Queridos diocesanos:
Nueve meses antes de la Natividad de Jesús, la Iglesia celebra la solemnidad de la Encarnación del Señor. En este día recordamos con gratitud la plena disponibilidad de María, que acogió de una forma generosa la vida de Dios como un don, a pesar de las dificultades. Celebrar esta apertura del corazón de la Virgen al designio divino nos mueve a imitarla para acoger, celebrar y comunicar al mundo la alegría del Evangelio y promover una cultura de la vida. Por ello, en toda la Iglesia en España celebramos en este día la Jornada por la vida.
La jornada de este año tiene por lema Sembradores de esperanza, inspirado en el documento de la Conferencia Episcopal de diciembre pasado con el título “Sembradores de esperanza: acoger, proteger y acompañar las etapas finales de esta vida”; somos invitados este año a reconocer con profundo asombro el don de la vida y a testimoniar la esperanza de la vida eterna cuidando a los enfermos que se acercan al final de su vida terrena. Os invito a todos leer y estudiar este documento. Escrito con un lenguaje fácil de entender, su lectura y estudio harán mucho bien al lector, a todas las personas, a la sociedad, al bien común y a la cultura de la vida, y abrirá caminos para la esperanza a muchas personas, a los enfermos terminales, a los médicos y sanitarios, a todos aquellos que trabajan en el mundo de la salud.
El tema es de enorme actualidad. Ya ha comenzado la tramitación parlamentaria de las iniciativas legislativas sobre la eutanasia y el suicidio asistido, presentadas por algunos partidos políticos. De diferentes modos y con diversos argumentos se intenta que la eutanasia y el suicidio asistido sean social y legalmente aceptables. Con este fin se manipula el lenguaje, llamando muerte digna o buena muerte a lo que no es sino la eliminación de un ser humano. Se juega con el miedo ante el sufrimiento ante la enfermedad y el dolor o se suscita una falsa piedad con el que sufre, que no lleva al compromiso con él, sino a su aniquilación. A veces se aplica un criterio tan relativo como ‘calidad de vida’ para decidir quién tiene derecho a seguir viviendo o ha de ser eliminado. Algunos presentan incluso la eutanasia y el suicidio asistido como respuestas viables y aceptables al problema del dolor y del sufrimiento. Como en tantos otros temas, también es necesario recabar una información veraz y adquirir una seria formación para saber darnos y dar razón de nuestra fe, y para ser sembradores de esperanza, en este caso en la etapa final de la vida.
En sentido propio y verdadero, por eutanasia (y suicidio asistido) se entiende toda acción u omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte de un ser humano con el fin de evitarle sufrimientos o de acabar con su vida porque no quiere seguir viviendo, bien a petición de éste, bien porque otros o él consideran que su vida ya no merece ser mantenida o vivida. La eutanasia y el suicidio asistido es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro. La eutanasia y el suicidio asistido son un mal moral, un grave atentado a la dignidad de la persona y una grave violación de la ley de Dios. La legalización de prácticas como la eutanasia y el suicidio asistido pretende mostrar como un bien un proceder del todo inaceptable, tanto médicamente como desde una perspectiva bioética, basada en el respeto a la dignidad humana y su defensa en toda circunstancia.
Cosa distinta a la eutanasia o al suicidio asistido es aquella acción u omisión que no causa la muerte por si misma o por la intención, como son la administración adecuada de calmantes o los cuidados paliativos, aunque puedan acortar la vida, o la renuncia a terapias desproporcionadas, que retrasan indebidamente la muerte. Una cosa es lo que subyace a la llamada ‘muerte digna’, que no es sino la eliminación de un ser humano; y otra cosa muy distinta es acompañar a una persona a morir con dignidad mediante el empleo de medios éticamente lícitos. En el estado actual de la medicina, existen recursos para aliviar el sufrimiento de los enfermos crónicos o terminales y constituyen, a través de los cuidados paliativos de calidad, la herramienta que procura el trato digno que toda persona merece en atención a su inviolable dignidad, máxime cuando padece un estado de dependencia absoluta. Es lo que piden reiteradamente los enfermos y sus familias: ayuda mediante los cuidados paliativos, incluidos los cuidados espirituales, para asumir los problemas y las dificultades personales y familiares que se suelen presentar en los últimos momentos de la vida.
Defender la dignidad de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural es trabajar por una cultura de la vida y ser promotores de esperanza. Porque la vida humana es digna y ha de cuidarse siempre, también y especialmente la de los débiles, enfermos, discapacitados o ancianos. Esta es también la enseñanza que nos brinda, en toda su crudeza, la expansión de la actual pandemia del coronavirus. Seamos cuidadores de la vida, propia y ajena, y promotores de esperanza. No caigamos en el pánico. Dios vela por nosotros.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbee-Castellón