Francisco y Raúl: «Nada nos compensa más que estar en el seminario»
Francisco Armenteros es un seminarista barcelonés de 36 años. Raúl Engonga es un seminarista de Bata, segunda ciudad más importante de Guinea Ecuatorial y tiene 24 años. Ambos nos han concedido una entrevista en la que hablan sin tapujos de su vocación sacerdotal.
¿Cuándo y cómo sentisteis la llamada del Señor parta el sacerdocio?
Francisco Armenteros: La primera vez que recibí la vocación del Señor tenía 26 años. Fue en una capilla, rezando ante el sagrario, aunque en aquel momento para mí era una caja pese a que me hubieran dicho que Jesús estaba allá adentro. Yo no entendía muy bien cómo podía estar alguien ahí por voluntad propia, ni quién era exactamente, pero sentí en el corazón que se me proponía la posibilidad de ser sacerdote.
Resulta difícil de explicar, porque no escuché ninguna voz ni se me presentó ningún ángel. En un primer momento hui por miedo a esa llamada y estuve unos cuantos años sin rezar. No quería saber nada de Dios. Yo me quería casar y tener una vida normal. Pero El Señor siguió llamándome y, como siempre he estado en contacto con el Camino Neocatecumenal, hablé con ellos e ingresé en el “Redemptoris Mater” de Oviedo, en el que estuve tres años. Tuve una crisis muy fuerte de vocación porque hay que morir a todos los proyectos personales, ya que Dios te lo pide todo, y renunciar a toda tu vida es muy difícil.
Salí del seminario y, en ese tiempo que estuve fuera, adquirí una intimidad profunda con Dios, que siguió llamándome. Así que volví a contactar con el Camino Neocatecumenal y me enviaron aquí, al seminario de Betxí, con una vocación más madura, más meditada y totalmente libre y voluntaria. Pero llegar a esa situación me ha costado mucho trabajo, en el que el Señor tiene que seguir educándome ya que vengo de una vida bastante callejera y se me ha tenido que ir enseñando a relacionarme con Dios.
El seminario me ayuda a redescubrirme, a conocerme en profundidad, ver todos mis pecados; que soy un hombre débil, que tengo muchas dificultades para cumplir la voluntad de Dios. Creo que esto es bueno porque, como dice San Pablo, Dios se realiza en mi debilidad. Me doy cuenta de lo débil que soy, lo poco que valgo, y así veo la primacía de Dios, que es el que lo hace todo. Yo por mí mismo soy incapaz de estudiar teología, de amar al que tengo al lado, de hacer –en definitiva- la voluntad del Señor; pero poco a poco veo como Él sí tiene esa capacidad de hacerlo en mí. Ese descubrimiento es difícil porque da miedo. Al final haces cosas a las que no estás acostumbrado. Ves como El Señor actúa por medio de ti y tienes que acostumbrarte a verlo así porque en un primer momento te sobrecoge y te da miedo. «¿Cómo es posible, Señor, que por medio de mí que soy basura quieras hacer esta obra?» Y aceptarlo, en ocasiones, es duro. Para mí ha sido y está siendo duro.
Raúl Engonga: Tuve la gracia de nacer en una familia cristiana y conocer a Dios desde pequeño y asistir a un colegio católico. Allí me empezó a llamar la atención como las monjas que lo dirigían habían abandonado su vida en España para venir a mi país a darlo todo por gente que ni siquiera conocían, pero a los que trataban como si fuésemos sus hijos. Ahí es cuando empecé a sentir algo, que no tenía claro que era. Fui meditándolo y, cuando terminé 2º de Bachillerato, ingresé en el Seminario Menor, en el que estuve un año y, por cuestiones familiares, tuve que abandonarlo y trasladarme a Castellón a cursar mis estudios de ADE en la Universitat Jaume I.
Esos cuatro años de carrera fueron un momento de discernimiento en el que conocí otras realidades. No terminé de sentirme a gusto. Esa felicidad que se me vendía no me llenaba.
¿Por qué, Raúl?
R.E.: Al principio era positivo porque no tienes horarios, cuando yo venía de tener un horario cuadriculado hasta el milímetro. Era yo el que decía qué hacer y cuándo. Al principio está bien, pero va pasando el tiempo y, aunque haces lo que quieres, vives cansado, vacío, aburrido. Sigues un ritmo centrado en ti pero no terminas de encontrarle sentido a tu vida. Entonces comprendí que mi lugar en el mundo estaba en el Seminario.
Ese proceso de discernimiento que ambos habéis experimentado en vuestras vocaciones, ¿acaba alguna vez?
F.A.: No, dura toda la vida. Es algo progresivo. El ser humano es muy profundo y siempre hay cosas que te quedan por conocer de ti mismo y de los demás. Es indispensable que ese camino lo recorras con El Señor porque uno, por sí mismo, es incapaz. Necesitas de su gracia y de apoyarte constantemente en Él. El camino de cualquier cristiano dura toda la vida. En mi caso concreto, como ya he explicado, me cuesta asumir la llamada de Dios, porque soy muy cobarde y tengo mucho miedo a las fases que puedan venir después, pero he visto como El Señor me rescata de mis muertes diarias y creo que lo va a seguir haciendo en las futuras.
R.E.: No se acaba. Las fases más difíciles se dan cuando estás fuera, porque vives rodeado de ruido y no puedes pensar con claridad. Cuando llegas al seminario, el silencio te invita a conocerte mejor y, a medida que vas avanzando, encuentras cosas de ti que no tenías en cuenta. Es un proceso de ir conociéndose a uno mismo.
¿Cómo se encuentra esa felicidad de la que ambos habláis, Francisco?
F.A.: Pues poco a poco. Yo como soy bastante inepto he necesitado bastante ayuda de personas que están más avanzadas en el camino de fe y me he apoyado bastante en ellos, ya que yo por mi mismo cometo muchos errores
¿No te parece algo contradictorio que Dios quiera que hagas lo contrario de lo que naturalmente la vida te puede estar pidiendo?
F.A.: No es mi caso pero entiendo que haya personas que encuentren a Dios en su vida cotidiana, en su trabajo, en el matrimonio, en realidades humanas santificables. Dios tiene un plan para cada uno de nosotros y el mío es el sacerdocio. Si tú no te encaminas, cualquiera que sea tus circunstancias personales, hacia la voluntad de Dios.
¿Por qué os compensa estar aquí?
F.A.: Para mí no hay nada más que compense hoy en día. Me llena totalmente. Hasta entonces no he sido feliz. Siempre le pedía al Señor que me ayudara a hacer mi voluntad y ese ha sido un error que he cometido durante mucho tiempo. He descubierto que la alegría no está en que El Señor haga mi voluntad y me ayude en el trabajo, en mis relaciones personales y sociales, sino que la felicidad está en lo contrario: en hacer yo la voluntad de Dios, en ser yo el que le sirva a Él y no Él a mí.
Yo soy muy libre de estar aquí. Podría irme mañana si quisiera. Nadie me obliga; ni Dios, ni mis formadores. ¿Por qué no me voy? Yo no me busco a mí mismo en el sacerdocio. Es verdad que te compensa porque te reporta una felicidad personal. El objetivo no es ser seminarista. El seminario es un tiempo, como el de Cuaresma, para conocerse en el que a veces se sufre. Yo he estado mucho tiempo ahí afuera y no se me está llenando el alma como ocurre aquí dentro.
En el “Redemptoris Mater” se me construye como persona, lo que me cubre todas las dimensiones de mi vida, las afectivas y las personales. Nadie me castra ni me exige nada. Lo hago todo desde la libertad, que me ha costado mucho encontrar. Hoy por hoy me compensa totalmente. Podría ser jefe de una empresa, tener un buen coche. Las podría tener mañana mismo, con dos llamadas. A veces lo he pensado, pero al final la felicidad consiste en saber que estás en el camino correcto, que es hacer la voluntad de Dios.
R.E.: Porque nada me produce más felicidad que estar aquí; aunque me ofrecieran ser el director de la mejor empresa del mundo, porque ésta es la que produce los mejores intereses. Es más, tienes el bonus asegurado y desde aquí siempre vas a ganar.
¿Creéis que la sociedad actual entiende que dos personas jóvenes como vosotros renuncien al mundo para cumplir el proyecto de otra persona?
R.E.: En la universidad había gente que no entendía por qué iba a Misa todos los días o por qué llevaba colgado un crucifijo del cuello y me miraban como si fuera un tipo raro. Algunos se pensaban incluso que estaba loco. Otros me decían: “esto es una tontería que se te pasará con el tiempo”. Muy poca gente te pregunta realmente lo que piensas y por qué llevas esta vida determinada. Todo son críticas basadas en las apariencias.
F.A.: No, no se comprende pero lo aceptan, aunque se cuestionan. Los seres humanos somos seres espirituales y siempre hay una búsqueda, incluso para los no creyentes. Mis amistades esa búsqueda la tienen. Quizás no comprendan que yo la haya encontrado en la Iglesia, pero me respetan.
¿Cómo creéis que tiene que ser el sacerdote que necesita la sociedad actual?
F.A.: La sociedad actual necesita sacerdotes santos, que se den completamente a los demás y que vivan de la gracia de Dios. La sociedad necesita ver en esas personas que se puede vivir castamente, en la pobreza, en sencillez, en humildad y en alabanza. La gente, como ha dicho Raúl, vive rodeada de muchas cosas, de necesidades materiales, constantemente enfadada con la política, con la sociedad, con ellos mismos. Se necesitan sacerdotes libres, que no sean esclavos de afectividades externas ni de bienes materiales. Que sean sencillos, humildes y que den ejemplo de santidad y de amor. Que se apoyen en Cristo.
R.E.: La sociedad quiere que alguien les escuche y les apoye, que –como el Buen Pastor- cargue en sus hombros a sus ovejas y que las cure cuando estén mal. Las personas estamos rodeadas de ruido y apenas podemos expresarle a alguien lo que llevamos dentro. Cuando nos atrevemos a hacerlo, encontramos gente poco receptiva, cuando no a quien nos echa una bronca.
¿Os asusta el reto?
R.E.: A mí, no. La mayoría de gente con la que me encuentro que no quieren saber nada de Dios, en el fondo son personas que están sufriendo o han tenido una experiencia negativa con la Iglesia. Ahí hay una herida que se tiene que sanar acercándose más para conocer exactamente dónde está sangrando. Con la gracia de Dios, el sacerdote debe ser capaz de curar esa herida, porque esas personas también son hijos e hijas de Dios, aunque lo rechacen. Antes de llegar a ellos hay que prepararse, rezar por nosotros y por ellos.
F.A.: Me asusta pero no creo que más que en otras épocas de la historia. La Iglesia siempre ha estado perseguida. Estamos viviendo un proceso en el que se está produciendo una purificación. Durante mucho tiempo ha habido muchos cristianos que simplemente han vivido su fe por una serie de inercias o de exigencias sociales. Nos vamos a quedar menos cristianos pero, probablemente, de más calidad. Es esta sal que, como dice el Evangelio, lo transforma todo.
¿Qué sacerdote os gustaría ser cuando os ordenéis?
R.E.: Pedir al Señor que me dé un corazón para poder cuidar a sus ovejas
F.A.: Un sacerdote que no escandalice, que sea discreto, que ame a todos sin hacer acepción de personas. Dispuesto a dar la vida.
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