir uno de esos acontecimientos que nos llenan de esperanza. El Obispo, D. Casimiro López Llorente, administrará el sagrado Orden del Diaconado (transitorio) a tres seminaristas del Seminario “Redemptoris Mater”. Será a las 11 h. en la S.I. Catedral, en Segorbe.

Se trata de David Vázquez, tiene 27 años y es natural de Morón de la Frontera (Sevilla); de Wilson González, tiene 31 años y es de Santo Domingo (República Dominicana); y de Jae Kong Albino Hong, tiene 37 años y es de Corea del Sur.

Ante vuestra inminente ordenación diaconal, ¿de qué o de quién os acordáis?

Wilson- Yo me acuerdo de mis padres. Gracias al “sí” que ellos le dieron al Señor, luego me transmitieron y me educaron en la fe, me corrigieron con amor. Recuerdo que Dios me sacó de un infierno, de una situación en la que no encontraba sentido a mi vida, y Él me ha regalado el poder ser feliz, me ha sacado de mi país para encontrarse conmigo aquí, en el seminario.   

David- Me acuerdo de toda mi historia, del proceso que ha tenido el Señor conmigo, de todo lo que me ha ayudado, sanando la relación con mi familia, de lo contento que vivo ahora y de cómo puedo descansar en Él. También de mi familia, de mi comunidad de Morón y de la de Castellón. De todas las personas que Dios ha puesto en mi vida para que yo hoy pueda estar aquí, de los formadores, de los compañeros, de los bienhechores del Seminario.

Albino- Yo también me acuerdo de mi familia, sobre todo de mi abuela y de mi madre, que siempre han rezado por mi, me han hablado de Dios y me han transmitido la fe. También de los hermanos de mi comunidad.

El diaconado es un paso previo al sacerdocio, pero en sí mismo también tiene una identidad propia que me gustaría que explicaseis. ¿Quién es el diácono?.

Wilson- Es el servicio. Nos ordenamos, no para ser alguien, sino para servir a la Iglesia, al Obispo y a las comunidades. Me ordeno, no para ser servido sino para servir.

David- Para estar al servicio del Obispo, donde él nos pida, y a los sacerdotes. En la predicación de la Palabra de Dios, en la distribución de la comunión y en las obras de la caridad.

Albino- Si, y además es una confirmación de la llamada de Dios al sacerdocio.

¿Recordáis el día, el momento, en el que en vuestro corazón le dijisteis que “si” al Señor para hacer su voluntad?

David- Nunca me había planteado ser sacerdote, era algo que siempre había rechazado. Yo estudiaba en un colegio de monjas, y en una confesión, en Cuaresma, el cura me preguntó sobre la vocación. Más tarde me vino una pregunta “¿y por qué no?”. En ese momento me entró una inquietud muy fuerte, y empecé a planteármelo, fue un combate de dos años, no lo hablaba con nadie, pero cuando dije que si pude descansar y estaba contento.

Wilson- Para mí fue un momento concreto en el que pude abrirle el corazón a Jesucristo y dejar que entrara. Descansé y vi que Dios me estaba llamando a algo más, a servirle haciendo su voluntad, primero como cristiano, y luego como sacerdote.

Albino- Yo he tenido tres momentos. El primero fue cuando tenía 5 años, cuando fui a Misa con mis padres y vi al sacerdote, en ese momento pensé “quiero ser sacerdote como este hombre”.

En el segundo tenía 17 años, tenía dudas importantes sobre la vida, sobre la vocación y sobre Dios. Un sacerdote me dijo “Dios siempre está contigo”, y entendí que Dios me había creado y me había llamado, pero mi madre murió y sufrí mucho. Le preguntaba al Señor “¿qué quieres de mí?”, y un día fui a un funeral, el cura en la homilía habló sobre el amor de Dios. Ese acontecimiento curó todas mis heridas, y entendí que en realidad, desde los 5 años quería ser sacerdote para hacer mi voluntad, no la de Dios. Entonces acepté la llamada para hacer su voluntad y no la mía.

El tercero es cuando llegué aquí, a España, al seminario. También sufrí porque no era mi cultura, mi idioma… y pensaba que este no era mi sitio, pero sentí que el Dios me decía “sígueme”, como a los discípulos, que lo dejaron todo y le siguieron.     

En este Año de San José, y con motivo de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el Papa dice…

Los sueños condujeron a José a aventuras que nunca habría imaginado. El primero desestabilizó su noviazgo, pero lo convirtió en padre del Mesías; el segundo lo hizo huir a Egipto, pero salvó la vida de su familia; el tercero anunciaba el regreso a su patria y el cuarto le hizo cambiar nuevamente sus planes llevándolo a Nazaret, el mismo lugar donde Jesús iba a comenzar la proclamación del Reino de Dios. En todas estas vicisitudes, la valentía de seguir la voluntad de Dios resultó victoriosa.

¿Es posible abandonarse a la voluntad de Dios sin dejar de lado los propios planes y comodidades?, ¿ha salido victorioso el Señor en vuestra vocación?

Wilson- A pesar de que lo había dejado todo por Él, cuando llegué aquí no entendía nada y me sentía raro, pero poco a poco, con el paso del tiempo, el Señor me iba consolando, y me ha saciado, me ha regalado amor por esta tierra, por los españoles, el sentirme querido por mi comunidad y por mis compañeros.

David- Si que hay que arriesgar por el Señor, sobre todo en el proyecto que uno tiene, pero Él siempre sale victorioso, y te das cuenta de que tu proyecto no era el que te iba a hacer feliz, su proyecto es mucho mejor. Dejas tu familia, arriesgas, y Dios te regala padres, madres, hermanos… Dejas tu casa, pero el Señor me da un montón de casas en las que me acogen y me quieren. Así en muchas otras cosas.

Albino- Él siempre me ha escuchado, pero a su tiempo y a su manera, ha sido un proceso, poco a poco. La llamada cuando tenía 5 años me ha protegido de muchas cosas y de muchos pecados. Estoy muy contento.

Nos lee un joven, con sus dudas y temores, con sus planteamientos de futuro, que está pensando si quizás su vida pasa por el sacerdocio, ¿Qué le diríais?

Wilson- Primero le contaría mi historia, y le diría que estar con Jesucristo es con mucho lo mejor, y también le animaría a escuchar la voz de Dios, sin miedo a abrirse a su voluntad.

David- Que no tenga miedo, yo he tenido muchos miedos y complejos, pero el Señor siempre va saliendo a tu encuentro en cada situación o problema, y te quita este miedo, es mucho más fuerte que todo eso.

Albino- Yo también le animaría a la oración, Dios siempre escucha. Esta vida es un don.

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La Hoja del 9 de mayo

8 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Noticias, La Hoja/por obsegorbecastellon

En La Hoja del 9 de mayo:

  • Pascua del Enfermo: «La relación de confianza, fundamento del cuidado del enfermo».
  • Carta del Obispo, D. Casimiro: «En la Pascua del Enfermo».
  • Ordenación diaconal: una llamada a servir a Jesucristo y a la Iglesia de tres jóvenes seminaristas del Redemptoris Mater.
  • Entrevista: Manuel Martínez-Sellés, Presidente del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid.
  • El Papa de cerca: «Llamados por Dios a promover la cultura del encuentro».
Puedes leer La Hoja AQUÍDescarga

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Ocho nuevos Diáconos Permanentes para la Iglesia de Segorbe – Castellón

1 de febrero de 2020/0 Comentarios/en Comisión Diaconado Permanente, Noticias, Noticias destacadas, Ordenaciones/por obsegorbecastellon

A mediodía, la S. I. Concatedral  de Santa María de Castellón se ha vestido de fiesta para acoger la ordenación de ocho laicos como diáconos permanentes. Sus esposas e hijos, sus familiares y amigos, junto a fieles del resto de la Diócesis y numerosos sacerdotes, han llenado la concatedral para asistir a la ceremonia.

Se trata de Daniel, Carlos, Julio, Alejandro, Guillem, Vicente, Manuel y Francisco, que pertenecen a las parroquias de Santo Tomás de Villanueva de Castellón, Santo Tomas de Villanueva de Benicàssim, Ntra. Señora del Carmen de Burriana, Santa Sofía de Vila-real, La Asunción de Benassal y San Bartolomé de Torreblanca.

Al inicio de su homilía, el Obispo se dirigía a los ordenados asegurando que su ordenación y vocación al diaconado permanente «es una muestra más de la misericordia divina para con cada uno de vosotros, para vuestras familias y comunidades, y sobre todo para nuestra Iglesia diocesana de Segorbe – Castellón», y recordaba que «casi 30 años después, nuestra diócesis acoge de nuevo la ordenación de diáconos permanentes».

Casimiro López Llorente ha manifestado su gran alegría por la ordenación, «vuestra vocación y ordenación son dones de Dios que enriquecen al pueblo santo de Dios que peregrina en esta tierra, y nos recuerda a la vez que nuestra iglesia es servidora de Cristo y de los hombres, por eso hoy está de fiesta», señaló.

Les ha animado a no tener miedo, «¡no tengáis miedo!, os dice el Señor hoy a vosotros, pues Dios os concede el don del diaconado, os concede la fuerza para vivirlo con pasión y alegría, con fidelidad, entrega y perseverancia», pero también les ha advertido de que «es bueno que lo acojáis y lo viváis siempre con el temor de Dios para que no dejéis nunca de sentiros pobres y necesitados de Dios, ante la grandeza del ministerio que hoy os es concedido».

«El Señor va a enviar sobre vosotros su Espíritu Santo y os va a consagrar diáconos para siempre, y seréis a partir de ahora en la Iglesia y en el mundo, signo e instrumento de Cristo siervo, que vino, no para ser servido sino para servir», ha continuado. Así, también les ha pedido que «no os sintáis nunca señores sino servidores, no caigáis en la tentación de la vanidad, o de buscar la grandeza mundana de ser el primero o el mayor de todos».

RITO DE ORDENACIÓN DE LOS NUEVOS DIACONOS
Tras la homilía ha comenzado el rito de ordenación, en el que el Obispo ha ido llamando a los ocho aspirantes al diaconado permanente para preguntarles sobre sus disposiciones delante de todos los presentes.

Después de jurar respeto y obediencia, se han postrado en el suelo en señal de humildad durante la oración de los fieles, y en un gesto heredado de los apóstoles, el Obispo ha impuesto las manos sobre la cabeza de los candidatos, confiriéndoles así, autoridad y capacidad para ejercer la función de diácono, y les ha entregado el Evangelio como signo de enseñar y proclamar la Buena Noticia.

Una vez revestidos con la dalmática y la estola cruzada, los diáconos fueron recibidos por el Obispo con el signo y el abrazo de la paz.

COMISIÓN PARA EL DIACONADO PERMANENTE

Al finalizar, Casimiro López Llorente ha anunciado la creación de una “Comisión Diocesana para el Diaconado Permanente”, «para que sigáis siendo acompañados en vuestra formación, en vuestra tarea, en vuestro espíritu, unidos a vuestras esposas, para que sigáis recibiendo el apoyo personal y colegial».

 

 

 

 

 

 

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Ordenación diaconal de César Igual, Ion Solozábal y Jesús Chávez

7 de diciembre de 2019/0 Comentarios/en Homilías 2019, Noticias, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN DE DIÁCONOS DE CÉSAR IGUAL, ION SOLOZÁBAL Y JESÚS CHÁVEZ
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S.I. Concatedral de Sta. María de Castellón, 7 de diciembre de 2019

(Jer 1,4-9; Sal 88; Hech 10,341.37-43; Jn 12,24-26)

Amados todos en el Señor!

Alabanza y acción de gracias

1. “Cantaré eternamente, tus misericordias, Señor” (Sal 88). Estas palabras del Salmista nos invitan una vez más a la alabanza y a la acción de gracias a Dios: esta mañana lo hacemos por vuestra vocación sacerdotal y por vuestra ordenación diaconal, queridos César, Ion y Jesús. Son dones del amor gratuito de Dios ante todo para nuestra Iglesia diocesana, a cuyo servicio seréis ordenados y que se ve una vez más agraciada en vuestras personas. Nos unimos a vuestra alegría, y juntos cantamos al Señor por su gran amor para con vosotros, para vuestras familias y para nuestra Iglesia diocesana.

Alabamos y damos gracias a Dios, que os escogió desde el seno materno (cf. Jer 1, 4), que os llamó al sacerdocio, y que os ha cuidado y enriquecido con sus dones a lo largo de estos años de seminario en que habéis sabido acoger, discernir y madurar su llamada. Cada uno tenéis vuestra personal historia vocacional; Dios tiene sus tiempos y sus caminos. En todo este proceso vocacional quizá no encontréis nada especialmente extraordinario, salvo la acción misericordiosa de Dios, que han conducido vuestros pasos hasta aquí. Gracias le sean dadas por vuestro corazón disponible, generoso y agradecido a su vocación; gracias por vuestra fe confiada en el Señor, que os ha ayudado a superar miedos, temores y pruebas; gracias damos a Dios por vuestras familias, que, lejos de obstaculizar vuestra vocación, la han apoyado; gracias le damos por cuantos os han ayudado en el camino del discernimiento y maduración de vuestra vocación: vuestras comunidades y catequistas, vuestros amigos y compañeros, y, sobre todo, vuestros rectores y formadores de ambos Seminarios y todos aquellos –sacerdotes y laicos- que el Señor ha puesto en vuestro camino vocacional.

Llamados y consagrados para ser siervos

2. Mediante la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor va a derramar sobre vosotros su Espíritu Santo y quedaréis consagrados diáconos. Participaréis así de los dones y del ministerio que los Apóstoles recibieron del Resucitado y seréis en la Iglesia y en el mundo signo e instrumento de Cristo, que no vino “para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). El Señor imprimirá en vosotros un sello imborrable, que os configurará para siempre con Cristo Siervo: seréis para siempre signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz para la salvación de todos. ¡Sedlo con vuestra palabra y, sobre todo, con vuestra vida! ¡Mantened siempre viva esta vuestra condición de “siervos”, de servidores de Cristo, de su pueblo y de su misión; también cuando seáis presbíteros! Ello os librará de la tentación de consideraros dueños del pueblo de Dios, de buscar los primeros puestos y de la tentación de la mundanidad, siempre al acecho.

“El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor” (Jn 12, 26), os dice Jesús hoy a cada uno de vosotros, queridos hijos. Como diáconos os ponéis al servicio incondicional del Señor Jesús; estáis llamados a servir a Cristo y, como Él, a su Iglesia y a los hermanos: es decir, sin poner condiciones de tiempo, de lugar o de tarea, estando siempre disponibles para Dios y para los hermanos en total obediencia a la Iglesia y al Obispo diocesano. ¡Es fácil prometer obediencia; más difícil es vivirla! Como Cristo estáis llamados a poner toda vuestra persona y vida –capacidades, energías, tiempo y deseos- al servicio de Cristo, de su Evangelio y de la vida y misión de la Iglesia para la salvación del mundo. Morir a sí mismos para dar mucho fruto como el grano de trigo ha de morir en la tierra para desplegar toda su fecundidad: este es el camino indicado por Cristo y que se simboliza plásticamente en el rito de la postración.

Al postraros con todo vuestro cuerpo, manifestáis vuestra completa disponibilidad para el servicio que se os confía. En ese yacer por tierra en forma de cruz antes de la ordenación mostráis que acogéis en vuestra propia vida la Cruz de Cristo, que es la entrega total de sí mismo por amor. Como nos recuerda el mismo Señor en el Evangelio: No se genera nueva vida sin entregar la propia. Amar como Cristo es darse sin escatimar nada, hasta desaparecer uno mismo. Solamente el don total de sí libera la capacidad del hombre para amar de verdad, mientras que el apego a sí mismo lleva a la autodestrucción. Se trata de una verdad que se rechaza o menosprecia en el mundo de hoy, cuando se hace del amor a sí mismo el criterio último de la existencia. Pero para el discípulo de Cristo, la búsqueda de su interés personal y de su bienestar no es el camino de la fidelidad al Evangelio. Por el contrario, sabe que entregar la propia vida por amor a Cristo y a los hermanos es el camino de la santidad, de la perfección en el amor, para la vida definitiva y eterna. Ser discípulo de Cristo significa vivir como Él, aun en medio de la hostilidad y de la incomprensión; quien así vive se encuentra, como Jesús, en la esfera del Espíritu, en el hogar del Padre. Quien así vive pasará por este mundo haciendo el bien, como Jesús (cf. Hech 10, 38).

La gracia divina, que recibiréis con el sacramento, os hará posible esta entrega total y la dedicación plena a los otros por amor de Cristo; y además os ayudará a buscarla con todas vuestras fuerzas. Este será el mejor modo de prepararos para recibir un día la ordenación sacerdotal: servir, en efecto, es un ejercicio fecundo de caridad. Hoy, todos nosotros pediremos al Señor la gracia que os ayude a transformaros en fiel espejo de su caridad, hecha servicio.

En la triple diaconía de la Palabra, de la Eucaristía y de la Caridad

3. Al ser ordenados diáconos seréis “ungidos por la fuerza del Espíritu Santo” (Hech 10, 38), capacitados y enviados para ejercitar un triple servicio, una triple diaconía: la de la Palabra, la de la Eucaristía y la de la caridad, en especial hacia los más pobres y necesitados, para los que habéis de tener una especial predilección.

Entre otras, es tarea del diácono proclamar el Evangelio como también la de ayudar a los presbíteros en la explicación de la Palabra de Dios. Más tarde os entregaré el Evangelio con estas palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero: convierte en fe viva lo que lees y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”. Como Felipe (cf. Hech 8, 26-40) os habéis de poner en camino, dóciles a la moción del Espíritu, para anunciar el Evangelio de Jesús a todo el que expresa o implícitamente os lo pida, para guiarlos en su comprensión y acompañarles hasta el encuentro personal Jesús y su salvación. Para poder proclamar y anunciar el Evangelio de Cristo, su mensajero ha de leer y escuchar, escrutar y acoger, contemplar y asimilar previamente la Palabra de Dios, hasta dejarse él mismo configurar y conducir por la Palabra de Dios. No olvidéis que no sois dueños, sino servidores del Evangelio de Cristo. Habréis de anunciarlo íntegramente tal como nos es transmitido en la comunión de fe de la Iglesia; no os dejéis llevar por vuestras interpretaciones personales o por el deseo de halagar los oídos de quienes la escuchan. El Evangelio pide ser enseñado sin reducciones, sin miedos y sin complejos, también ante la cultura dominante. Una de las tareas más urgentes de nuestra Iglesia y el mejor servicio que puede prestar hoy es la diaconía a la Verdad de la Palabra de Dios, y en ella a la verdad del hombre, del matrimonio, de la familia y de la vida, de la sociedad y de la historia. Sed con vuestra palabra y con vuestra vida heraldos del Evangelio, profetas de un mundo nuevo, portadores de un mensaje que sigue arrojando la luz sobre los problemas de hoy.

Como servidores de la Eucaristía seréis los primeros colaboradores del Obispo y del sacerdote en la celebración de la Eucaristía; consideradlo siempre como un servicio; vivid con humildad, con profundo gozo y con sentido de adoración vuestra condición de servidores del ‘misterio de la fe’ y del ‘sacramento del amor’ para alimento de los fieles. Podréis también administrar solemnemente el bautismo, reservar y repartir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, administrar los sacramentales y presidir el rito de los funerales y de la sepultura.

A vosotros se os confía, de modo particular, el ministerio de la caridad. La comunión con Cristo en la Eucaristía, fuente permanente del amor de Dios, os ha de llevar a dejaros llenar de la Caridad, que es Dios, para vivir la caridad con todos. La atención a los hermanos en sus necesidades, penas y sufrimientos serán vuestros signos distintivos como diáconos del Señor. Sed compasivos, caritativos, solidarios, acogedores y benignos con todos ellos.

Exhortación final

4. Por la ordenación de diáconos, queridos hijos, ya no os pertenecéis a vosotros mismos. Como servidores de Jesucristo, que se mostró servidor de sus discípulos, servid con amor y alegría tanto a Dios como a los hombres.

Para ser fieles al don que hoy recibís habréis de vivir enraizados en la vida de gracia, alimentada por la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación. Sed fieles al rezo diario y completo de la Liturgia de las Horas, a lo que hoy os comprometéis; es la oración incesante de la Iglesia por el mundo entero, que a partir de hoy os está encomendada de modo directo. Esforzaos por fijar vuestra mirada y vuestro corazón en Cristo con la oración personal diaria, que os llevará a ver el mundo con los ojos de Dios y a amar a los hermanos y a la Iglesia con el corazón de Cristo.

El don del celibato que hoy acogéis y que libre, responsable y conscientemente prometéis observar durante toda la vida por causa del reino de los cielos y para servicio de Dios y de los hermanos será para vosotros símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de amor servicial y fuente de fecundidad apostólica. Movidos por un amor sincero a Jesucristo y su Iglesia y viviendo este estado con total entrega, os resultará más fácil consagraros con corazón indiviso al servicio de Dios y de los hombres.

Queridos todos: Dentro de unos momentos suplicaré al Señor para que derrame el Espíritu Santo sobre estos hermanos nuestros, con el fin de que los “fortalezca con los siete dones de su gracia y cumpla[n] fielmente la obra del ministerio”. Unámonos todos en esta oración para que César, Ion y Jesús se dejen llenar por esta nueva efusión del Espíritu Santo. Y oremos a Dios, fuente y origen de todo don, que nos conceda nuevas vocaciones al ministerio sacerdotal. A Él se lo pedimos por intercesión de María Inmaculada, la sierva y esclava del Señor. Amén.

+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón

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