Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 6 de mayo de 2022
(Hech 13,46-49; Sal 22; Mt 5,13-19)
Queridos sacerdotes, diáconos y seminaristas, hermanos todos en el Señor!
1. Con verdadero gozo celebramos un año más a nuestro santo Patrono, San Juan de Ávila. Un gozo que se aumenta al hacerlo en nuestro Año Jubilar diocesano en el que Dios nos concede la gracia de crecer en comunión para salir a la misión.
Esta Jornada Sacerdotal nos invita en primer lugar a la acción de gracias por nuestra Iglesia diocesana. Damos gracias a Dios también por el don de San Juan de Ávila, nuestro patrono. A ello unimos nuestro agradecimiento a Dios por el don del ministerio ordenado de los presbíteros diocesanos que celebran este año sus bodas sacerdotales: las de diamante D. Juan Antonio Albiol Caballer, D. José Pascual Font Manzano, D. Elías Sanz Igual y D. Ignacio Velasco Colomo; las de oro, D. Tomás Tomás Beltrán; y las de plata, D. Juan Antonio Dolera Crusset y a D. Joaquín Tejedo Arnau. Muchísimas felicidades a todos y gracias de corazón por tantos años de entrega abnegada y por vuestra fidelidad al ministerio. Si cada uno pudiera de vosotros contar el bien que habéis hecho a tantas personas de las comunidades por las que habéis pasado… Sí: habéis sido y sois la sal en la vida de muchas personas, familias, parroquias, comunidades y movimientos; habéis sido y sois la luz que ha iluminado tantas situaciones de oscuridad en las personas que el Señor ha puesto en vuestro camino.
Si siempre, si cada día, hemos de dar gracias a Dios por nuestro ministerio sacerdotal o diaconal, o por nuestra vocación sacerdotal, hoy todos sentimos más vivamente esta necesidad. Demos gracias a Dios y cantemos una vez más la misericordia del Señor para con cada uno de nosotros. En los años de ministerio sacerdotal o diaconal, o en el tiempo de formación todos vamos experimentando que el Señor nos enriquece en nuestra pobreza y nos fortalece en nuestra fragilidad. No olvidemos nunca que nuestra vocación y nuestro ministerio son un don gratuito y amoroso del Señor. «Soy yo quien os ha elegido» (Jn 15,16). Un verdadero don y misterio (San Juan Pablo II). Hoy es un día para redescubrir el amor de Dios en nuestra existencia, para saborear la belleza de nuestra vocación y ministerio, que nos invita y nos da su gracia para renovarnos personal y pastoralmente, y para salir con fuerzas renovadas a la misión. Unidos en la oración suplicamos a Dios Padre que nos conceda a todos la gracia de crecer en santidad y en celo apostólico, unidos a su Hijo, el Buen Pastor, a ejemplo de nuestro Patrono, San Juan de Ávila.
2. ¿Por qué resulta ejemplar y atrayente todavía hoy San Juan de Ávila, el apóstol de Andalucía en el siglo XVI? Vivimos recios y turbulentos como también nuestro Patrono los vivió. Como él, hemos de echar el ancla en aquello que tiene solidez suficiente para superar todo el oleaje de la noche pasajera. En nuestro santo Patrono encontramos cómo su acción pastoral no es producto de improvisaciones del momento, sino fruto de la vivencia de su ministerio sacerdotal, centrado en Cristo, en la Iglesia y en los pobres, constantemente alimentado por la oración y el estudio.
El Apóstol de Andalucía puede iluminar los caminos y los métodos a seguir en la vida eclesial y en la misión pastoral en estos tiempos de cambio de época. En sus escritos y en sus cartas podemos encontrar consejos de amigo para obispos y prudentes orientaciones para ejercer el ministerio sacerdotal, y hacerlo con cercanía, entrega, sencillez y valentía. El contacto con este verdadero maestro de evangelizadores, encenderá de nuevo el ardor necesario para anunciar a Jesucristo y construir su Iglesia en el siglo XXI.
San Juan de Ávila es un modelo muy actual para los sacerdotes. Las orientaciones del Concilio Vaticano II, la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis de S. Juan Pablo II, la sabia doctrina de Benedicto XVI y últimamente las indicaciones del papa Francisco, hallan en San Juan de Ávila el modelo acabado de un sacerdote evangelizador. En efecto, él encontró la fuente de su espiritualidad en el ejercicio de su ministerio, configurado con Cristo Sacerdote y Pastor, pobre y desprendido, casto, obediente y servidor. Es decir, se trata de un sacerdote con una honda experiencia de Dios, alimentada en la oración, en su amor a la Eucaristía y en su devoción de la Virgen; un sacerdote bien preparado en ciencias humanas y teológicas, conocedor de la cultura de su tiempo, estudioso y en formación permanente; un pastor cercano y acogedor y que cultiva la comunión y la amistad, la fraternidad sacerdotal y el trabajo apostólico.
Así resulta un apóstol infatigable, entregado a la misión, predicador del misterio cristiano y de la conversión, padre y maestro en el sacramento de la penitencia, guía y consejero de espíritus, discernidor de carismas, animador de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales, innovador de métodos pastorales, preocupado por la educación de los niños y jóvenes. San Juan de Ávila es, en fin, modelo de caridad pastoral. Los presbíteros, los diáconos permanentes y quienes os preparáis para ser sacerdotes encontramos en él un modelo del verdadero apóstol, y un ejemplo vivo de la caridad pastoral como clave de nuestra espiritualidad, vivida diariamente en el ejercicio de nuestro ministerio.
3. El Papa Francisco nos pide a los sacerdotes vivir de verdad nuestra condición de pastores, una faceta que nuestro santo desarrolló hasta límites realmente heroicos. A imitación de Jesús, el Buen Pastor, Juan de Ávila se tomó muy a pecho conocer a sus ovejas, llamarlas por su nombre, defenderlas con sus escritos y con su vida intachable, y llevarlas a los pastos de la más sana doctrina. Hoy la Iglesia necesita pastores que, día a día, den lo mejor de sí mismos en favor de sus ovejas. Que actúen como verdaderos pastores, preocupados por el estado y la salud espiritual de su rebaño. Dicho de otro modo, pastores que amen de tal manera a la gente que les ha sido encomendada, que estén dispuestos en todo momento a dar la vida por ellos. Sacerdotes que no huyan nunca de su dedicación al rebaño, vayan las cosas bien o, por el contrario, los resultados se hagan esperar. Mis queridos amigos sacerdotes: no somos asalariados, que se buscan a sí mismos o que buscan su comodidad, su ascenso o sus intereses personales. El buen pastor no se esconde en horarios egoístas ni en tareas que no le son propias. El buen pastor está siempre disponible y en sintonía con el presbiterio diocesano, el Obispo y la comunidad diocesana.
No caigamos en la tentación de la desilusión, del pesimismo, del “siempre se ha hecho así”, de no intentar algo de nuevo porque eso ya lo he hecho y no dio ningún resultado, o en la tentación de buscar las lisonjas humanas. No caigamos en la tentación de quejarnos continuamente culpando siempre a los demás o a la difícil situación social o cultural; ésta es una tentación, que nos tranquiliza la conciencia pero que nos paraliza en la misión evangelizadora. No caigamos en la tentación de compararnos con los demás, origen de tantas envidias que dañan el ministerio y la fraternidad sacerdotal. Nuestro presbiterio diocesano es rico por su diversidad. Y, a la vez, es rico por el don de la unidad que cada sacerdote está llamado a vivir y construir en torno al Obispo junto con el resto de los presbíteros. Construir y vivir gozosamente la unidad en la diversidad es una de claves para ser un presbítero feliz (Papa Francisco).
4. ¿Qué hizo San Juan de Ávila para no caer en estas tentaciones?
En la visita ad limina del pasado mes de enero, el papa Francisco, peguntado cómo ha de ser un obispo hoy, nos exhortaba a la cercanía en cuatro direcciones: a Dios, a los hermanos obispos, a los sacerdotes y al pueblo de Dios. Aplicado, a todos vosotros, está cercanía sería a Dios, al Obispo, a los hermanos sacerdotes y al pueblo.
Cuidemos nuestra vida de oración y nuestra estrecha unión con Dios Padre, como Jesús. San Juan de Ávila nunca regateó los tiempos dedicados a la oración ni buscó escusas en sus muchos quehaceres. Seamos hombres de Dios, seamos santos, uniendo la oración constante con nuestra entrega pastoral. Vivamos cercanos al Obispo y a los hermanos sacerdotes construyendo la fraternidad en nuestra vida y misión. Seamos cercanos a nuestra gente –bautizados y no bautizados. Seamos para todos “luz del mundo y sal de la tierra”, como nos dice el Evangelio.
5. Que el Señor nos conceda la gracia, queridos amigos sacerdotes, de ser pastores según su corazón siguiendo el ejemplo de Juan de Ávila: pastores cercanos a sus fieles, que los conocen muy bien y se desviven por ellos, que conviven con ellos en sus penas y en sus alegrías, que oran con intensidad y dedican un tiempo adecuado al estudio. Por lo demás, pido a Dios que esta fiesta tan nuestra, nos sirva para ganar en confianza de unos con otros, en trato sencillo y fraterno, en ser apoyo unos de otros y consuelo de los que más lo puedan necesitar.
Esta mañana no puede faltar nuestra oración fraterna por nuestros hermanos sacerdotes fallecidos en este último año: D Joaquín D. Domínguez Esteve, D. Luis Gascó Molina, D. Amado Segarra Segarra, D. Domingo José Galindo y D. Fco. Javier Iturralde Pachés. ¡Que el Buen Pastor les conceda la gracia de habitar en su casa por años sin término! Así se lo pedimos por intercesión de su Madre y nuestra Madre, la Virgen de la Cueva Santa, nuestra Patrona. Amén.
Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón