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Segorbe, Santa María de la Catedral

15 de julio de 2022/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones, Patrimonio Cultural/por D. David Montolío Torán

Del antiguo conjunto arquitectónico del convento y colegio de San Pablo y Santo Tomás de Aquino de los Padres Dominicos de Segorbe, extramuros, pero bajo aún bajo la sombra de la muralla de la población y no más lejos del Camino Real que un par de metros, sólo resta lo que fue su templo y diversas dependencias anejas, testimonio de la historia desventurada, del pequeño cenobio, desde sus mismos inicios y transcurrir histórico.

En los primeros años del siglo XVII, tras la traumática expulsión de los moriscos de 1609, el Cabildo de la Catedral se oponía a nuevas fundaciones religiosas en la ciudad. Pese a ello, fue en la noche del 26 al 27 de diciembre de 1612 cuando dos grandes nombres dominicos, el historiador Francisco Diago y Jerónimo N. Cucalón, entraron ocultamente en Segorbe y se instalaron en una casa enfrente del Mercado facilitada por el Concejo, erigiendo el caserón en cenobio, bajo el patronazgo de las advocaciones citadas. Como consecuencia, un pleito con los capitulares de aquel momento, del que salieron airosos de algún modo, gracias al apoyo del duque y el prelado.

Un recinto erigido en Convento en Roma, oficialmente, en 1644, que no iniciaría su construcción como tal hasta la década de 1670-1680, coincidiendo con la presencia en Segorbe de los arquitectos diocesanos del obrador de Juan Pérez Castiel, que erigieron el actual templo y el desaparecido claustro y demás dependencias.

Siendo siempre un convento de pequeña proporción y limitadas rentas, ya fue convertido en cuartel, en 1811, durante la invasión francesa. Se iniciaban insoportables veintiún meses de invasión napoleónica en la ciudad, hasta la evacuación de la ciudad en julio de 1813, en los que perdió, de una manera u otra, todo el patrimonio artístico y documental que poseía. A la vuelta de los religiosos, en mayo de 1814, se encontraron con un expolio completo del edificio y la iglesia, compartimentada en pesebres.

Además, la sillería de coro, órgano, altares y púlpito habían desaparecido. Tras la desamortización de 1836, que afectó al convento y fincas urbanas y rústicas, gracias al obispo Sanz de Palanco (1825-1837), el templo quedó, temporalmente, como iglesia castrense, siendo finalmente adquirido, lo que restaba, por el político Pedro Sánchez Ocaña y convirtiéndose en el séptimo hostal de la ciudad.

En 1922, tras una idea de recuperación del edificio documentado desde el obispo Joaquín Hernández (1866-1868) en su «Proyecto de parroquias en la ciudad de Segorbe», habiendo perdido su fachada original con la ampliación de la carretera general a su paso por Segorbe (cuyas piezas se encuentran dispersas por los dos museos de la ciudad), el recordado prelado capuchino, Luis Amigó Ferrer (1913-1934), compró la rasurada iglesia conventual, restaurando y trasladando allí la parroquia de Santa María de la Catedral que, desde 1876, se emplazaba en la Capilla del Salvador del claustro de la Catedral.

Al todavía hermoso edificio, le dedicamos este humilde espacio de texto y dibujo, como uno de los emblemas espirituales y patrimoniales, a veces poco apreciados, de nuestra ciudad episcopal de Segorbe. Siempre asomado, como un fanal encendido, a la orilla transitada del camino secular y fondo fotográfico inconsciente de muchas instantáneas.

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Año Jubilar, Año de gracia del Señor

7 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Año Jubilar 775 Sede Episcopal, Colaboraciones, Para la Liturgia y la Espiritualidad/por D. Antonio Sanfélix Forner

Jesucristo, leyendo al profeta Isaías, dice que Él ha venido a proclamar el Año de Gracia del Señor: de abundancia y regalo de sus bienes. El Jubileo cristiano es un tiempo destinado a promover la santidad, animar a los creyentes para que vivan de acuerdo con el Evangelio, invitar a seguir a Jesucristo con mayor entusiasmo. Es tiempo de perdón, de reconciliación. Es tiempo de mirar la vida a Ia luz de la Palabra de Dios, que ilumina el pasado con sus luces (buenas obras) y sus sombras (pecados) y abre caminos de arrepentimiento hacia un futuro de santidad.

Durante el Jubileo la Iglesia concede la Indulgencia plenaria con el ánimo de fortalecer la fe de todos sus hijos, también de los que se encuentran alejados y quieren volver al camino del Señor.

Existen dos clases de Jubileos: los ordinarios, que se celebran en plazos de años preestablecidos, como el de Santiago de Compostela; y los extraordinarios, que conmemoran un acontecimiento puntual, como  el que el Papa Francisco ha concedido a nuestra diócesis para celebrar el 775 aniversario de la sede episcopal en Segorbe.

El 12 de Abril nuestro Obispo abrirá solemnemente la Puerta Santa en nuestra Santa Iglesia Catedral Basílica en Segorbe. Por eso nuestra Catedral estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. Por la puerta Santa, cualquiera que entre, podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza.

¿Qué es la Indulgencia Jubilar?

Como nos recordaba el Papa Francisco en la Carta Misericordiae vultus, la indulgencia, en el Año Santo, adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.

La indulgencia, en efecto, nos libera de todo residuo o consecuencia del pecado y nos habilita a obrar con caridad y a crecer en el amor. Vivir entonces la indulgencia en el Año Jubilar significa acercarse a la plenitud de la misericordia del Padre con la certeza de que nos ofrece, a través de la Iglesia, por los méritos de Cristo y por los bienes espirituales de la comunión de los santos, no sólo el alivio de las penas que  merecen nuestros pecados sino que también repara el desequilibrio interior y la desordenada relación con las criaturas que nos dejaron nuestros pecados.

Es, por eso, que la indulgencia ha de ser para nosotros una gracia preciosa que desearemos alcanzar, si de verdad queremos ir por el camino adecuado de nuestra vida cristiana, por el de la santidad. En realidad, la indulgencia nos encauza por el camino de la perfección.

¿Cómo alcanzar la indulgencia plenaria?

1. Para lucrar la indulgencia plenaria de este Jubileo hace falta que los fieles, movidos por un verdadero espíritu de penitencia y caridad, visiten la propia iglesia Catedral como peregrinos y participen allí devotamente en los ritos jubilares, o, al menos, dediquen un conveniente espacio de tiempo a piadosas consideraciones, concluyendo con la Oración Dominical, el Símbolo de la Fe y la invocación a la Santísima Virgen María.

2. Para conseguirla, además de la exclusión de todo afecto a cualquier pecado, incluso venial, es necesario cumplir tres condiciones:

– confesión sacramental;

– comunión eucarística;

– oración por las intenciones del Papa.

3. La indulgencia plenaria sólo se puede obtener una vez al día y se puede aplicar por tu alma o por la de los difuntos. 

4. Los fieles que por edad o enfermedad no puedan salir de casa pueden alcanzar la Indulgencia plenaria en su propia casa si cumplen todo lo que sigue:

-están arrepentidos de los pecados cometidos y tienen sincero deseo de no pecar más

-tienen verdadera intención de cumplir las 3 condiciones generales (confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa) tan pronto como les sea posible;

-se unen espiritualmente a las celebraciones o peregrinaciones jubilares, ofreciendo a Dios sus oraciones y sufrimientos.

5. Todo esto entra en vigor desde el 12 de Abril de 2022 hasta el 16 de Abril 2023, ambos inclusive.

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Un católico en la vida pública

24 de enero de 2022/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones/por D. José Sales Vicent

Me llamo José Sales Vicent, tengo cuarenta y nueve años y provengo del seno de una familia rural humilde en lo económico, pero rica en valores cristianos.

Deciros antes de nada, que el hecho de querer compartir públicamente mi testimonio de vida, no  tiene ningún trasfondo egocéntrico ni afán de protagonismo (Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro señor Jesucristo), más bien se trata de exteriorizar un sentimiento a través del cual, poder aportar a otras personas, desde la sencillez de corazón y naturalidad, mis experiencias vitales más relevantes, desde el punto de vista de la fe, y agradecer al creador, todo lo que ha hecho y hace por mí, en especial las veces que siento que me ha salvado la vida (un atropello de coche, caídas de cabeza dentro de un depósito de agua y otra desde lo alto de una higuera, una operación de apendicitis, tres complejas intervenciones de tabique  nasal, la rotura de hombro y dedo, el haber sabido sobrellevar una grave enfermedad congénita, y de todas las peligrosas intervenciones que desde hace veinticuatro años, he ido realizado durante mi carrera profesional como Policía Local.

Fui bautizado al poco de nacer, presentado y pasado por el manto de Nuestra Señora la Virgen del Pilar de Zaragoza, tomé la primera comunión y poco después me convertí en monaguillo de la parroquia de mi pueblo. Fui lector de misa y entré a formar parte de la Adoración Nocturna Española durante un tiempo. Desde pequeño, la vida de Jesucristo y sus enseñanzas, me fascinaron de una manera especial. Preparaba la Navidad con una devoción inmensa, al igual que la Pascua de Resurrección.

En mi memoria aún subyacen los recuerdos de las noches y días enteros en los que ayudaba a mi abuela paterna, a elaborar buñuelos y “orelletes”, para recaudar fondos destinados al DOMUND. De los abuelos maternos recuerdo su bondad (pese a tener tres hijos/as y un sólo jornal para mantener a cinco personas) aún adoptaron durante años, a una niña que no podía ser criada por su familia biológica por haber fallecido su madre, y emigrado su padre en busca de trabajo.

Y de mis padres, tengo presente las dificultades por las que han pasado a nivel económico y de salud, para que la familia saliera adelante y poder darme una educación y estudios académicos. Aún recuerdo los viajes para asistir a la “Pasión de Ulldecona” y a ver la Ópera Rock “Jesucristo Superstar” (tres veces fui a verla). También mis primeras peregrinaciones al Santuario de la Cueva Santa de Altura, a la Virgen del Carmen de Onda, a San Cristóbal de Alcora, a la Pepeta etc… Conforme iba creciendo, también lo hacía mi devoción por el Santísimo Cristo del Calvario de Artana (pueblo de mi padre), y por el Santísimo Cristo de la Piedad de Betxí (pueblo de mi madre).

Se terminó la infancia (desapareciendo con ella la limpieza de corazón) y llegó la confirmación y con ella, las típicas crisis aparejadas a la adolescencia, los cambios a nivel psicosomático, la búsqueda de sensaciones y de una felicidad más centrada en darle gusto a los sentidos que en darle sentido a los gustos, principalmente en el contexto de un ocio nocturno donde imperaba la autodestrucción del abuso del alcohol y las drogas, la erotización despersonalizada, la dispersión en vez de la reflexión, el vacío de valores y utilitarismo moral, la confusión entre deseo y querer, la apariencias etc…

La vida me ofrecía la libre elección entre el bien o el mal, el día o la noche, la luz o la oscuridad, entrar por la puerta ancha o la estrecha, edificar sobre roca o sobre arena, la cantidad o la calidad etc. El resultado de todo ello fue la pérdida de la paz, los fracasos, las dudas, los miedos, los pecados que expiar y las penitencias que cumplir. Paralelamente pasé por momentos de profunda tristeza, al ver partir a la Casa del Padre, a familiares y amigos a los/as que quería con todo mi corazón y con toda mi alma.

Realicé tres veces el Camino de Santiago, una vez el Camino de Santo Toribio de Liébana (donde adoré el Lignum Crucis y entré por la puerta del perdón), fui con la Peregrinación Diocesana, al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Francia, estuve en Cuatro Vientos con el Papa San Juan Pablo II, participé en convivencias en los Conventos de los Carmelitas Descalzos del Desierto de las Palmas de Benicasim y de los Carmelitas Calzados de Onda, y también permanecí un tiempo con los monjes y frailes Cistercienses, en el Real Monasterio de Santa María de Poblet.

Estuve estudiando en la Universidad de Navarra, psicología de la afectividad, inteligencia emocional y educación sexual. Decidí dejar atrás el hombre viejo y ser un hombre nuevo que viviera en presencia del Altísimo, teniendo claro que las personas somos templo del Espíritu Santo, que la única luz del mundo es Jesucristo, camino, verdad y vida, y que no quería que nada volviera a separarme del amor de Dios.

A nivel profesional, después de terminar mi formación académica en la Universidad Jaume I de Castellón, en la Universidad Politécnica de Valencia y en la UNED, fui recolector de naranjas, trabajé en una fábrica de azulejos y finalmente aprobé la oposición de agente de Policía Local.

La providencia me ha llevado a trabajar desde el año 1998, en cuatro municipios y ciudades de la provincia de Castellón, intentando siempre, dar lo mejor de mí en beneficio del bien común e interés general, tanto desde el ámbito de la seguridad ciudadana como en calidad de profesor de educación vial en colegios e institutos, ayudando a toda la gente que estuvo a mi alcance, en su camino hacia la obtención del “carné de persona” (llevar a la práctica lo de hacer a los/as demás, aquello que queremos que nos hagan a nosotros/as, y dejando de hacer, lo que no queremos que nos hagan a nosotros/as).  

En mi tiempo libre compatibilizaba la presidencia de una asociación cultural (sin ánimo de lucro y solidaria) de mi pueblo, con el voluntariado en el Proyecto Amigó de Castellón, impartiendo conferencias básico-informativas sobre drogodependencias.

A modo de anécdota, citar las raíces genéticas que tenía en ese ámbito, ya que un antepasado mío que vivió entre finales del siglo XIX y principios del XX, el Doctor Miguel Gallart Traver, fue la persona que extrapoló a nuestro país, las “Sociedades de Templanza” inglesas, siendo además, el fundador de la “Liga Antialcohólica Española” y del periódico “El Abstemio”. En internet está su biografía.

Desde el año 2000 hasta la actualidad, no he parado de sembrar en conciencias de responsables políticos, sociales, culturales y mediáticos, proyectos de “Alternativas de Ocio y Tiempo Libre”, los cuales están en la línea y espíritu de lo promovido desde el año 1997, por la Asociación “Abierto Hasta el Amanecer” de Gijón, respondiendo a mi llamada apostólica en ese ámbito, y contribuir así, a la salvación de todas las almas posibles, luchando por paliar una pobreza existencial (la de nuestro primer mundo), mucho peor que la pobreza material (del tercer mundo). Decía la Santa Madre Teresa de Calcuta, que en esta vida hay mucho trabajo que hacer por los/as demás, y que para descansar tendremos toda la eternidad.

Como colofón a toda esta trayectoria humana, pedagógica y profesional, y siguiendo mi gran afición por la escritura (ya con doce años obtuve el Diploma de Honor del concurso de redacción que organizaba el Ayuntamiento de mi pueblo), el año 2020 publiqué el libro “Policía y Sociedad Postmoderna: Análisis sociológico, ético y moral de la sociedad actual” junto con Ediciones Albores de Sevilla, el cual recoge todo el bagaje intelectual acumulado y experiencia vital, a través del estudio de la Sociología, Ética y Moral y Psicología, con la finalidad de incentivar en el lector/a, la capacidad de profundización y pensamiento especializado, ofreciendo además de información, formación.

Hacer constar que dicha obra, fue homologada como curso profesional, siendo impartido por mí, en calidad de profesor colaborador del IVASPE (Instituto Valenciano de Seguridad Pública y Emergencias de la Generalitat Valenciana), con el título oficial de “Ética y Deontología Policial”.

Detrás de ese proyecto literario, se encuentra una invitación al lector/a, a adoptar un estilo de vida basado en la empatía, asertividad, responsabilidad individual, coherencia integral y autenticidad). No obstante y pese a los esfuerzos por querer mejorar el mundo, tanto a nivel personal (desde mi vocación matrimonial) como profesional (en calidad de miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad), pienso que todo está en manos del Señor, que yo sólo soy un humilde trabajador de su viña, y que con mis defectos y limitaciones, me encomiendo a nuestra madre la Virgen María, para ser digno de alcanzar, las promesas de nuestro señor Jesucristo. Amen.

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Un hombre de Dios entre los presos

13 de enero de 2022/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones, Pastoral Penitenciaria/por Dña. Sonia Barreda Prades

Ruido, prisas, ajetreo, agendas, complicaciones, trajín, rapidez, siempre corriendo y tantas veces sin llegar, así son nuestras vidas, de esta forma hemos sido engullidos por esta sociedad de la que formamos parte y todo es para ya. A Dios gracias todavía existen personas que a pesar de la fuerza con la que esta espiral nos arrastra son capaces de no caer en ella. Uno de ellos es nuestro compañero y amigo Jordi Más. Jordi es un sacerdote calmado, sereno, con mucha paz, con una capacidad de escucha envidiosa y especialmente con una cualidad evangélica que muchos anhelamos tener, nunca juzgar a nadie.

Gran persona y mejor sacerdote ha sido el responsable de la pastoral penitenciaria en Albocàsser durante 13 años. Con él se inició un voluntariado que parecía muy complejo de orquestar dada la amplia extensión geografía del arciprestazgo donde está ubicada la prisión. Como buen pastor, sin prisa, pero sin pausa fue componiendo un nutrido grupo de voluntarios que mediante talleres y actividades atienden distintas necesidades de los presos de Albocàsser. Un voluntariado al que poquito a poquito ha sabido formar y consolidar como equipo fuerte y evangelizador en el ámbito penitenciario.

Él, mejor que nadie sabe de los sufrimientos, de los llantos y de las desesperanzas que detrás de los muros se viven a diario. Pacientemente escuchaba, actuaba y oraba, en él muchos veían reflejada la esencia del evangelio. En el padre Jordi encontraban refugio para las heridas del alma.

La delegación de pastoral penitenciaria solo tiene cosas que agradecerle: la armonía que transmite y contagia, su afán por crecer pastoral y espiritualmente, su creatividad en el diseño de actividades dentro y fuera de la cárcel. Jordi ha sido para la pastoral un miembro muy activo y colaborador tanto a nivel de la comunidad autónoma como a nivel nacional, acudiendo siempre a los cursos formativos y encuentros que se organizan con el objetivo muy claro: aprender y progresar por el bien de los presos.

No puedo olvidarme de darle las gracias por sus relaciones institucionales, su amabilidad y cordialidad en el trabajo diario con instituciones penitenciarias, no es esta una labor fácil, en ocasiones incluso es ingrata pero su estilo de vida hacía que cualquier obstáculo no fuera un problema. Su paso por la prisión de Albocàsser deja huella. La sonrisa y sus saludos a los funcionarios, su seriedad en la programación de actividades, sus palabras de aliento y esperanza entre los internos, y como no, el acompañamiento y el cariño mostrado siempre a todos los voluntarios.

La pastoral pierde un miembro muy importante, la obediencia le lleva a otro destino donde seguro que no tardará en adaptarse y dar lo mejor de sí. Nosotros no vamos a olvidarlo y en más de una ocasión precisaremos de su ayuda. Nuestras puertas estarán siempre abiertas para el primer sacerdote que ha tenido la cárcel de Albocàsser.

Y este es Jordi, el compañero que todo lo pone fácil, el amigo que te escucha, el capellán que te acerca a Dios. Un hombre con mucha luz.

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Un Nobel y un milagro, Alexis Carrel

8 de noviembre de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones/por D. Javier S. Mazana Casanova

Marie Joseph Auguste Carrel-Billiard nació en Sainte-Foy-lès-Lyon (Francia), el sábado 28 de junio de 1873 y falleció en París, el domingo 5 de noviembre de 1944. Su padre murió cuando Alexis era todavía muy pequeño a consecuencia de una neumonía. Precisamente a la edad de 4 años se le cambió su nombre de pila por el de Alexis en honor a su padre. Su madre, Anne-Marie Ricard, se encargó de educarlo durante los primeros años. Estudió en la escuela jesuita de San José en Lyon en cuya Universidad se graduó de bachiller en letras en 1889 y en el de ciencias en 1890, doctorándose en 1900. Trabajó en el Hospital de su ciudad natal mientras estudiaba anatomía y cirugía operatoria. Ocupó el puesto de prosector1 en la cátedra del prestigioso profesor Testut (1900-1902) decantándose hacia la cirugía.

Supe de la existencia de este personaje por el Dr. Eduardo Adsuara Sevillano (8 marzo 1928-8 diciembre 2000), licenciado en Medicina en 1952, cuya tesis que dirigió el Profesor Pedro Laín Entralgo, versó sobre este médico lionés. En mis escapadas a San Lorenzo de El Escorial los fines de semana y con grabadora en mano, Eduardo me contó las grandezas de Carrel. Eduardo conoció a la viuda de Carrel que le dijo que su marido tenía “aura”.

Ya ejerciendo la profesión de médico y cirujano dió muestras de sus habilidades. Para aprender a suturar los extremos de los vasos sanguíneos, cortados después de una herida, acudió a la mejor modista parisina. Así que creó un nuevo método de sutura vascular llamado de “triangulación” que fue publicado en la revista Lyon Médical y que tuvo mucho éxito protocolizándose su empleo. Utilizaba suturas muy finas de sedas procedentes de Alsacia. Asi cuando el presidente de la república Sadi Carnot visitaba Lyon, fue herido por un anarquista italiano. No sobrevivió porque los cirujanos fueron incapaces de suturar la vena porta que había sido afectada. Este suceso parece que influyó en Carrel.

En 1904 se trasladó a Francia por motivos profesionales. Era por encima de todo un científico que solo creía en la verificación experimental, un agnóstico que no creía en los milagros. Prueba de ello es que quiso analizar científicamente de primera mano las pretendidas curaciones de Lourdes, ganándose con ello la enemistad tanto del clero francés como de los miembros de la Facultad de Medicina de Lyon.

Educado en una escuela laica, había perdido por completo la fe y estaba desconcertado. Él mismo escribió unos hechos de los que fue testigo, empleando en su narración el seudónimo de Lerrac, su mismo nombre leído al revés, para evitarse la andanada de ataques de sus colegas, de la iglesia francesa y de la prensa masónica. Un resumen de su libro fue publicado en el número del mes de diciembre de 1950, de la Revista “Selecciones del Reader’s Digest” en la que se dice: “El Dr. Carrel parte para Lourdes …”

En el año de 1903, invitado por el Abate Bernole, sacerdote encargado de la peregrinación, se le encargó la representación médica acostumbraba a acompañar las peregrinaciones de enfermos a Lourdes. Disponía de muchos datos acerca de los enfermos que iban en el tren a Lourdes. Pasada la primera noche de camino, encontró Alexis en el tren al Abate Olivier, subdirector de la peregrinación, quien le dijo: “Va ahí una joven a quien me han recomendado cuidar especialmente, le agradecería a usted mucho que se encargara de ella. Está tan débil que temo un desastre”.

Su nombre era María Ferrand y su estado físico era muy preocupante. El Dr. Carrel encontró a esta joven yaciendo sobre un colchón que obstruía completamente la entrada del compartimiento del tren en que se hallaba, su rostro estaba enjuto y pálido, sus labios sin color. Cuando la auscultó, dijo Carrel al Abate Olivier: “No da muchas esperanzas el estado de su enferma”. María casi inconsciente, y suspirando angustiosamente, exclamaba ¡No llegaré a Lourdes!. El doctor le hace una exploración clínica minuciosa. El doctor diagnosticó un caso típico de peritonitis tuberculosa.

La llegada a Lourdes se produjo a eso de las dos de la tarde, y el tren lentamente iba llegando a su destino. Una voz empezó a entonar el himno sagrado: “Ave Maris Stella, Dei Mater alma At que semper Virgo, Felix caeli porta  …” (que se ha atribuido a autores diversos; entre ellos, a Venantius Fortunatus y Pablo Diácono), oración que fue propagándose de vagón en vagón y saliendo de todos los orgullosos pechos. Y entre esas voces angelicales el tren iba entrando en la estación de Lourdes.

Durante esta experiencia, Carrel va encontrándose con colegas y desconocidos. Entre estos voluntarios distinguió Carrel a un antiguo condiscípulo suyo, Antonin Duval que viajaba en tercera clase con todos esos seres desvalidos, malolientes, repugnantes, para consagrarse a cuidarlos.  Duval le dijo que en la gruta de Massabielle (nombre que significa “roca pequeña”) fue testigo de un milagro: el de una monja anciana que a consecuencia de una torcedura que sufrió hace unos dos meses, contrajo una enfermedad incurable en un pie. Quedó curada y arrojó las muletas. Pero Carrel muy obstinado, niega la intervención de Dios en las curaciones extraordinarias como la de la Hermana Luisa que estuvo enferma en el Hospital General de Lyon, y cree que es por “autosugestión” y en personalidades neuroasténicas se han visto curaciones de parálisis nerviosas o histerias traumáticas.

Carrel una y otra vez se preguntaba ¿Existe Dios objetivamente? ¿Cómo podemos estar seguros? Para Alexis la prueba de la existencia de Dios es ver curada a una persona que padece una enfermedad orgánica: la reproducción de una pierna después de amputada, la desaparición de un cáncer o la curación de una enfermedad incurable en una mujer, María Ferrand, totalmente deshauciada y con un pronóstico infausto. Alexis piensa que únicamente creería y recobraría la fe si se curara María Ferrand lo que sería para él un verdadero milagro.

La enferma estaba decidida a bañarse en las piscinas de la gruta de Massabielle. Un colega, el Dr. Journet, opinaba también que María Ferrand estaba a punto de morir. Otro, el Dr. Journet, dijo que la muchacha no tenía nada que perder y que María la enferma soñaba con la felicidad suprema de ir a la gruta. A las 2 de la tarde María Ferrand estaba moribunda. Justo a esa hora Carrel se dirigió a las piscinas y vió a la enferma inconsciente. Le  encontró un pulso más acelerado que nunca. Tenía la cara cenicienta y era indudable que estaba agonizando. Carrel vio cuando llevaban a María Ferrand a las piscinas y minutos después la vio salir de ellas. Corrió a su lado. El estado de la enferma era el mismo de antes. “Apenas pudimos verter una poca de agua sobre el abdomen”, dijo la señorita que la atendía. No se atrevieron a sumergirla. “Estaré con ustedes dentro de un momento”, dijo Carrel, no veo ningún cambio, si me necesitan avísenme.

Cuando Carrel llegó a la gruta un sacerdote estaba arrodillado frente a la fila de los enfermos. Levantó los brazos y los extendió en cruz para exclamar con emoción: “Virgen santísima cura a nuestros enfermos”, etc. “Jesús te adoramos, Jesús te bendecimos;”, etc. Las voces de la multitud atronaban el espacio. Carrel sintió su impacto. A la orilla del arroyo observó entre la muchedumbre al Doctor Gouyot, joven interno de un hospital de Burdeos a quien había conocido el día anterior. Después de saludarlo le preguntó: ¿Han registrado ustedes algunas curaciones? No, unos pocos casos de histeria han mejorado, pero no ha habido nada extraordinario. Venga usted conmigo a ver a mi enferma, le dijo Carrel. Este caso nada tiene de extraño, pero me parece que está a punto de morir. – La vi hace unos pocos minutos, contestó Gouyot, ¡Qué pena que la hayan dejado venir a Lourdes! Eran ya cerca de las 2.30.

Entre la multitud Carrel reconoció la esbelta figura de la enfermera de María Ferrand. Él y Gouyot se dirigieron ahí y deteniéndose cerca de la cama de la enferma se apoyaron contra el pequeño muro. María Ferrand parecía moribunda. A las 2.40 María Ferrand empezó a dar muestras de alivio El Dr. Carrel dirigió una vez más la vista hacia Maria Ferrand. De pronto se quedó mirándola fijamente. Le parecía que se habla verificado un cambio, que las duras sombras de la cara le habían desaparecido, que la piel aparecía menos cenicienta, anotó apresuradamente la hora: faltaban 20 minutos para las 3. Volviéndose a Gouyot le dijo: –“Mire a nuestra paciente otra vez. ¿No le parece que está un poco reanimada?” A mí me parece igual que antes, contestó el otro, lo único que puedo notar es que no está peor.  Ahora es menos rápida la respiración, notó Carrel. Ello puede deberse a que se está muriendo. Carrel permaneció callado. Para él estaba claro que se había presentado una mejoría notable. Algo estaba pasando. Apenas podía resistir el estremecimiento de la emoción y concentró en María Ferrad todo su poder de observación. No le quitaba un momento los ojos de encima. María Ferrand continuaba cambiando lentamente. Esos ojos, antes tan apagados, ahora se abrían estáticos mirando hacia la gruta.            

Súbitamente Carrel se puso pálido. La frazada que le cubría el distendido cuerpo a la enferma iba aplanándose lentamente. A las 3 de la tarde, María Ferrand estaba curada. Cuando la campana de la basílica daba las 3, ya no se notaba nada de distensión en el abdomen de María Ferrand. Carrel se creía a punto de volverse loco. De pie junto a la enferma observaba fascinado los movimientos respiratorios y la pulsación de la región del cuello, el ritmo era regular. -¿Cómo se siente?, le preguntó Carrel. Muy bien, contestó ella desfallecida. Todavía débil, pero me siento curada. Ya no quedaba duda alguna, el estado de María Ferrand había mejorado tanto que casi estaba irreconocible.

Carrel permanecía de pie, silencioso, profundamente desconcertado, incapaz de analizar lo que presenciaba. Este suceso, justamente lo contrario de lo que había esperado, no podía ser otra cosa que un sueño. La señorita que atendía a María Ferrand, le ofreció una taza de leche que ella apuró totalmente. A los pocos minutos levantó la cabeza, volvió a mirar a su alrededor, movió un poco las piernas y en seguida se volvió sobre un lado sin dar muestras del menor dolor. Carrel se separó bruscamente. Se alejó de la gruta abriéndose paso en medio de la multitud de peregrinos cuyas oracíones en coro apenas oía. Eran ya las 4 de la tarde. Carrel regresó a su hotel decidido a abstenerse de sacar ninguna conclusión, hasta que pudiera descubrir con toda exactitud qué era lo que había sucedido.    A las 7.30 expectante y ardiendo de curiosidad, se dirigió al hospital. Se acercó con presteza al lado de la cama de la joven. Con gran asombro se quedó contemplándola. La transformación era desconcertante. María Ferrand estaba sentada en la cama con una chaqueta blanca. Aún cuando todavía tenía demacrada la cara, asomaba en ella un destello de vida, los ojos le brillaban y un débil color le apuntaba en las mejillas. Dirigiéndose a Carrel le dijo: – Doctor, estoy completamente curada, me siento muy débil, pero creo que podría caminar. Carrel le tomó la mano para observar el pulso que ahora era calmado y regular. También la respiración era completamente normal.

Una gran confusión invadía el ánimo del médico. ¿Era esa una curación aparente, resultado de un violento estímulo de autosugestión?, ¿O se trataba de un hecho nuevo, un suceso pasmoso, un milagro en fin? Por un momento vaciló antes de someter a María Ferrand a la prueba suprema de examinarle el abdomen, pero después tras la lucha de la esperanza con el temor, hizo a un lado la frazada. La piel aparecía lisa y blanca. Sobre las angostas caderas se extendía el pequeño abdomen ligeramente cóncavo de una niña desnutrida. Suavemente nuestro galeno recorrió con las manos la pared abdominal para palpar huellas de la distensión y de las masas duras que había encontrado antes. Todo había desaparecido como en un sueño. El sudor inundó la frente de Carrel. Sintió como si le hubieran dado un golpe en la cabeza. El corazón empezó a palpitarle violentamente pero se sostuvo con voluntad férrea en su determinación inicial. Los Doctores Journet y Gouyot, testifican la curación de María Ferrand. De repente, Alexis notó que estaban de pie a su lado los Doctores Journet y Gouyot.  Parece estar curada, les dijo, no encuentro nada anormal, sírvanse ustedes examinarle. Mientras los dos colegas palpaban cuidadosamente el abdomen de María Ferrand, Carrel permanecía a un lado mirándolos con ojos brillantes. No cabía duda que la muchacha estaba curada. Era ese un milagro de aquellos que sobrecogían al público como una tempestad y lo lanzaban en hordas sobre Lourdes. Otra vez pensó Carrel cuán afortunado era porque entre todos los pacientes que acudían a Lourdes aquél día, fue la enferma que él había conocido y analizado cuidadosamente la que vio curar. María Ferrand fue de nuevo auscultada, palpada, sobada y resobada y estaba radiante. Está curada, afirmó el Doctor Journet profundamente conmovido: no le encuentro nada anormal, no tiene explicación esta curación.

Después de examinar otros pocos pacientes más, Carrel salió a la calle. Los moribundos se curaban en pocas horas. Estas peregrinaciones tenían de suyo un poder que producía resultados; sobre todo, enseñaban humildad. Llegó a la gruta en la que permaneció largo rato sentado, contemplando los cirios que llameando en la obscuridad, lanzaban en su contorno un resplandor rojo. Miraba fijamente la estatua de la Virgen, la fila de espitas de cobre de donde salía el agua milagrosa. La mayoría de los médicos se mostraban tan celosos de su prestigio, que aún cuando hubieran venido a Lourdes y visto lo que ahí pasa, no se atrevían a admitirlo temiendo que si mostraban algún interés se les tuviera por fanáticos cuando no por tontos.

Pero Alexis pensaba que existieran leyes naturales todavía desconocidas para el hombre, que nos explicaran los fenómenos tan extraordinarios como son los milagros de Lourdes. Seguía el conflicto en el alma de Carrel. Como él no conocía las pruebas de la existencia de Dios, dudaba de ella, pero se imponía a su razón que de ninguna manera podría negarla. Se maravillaba de pensar cómo los grandes hombres como Pasteur habían podido reconciliar su fe en la Religión con la Ciencia. Ya dentro de la Iglesia, se sentó en una silla escuchando los himnos y sin darse cuenta empezó a rezar.. . “Señor, creo en Ti. Respondiste a mi súplica con un milagro resplandeciente. Todavía estoy ciego frente a él, todavía dudo. Pero el gran deseo de mi vida es creer, creer apasionadamente… Bajo la honda prevención de mi orgullo intelectual persiste un oculto anhelo. ¡Ay! Todavía no es más que un sueño, pero el más encantador de todos. Es el sueño de creer en ti y el de amarte con el espíritu resplandeciente de los hombres de Dios”.          

Lentamente regresó Carrel a su cuarto del hotel y se puso a escribir las observaciones de ese día. Dieron las 3 de la mañana. La pálida luz de oriente empezó a rasgar el velo de la noche. Carrel sintió que la serenidad de la naturaleza le invadía dulcemente y le calmaba el alma. Se desvanecieron todas sus preocupaciones de la vida diaria, todas sus dudas intelectuales. Creyó tener ya una certidumbre y le pareció sentir la paz maravillosa que proporcionaba y que desterró hasta la última amenaza de impertinentes dudas. En la inefable belleza del amanecer, el sueño le cerró los ojos.

Alexis Carrel fue un científico de reconocimiento universal, galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1912 y un católico digno de admiración.

1. Un prosector es una persona con la tarea especial de la preparación de una disección para la demostración, por lo general en las escuelas de medicina y hospitales

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Notas para ayudar a la sinodalidad y al discernimiento comunitario, para crecer en la identidad y pertenencia a la Iglesia diocesana

3 de noviembre de 2021/1 Comentario/en Noticias, Colaboraciones, Proceso Sinodal/por D. Miguel Abril Agost

Notas para ayudar a la sinodalidad y el discernimiento comunitario para crecer en la identidad y pertenencia a la Iglesia diocesana, para redescubrir esta nueva manera de ser Iglesia, por una Iglesia Sinodal: llamados a la alegría de la comunión, participación (corresponsabilidad) y a la misión.

¿Qué es la sinodalidad?

Es hablar de lo que la Iglesia es, de su naturaleza y su misión; es el estilo habitual de la Iglesia en el vivir, celebrar, anunciar, actuar y en su misión.

Es un evento del Espíritu. Es un Kairós, algo grande que requiere una respuesta de nosotros…supone una dimensión orante fundamental que lleva al encuentro personal y en comunidad con Cristo resucitado y a su experiencia y transmisión. El Señor cuenta con nosotros, con cada uno. Esto es un gran don, pero también una gran responsabilidad.

El proceso sinodal busca la renovación y revitalización y trae unas consecuencias: renueva a la Iglesia, revitaliza, es reformador (llama a la conversión) personal y comunitaria y produce alegría.

¿Qué no es sinodalidad? No es una moda pasajera; no es un reparto de poder; no es un peligro a evitar

¿Qué es la Iglesia sinodal?

Es caminar juntos, camino que se hace juntos. Cada uno tiene algo que aprender (laicos, obispo, sacerdotes…) unos en escucha de los otros y todos en escucha del Espíritu Santo.

Es un evento del Espíritu Santo, desde la espiritualidad, desde la oración y a la luz de la Palabra de Dios. Si lo vivimos así tendrá sentido, solamente si lo vivimos así, abiertos a un nuevo Pentecostés para redescubrir y volver a poner la Forma a la Iglesia: que es Cristo.

Y desde ahí discernir cómo vivimos la fe, en comunidad, en la vivencia de la caridad para ser corresponsables… vivir la Iglesia de Comunión…de la escucha (todos escuchar al E.S. y escucharnos unos a otros, también a los alejados y a los pobres) y vivir la vocación misionera del bautismo con nuestros ministerios y carismas.

¿Qué imágenes de la Iglesia nos iluminan?

  1. Cuerpo de Cristo: san Agustín nos habla del Cristo total, Cabeza y miembros
  2. Pueblo de Dios en Camino: todos en camino y en comunión: laicos, obispo, sacerdotes, religiosos
  3. Templo del Espíritu Santo: caminar vivificados por el ES y enriquecidos por los carismas

¿Qué modelo de Iglesia edificar? (los dos primeros a descartar o purificar)

  1. la pirámide: organizado de mayor a menor. No es mandar o poder, sino servicio
  2. la esfera: todo igual, todo es lo mismo en una democratización…no vale. Cada uno debe servir al Pueblo de Dios en y desde su ministerio y servicios…
  3. el poliedro: distintas caras y colores, llamados a la comunión, a la escucha: todos juntos y unidos al ES y los unos de los otros en el servicio.

¿Cuál es el fin o consecuencias del Sínodo sobre la sinodalidad?

Renovar la Iglesia, revitalizarla, reformarla y transmitir la alegría del Espíritu.

Volver a la esencia de la Iglesia, es volver a la forma de la Iglesia que es Jesucristo.

No es buscar otra Iglesia, sino una Iglesia vivida de forma distinta donde la voz viva del Pueblo de Dios se active en la sinodalidad: donde la primacía sea la Caridad y del sentido pastoral, permanecer en la Comunión del Todo, donde la paciencia acompañe el proceso de discernimiento comunitario y de escucha, y donde el retorno a los principios de la Tradición de la Iglesia sea la bandera que nos guíe:

  • la importancia esencial de la dimensión orante
  • la Eucaristía como forma de la Iglesia sinodal
  • asumir el servicio como clave del actuar
  • retomar el Evangelio como kerigma
  • asumir la eclesiología del poliedro (unidad en la diversidad)

En definitiva, no es la finalidad del Sínodo producir más documentos, sino inspirar al Pueblo de Dios a soñar con la Iglesia que estamos llamados a ser, hacer florecer las esperanzas de la gente, estimular la confianza, vendar las heridas, tejer relaciones nuevas y más profundas, aprender unos de otros, construir puentes, iluminar mentes, calentar corazones, crecer en la comunión y vigorizar la misión.

¿Cómo ponernos en modo Sínodo?

Orando, reflexionar y caminar juntos: es un don y una tarea, juntos reflexionando sobre el camino recorrido, para aprender como Iglesia, a partir de lo experimentado, cuáles son los procesos que pueden ayudarle a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión evangelizadora, a llevar la Buena Noticia, a Cristo, la presencia de Cristo en medio del mundo. Para favorecer la iglesia profética, la misericordia, la solidaridad, la ecología integral, el cuidado de la casa común, la apertura ecuménica, el respeto al diferente, la transparencia, el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor.

  • Método: la escucha “escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” (Francisco, discurso del 17 de octubre de 2015)
  • Objetivo: el discernimiento, personal y comunitario, que es una gracia de Dios mediante la oración (lectio divina de los Hechos de los Apóstoles) y la reflexión, prestando atención a la propia disposición interior, escuchando y hablando con los demás de forma auténtica, significativa y acogedora.
  • Camino: la participación

¿Qué actitudes permiten una escucha y un diálogo auténticos en el proceso sinodal?

Ser sinodal requiere dedicar tiempo para compartir; ser humilde; diálogo en apertura a la conversión y al cambio; discernimiento desde la escucha al Espíritu; dejar atrás prejuicios y estereotipos (etiquetas); superar la plaga del clericalismo; combatir el virus de la autosuficiencia (remamos en el mismo barco); construir puentes y derribar muros; superar las ideologías; la esperanza; soñar en la Iglesia que quiere el Señor y la impregne de la alegría del Evangelio.

¿Con qué herramientas contamos para el proceso sinodal?

  • la espiritualidad de la sinodalidad: es un don y tarea. Así pasamos del yo individualista al nosotros eclesial, revestidos de Cristo caminando junto con los hermanos y hermanas en la misión del Pueblo de Dios, como sujetos activos y responsables. La espiritualidad de la comunión es el alma de todo lo demás, que de otra forma se convierten en estructuras más o menos participativas. Sin la necesaria conversión del corazón y de la mente, de poco servirá todo lo demás. De cómo vivamos la Eucaristía, la reconciliación, la escucha de la Palabra va a depender muchísimo el enraizamiento de nuevas formas de sinodalidad en nuestras comunidades, y por supuesto de la misión que llevemos a cabo.
  • El discernimiento comunitario: ponernos a la escucha del ES, partir de la luz orante de la Palabra de Dios, de la Lectio Divina de algunos textos de los Hechos de los Apóstoles. Y llevarlo de la oración personal y comunitaria al compromiso, por la reflexión, escuchándonos en el reconocer, interpretar y elegir por dónde nos llama el Señor
  • Estar abiertos a la escucha: es la actitud con la que acometemos este proceso: escucha, respeto, diálogo, encuentro, apertura; también escuchar a los que están “fuera”, a los pobres y alejados. Salir a la intemperie, perder la seguridad de los muros, abrirse al Espíritu para que deje remover el suelo y nos ponga en marcha

¿Qué problemas y tentaciones debemos afrontar y superar?

  • Modelo eclesiológico falso: huir de la pirámide (el poder) y de la esfera (el democratismo), para afianzar el poliedro (el servicio)
  • Dos riesgos: la ruptura y el inmovilismo
  • El clericalismo, con sus dos vertientes: el cura es el que manda, piensa, decide y ordena, los laicos obedecen: y a la inversa, hay laicos que siguen queriendo que el cura lo decida y mande todo.
  • También la clericalización del laico (formando pequeñas élites…)

¿Cómo concretar la participación en el proceso sinodal?

Se trata de la escucha al Pueblo de Dios, en el Pueblo de Dios (en 3 fases: diocesana, continental, asamblea Obispos (universal)…y vuelve a las diócesis, es para siempre, es un nuevo estilo).

El Pueblo de Dios tiene el sentido de la fe, tiene la infalibilidad en cuanto cree…y lo que afecta a todos por todos debe ser tratado, en la corresponsabilidad, en la implicación, en la escucha, en los carismas.

La consulta debe ser verdadera, sincera, amplia y dinámica. Su fin es la comunión, la participación y la misión en la Iglesia y desde la Iglesia. Inserción en todos los procesos de nuestra reflexión diocesana y escuchando a todos, también a los excluidos y necesitados, a los alejados, tocando como Cristo las llagas de la carne sufriente de la humanidad.

¿Qué hay que hacer? Partir de la pregunta fundamental (nº 26 del documento preparatorio):

  • ¿Cómo se realiza hoy ese caminar juntos en mi comunidad, en mi diócesis?
  • ¿Cómo ayudar a crecer? en la comunión, en la participación, en la vida, en la misión; partir de experiencias positivas y negativas. 
  • ¿De qué manera podemos crecer?

Nuestro proceso sinodal está insertado en la dinámica de la reflexión diocesana. En un esquema de cinco partes:

  1. Sobre la comunión y vivencia como Iglesia diocesana (carta del Sr. obispo)
  2. Cómo anunciamos a Jesucristo
  3. Cómo acompañamos
  4. Qué necesidad de formación constatamos
  5. Cómo animar la presencia pública de los cristianos

Dentro de este esquema se encuentran insertadas, tanto la cuestión fundamental como las cuestiones que emanan de las 10 temáticas a la que el documento preparatorio nos orienta para realizar la consulta sinodal.

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Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación, misión

11 de octubre de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones, Proceso Sinodal/por D. Francisco Javier Vicente Soler

Este mes de octubre, el Pueblo de Dios, la Iglesia Universal hemos sido convocados a uno de esos acontecimientos importantes en la vida de la Iglesia.  Dice nuestro obispo D. Casimiro, en su carta de apertura de la fase diocesana: “El Papa Francisco desea que todo el Pueblo de Dios se implique en este sínodo por lo que ha establecido un itinerario inédito hasta ahora”. Por cierto, os animo a leer con detenimiento esta carta de D. Casimiro, no tiene desperdicio. También dice el Papa Francisco: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”.  Si este es el camino que Dios nos está marcando y utilizamos medios hasta ahora inéditos, yo al menos, no me lo quiero perder, no me quiero quedar al margen.

Reflexionar y caminar juntos

Creo que la gran cuestión por tanto es el cómo, cómo participar, como formar parte de este camino sinodal, qué espera Dios de mí, de todos nosotros en estos momentos. Algunas pistas las encontramos en el documento preparatorio del sínodo. Dice que este camino “es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Por tanto, primera afirmación: la sinodalidad requiere reflexionar juntos, pero también caminar juntos. Hay que hacerla realidad, vivirla, para a la vez reflexionar y aprender sobre el camino recorrido. Y todo con el fin de vivir más intensamente la comunión, la participación y la misión. Algo así como vivir sinodalmente el ser una comunidad evangelizada y evangelizadora, palabras que nos van sonando de nuestra realidad diocesana de estos últimos años.

El discernimiento comunitario

El documento preparatorio del sínodo nos pide a continuación que nos preguntemos cómo se está realizando hoy en nuestros grupos, equipos de vida, comunidades, parroquias, delegaciones, diócesis ese “caminar juntos” (sinodalidad) que nos debe permitir anunciar el Evangelio, y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal. Aquí tenemos pues una segunda afirmación: el discernimiento comunitario. Que cada uno de nosotros, y en comunidad, estemos a la escucha de lo que el Padre nos pide, del camino al que nos dirige la fuerza del Espíritu, estando abiertos a las sorpresas que nos prepare.

Si recorremos desde el principio caminos sinodales, algunos ya existentes y otros nuevos, aún a riesgo de creer que no sabemos, o no estamos preparados, si discernimos y dejamos actuar al Espíritu, si reflexionamos – reconocer, interpretar, elegir- al mismo tiempo que caminamos, los frutos no llegarán al final del sínodo, sino que los tendremos con nosotros desde el principio.

La espiritualidad de la sinodalidad

Si al principio afirmábamos que la sinodalidad es un don y una tarea, el primer aspecto va a ser crucial para que verdaderamente cale en nosotros esta conversión. Todos estamos llamados a educarnos y a vivir en comunión la gracia recibida en el Bautismo y que se cumple en la Eucaristía. Así pasamos del yo individualista al nosotros eclesial, revestidos de Cristo caminando junto con los hermanos y hermanas en la misión del Pueblo de Dios, como sujetos activos y responsables. La espiritualidad de la comunión es el alma de todo lo demás, que de otra forma se convierten en estructuras más o menos participativas. Sin la necesaria conversión del corazón y de la mente, de poco servirá todo lo demás. De cómo vivamos la Eucaristía, la reconciliación, la escucha de la Palabra va a depender muchísimo el enraizamiento de nuevas formas de sinodalidad en nuestras comunidades, y por supuesto de la misión que llevemos a cabo.

Estar abiertos, salir a escuchar

Otro aspecto no menos importante es la actitud con la que acometemos este proceso. Palabras como escucha, respeto, diálogo, encuentro, apertura deben cobrar todo su significado, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Si dentro hemos de crecer en comunión, y aquí tenemos todavía una importante tarea, no podemos dejar de lado a los que están “fuera“, a los más pobres, y a los alejados de la Iglesia. Evidentemente sabemos que la opción por los pobres es uno de los aspectos fundamentales de la Iglesia, pero no estamos hablando de atenderles, de acompañarles, de ayudarles. El sínodo nos pide que escuchemos, que entremos en diálogo con los pobres y con los alejados de la Iglesia. No es el momento de hablar, sino el de escuchar, saber qué piensan de nosotros, de lo que somos y hacemos, del mensaje del Evangelio y de nuestras incoherencias como cristianos. Esa escucha y diálogo, esa cultura del encuentro nos va a marcar inmediatamente los caminos evangelizadores que podemos recorrer, porque descubriremos lo que ellos necesitan de Dios y su Buena noticia.

Podemos correr el riesgo de pensar que nuestras pequeñas comunidades se enfrentan con este camino sinodal a un territorio inmenso, todo por construir y al cuál además nos da miedo salir, porque salir es aventurarse a la intemperie, perder la seguridad de los muros que hemos construido y en los que estamos más o menos a gusto. Es cierto que, si nos abrimos al Espíritu, nos va a remover el suelo y nos va a poner en marcha.

Los frutos ya los tocamos aquí y ahora

Pero también es cierto que llevamos ya un camino recorrido, un camino sinodal. El Padre hace tiempo que nos ha llamado a la puerta, y nuestra Iglesia le ha respondido. El proceso del Congreso de Laicos que convocó la Conferencia Episcopal en 2018, con sus fases parroquiales, diocesanas y nacionales es un verdadero proceso sinodal. Proceso = camino en el que hoy seguimos en marcha. El Congreso que se celebró en febrero de 2020 (justo unas semanas antes de que empezase el confinamiento por el COVID19) fue un gran acontecimiento de la Iglesia en España. Laicos en gran número, pero también religiosos, sacerdotes y más de 70 Obispos nos encontramos durante 3 días en Madrid. Llevábamos en las maletas las reflexiones de las diócesis, y allí pudimos compartirlas, escucharnos, conocernos, dialogar, vivir la comunión dentro de la Iglesia, orar y discernir comunitariamente. Fuimos conscientes de la presencia del Espíritu en medio de todos nosotros, marcando el camino a seguir, y hoy somos testigos de ello.

Bajo la superior dirección de los Obispos desde una pirámide invertida

También me gustaría destacar el papel y la actitud de nuestros obispos durante el Congreso. Dedicaron mucho tiempo a escuchar al Pueblo de Dios, “escuchar” con mayúsculas, pero también participaron como uno más en los grupos de reflexión, en medio de su pueblo.  Al mismo tiempo, todos éramos conscientes de su papel, de lo que representan, y digamos que eran “especialmente escuchados”.  Los documentos que de allí salieron, han sido plenamente asumidos por la Conferencia Episcopal, pero si hubiesen sido la base sobre la que los obispos hubiesen elaborado luego su magisterio, tampoco hubiese pasado nada. Considero que es un buen ejemplo de cómo se pueden llevar a cabo las relaciones entre sacerdotes, laicos y laicas en las comunidades parroquiales, si queremos avanzar en sinodalidad. Es importante que superemos tanto la actitud de parte del clero que piensa, decide y ordena en exclusividad, como la de parte del laicado que se aparta a un lado y prefiere que sea el sacerdote el que asuma todo el peso de la comunidad, quedándose como meros ejecutores de su voluntad. Dicho de otra manera: “El gran desafío para la conversión pastoral que hoy se le presenta a la vida de la Iglesia es intensificar la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos y sin secularizar a los clérigos, evitando en todo caso la tentación de un excesivo clericalismo que mantiene a los fieles laicos al margen de las decisiones” (“La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” Comisión Teológica internacional)

En este mismo documento se indica que la dinámica de la sinodalidad se describe mediante “la circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno.” Así mismo “Esta circularidad promueve la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, valoriza la presencia de los carismas infundidos por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, reconoce el ministerio específico de los Pastores en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma, garantizando que los procesos y los actos sinodales se desarrollen con fidelidad al depositum fidei y en actitud de escucha al Espíritu Santo para la renovación de la misión de la Iglesia.”

Aquí entra con fuerza la imagen que nos ofrece el Papa Francisco de una pirámide invertida, en la que los que más responsabilidad tienen, más servicio desempeñan y más bajo están en la pirámide.

Propuesta de sínodo en medio de un proceso sinodal

Volviendo al Congreso de Laicos, ahora estamos en la fase poscongresual en la que destacan dos claves importantes: la sinodalidad y el discernimiento comunitario. Así mismo se pretende articular la acción pastoral en 4 itinerarios o ámbitos: primer anuncio, acompañamiento, formación y presencia pública. Esta tarea vuelve a las diócesis, a las parroquias, a las asociaciones y movimientos. Por tanto, la convocatoria del Sínodo por el Papa Francisco, no sólo encaja en el proceso sinodal que llevan a cabo las diócesis en España, sino que lo va a impulsar enormemente. Evidentemente es un marco superior por tratarse de la Iglesia universal, pero en el sentido del proceso que llevamos a cabo, coincide en el tiempo y en el espacio justo cuando hacía falta. El Espíritu sigue actuando en medio de su pueblo.

Nuestra diócesis y su camino: la reflexión del 775 aniversario

Algo similar sucede en nuestra diócesis. Nuestro Obispo D. Casimiro nos convocó a un proceso de reflexión con motivo del 775 aniversario de la creación de la Diócesis. Esta reflexión busca hacer un alto tras el anterior Plan Pastoral Diocesano, para ver cómo estamos en cada aspecto de la pastoral y desde ahí marcarnos los objetivos para los próximos años. El esquema base de cada tema promueve un discernimiento personal y comunitario. Se va a trabajar en el primer tema, la carta pastoral de D. Casimiro, que aborda de forma conjunta la situación pastoral de la diócesis, la necesaria diocesaneidad en la que hemos de crecer, y por tanto en sinodalidad. En los otros 4 temas, se asume la estructura de los 4 itinerarios del Poscongreso de laicos. Por tanto, nos encontramos también en el ámbito diocesano inmersos en un proceso sinodal.

Quizás, la propuesta no prevista del Sínodo de los Obispos nos haya podido descolocar un poco, y pensar que nos cae otro cuestionario al que hemos de responder, además de lo que ya teníamos. Pero también lo podemos leer desde el punto de vista de la oportunidad, de dejarnos llevar por el Espíritu. Justamente el Sínodo, como decía al principio busca vivir caminos sinodales y reflexionar sobre ellos, caminar a la vez que se reflexiona. En este sentido, estar llevando a cabo la reflexión diocesana, “nuestro pequeño o gran sínodo” nos permite que podamos revisar cómo lo estamos haciendo, si nos alejamos o nos acercamos al Plan de Dios para su Iglesia del tercer milenio. Por tanto, podemos no hacer la reflexión que plantea el sínodo en abstracto, sino revisar a partir de nuestro propio proceso.

Y las comunidades parroquiales, haciendo realidad el Sueño de Dios

Lo mismo sucede en las parroquias. Quizás muchas, tras la pandemia están todavía despertando, pero me consta que otras están caminando sinodalmente, buscando renovar su acción pastoral. En ese caso, el camino del Sínodo les plantea una oportunidad única de revisar las actitudes de los miembros de su comunidad, el proceso que están llevando y si deben modificar en algo la ruta que se han planteado. Dejarse interpelar una vez más, por el Sueño de Dios para su comunidad parroquial.

Para las otras parroquias, las que estaban más débiles y la pandemia les ha pasado factura, puede ser un momento de Gracia para emprender con nuevas fuerzas el camino de la renovación pastoral.

He destacado estos procesos porque entiendo que son muy significativos en la vida de nuestra Iglesia, pero no podemos olvidar que, junto con los procesos sinodales, también tenemos estructuras sinodales, como el Consejo Diocesano de Pastoral, los Consejos Pastorales Parroquiales, los Arciprestales, de Economía, etc… En estos espacios es donde de forma cotidiana vivimos o no la sinodalidad. Su presencia o ausencia ya es un indicador de cómo estamos en cada comunidad, pero su funcionamiento y la forma en que se adoptan las decisiones o se participa y consulta, también nos deben ocupar en este proceso Sinodal.

Ojalá, nos dejemos llevar, dejemos de oponer resistencias, de buscar los intereses personales o de grupo y apostemos por la vía que el Padre nos pone delante tan claramente, y estemos dispuestos a crecer en comunión, participación y misión.

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Para mis nietos

23 de julio de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones/por D. Julio José Sevilla Ruiz

El papa Francisco hizo público, el martes 22 de junio de 2021, su Mensaje para la Primera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores que se celebrará cada año el cuarto domingo del mes de julio, entorno a la festividad de San Joaquín y Santa Ana. En esta ocasión será el 25 de julio.

El papa ha elegido el lema: “Yo estoy contigo todos los días” (cf. Mt 28,20).

Reflexionando a raíz de la lectura del mensaje del Papa, nos ha inducido a mi mujer y a mí, a meditar sobre este tiempo de locura que estamos viviendo y que nadie podíamos imaginar; proyectando la mirada atrás y repasando cada acontecimiento nos detenemos en aquellos recientes más significativos.

(Como abuelos, de momento, hemos escapado de esta pandemia asesina llamada: COVID 19; otros han fallecido -como todo el mundo sabe solos, sin el abrazo, que el papa Francisco tanto valora y es tan absolutamente necesario, tanto para el que parte como para los que quedamos).

El nacimiento de nuestros nietos, acontecimiento singular cuando pensábamos que no llegaríamos a ser abuelos, ha sido una gracia y un don extraordinario. La Providencia nos regaló dos mellizos que, junto con los abuelos maternos, hemos estado cuidando y continuamos haciéndolo mientras sus padres trabajan. Por supuesto que no somos una excepción -muchos abuelos están al cuidado de sus nietos, mientras que sus padres están en sus respectivos compromisos laborales-, es por lo que no dejamos de cavilar, en estos tiempos que nos está tocando vivir, sobre el futuro que espera a nuestros nietos.

No pretendo ser negativo, nunca lo he sido, pero los avatares de nuestros políticos, ciertas ideologías que poco a poco nos van mentalizando y conduciendo a través de los medios de comunicación por caminos de la indiferencia ante problemas -que nos deben seriamente preocupar por su importancia social-mediática, miramos hacia otro lado dejándonos manipular retrocediendo en cuanto a relaciones humanas tan necesarias para la sana convivencia: falta de cordialidad entre personas, falta de empatía para el bien común, disminución progresiva de los valores familiares, indefensión al
derecho a la vida desde la gestación hasta la muerte natural.

La vida es un don de Dios -somos católicos practicantes- solo a Él le corresponde darla o quitarla. Desgraciadamente la Ley de los hombres nos obliga a hacer una declaración de voluntades anticipadas con testigos que nos avalen para que nuestra vida física se apague por vía natural con los cuidados paliativos necesarios. Pues firmando dicha declaración podremos evitar que nos apliquen la eutanasia (suicidio asistido) administrándonos la inyección letal o el medicamento adecuado, finiquitándonos, dejando así de molestar a médicos, familiares y no malgastar el dinero en un inminente cadáver con la excusa que el dolor es inhumano y, por tanto, evitar sufrimiento inútil.

Es evidente que muchas personas, jóvenes y mayores, no estarán de acuerdo con nuestra postura, incluso creyentes. Pero, el creyente practicante debe obedecer a Dios antes que a los hombres.

Por lo aventurado y por otras cuestiones no menos importantes no podemos evitar pensar en el futuro de nuestros nietos. Estamos seguros que todos los abuelos deseamos que nuestros nietos sean felices, que vivan en un mundo donde el amor, la libertad responsable, los auténticos valores familiares y el bien común sean la base de una sociedad en continuo progreso solidario.

Dada nuestra preocupación por su futuro, nos dirigimos a nuestros muy queridos nietos para recordarles, en la medida que vayan haciéndose mayores, la inmensa alegría de ser abuelos y, en los valores en los cuales hemos sido educados.

Recordamos con mucho amor otros acontecimientos familiares: como el día que vuestros padres nos reunió a toda la familia para darnos la magnífica noticia de vuestra presencia en el vientre materno; fue un día de verdadera alegría. Otro momento gozoso: cuando vinisteis al mundo; a partir de esos días, los abuelos maternos y paternos, con deleite, hemos ido cuidando de vosotros, mientras vuestros papás acudían a sus respectivos trabajos. Hemos vivido cada acontecimiento con verdadera felicidad. Vuestro bautismo, día de amor y gozo, pues, a través de él, entrasteis a formar parte de la gran familia de hijos adoptivos de Dios. Cada año en la fecha de vuestro bautismo celebramos la Santa Misa en acción de gracias. Los cumpleaños, la onomástica, simplemente han sido y siguen siendo días de mucho amor y felicidad para todos.

Por ello, los acontecimientos socio-políticos actuales, nos dejan un mal sabor de boca pensando en vuestra futura educación y formación de valores morales. Aunque -gracias a Dios- vuestros padres están ojo avizor, sobre estas cuestiones tan delicadas.

Queridos nietos, vuestra abuela y yo, hemos tenido el privilegio de caminar juntos al amparo de la Iglesia, madre de todos los hombres y mujeres. De Ella hemos recibido el tesoro más grande que podíamos imaginar. De ese tesoro hemos sido edificados en los valores humano-divinos que nos han servido para vivir con fe, amor y esperanza todos los avatares que nos ha tocado batallar. Como muy bien ha citado el papa Francisco: “Yo estoy contigo todos los días”. Efectivamente, así ha sido, Él, el Señor, ha estado con nosotros todos los días de tal manera que, con todo el agradecimiento que somos capaces, damos gracias a Dios por cada día de nuestra vida, por cada Eucaristía, por tantas y tantas enseñanzas que han ido obrando interiormente, por nuestro matrimonio, paternidad, y,
ahora caminando en la vejez y aceptándose tal cual viene.

Es nuestro deseo más profundo que crezcáis en la fe de la Iglesia, en los valores evangélicos, y en el conocimiento del Señor de señores, Jesús de Nazaret. Que el Evangelio sea vuestra fuerza. Y concederle la importancia que merece como lo que es, Palabra de Dios, no palabra humana; así, no padeceréis orfandad espiritual que os aleje del verdadero proyecto de vida.

Con todo nuestro amor, vuestros abuelos.
Celia y Julio Sevilla,
abuelo y diácono permanente.

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“Vosotros sois la sal de la tierra»

19 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones, Delegación para los Laicos/por D. Rafael Moner-Colonques

“En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”

Papa Francisco (EG 30).

Estos días encontré a Elena y a Carmen que iban a Cáritas al servicio de acogida, y también a María que iba camino de la Fundació Tots Units de Cáritas Diocesana donde, como voluntaria, da clases en los talleres. Ellas y muchas otras personas brindan sus esfuerzos para ayudar a las personas más empobrecidas y con más dificultades. También me crucé con María Herminia y Adoración, catequistas de Primera Comunión y de Confirmación, caminaban alegres a reunirse con sus grupos mientras comentaban que esta semana iban a presentarles las obras de misericordia. Pablo me comenta que está colaborando en la Asociación de Madres y Padres de la escuela donde estudian sus hijos. Quizá usted, querido lector, tenga una reunión en su movimiento o asociación, donde hablan de organizar la próxima jornada de oración y de formación. Lourdes, Sergio y Salva trabajan en la enseñanza y, diariamente, defienden una formación centrada en los valores cristianos de tolerancia e igualdad. Seguro que usted, que tú, te has visto reconocido en estos protagonistas en tu papel de servidor, catequista, miembro de un movimiento, voluntario, profesor, … en definitiva, de fiel laico comprometido con el plan de Dios. Nadie está excluido, todos contribuimos con nuestro testimonio. Todos estamos llamados a ser sal de la tierra (Mt. 5, 13), palabras de Jesús dirigidas a todos y a los laicos, en particular.

Fue en febrero de 2020 cuando una delegación de nuestra Diócesis partió hacia el Congreso de Laicos, Pueblo de Dios en Salida. La comunidad eclesial que nos recibió en el Palacio de Cristal en Madrid reunía delegaciones procedentes de todo el país. Nos ilusionamos todos y nos alegramos juntos de ser Iglesia. Vivimos la Eucaristía y nos distribuimos, laicos y clero, en distintas sesiones para compartir experiencias como las que he expuesto arriba. Lo hicimos alrededor de cuatro itinerarios – primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida pública – para indicar qué actitudes adoptar, qué procesos activar y qué proyectos proponer. ¿Y con qué objetivo? Para que, caminando juntos, el pueblo de Dios acompañado de sus pastores (sinodalidad), avancemos personal y comunitariamente hacia el descubrimiento del plan de Dios (discernimiento).

Como aquellas delegaciones que se reunieron en el Congreso de Laicos y que partieron desde el centro hacia todas partes, así somos nosotros, misioneros que nacen del centro, de Jesucristo, y somos enviados a irradiar su luz. El Papa Francisco nos invita a que demos testimonio de honestidad y fraternidad; a que tengamos coraje y paciencia para buscar el diálogo y el encuentro con los demás; y que lo hagamos desde la humildad en fidelidad a las enseñanzas de Jesús (Ángelus, 9 de febrero de 2020). No podemos encerrarnos en nosotros mismos y abandonar la misión de evangelización y servicio.

¡Somos la sal de la tierra!. Nuestro Obispo, D. Casimiro, ha afirmado que “sin los laicos la evangelización de nuestra tierra no será posible. Así lo digo y así lo siento. Porque sois la mayoría y porque estáis en todas partes y ambientes”. Somos instrumentos, ¡benditos instrumentos!, para que el Evangelio llegue a todos. Es nuestro momento, es tu momento.

Animados por el Espíritu Santo, tenemos la confianza, determinación y compromiso de escuchar y ayudar a los demás, de contribuir con nuestro testimonio allí donde ejercemos desinteresadamente nuestras vocaciones y también desde nuestros trabajos cotidianos. Nuestra tarea como miembros del Pueblo de Dios es fundamental, para que los valores del evangelio puedan hacerse presentes en muchos ambientes, en nuestras familias, trabajos, escuelas y universidades, en el barrio, en la cultura, en los medios de comunicación, en la política, etc.

Damos gracias porque la Palabra no se ha revelado a sabios ni entendidos, sino a la gente sencilla (Mt. 11, 25). Tú y yo, somos gente sencilla. Somos laicos a quienes Dios ama y ha elegido para que demos un fruto que permanezca (Jn. 15, 16). Somos laicos que glorificamos a Dios con nuestras obras, para servirle con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días (Lc. 1, 75). ¡Qué alegría! ¡Somos misión, somos la sal de la tierra!

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La corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia

17 de abril de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Colaboraciones/por D. Jorge Andreu Vicent

Conferencia de D. Jorge Andreu Vicent

El Papa Francisco afirma: “Los laicos son los protagonistas de la Iglesia y del mundo.” A partir de esta cita me gustaría iniciar esta charla aseverando que los laicos somos una parte fundamental del Pueblo de Dios. Los laicos adquirimos nuestra incorporación al Pueblo de Dios mediante el Bautismo. Todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El Espíritu Santo da a todos los bautizados carismas y ministerios para la construcción de la Iglesia y para la evangelización del mundo. Por el bautismo, somos llamados y enviados a la misión, a vivir la comunión y la corresponsabilidad, por eso somos discípulos misioneros. En este punto me gustaría lanzar una pregunta, para que cada uno la reflexionemos en nuestro interior: ¿Nos vemos como enviados al mundo por la Iglesia? Para responder a esta pregunta debemos tener clara conciencia de que somos Iglesia, debemos sentirnos Iglesia porque Cristo, nos convoca y nos convierte en su Pueblo. En la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, «Evangelii Gaudium«, leemos: “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos <<discípulos>> y <<misioneros>>, sino que somos siempre <<discípulos misioneros>>.” (EG 120) Esto nos enseña una cosa muy importante, que debemos tener grabada en cada uno de nuestros corazones: Somos Pueblo de Dios, invitados a vivir la fe, no de forma individual ni aislada, sino en comunidad, como pueblo amado y querido por Dios. La Iglesia es una comunión, una comunión de personas que, por la acción del Espíritu Santo, formamos el Pueblo de Dios, que significa todos, desde el Papa hasta el último niño bautizado, por lo tanto el mandato de evangelizar no implica sólo a algunos bautizados, sino a todos. Hacer comunión es hacer misión. Alegrémonos, pues, de pertenecer al único pueblo de Dios que según las palabras del apóstol san Pedro, “Dios se ha adquirido para anunciar sus maravillas.” (1 Pe 2, 9). Demos gracias por ello esta mañana.

Si observamos el Evangelio veremos que ya existía la colaboración de los creyentes en la misión del Señor. Cito algunos ejemplos:

  • Los Apóstoles, que están al lado del Señor apoyándolo en sus acciones.
  • Los “setenta y dos” enviados para predicar en los lugares que Él después visitaría. El evangelista Lucas en el capítulo 10, versículo 1 dice: “Designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.” (Lc, 10, 1)
  • Algunas mujeres colaboradoras que lo seguían y le servían; el evangelista Lucas en el capítulo 8, versículo 3 dice que le acompañaban «Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos.” Sobresalen figuras como la samaritana (Jn 4, 28-30) quien su conversión lleva al Señor a toda la ciudad; María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, que en el Evangelio de san Marcos que se proclamó en la pasada Vigilia Pascual escuchamos que fueron las primeras testigos de la resurrección del Señor y quienes son enviadas a anunciar el hecho inicialmente a los Apóstoles.
  • Lo planteado en el Evangelio según Mateo, es importante por cuanto muestra que la misión del discípulo encomendada por el Resucitado es la de ser enviado para convertir a todo el mundo en discípulo de Jesús, ello se sella con las acciones de bautizar y enseñar a guardar todo lo que él les había enseñado. Es lo que leemos en el evangelio de san Mateo en el capítulo 28, versículos 19-20: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.”

El ejemplo de las primeras comunidades cristianas

Tomemos también los relatos asociados a las primeras comunidades cristianas: En los Hechos de los Apóstoles podemos leer que formaban una comunidad, y así “vivían todos unidos y tenían todo en común” (Hch 2, 44), “con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2, 46) y junto a las figuras de autoridad, el espíritu suscitaba distintos carismas y ministerios. Por lo tanto, se puede afirmar que todos los miembros de la incipiente comunidad participaban activamente en la vida de la Iglesia y gozaban de una misma dignidad: Ellos colaboraban en todo lo referido a la asistencia y la hospitalidad, en la ayuda económica a los apóstoles y a las iglesias locales necesitadas y evangelizando mediante la palabra y las obras. La base fundamental del concepto de Pueblo es el establecimiento de vínculos comunes, por tanto, el pueblo elegido por Dios es uno y se cimienta en esta cita de san Pablo a los Efesios: “un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4,5), por tanto, se generan una serie de aspectos de comunión y de igualdad. He querido remontarme a las primeras comunidades cristianas para decir que la Iglesia nace del misterio de Dios y camina en la historia como pueblo.

A través de los siglos el Pueblo de Dios ha sido y es misionero y santo, constituido por nosotros, hombres y mujeres con diversidad de vocaciones, carismas y ministerios, llamados a ser seguidores de Jesús para llevar el Evangelio hasta los confines del mundo, con unos rasgos identificadores como son la vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía, y el servicio generoso para el bien del mundo. Los cristianos laicos, por ser cristianos, miembros de la comunidad eclesial, hemos de participar activamente en la triple tarea evangelizadora: profética, litúrgica y caritativo-social. Hay diversidad de ministerios pero una misma misión. Cada uno de nosotros, en nuestras comunidades parroquiales debemos ser discípulos misioneros con la mirada puesta en Jesús y mirando la vida desde el punto de vista de Jesús; debemos ser conscientes de nuestra propia vocación, agradeciendo el regalo que nos ha hecho el Señor, deseosos de vivir en comunión con los cristianos que tienen otras vocaciones dentro del Pueblo de Dios y con una vida entregada a los demás. Todo para la gloria de Dios y para el bien del mundo.

Avanzar en comunidad

Hoy hemos sido convocados a este encuentro de Consejos Parroquiales de Pastoral de las parroquias de nuestra ciudad. Los Consejos promueven, potencian y dinamizan las tareas pastorales de las mismas. En ellos se estudian y se dialoga sobre la marcha pastoral de cada comunidad.  Sabemos que para que los Consejos sean vivos y útiles tenemos que avanzar en la unidad y en la solidaridad de todos sus miembros y debemos progresar en caminar juntos y a la vez contagiar esta idea a cada una de las realidades parroquiales. Hay que sentirnos corresponsables en ayudar a definir contenidos para la buena marcha de los mismos. Es responsabilidad de los párrocos impulsar los organismos colegiales tales como los Consejos Parroquiales o los Consejos de Asuntos Económicos y deben de facilitar la participación de los laicos en la elaboración, realización y revisión de los planes de acción. Hoy nos encontramos también como Arciprestazgo y precisamente el Consejo de Arciprestazgo tiene que acoger y potenciar lo propio de cada comunidad parroquial. Además ha de compartir realidades comunes y las respuestas que se necesitan, articulando la pastoral, mirando siempre a la Iglesia Diocesana de Segorbe-Castellón. La corresponsabilidad significa que los laicos tenemos que trabajar juntos y trabajar lo que ello significa. La espiritualidad de comunión es el talante de nuestra vida de cristianos. Muy importante es que sea verdadera entre nosotros la diversidad y la complementariedad pero que sepamos trabajar juntos, ayudándonos las personas y las comunidades. La corresponsabilidad es, sin duda, una de las exigencias y expresiones más significativas de la comunión.

La corresponsabilidad laical en la Iglesia nos invita a tener aspecto de hermanos. Quiero hacer memoria en este punto de la experiencia eclesial de Francisco de Asís, que quiso recuperar una expresión más evangélica de la Iglesia como fraternidad de hermanos iguales, fundamentalmente laicos y al servicio de los pobres. La palabra más usada por san Francisco en sus escritos es “hermano”. La fraternidad eclesial que san Francisco propone se encuentra dentro de la mejor tradición de la Iglesia de comunión vivida durante el primer milenio que bien podría ser hoy para nosotros un modelo y una referencia para la vivencia de una Iglesia más fraterna. La fidelidad de san Francisco a la Iglesia resulta evidente, permaneciendo él como laico gran parte de su vida, ya que una vez que el Papa Inocencio III le aprobó su regla se ordenó diácono para predicar la penitencia. En aquel tiempo la Iglesia estaba llena de poder, especialmente durante el papado de Inocencio III, pero amenazaba ruinas. Él nunca dijo “no” al tipo de Iglesia de su tiempo, él no habló ni la criticó, simplemente se dejó orientar por el Evangelio, leído sin glosas ni interpretaciones, en su sentido original. Su proyecto reformador pasó por crear relaciones de fraternidad y servicio como estructura fundamental de Comunión. San Francisco fue un gran discípulo misionero, predicando por las calles o en las plazas, se le podía ver rezando en medio de la naturaleza. Quería que todos fuesen menores, mantenerse a ras del suelo, donde todos los anónimos e invisibles, el pueblo en general, se encuentren. Quiero también destacar su jovial alegría, la que necesitamos como laicos, que le permitía sentirse continuamente en la palma de la mano de Dios. Recordemos que un discípulo misionero triste no difunde la Buena Noticia, no evangeliza. La alegría acompaña a la misión, a la evangelización.

Los dones regalados por Dios al servicio de los demás

En la Iglesia de comunión sabemos que Dios regala sus dones a cada uno de nosotros, sus fieles cristianos, para ponerlos al servicio de los demás y de la misión. Todos estamos invitados a tener un papel activo en la Iglesia y en el mundo, cada uno según su propia vocación. El gran reto que hoy se le presenta a la vida de la Iglesia es intensificar la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno. Cada uno de nosotros somos una misión en esta tierra y para eso estamos en el mundo, un mundo cada vez más complejo y más secularizado. Situarse en este difícil contexto no es sencillo y es para los cristianos un importante reto, pero no hay otro lugar para la misión que este mundo con toda su complejidad. No olvidemos que Dios sigue actuando en el mundo, en la Iglesia, en cada uno de nosotros.

El protagonismo del laicado brota del don de la vocación laical y se hace concreto en la responsabilidad que toda vocación conlleva. La responsabilidad de unos está unida a las responsabilidades de otros. Por eso hablo de corresponsabilidad, que es más que responsabilidad, porque implica una responsabilidad compartida y ejercida complementariamente. En la Iglesia nos necesitamos todos. No podemos excluir a nadie y nadie puede excluirse. La Iglesia es obra del Espíritu Santo, que Jesús nos ha enviado para reunirnos. La Iglesia es precisamente el trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana, en la vida comunitaria. El protagonismo del laicado se ejerce en la familia, las parroquias, colegios, universidades, hospitales, programas de acción social, medios de comunicación, política, mundo profesional, empresas, en la calle, entre los vecinos… En toda realidad humana se tiene que ver el protagonismo laical. Los fieles laicos estamos llamados a vivir la corresponsabilidad real. Hemos de ser actores de la vida eclesial y no simplemente destinatarios. Asumamos un mayor compromiso en el mundo y todo siempre en clave de misión.

Evitar las tentaciones

Quiero ahora hablar sobre tres tentaciones. La primera es el clericalismo. El clero cae en esta tentación cuando se siente superior a los laicos y se aleja de la gente, de los laicos, porque los considera de una categoría inferior, cristianos de segunda. El papa Francisco afirma que “el clericalismo surge de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer…es algo que nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y ya no necesita escuchar y aprender nada”. El clericalismo, lejos de dar impulso a las diversas propuestas y contribuciones, va apagando poco a poco el fuego profético del que la Iglesia está llamada a dar testimonio. Para evitar este peligro del clericalismo es necesario que se produzca una conversión pastoral que nos lleve a abandonar esa inercia del “siempre se ha hecho así”. El Papa Francisco en la Evangelii Gaudium sueña “con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para su auto-preservación.” (EG 27) El clericalismo es un peligro tanto para los sacerdotes como para los laicos porque identifica el sacerdocio con el poder y no con el servicio. La segunda es que los laicos experimentemos con fuerza la tentación de querer hacernos con el control y dominio que, en ocasiones, hemos reprochado al clero. Puede ser que de manera consciente o inconsciente, nos vengamos arriba y digamos: ¡es nuestra hora!, en este momento nos toca mandar y tener el “poder” a nosotros. Así planteado no nos puede llevar a nada bueno, porque se traiciona de igual manera la corresponsabilidad. Cuidado en considerarnos “súper-laicos” porque la clave está en la comunión. La tercera y última es la tentación de caer en el individualismo, en la competitividad, en la rigidez, en la negatividad y pesimismo, que asfixian la llamada a la santidad en el mundo actual. Para evitar esta tentación pongamos nuestra atención en la escucha, el diálogo, la empatía y acogida, también al que es o piensa diferente porque la diversidad nos complementa.  

Corresponsabilidad, unidad y compromiso

Tenemos por lo tanto un reto importante: Mantener la unidad. La Iglesia no es el resultado de una suma de individuos, sino una unidad entre quienes nos alimentamos de la única Palabra de Dios y del único Pan de vida. La comunión y la unidad de la Iglesia, que nacen de la Eucaristía, son una realidad de la que debemos tener cada vez mayor conciencia. Necesitamos promover un cambio de mentalidad de los laicos, pasando de considerarnos actores secundarios de la Iglesia o colaboradores del clero a reconocernos realmente como corresponsables de lo que la Iglesia es y de cómo actúa. La Iglesia necesita un laicado maduro y comprometido. Esta conciencia de ser Iglesia, común a todos los bautizados, no disminuye la responsabilidad de los párrocos. Precisamente a vosotros, queridos párrocos, os corresponde promover el crecimiento espiritual y apostólico de quienes estamos comprometidos en las parroquias y entre los que son asiduos a ellas. Por la tanto os pido que os preocupéis de nuestros itinerarios formativos que nos lleve a madurar a un verdadero sentido de pertenencia a la comunidad parroquial. Para desarrollar nuestra vocación laical hay que alentar la formación. La formación, es elemento imprescindible para la vivencia de la fe y premisa del testimonio y del compromiso público. Al mismo tiempo, constituye una de las urgencias de la Iglesia misionera. Sólo así la Iglesia será más evangelizadora y lo seremos los laicos. Os pido también que estéis dispuestos a abrirnos espacios de participación y a confiarnos ministerios y responsabilidades, confiad en nosotros. No dudéis en encomendarnos y repartirnos servicios y tareas. De la misma forma que los laicos podemos aprender mucho de los sacerdotes, también vosotros podéis aprender mucho de los laicos. Los sacerdotes tenéis que contribuir a la renovación de las comunidades, avivando la fe de sus miembros, fomentando la comunión de todos y en todo, alentando la acción evangelizadora de la comunidad y su participación en la evangelización misionera y animando la comunión de los laicos entre sí y su inserción en la parroquia y en la Iglesia diocesana.

Ahora más que nunca estamos llamados a ser una Iglesia en salida, que anuncie el mensaje de la Buena Noticia de Jesús, que acompaña, que se sigue formando para la misión y que está presente en el espacio público. Todos nos necesitamos para ser esta Iglesia en salida que anuncia el gozo del Evangelio. En líneas generales, podemos afirmar que la comunión es la clave que debe marcar el futuro. Hemos de proponer caminos de manera unida, coordinada, desde una mirada profunda, aprendiendo los unos de los otros, creando espacios compartidos de escucha, estudio, trabajo, servicio, activando procesos y poniendo en marcha proyectos pastorales ricos y fecundos que nos ayuden eficazmente a reaccionar ante lo que Dios nos está pidiendo. Estoy convencido de que el presente, no ya el futuro de la Iglesia, depende de los laicos. La Instrucción Cristianos laicos, Iglesia en el mundo, de la que este año se cumplen 30 años de su publicación, afirma que “la nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos, o no se hará.” Esta Instrucción se publicó para promover la corresponsabilidad y participación de los laicos en la vida de la Iglesia y en la sociedad civil. El renovado Pentecostés en nuestra Iglesia lo tenemos que hacer los laicos. Para esto, como dice el Papa Francisco: “tenemos necesidad de laicos con visión de futuro, no cerrados en las pequeñeces de la vida… tenemos necesidad de laicos con sabor a experiencia de vida, que se atrevan a soñar…”  No son tiempos fáciles, pero debemos sentir el impulso del Espíritu Santo que nos llama a seguir adelante con alegría y con esperanza. El motor de la evangelización es la alegría, el optimismo, el entusiasmo, la esperanza… que tiene su fundamento en la alegría de Cristo y siempre es una alegría misionera.

Para terminar me gustaría expresar un deseo: que nos animemos a vivir más intensamente nuestra responsabilidad eclesial. La Iglesia no es sólo cosa de los presbíteros y religiosos; también los laicos, desde nuestra propia vocación, somos corresponsables de la Iglesia; no somos espectadores, sino protagonistas con una misión propia que cumplir. Si somos capaces de entender y vivir la corresponsabilidad en la vida de la Iglesia seremos más eficaces en nuestra misión evangelizadora. Hagámoslo, todos juntos, sacerdotes, personas consagradas y laicos, todos obreros de la viña del Señor. El tiempo es ahora. Confiando en la gracia del Espíritu, que Cristo Resucitado nos ha garantizado, avancemos en el camino de la corresponsabilidad con renovado impulso. Pidamos la intercesión de la Mare de Déu de Gràcia, que nos acompañe y nos impulse a mirar con confianza el futuro.

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