Padre Herraiz: “No puede haber relación con Dios si no existe una relación con el prójimo”
El Padre Maximiliano Herraiz nació en Sisante (Cuenca). Llegó con 12 años a Castellón, donde cursó el bachiller en el Colegio de las Hermanas Carmelitas. A la edad de 16 años entró de novicio en la orden carmelita. Estudió Teología en Roma y regresó de nuevo a la capital de La Plana, donde se hizo cargo del Seminario Menor. A la edad de 29 años fue elegido prior del convento. Fue también párroco y prior del convento de San Juan de la Cruz que la orden posee en Zaragoza. En 1970 abrió la Casa de Ejercicios Espirituales situada en el Desierto de Las Palmas, donde estuvo seis años. Fue el fundador de la Universidad de la Mística (CITeS) de Ávila. De allí partió a Costa de Marfil (África) donde se hizo cargo de las misiones y regresó a la capital abulense para hacerse cargo de los actos del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús.
¿Cuál ha sido el motivo de su visita al Convento Carmelita del Desierto de Las Palmas?
He dado clase a dos novicios sobre la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz para que sepan cómo son sus padres espirituales, los dos místicos más grandes que ha dado España a la Iglesia universal. Les he animado a que profundicen en sus obras, dándoles las estructuras de cada escrito, y mostrándoles los puntos donde tienen que insistir para que aprendan a ser carmelitas hoy en día.
¿Qué significa ser carmelita en el siglo XXI?
Seguir la vida que inauguraron Teresa de Jesús y Juan de la Cruz en el siglo XVI, cuando reforman este nuevo Carmelo que llamamos teresiano-sanjuanista. Una vuelta a los orígenes de la orden que esté arraigado en el Carmelo primitivo en el que ellos empezaron a ser monja y fraile.
¿Qué puntos de esta espiritualidad ve más actuales para el mundo presente?
Educar personas en relación interpersonal con Dios y entre nosotros. Esa es la síntesis más preciosa que puede hacerse del magisterio de Santa Teresa y San Juan. La relación con el prójimo es el cimiento de la relación con Dios, porque Él se identifica con nuestros semejantes. “Todo lo que hagáis a uno de estos me lo hacéis a Mí” (Mt 25, 40). Santa Teresa en su último libro, “Las Moradas o Castillo Interior” afirma que los cimientos de la personalidad se fundamentan en ser sociales, ser relación con el otro, en la que se edifica la relación con Dios. Si no existe esa piedra firme, se construye sobre arena. El amor a Dios y el amor al prójimo discurren simultáneamente y en idéntica dirección.
¿En qué se concreta esa relación con el prójimo desde el prisma espiritual carmelita?
Santa Teresa de Jesús incide en la acogida cordial del otro. En definitiva, la amistad, que es la que nos abre a los demás. San Juan de la Cruz habla de unión por el amor. La piedra angular de la espiritualidad de ambos es la relación interpersonal con Dios y con los otros. Dios nos llama a la unión de amor con Él. Esa es la vocación suprema según San Juan de la Cruz y, también, el Concilio Vaticano II.
¿Por qué el concepto de amistad de Santa Teresa en la espiritualidad de la España del siglo XVI fue tan revolucionario?
Pues porque había mucho costumbrismo de la religión y poca relación interpersonal. Santa Teresa desnuda esa apariencia de religiosidad y centra la vida espiritual en la relación con el otro/Otro, en minúscula para el prójimo y en mayúscula para Dios. La identidad esencial de la persona es su relación con sus semejantes y con el Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza. Una columna vertebral de relación con un Dios personal y con el prójimo, al que debemos amar como a nosotros mismos.
¿Es la soledad la enfermedad del hombre del siglo XXI?
Sí, porque hay que entender que la soledad que nos aleja del otro es una soledad que destruye a la persona, porque somos sociales por naturaleza. El Dios que confesamos los cristianos es un Dios comunidad y nos crea a su imagen y semejanza para ser comunidad. Si no seríamos como animales, como las ovejitas que se juntan por instinto, para defenderse mejor del lobo.
El fenómeno de las redes sociales que debería ayudar a tejer esas relaciones que menciona es, en ocasiones, un obstáculo para ver al otro y una tentación para encerrarnos en nuestro mundo. ¿Por qué cree que ocurre esto?
Porque tenemos miedo y nos dejamos llevar por el enfrentamiento, es decir: hablar frente a frente en vez de dialogar. Falta la “soledad sonora” que cantara Juan de la Cruz, donde resuena bien la voz de la persona amada. Una soledad, en definitiva, que interpela al otro y que te impulsa a conocerle, en sus alegrías y en sus penas. Una soledad que te ayuda a afinar el oído, a darte cuenta –gracias a la vida interior- de la presencia del prójimo y que también te ayuda a crecer como persona. No entrar en relación es la liquidez suprema de esta sociedad en la que te hundes porque no hay fuerza que te sostenga. No hay piso que te agarre bien si no estás trenzado a los demás mediante el amor y la amistad. Es la manera de hacernos fuertes, y no la división que debilita.
Falta, también, Fe.
Efectivamente. La Fe, que recibimos pero que no acogemos porque no cultivamos, es una virtud infusa con la que nacemos, como la razón y la libertad. Después está el signo que, por sí mismo, no me da ningún valor. Judas, por ejemplo, entregó a Jesús con un beso, que es un signo de amor. El signo es significativo si crees en la persona, si cultivas esa relación. Si no, es algo resbaladizo y, en ocasiones, contradictorio, como en el caso de Judas.
¿Pueda darse por supuesta la Fe en el siglo XXI?
No, pero sigue ahí. Si acudimos a la experiencia sabemos que tenemos una capacidad receptiva infinita. Tú no puedes decirle a alguien: no me ames más que ya no me cabe, porque estamos en camino de una plenitud y eso es, justamente, lo que hay que cultivar. Quien dice que no tiene Fe ha cortado el cordón umbilical de su vida y ya no se satisface con nada. La trascendencia, que los cristianos traducimos como persona (Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo) también es infinita. Usted es capaz de una trascendencia que no puede sustituir por mucho dinero que gane y por muchos méritos que adquiera en la sociedad en la que vive, porque usted siempre aspira a algo más. La persona siempre está abierta y, cuando no cree, se cierra a su razón y la razón solo nos da la última palabra en lo que llamamos las ciencias exactas.
¿Cuál sería una posible solución?
Volvemos al principio. Si no hay otro, tú no eres. Y esto hay que integrarlo en la educación, que es, en el mejor significado de la palabra del verbo latino “edúcere”, sacar lo que ya se tiene, desarrollar lo que soy. ¿Soy un ser racional? Racionalizo mi vida. ¿Soy capaz de amar? Amo a mis hermanos. ¿Soy capaz de buscar la verdad? Busco la verdad con la que vivir y no lo que me pidan mis pasiones. Hay que educar en ser creíbles el uno para el otro y, sobre todo, en ser creyentes del otro. No tenemos otra salida. Si no se nos educa en la relación se nos condena a que muramos todos en la soledad más absoluta.
¿Cómo es la salud de su orden en la Diócesis de Segorbe-Castellón?
La salud es pobre por la carencia enorme de vocaciones, algo que no es exclusivo de la vida religiosa. Falta esa educación mínima en la familia, en la sociedad, que favorezca el alumbramiento de llamadas y la perseverancia. Las personas se van de la vida religiosa, o del matrimonio, a la mínima contrariedad. Si no nos consagramos a ser personas en relación no somos nada.
Ustedes tienen dos nuevas vocaciones en el Carmelo del Desierto de Las Palmas. ¿Qué es lo que ha impulsado a estos jóvenes a decir sí a la llamada de Dios?
Que alguien les ha enamorado y ese alguien es Jesús. Lo que atrae es el enamoramiento de un camino con una persona en la vida, matrimonial o religiosa. Todas están marcadas por un amor, del cual yo no me enamoro; me vence el amor de alguien. “Me hice perdidizo y fui ganado”, entro en relación con un tú que da consistencia a mi ser, sin el cual no soy nada. El amor es lo que pone en movimiento a la persona, que sale de sí misma. Ese es el éxtasis de los místicos, que salen al encuentro del Otro porque les ha amado primero y rompe el caparazón del egocentrismo. Lo que me impulsa a salir de mi mismo es saberme enamorado.
¿Cómo se puede ayudar a los jóvenes a perseverar en ese primer movimiento que se produce al sentirse amado?
Pues mi respuesta es que eso es lo que estoy viviendo desde los 16 años, y tengo ahora 83. Que Dios me invitó a salir de mi mismo y a prestarle mi atención para “sacar” eso que tenía dentro.
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