La semana pasada, 200 personas se enfrentaron en una de las principales plazas de Odesa, Ucrania. A un lado pro-rusos. Al otro, pro-europeos. Es la tensión en la que vive una sociedad que aunque ya no sufre bombardeos, sí siente el peso de un conflicto que puede resurgir en cualquier momento. Muy cerca de donde tienen lugar los enfrentamientos viven David Rubio, María Millán y sus 6 hijos, familia misionera de Castellón. El domino, las parroquias de Segorbe-Castellón hicieron una colecta especial para ayudar a la población afectada por la guerra que se ha cobrado 9.000 vidas y ha dejado desamparados a 200.000 niños.
David y Marí bautizaron en Pascua a su sexto hijo, Francisco Javier. Los otros cinco, comparten sus aulas con numerosos desplazados que han huido de Donets, a unos 450 kilómetros al nor-este, donde aún hay combates aislados. Se calcula que un millón y medio de personas han tenido que huir de sus hogares para buscar refugio.
Para el conjunto de la población, el conflicto ha supuesto una enorme inflación, que ha doblado el precio de productos básicos como el pan o la leche: “En el día a día se nota muy fuerte el impacto económico en toda Ucrania. La grivna, moneda nacional, ha caído mucho, y la clase baja y media ha perdido considerablemente su estabilidad de vida porque los salarios valen la mitad”, explica el padre de familia en misión.
David Rubio asegura que el país sigue dividido. En este contexto, la Iglesia católica, que representa una minoría del 10% (8% greco-católicos y 2% latinos), está comprometida en una labor de pacificación. “Cuando la gente me habla –explica el misionero castellonense- intento no encenderlos más. Eso es lo que hace la Iglesia: decir que hay que amar al enemigo, no enfrentar más a la gente y pedir la paz”.