Esta mañana ha sido elegida priora de la comunidad de monjas agustinas del monasterio «Nuestra Señora de Mirambel», en Montornés (Benicàssim), la Hermana María Cecilia Torres, en una ceremonia que ha presidido el Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón, Monseñor Casimiro López Llorente, y que ha estado precedida de la celebración de la Eucaristía.
Tras la proclamación de la Palabra Mateo (1,1-17), el Obispo ha centrado la homilía en la figura de San José, Patrono de la Iglesia Universal, de los Seminarios y también de la vida religiosa. Lo ha hecho recordando el Año que, dedicado al Santo, acabamos de clausurar, para que siguiendo su ejemplo depositemos toda nuestra confianza en Dios porque, ha dicho, «Él nunca nos abandona, ni tan siquiera en los momentos de debilidad, siempre está con nosotros». En este sentido ha exhortado a las religiosas a volver la mirada a Dios «una y otra vez para que nos guíe y nos renueve».
La Hermana María Cecilia sustituye así a Natividad Salvador, tras haber vencido el periodo de cuatro años para el que fue elegida.
Con el inicio del mes de julio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención universal de oración por la amistad social: “Recemos para que, en situaciones sociales, económicas y políticas conflictivas, seamos arquitectos de diálogo y de amistad, valientes y apasionados”.
En la exhortación apostólica postsinodal Christus Vivit, Francisco realiza la propuesta a los jóvenes de “ir más allá de los grupos de amigos y construir la «amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar […]. Sean capaces de crear la amistad social». No es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay que negociar, pero si lo hacemos pensando en el bien de todos podremos alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las diferencias para luchar juntos por algo común. Si logramos buscar puntos de coincidencia en medio de muchas disidencias, en ese empeño artesanal y a veces costoso de tender puentes, de construir una paz que sea buena para todos, ese es el milagro de la cultura del encuentro que los jóvenes pueden atreverse a vivir con pasión”.
El Santo Padre también les pide que no “usen su juventud para fomentar una vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia […]. Hay hermosura, más allá de la apariencia o de la estética de moda, en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación personal, en el servicio desinteresado por la comunidad, por la patria, en el trabajo generoso por la felicidad de la familia, comprometidos en el arduo trabajo anónimo y gratuito de restaurar la amistad social. Descubrir, mostrar y resaltar esta belleza, que se parece a la de Cristo en la cruz, es poner los cimientos de la verdadera solidaridad social y de la cultura del encuentro”.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española (CEE), por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los monjes y monjas contemplativos para que, siguiendo el consejo de Cristo se consagren a orar sin desfallecer, tengan siempre sus ojos fijos en el Señor y con su oración sostengan la misión de la Iglesia”.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, en la carta dominical del pasado 29 de mayo con motivo de la Jornada ‘Pro orantibus’, nos explicaba que “los monasterios y los conventos de vida contemplativa son escuelas de fe en el corazón de nuestra Iglesia y de nuestro mundo; son ‘faros luminosos’ en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios y tantas veces la esperanza. Nos hacen presente a Cristo Jesús que siempre nos acompaña y nunca nos abandona: Él es la esperanza que nunca defrauda”.
Además, “las monjas y los monjes nos recuerdan que hay una Palabra por antonomasia -la de Dios- que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia -la de Dios-con-nosotros-, que siempre debemos acoger”.
Con el inicio del mes de junio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. En este Año Familia `Amoris Laetitia´, el Papa dirige su intención para la evangelización por la belleza del matrimonio: “Recemos por los jóvenes que se preparan para el matrimonio con el apoyo de una comunidad cristiana: para que crezcan en el amor, con generosidad, fidelidad y paciencia”.
En una audiencia a los participantes en el Curso de formación sobre matrimonio y familia (27.09.2018), el Santo Padre habló de la importancia del matrimonio, y explicó que «no es solo un evento «social», sino un verdadero sacramento que implica una preparación adecuada y una celebración consciente. El vínculo matrimonial, en efecto, requiere un decidido compromiso por parte de los novios, que se centra en la voluntad de construir juntos algo que nunca debe ser traicionado o abandonado».
Indicó también la relevancia de una adecuada pastoral familiar en las diócesis. «Es importante ofrecer a las parejas la oportunidad de participar en seminarios y retiros de oración, que incluyan como animadores, además de sacerdotes, parejas casadas con una experiencia familiar consolidada y expertos en las disciplinas psicológicas».
Muchas veces, indicó Francisco, «la raíz última de los problemas, que salen a la luz después de la celebración del sacramento del matrimonio, se encuentra no solo en una inmadurez oculta y remota que emerge de improviso, sino sobre todo en la debilidad de la fe cristiana y en la falta de acompañamiento eclesial, en la soledad, en la que se deja a los recién casados después de la celebración de la boda. Solo enfrentados a la realidad cotidiana de la vida juntos, que llama a los cónyuges a crecer en un camino de entrega y sacrificio, algunos se dan cuenta de que no habían entendido plenamente lo que iban a comenzar. Y se sienten inadecuados, especialmente si se confrontan con el alcance y el valor del matrimonio cristiano, por cuanto se refiere a las implicaciones concretas relacionadas con la indisolubilidad del vínculo, la apertura para transmitir el don de la vida y la fidelidad».
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española (CEE), por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los religiosos consagrados a vivir en pobreza, castidad y obediencia, para que sus vidas sean testimonio del Reino de Dios en medio del mundo”.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, nos decía en su carta del pasado 2 de febrero, que los religiosos consagrados «son y están llamados a ser para la Iglesia y la sociedad en un mundo herido, signo visible de la llamada perenne de Jesucristo a sentirse hermanos de un mismo Padre y a construir la fraternidad universal. Ellos muestran día a día con su oración, su presencia y su compromiso la cercanía de Dios Padre para con cada ser humano. Y todo ello lo hacen siguiendo el ejemplo del buen samaritano; se acercan, curan y atienden a los heridos por la vida».
Las cuatro Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret han recibido la visita del Consejo General de la congregación. Se trata de la Asistenta General, la Hna. Alina Furczyk, y la Ecónoma General, la Hna. Lucyna Fraczek, que por primera vez se han trasladado desde Roma hasta el convento de Benicàssim, en el que estarán una semana para conocer a la comunidad.
Las dos religiosas están realizando una serie de visitas a las diferentes comunidades de la congregación, que desarrolla su actividad apostólica en quince países, en las ocho provincias religiosas.
El carisma de la congregación, fundada en el año 1875 en Roma por la beata Franciszka Siedliska, es imitar a la Sagrada Familia, siento testigos y difundiendo el amor de Dios mediante una entrega total al servicio de la Iglesia, especialmente a la misión por la familia.
Ayer domingo, tuvo lugar en el Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús, de Alquerías del Niño Perdido, la celebración de las Bodas de Oro de vida consagrada de la Hna. Juana María de la Cruz, y de las Bodas de Plata de la Hna. Francisca del Sagrado Corazón, Carmelitas Descalzas, en una ceremonia presidida por el Obispo, D. Casimiro.
Con la asistencia de la comunidad de carmelitas del Desierto de las Palmas, en la emotiva Eucaristía de acción de gracias, las dos religiosas renovaron sus promesas a la vida consagrada en este domingo dedicado a la Misericordia Divina.
El Obispo comenzó la homilía con palabras de agradecimiento a Dios, “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal. 117), una misericordia que se nos manifiesta en la encarnación de su Hijo Jesucristo. “A Él le damos gracias por el don Pascual”.
También “por vosotras dos”, les decía a las Hermanas, pues “habéis sido destinatarias preferidas de la misericordia de Dios, de su don, de la vida cristiana y de la vida consagrada, que habéis podido vivir en fidelidad gracias a su misericordia”.
D. Casimiro realizó especial hincapié en tres palabras: encuentro, comunidad y amor. El encuentro de los discípulos con el Señor resucitado es “un encuentro tan fuerte que cambia su corazón”, pasando del miedo a la alegría, por lo que pudieron salir “a proclamar que Cristo Jesús había resucitado”.
Como le pasó a Tomás, con su incredulidad, “cuando uno se aleja de la comunidad, su fe en el Señor resucitado decae”, advirtió. “Es fundamental creer que Jesús no solo ha muerto, sino que también ha resucitado, es el fundamento de nuestra fe”, una fe “que se mantiene viva en un encuentro constante con el Señor, personal y en comunidad”.
El Señor resucitado “debe estar siempre en el centro de la vida de todo cristiano, de toda familia cristiana, de toda comunidad cristiana y de nuestra Iglesia”, recalcó. En la comunidad cristiana experimentamos su misericordia, lo que nos ayuda a “ser misericordioso con los demás, sabiendo comprender, sabiendo perdonar, sobrellevándoos”. “¡Mirad cómo se aman!”, dijo citando a Tertuliano, es el “signo de una comunidad centrada en el Señor”, que es el mejor testimonio de la resurrección del Señor.
Quien ama a Dios ama al prójimo, continuó el Obispo, “con el corazón misericordioso de Dios, que es fiel, está siempre dispuesto al perdón, que se compadece de las miserias humanas”. “Dios es amor, y cada uno de nosotros somos fruto de su amor”, creados por amor y para el amor, “esa es la vocación originaria”, “amar como Cristo nos ha amado”.
Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de la VenerableMaría Teresa González Justo. ¿Quién fue esta mujer?. Fue religiosa de las Hnas. de Nuestra Señora de la Consolación, nació en Quintanar de la Orden, (Toledo) el 11 de febrero de 1921, festividad de Ntra. Sra. de Lourdes. Sus padres, Martiniano González Chacón e Isabel Justo Torres, la bautizaron en la Iglesia Parroquial de Quintanar, con el nombre de Francisca, y la llamarán Paquita entre la familia y conocidos.
Fue la mayor de tres hermanas, creció feliz en un ambiente de amor sereno, católico y bueno; aprendió de sus padres a preocuparse por los demás y a tener sensibilidad y caridad con los más necesitados de su ambiente, a los que visitaba y ayudaba siempre con lo que estaba a su alcance. Fue alumna del Colegio de la Consolación de Quintanar, creció como una niña normal de su tiempo, alegre, buena, piadosa, siempre sonriente y en salida para hacer el bien.
A la edad de 15 años quedó huérfana de padre, el cual murió mártir por la fe, víctima de la Guerra Civil Española en 1936. Durante 7 meses, Paquita, cada día, visitó en la cárcel al asesino de su padre, allí le llevaba la comida y el perdón de Dios, como un gesto de caridad y de amor misericordioso.
Cuando tenía 20 años, Paquita, que siempre buscó hacer en su vida la voluntad de Dios, descubre la llamada, la vocación de entrega total al Señor y a los hermanos y se despide de su casa para ser Hermana de la Consolación. Ingresó en el Noviciado de Jesús-Tortosa el 15 de marzo de 1941. En septiembre del mismo año viste el hábito religioso y cambia de nombre, desde ahora Paquita se llamará Sor María Teresa.
Hace su primera profesión en 1943 y es enviada a trabajar apostólicamente en tierras valencianas unos meses en el Colegio de la Consolación en Burriana y en seguida la destinan al campo sanitario al que se sentía llamada, a servir a los enfermos tuberculosos en el Sanatorio de Vila Real, donde permanecerá hasta 1953, momento en que el Sanatorio con todos los enfermos y trabajadores y Hermanas es trasladado a Castellón de la Plana, al Sanatorio antituberculoso, “La Magdalena”.
En este campo apostólico María Teresa desplegará todo su amor a Dios, que fortalece en la oración y lo entregará sin descanso, a los enfermos, en un amor que se hace servicio total, para todos, procurándoles atenciones humanas, espirituales y materiales; siempre al lado del más necesitado, en una caridad que no conoce fronteras, elevando la dignidad de cada uno de ellos, tratándoles con un amor sin límites, viendo en ellos al mismo Dios y así exclamaba: “Dios mío, ¡cuánto amo a mis hermanos, es que en ellos estás Tú!”
El día 12 de octubre de 1967, festividad de la Virgen del Pilar, moría María Teresa a causa de un cáncer en el Sanatorio de la Magdalena de Castellón de la Plana. Tenía 46 años. Vivió y entregó su vida al cuidado de los enfermos tuberculosos durante 24 años, pasó como un ángel de paz, siempre con una sonrisa en los labios, olvidada de sí y no buscando otra cosa que ”la gloria de Dios y el bien de los hermanos”, como su Madre Fundadora, Santa María Rosa Molas.
En septiembre de 1981 se introdujo la Causa de Beatificación y Canonización de Sor María Teresa González Justo en la Diócesis de Segorbe-Castellón. El 13 de junio de 1992, el Papa San Juan Pablo II, ratificaba el Decreto de reconocimiento de las Virtudes Heroicas de la Sierva de Dios como Venerable. Sus restos mortales descansan en la Capilla del Colegio de Ntra. Sra. de la Consolación de Castellón, donde pueden ser visitados.
La Causa sigue abierta a la espera del milagro necesario para su beatificación.
La Iglesia española celebra hoy la Jornada Mundial de la Vida Consagrada de la que se cumplen hoy 25 años desde que en 1995 quedara así instituida por el Papa Juan Pablo II. Hoy se recuerda con especial gratitud y aprecio a las mujeres y hombres que a lo largo de los siglos, «dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con corazón «indiviso» (cf. 1 Co. 7, 34),
En palabras de Juan Pablo II, esta celebración «quiere ayudar a toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, quiere ser para las personas consagradas una ocasión propicia para renovar los propósitos y reavivar los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor».
Esta XXV Jornada lleva por lema: «La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido», haciéndose eco, por un lado «de la condición llagada del ser humano y de la creación entera, en la que todos nos sentimos reconocidos y espoleados; y por otro, evocar la vocación y misión de las personas consagradas en la Iglesia y en la sociedad, como signo visible de la verdad última del Evangelio, de la llamada perenne de Jesucristo y de la cercanía del Padre para con cada ser humano».
La vida consagrada constituye una fuente de riqueza para la comunidad eclesial, en todos sus carismas e instituciones porque, tal como dijo San Juan Pablo II, «anima y acompaña el desarrollo de la evangelización en las diversas regiones del mundo, donde no sólo se acogen con gratitud los Institutos procedentes del exterior, sino que se constituyen otros nuevos, con gran variedad de formas y de expresiones». Los consagrados han desempeñado siempre un papel de ayuda y apoyo a la Iglesia que también es necesario en el presente del Pueblo de Dios porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión.
El Subsidio Litúrgico de la Conferencia Espiscopal Española, tal como afirma nuestro Obispo en su carta semanal, advierte respecto a las heridas del mundo actual. Unas heridas que «supuran sin descanso más allá de los vaivenes de la política, la economía o la vida social». Los consagrados por el Señor, se afirma desde la Conferencia Episcopal Española, «conocen las luchas y los dolores de la existencia en carne propia y ajena; aprenden en la escuela de Cristo cómo acoger con profundidad y generosidad la fragilidad del día a día y el cáliz de angustia de las horas más amargas: las suyas y las de todos». La invitación a «la fraternidad» de esta Jornada, tal como advierte el Papa Francisco en «Fratelli tutti», es comprender «que hay algo que nos une a todos, por encima de diferencias y de muros; es aspirar a una lógica que ayude a sanar las heridas, y es también la consecuencia de sentirnos hijos de un mismo Dios.» La fraternidad, como reza el lema de la Jornada, es una apuesta por bajar las barreras y abrirnos las puertas. Por conjugar el «nosotros» por encima del «yo», por compartir más que acaparar. En este contexto de pérdida del sentido trascendente de la existencia, la vida consagrada se presenta como un modelo de ayudar a sanar algunas de esas heridas y a poner los propios talentos al servicio del Reino, sabiendo que ninguno de nosotros vale para todo, pero todos valemos para algo.
Vida consagrada en nuestra Diócesis
La Diócesis cuenta con más de una trentena de institutos de Vida Consagrada y casi 300 religiosas y religiosos «tocados por el amor de Dios», como asegura nuestro Obispo, y que viven entregados a la salud, a la educación, a prestar atención a los pobres, a la vida contemplativa y a la oración, dándose y entregándose a los demás siguiendo el ejemplo de Jesús como auténticos discípulos, por quienes damos gracias a Dios por el don que suponen para la Iglesia Diocesana de Segorbe-Castellón.
Bajo el lema «Recuerdo orante y agradecido», la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal Española ha pedido que nos unamos todos en oración, el próximo sábado 21 de noviembre, por las personas consagradas que han fallecido víctimas de la Covid-19.
Iglesia parroquial de La Sagrada Familia de Castellón, 2 de febrero de 2020
(Ml 3,1-4; Sal 23; Hb 2,14-18; Lc 2,22-40)
Hermanas y hermanos, muy amados todos en nuestro Señor!
Os saludo a todos en la Fiesta de la Presentación del Señor. De modo especial os saludo a vosotros, queridos consagrados y consagradas, en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón, unida a la Iglesia universal, da gracias y ora hoy a Dios por todos vosotros y por la diversidad de carismas de vuestros institutos: sois verdaderos dones del Espíritu Santo con los que Dios enriquece a nuestra Iglesia. Con vosotros oramos hoy al Señor para que nos siga enriqueciendo con nuevas vocaciones y carismas, y para que con la fuerza del Espíritu os mantengáis fieles a vuestra consagración siguiendo al Señor obediente, virgen y pobre al servicio siempre de la Iglesia y de la humanidad.
Hoy me voy a fijar hoy en tres palabras que resumen la Palabra proclamada: encuentro, consagración y esperanza.
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