Queridos diocesanos:
La Cuaresma es tiempo de gracia y de salvación; es un tiempo fuerte de escucha de la Palabra de Dios, que nos llama a la conversión de mente y corazón a Dios, de reconciliación con Dios y los hermanos, de recurso más frecuente a «las armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (cf. Mt 6, 1-6; 16-18). Estos son los santos medios que nos proponen Jesús y su Iglesia para intensificar la vida del espíritu en este tiempo cuaresmal, como nos recuerda el papa Francisco.
Dios es misericordia. En su Hijo Jesucristo, la misericordia encarnada de Dios, Dios nos espera siempre, sale a nuestro encuentro, se hace cercano a todos los hombres y nos reconcilia consigo, con los demás y con la creación. En la persona de Cristo, Dios no deja de llamarnos e invitarnos a recuperar o intensificar la amistad con Él. Tan sólo tenemos que responder a sus invitaciones y abrirle nuestro corazón, para recuperar nuestra amistad con Dios, ser perdonados, reconciliados y sanados. La oración, el ayuno y la limosna son los medios que nos llevan a este encuentro salvador con Dios. Ese triple ejercicio nos ayuda a que el paso de Dios por nuestras vidas no sea en vano. Es verdad que la oración, el ayuno y la limosna son acciones bien conocidas por todos nosotros. Pero ¿las hacemos y las hacemos bien?, ¿las hacemos simplemente porque están mandadas?, y ¿sabemos ir más allá del puro formalismo?
La oración es estar con Dios. Como dice Sta. Teresa de Jesús, la oración no es otra cosa «sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». Y «tratar de amistad» y «tratar a solas» implica buscar estar a solas con Aquél que «sabemos nos ama». Quien está a solas y en silencio con Dios, se deja hablar e interpelar por Él. Dios nos habla de muchas maneras: a través de las personas, de los pobres, de los acontecimientos, pero sobre todo y de modo especial por su Palabra: por su Hijo, Jesús, que es la Palabra encarnada, y por su Palabra escrita, contenida en la Sagrada Escritura que nos llega en la tradición viva de la Iglesia. La oración personal es una práctica vital para nuestra vida espiritual; es como la respiración de nuestra alma. Si nos falta la oración, la muerte de nuestra alma está asegurada. Sería bueno proponernos para esta cuaresma momentos precisos de oración, a poder ser al comienzo de cada jornada, antes de cualquier otra acción, sirviéndose del Evangelio del día. Tonificados por la oración, el día y el trabajo, nuestras relaciones en la familia, en el trabajo o en el ocio serán distintas.
Junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno durante todo el tiempo cuaresmal y no sólo en los días establecidos por Iglesia; a saber, el ayuno el miércoles de ceniza y el Viernes santo y la abstinencia de comer carne, todos los viernes de Cuaresma. Hemos de ayunar no sólo de alimentos materiales, sino también de todo aquello que bloquea o dificulta nuestra apertura a Dios y al hermano necesitado y engorda nuestro egoísmo; ayunar de todo aquello que potencia los vicios, las pasiones, las ataduras a las cosas y el egocentrismo. Hemos de ayunar, en definitiva, de todo aquello que mata nuestro amor a Dios y a los hermanos. Ayunar es autocontrol, negación de sí mismo, ascesis, renuncia a las cosas superfluas, incluso a lo necesario, para que su fruto redunde en ayuda a los más necesitados. En un mundo dominado por el consumo y el afán del dinero, que potencia el endurecimiento del corazón ante tanta pobreza y sufrimiento, necesitamos ayunar. Y hemos de hacerlo para ayudar a los necesitados. El ayuno de los ricos debe convertirse en alimento de los pobres y los pobres en alimento de los ricos.
Junto a la oración y al ayuno, el Señor nos propone el ejercicio de la limosna, que se expresa en las obras de caridad hacia a los más necesitados de cerca o de lejos Hemos de saber compartir nuestro dinero; pero también nuestro tiempo y nuestra preocupación activa por el bien del otro, Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón