El pasado sábado, Albocàsser celebró la festividad de la conversión de San Pablo, patrón de la localidad. La jornada comenzó con una solemne Eucaristía, seguida de una concurrida procesión que recorrió las calles del pueblo. Este día tiene un significado especial para Albocàsser, ya que su fundación, el 25 de enero de 1239, está vinculada a la devoción al apóstol.
A la celebración asistió la Alcaldesa, acompañada por la Corporación Municipal, la Junta Directiva de la Cooperativa local, la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús y los Quintos de este curso. Y la procesión estuvo amenizada por la banda municipal, que, con su música, acompañó la imagen del santo a lo largo del recorrido. Como colofón, se cantaron los Gozos en honor a San Pablo y se veneró una antigua reliquia del santo, una muestra más de la profunda devoción que los vecinos de Albocàsser sienten por su patrón.
Los sacerdotes de la Diócesis de Segorbe-Castellón, junto a nuestro Obispo D. Casimiro, participaron ayer en el retiro de Cuaresma, organizado por la Vicaría para el Clero. Celebrado en la casa de las Hermanas Carmelitas de Tales, en esta ocasión les predicó D. Miguel Navarro Sorní, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia y Doctor en Historia Eclesiástica.
El retiro constó de dos meditaciones, la primera de ellas sobre la conversión cuaresmal del sacerdote. La Cuaresma es un tiempo propicio de conversión, de penitencia y de volver al Señor, por lo que D. Miguel les exhortó a practicar lo que se predica. “Estaremos predicando en nuestras comunidades parroquiales, y habremos programado diversas celebraciones y actividades cuaresmales, pero lo importante es que nosotros mismos hagamos Cuaresma y pongamos por obra la conversión”, le dijo al presbiterio, “porque también nosotros necesitamos urgentemente prepararnos mediante la penitencia y la conversión para celebrar la Pascua, el paso salvador de Dios por nuestra vida”.
Si no fuera así correrían el riesgo «de empañar la imagen de Cristo, y en lugar de reflejarlo y hacerlo visible a través de nuestra persona, resulta que mostramos a los demás lo peor de nosotros, nuestros defectos y ven un presbítero altanero, engreído, egoísta, codicioso, cómodo, cotilla…”, les advirtió. Para que esto no ocurra, y en sintonía con el mensaje del Papa para esta Cuaresma, les animó a volver al desierto, (“Me la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón” – Os. 2, 16), es decir, a abandonar la idolatría del dinero, volver a la soledad, al silencio, a la oración, al retiro con Dios y a realizar un examen de conciencia.
Porque es ahí donde quiere “hablarnos al corazón y reavivar así en nosotros el amor primero, la entrega ilusionada del principio a nuestra vocación y a nuestro ministerio”. Todo con el fin de “volver después a los hermanos llevándoles a Dios”.
En la segunda meditación D. Miguel les habló de la conversión a un ministerio en clave sinodal, “pues estamos inmersos en un proceso sinodal, emprendido por el papa Francisco con el convencimiento de que esto es lo que el Espíritu reclama ahora de la Iglesia del tercer milenio: que actúe, viva y se exprese en sinodalidad, es decir en comunión, caminando juntos, como pueblo de Dios peregrino y misionero”.
Pero para que haya sinodalidad también es necesaria la conversión, “pues todos somos muy individualistas, muy personalistas y nos cuesta caminar con otros”, explicó, siempre teniendo claro que “cuando el Papa nos invita a pensar la Iglesia con un estilo diverso, sinodal, participativo, corresponsable, no significa pensar en otra Iglesia diversa de la que tenemos, inventarse algo que no existía, cambiarlo todo, sino más bien desarrollar y sacar a la luz una potencialidad que está ya dentro de la Iglesia, que está ya en nosotros, pero que tenemos escondida o infrautilizada”, lo que solo será posible “confiando en Jesús y entregándonos totalmente a Él”.
En este sentido, para que se dé la conversión es necesario “desandar el camino que nos lleva a nosotros mismos, al aislamiento, para recorrer el que lleva al seguimiento de Jesús en comunión con los hermanos, el camino que construye la Iglesia”. Esto significa “salir de la culpa, del pecado, que siempre es autorreferencial” pidiendo perdón a Dios “en el sacramento de la confesión, en la oración, en la realización de alguna mortificación, o en la reparación del mal cometido”. Ello “nos hace salir de nosotros y nos orienta a Dios, nos hace salir de la parálisis de la culpa y nos coloca en el camino de Jesús para que hagamos sínodo con Él”.
A este respecto, “el fin de nuestro ministerio es llevar a las gentes al encuentro con el único que puede perdonar los pecados, con Jesús”, porque “la Iglesia no es una ONG, ni los curas somos asistentes sociales, nuestro objetivo no es la beneficencia, sino el perdón de los pecados”, recalcó, pues “el pecado es la desolación absoluta, la causa de todos los males y de todas las parálisis existenciales”. Y para lograrlo “se necesita hoy en día una fe y una pastoral imaginativa, intrépida, osada”, así como “superar un estilo sacerdotal clerical, repetido y sin creatividad».
Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles hemos comenzado el tiempo cuaresmal. La Cuaresma es un camino o itinerario que nos lleva a una meta segura: la Pascua de la Resurrección del Señor. La Palabra de Dios nos invita y exhorta en este tiempo a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida convertida, reconciliada y renovada. Este tiempo santo nos ofrece a todos los bautizados la oportunidad de renovar nuestra fe, de avivar la vida nueva del bautismo y de acrecentar nuestro amor a Dios y a los hermanos. La Cuaresma es un tiempo ‘fuerte’, un momento decisivo que puede favorecer en cada uno de nosotros el cambio, la conversión. La Cuaresma es un tiempo de gracia y de salvación (cf. 2 Cor 6,2).
En la imposición de la ceniza y a lo largo de este tiempo de gracia, escuchamos una fuerte llamada de Jesús mismo a la conversión. “Convertíos y creed el Evangelio” (Mc 1,15). La ceniza nos recuerda que somos mortales, frágiles y pecadores. La llamada a la conversión y el recuerdo de nuestra caducidad están íntimamente unidas: en esta vida breve hay que ir consumiendo el hombre viejo mediante la conversión a Dios, la fe en el Evangelio y las buenas obras para alcanzar la vida del hombre nuevo en la Pascua.
Todos los cristianos, nuestra Iglesia, nuestras comunidades necesitamos cambiar para mejor. Necesitamos convertirnos cada día a Dios para que Él ocupe el centro de nuestra vida y misión. No podemos contentarnos con una vida cristiana y eclesial mediocre. Estamos llamados a vivir unidos a Dios y a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca abandona; incluso cuando nos alejamos por el pecado, Jesús nos sigue esperando, y con esta espera manifiesta su voluntad de perdonar.
Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8), sobre todo, en la oración. Dios quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y nuestra salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar. Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y con todos los demás. Quien escucha su voz encontrará la clave para caminar en la vida, para alcanzar la verdadera felicidad, para llegar a la vida eterna, a la tierra prometida en el Paraíso.
Puede que la llamada a la conversión nos resulte tan conocida que nos sea ya indiferente. Puede que nos hayamos instalado de tal modo en un estilo de vida mundano, alejado de Jesucristo y del Evangelio, que ya no sintamos necesidad de conversión y de mejora. Acojamos la llamada de Jesús a la conversión de modo que Él sea de verdad el centro de nuestra vida de bautizados. Este tiempo de Cuaresma nos invita a hacer un alto en el camino y reflexionar sobre el grado de nuestra fe y vida cristiana. La invitación a la conversión es una llamada y un proceso permanente en la vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana.
Dios no deja de hablarnos y de salir a nuestro encuentro. En lo más íntimo de cada persona resuena su voz. Abramos nuestro corazón a Dios, que nos habla, para escuchar su Palabra, acogerla y adherirnos plenamente a ella, para dejarnos configurar y guiar por Él como llevados de la mano. El cristiano es una persona que confía en Dios y se deja guiar por el Espíritu Santo.
La Cuaresma nos llama a crear silencio en nuestro interior para descubrir en la oración personal la voz de Dios, que es sutil, sabia y amorosa. Dejémonos evangelizar en el trato frecuente con la Palabra de Dios –leyendo y meditando el Evangelio-, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica.
Para este tiempo cuaresmal, junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno. Hemos de ayunar no sólo de alimentos materiales, sino también de todo aquello que bloquea o dificulta nuestra apertura a Dios y al hermano necesitado, o que favorece los vicios, las pasiones, las ataduras a las cosas y el egocentrismo. Hemos de ayunar, en definitiva, de todo aquello que nos esclaviza, como nos recuerda el papa Francisco en su Mensaje de este año, de todo aquello que dificulta nuestro amor a Dios y a los hermanos. El Señor nos propone además el ejercicio de la limosna, que se expresa en las obras de caridad hacia a los más necesitados. Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.
El Miércoles de Ceniza da comienzo al tiempo litúrgico de la Cuaresma: son los 40 días que llevan hasta la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Por ello, nuestro Obispo D. Casimiro ha presidido esta mañana la Misa de imposición de la Ceniza en la Catedral, y que ha reunido a las comunidades educativas de los colegios diocesanos de Segorbe, La Milagrosa y el Seminario.
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La ceniza simboliza a la vez nuestro pecado y nuestra fragilidad. Al recibirla realizamos en forma tangible un reconocimiento público, por el cual nos declaramos frágiles, incapaces, pecadores, en busca de la misericordia de Dios, por lo que iniciamos un camino de conversión, de arrepentimiento y de humildad.
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Una llamada a la conversión
“La ceniza es símbolo de que somos limitados en el tiempo, que somos caducos, que nuestro tiempo en esta tierra es limitado, somos mortales, y somos también limitados en nuestro amor a Dios y a los hermanos” ha señalado el Obispo en la homilía, “por eso la Iglesia nos llama, Jesús nos llama a convertirnos”.
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«Conviértete y cree en el Evangelio»
Ha recordado también las dos fórmulas que se pueden usar en el rito de imposición de la ceniza: «Polvo eres y en polvo te convertirás» (de Génesis 3,19), o bien «Conviértete y cree en el Evangelio» (de Marcos 1,15). Ese es el objetivo de la Cuaresma, ha recodado D. Casimiro, convertir la mirada y el corazón a Dios “para que Él ocupe el centro de nuestra vida”. También “el de toda familia cristiana, de nuestros colegios diocesanos, y de nuestra vida y misión como Iglesia”.
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40 días que nos llevan a la Pascua
La Cuaresma dura 40 días, “lo que nos recuerda los 40 años que el pueblo de Israel, una vez liberado de la esclavitud del faraón en Egipto, caminó, peregrinó hacia la tierra prometida”, ha explicado. También fueron los días “que estuvo Moisés en el Sinaí en diálogo con el Señor para recibir las tablas de la ley y hacer la antigua alianza”. Pero, sobre todo, fueron los días que “estuvo Jesús en el desierto para prepararse para su misión. 40 días de soledad y también de tentación, donde el diablo le quería apartar de los caminos que su Padre Dios le había puesto para llevar a cabo la reconciliación de todos nosotros, de toda la humanidad, con Dios y con los hermanos”.
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Del mismo modo, durante estos próximos 40 días la Iglesia nos invita a prepararnos para la celebración de la Pascua. “Esa es nuestra tierra prometida en este momento, celebrar la Pascua con gozo, con alegría. Una Pascua que es a la vez figura de la Pascua futura, porque somos peregrinos en esta vida hacia el encuentro con el Señor.
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Oración, ayuno y limosna
Para ello, la Iglesia en este tiempo nos ofrece tres caminos: la oración, el ayuno y la limosna. “La oración para encontrarnos con Jesús vivo, el camino que nos lleva al Padre”. El ayuno, “no sólo de comida, sino de tantas cosas que nos impiden que Dios, que Jesús, ocupe el centro de nuestra vida”. Y la limosna, “que no es solo dar esos céntimos que nos sobran y nos molestan, es pensar en el que lo necesita, qué puede ser el enfermo, la persona que está sola, el que pasa hambre…”.
Ayer tuvo lugar, en el Seminario Mater Dei, la primera de las dos conferencias de las Jornadas de Formación sobre el Primer Anuncio. Los sacerdotes y diáconos por la mañana, y seglares y religiosas por la tarde, pudieron escuchar a Dña. Teresa Valero, Delegada episcopal de Primer Anuncio y Apostolado Seglar de la diócesis de Solsona, Miembro del Área de Primer Anuncio de la Comisión de Evangelización y Catequesis de la CEE, y Cofundadora y Directora de la Fundación Autem (Instituto para la renovación pastoral).
Dña. Teresa disertó sobre «El Primer Anuncio al servicio de la conversión personal y renovación eclesial», para lo que aludió al Papa Francisco que, a la hora de abordar la conversión pastoral, insiste en que esta presupone una conversión personal: “supone una invitación a tomar contacto con aquello que en nosotros y en nuestras comunidades está necrosado y necesita ser evangelizado y visitado por el Señor. Y esto requiere coraje porque lo que necesitamos es mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional” (Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania). Apela a que la renovación “se haga en clave teologal para que el Evangelio de la Gracia con la irrupción del Espíritu Santo sea la luz y guía para enfrentar estos desafíos”.
Además, debe ser una conversión que implique un “cambio de mentalidad, de actitudes, de prácticas y de estructuras” (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia 2018). Estos cambios personales y pastorales tienen como objetivo ser fieles a la vocación, identidad y misión de la Iglesia de Jesucristo en una nueva época. Si el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior esclarecen en gran medida la identidad de la Iglesia, Francisco invita a la vivencia existencial de esta identidad, como un modus vivendi et operandi. Sólo viviendo desde lo que realmente somos -personal y comunitariamente- podrá darse una renovación pastoral y misionera.
Por lo tanto, la conversión personal es una llamada a vivir desde la propia identidad, explicó Dña. Teresa. A integrar una “doble identidad” en cuanto a los laicos, la de imagen de Dios y la de Hijos por el bautismo; “triple” en cuanto a los presbíteros, imagen de Dios, Hijos de Dios y Ungidos para ungir.
La pregunta de Dios a Adán- ¿Dónde estás? (Gn. 3,9)- atraviesa la historia de la humanidad y resuena en cada uno de nosotros, indicó. Puesto que la vasija de barro que contiene nuestra identidad es de tierra Adámica, configurada por nuestra historia, nuestras heridas, nuestras debilidades, así pues, tiende a no reconocerse y realizarse en Dios. Es necesario pues, para que exista una verdadera conversión pastoral, revisitar nuestra identidad, pues “llevamos este tesoro en vasijas de barro”.
Por otra parte, habló de la Fundación Autem para el desarrollo del liderazgo pastoral, que tiene como propósito facilitar el desarrollo de un liderazgo en la Iglesia capaz de transformar la cultura de conservación en una cultura misionera; así como la visión de generar procesos que tienen como finalidad facilitar la transformación a través de la formación, el desarrollo y el acompañamiento de los sacerdotes y sus equipos pastorales.
El próximo viernes, día 11, coincidiendo con la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, a iniciativa de un conjunto de hombres vinculados con algunos movimientos y asociaciones de la Diócesis de Segorbe-Castellón, se unirán en oración por las conversiones.
Según han confirmado los organizadores el acto se desarrollará a las 19.00 horas de la tarde, en la plaza Mayor, iniciándose la concentración en las proximidades de la puerta principal de Santa María. La puerta principal del templo permanecerá abierta y se colocará una imagen de la Virgen. El rezo del Santo Rosario comenzará a las 19,15 horas y estará dirigido por un sacerdote. Una vez finalizado el Rosario, quienes lo deseen podrán participar en la celebración de la Santa Misa de las 20 horas.
Se trata de un acto enfocado principalmente a los hombres, quienes, unidos en oración, pretenden hacer una demostración de fe, pero también, tal como explican los organizadores, «para hacernos visibles frente a la sociedad, pero ello no impide que se pudieran sumar las mujeres que lo deseen».
Se trata de la primera ocasión que un grupo de hombres organiza un acto de estas características en nuestra Diócesis. Lo hacen replicando los organizados recientemente en Irlanda o Polonia, así como en algún que otro país, con gran éxito de participación.
La organización ha comunicado la celebración del acto a la Subdelegación del Gobierno por ser el organismo competente en caso de concentración en vía publica, indicando las medidas que se van a adoptar incluyendo las de carácter higiénico-sanitario.
El próximo viernes, día 28 de enero, la parroquia de El Salvador de Castellón acogerá una nueva conferencia del V Ciclo sobre “La fe en el mundo de hoy”, organizado la Delegación diocesana de Infancia y Juventud junto a Jóvenes en el Corazón de Cristo por María (JECCxM) y la Asociación Católica de Propagandistas.
En este caso, Inmaculada García dará su testimonio sobre Medjugorje, en una conferencia que se celebrará bajo el título “El Señor hace nuevas todas las cosas”. Inmaculada halará de su proceso de conversión tras un viaje a Medjugorje, al que no quería ir, y de cómo acabó viviendo allí organizando peregrinaciones.
Los sacerdotes de la Diócesis han acudido esta mañana al Centro Sagrada Familia de Castellnovo de la comunidad de Hijas de la Caridad, para participar en el retiro de Cuaresma, organizado por la Vicaría para el Clero, y que ha tenido como predicador al Obispo, que ha realizado dos ponencias centradas en la llamada a la conversión y renovación desde el encuentro con Cristo vivo.
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc. 1,15)
En su meditación, D. Casimiro ha exhortado a la conversión, una llamada que en este tiempo de Cuaresma se vuelve más apremiante, y para ello la Iglesia nos ofrece con más intensidad la Palabra de Dios, la gracia del sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía. “La vida de un cristiano consiste en convertirse continuamente” ha dicho, “es un proceso constante y necesario”.
Tal y como dice el Papa Francisco, los sacerdotes “siempre tenemos necesidad de una nueva conversión, de más contemplación y de un amor renovado. Estas tres fases se entrecruzan y vuelven a aparecer. Nada une más con Dios que un acto de misericordia, y esto no es una exageración: nada une más con Dios que un acto de misericordia, ya sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados, ya sea de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su nombre. Nada ilumina más la fe que el purgar nuestros pecados y nada más claro que Mateo 25, y aquello de «Dichosos los misericordiosos porque alcanzarán misericordia», para comprender cuál es la voluntad de Dios, la misión a la que nos envía”.
“Convertirse equivale a renovarse”, ha subrayado, es “dejarnos transformar en hombres nuevos y mujeres nuevas”, se trata de una “conversión a fondo, de una renovación desde el corazón”, pues estamos llamados a una “conversión personal, espiritual, pastoral y misionera “, aceptando “a Jesucristo como único Señor y centro de nuestra vida y misión”.
Nuestro Obispo también ha advertido de varias tentaciones, pecados y peligros en la vida personal y ministerial:
“De ponerse en lugar de Dios y de su voluntad”: para lo que ha invitado a reflexionar sobre el puesto que ocupa Jesús en la vida y en el ministerio.
“La pérdida de fervor y entusiasmo misionero”: lo que está íntimamente relacionado con el individualismo y con las crisis de identidad, llevando a vivir como si Dios, los pobres y los demás no existieran.
“La acedia egoísta y paralizante”: no teniendo motivación para hacer las cosas, lo que lleva a la ruptura de la relación espiritual con Dios, a la pereza y a la mediocridad.
“El pesimismo estil y paralizante”: invitando a analizar cómo se reacciona ante el desierto espiritual, la indiferencia religiosa y la secularización. A ello se puede reaccionar escudándose en la dificultad y buscando excusas, lo que paraliza la búsqueda de nuevos caminos y lleva a la inacción, o se puede reaccionar confiando en el Espíritu, teniendo en cuenta que el triunfo cristiano es siempre el triunfo de la cruz, pero una cruz que es al mismo tiempo signo de victoria.
“El aislamiento de la comunidad”: cerrarse en uno mismo es un peligro muy grande, pues estamos llamados a la relación, a abrirnos y salir de nosotros mismos. Además, “los sacerdotes estamos llamados a vivir como comunidad”, “no podemos ir por libre” porque “quien se aísla suele terminar mal, personal y ministerialmente”.
“La mundanidad espiritual”: “que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, y busca, en lugar de la gloria del Señor, la propia gloria humana y el bienestar personal”. Quien cae en ello “mira a los demás desde arriba y desde lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien le quiera cuestionar, incluso ayudar u ofrecer la corrección fraterna, y destaca constantemente los errores de los demás”.
“Las guerras entre nosotros y la falta de fraternidad sacerdotal”: en un mundo tan dividido, y herido por el individualismo, “la mundanidad espiritual lleva a algunos a estar en guerra con los que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, o de seguridad”. Además, “algunos dejan de vivir con cordialidad, con amor, su pertenencia a la Iglesia”, y “más que pertenecer a la Iglesia, que es rica en diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial”. Ante ello, “el Papa nos pide un testimonio de comunión fraterna”, “que todos puedan admirar como nos queremos unos a otros, y admirar como nos cuidamos unos a otros, como nos acompañamos, como nos perdonamos”.
La llamada apremiante de Jesús a la conversión no ha dejado de sonar desde aquel “primer” discurso suyo hasta nuestros días. “Convertíos y creed en el Evangelio”: así comienza Jesús su predicación según el Evangelio de San Marcos (1,15).
Puede que la llamada a la conversión nos resulte tan conocida que la escuchemos con indiferencia. Puede que nos hayamos instalado de tal modo en un estilo de vida alejado de Dios, de Jesucristo y de su Evangelio, que ya no sintamos necesidad de conversión, porque ya no sentimos necesidad de Dios. A veces nos quejamos de la dificultad de perseverar en la fe y vida cristiana en un ambiente social y cultural indiferente e incluso hostil al cristianismo. Es cierto que este ambiente favorece y promueve la incredulidad, la indiferencia religiosa, el abandono de la fe y de la práctica cristiana. Pero el enfriamiento y alejamiento de la fe y vida cristianas de muchos no son consecuencia de corrientes sociales o culturales. Entre sus causas más profundas está la falta de una fe personal y viva en Dios, de modo que Él sea de verdad el centro de la vida de los cristianos. Leer más
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