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HA FALLECIDO EL PAPA FRANCISCO

21 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Obispo/por obsegorbecastellon

El papa Francisco ha fallecido este lunes, 21 de abril, en la Octava de la Pascua de Resurrección, a los 88 años de edad, en la “Casa de Santa Marta” en el Vaticano.

La Santa Sede lo ha hecho público a las 10:00 de esta mañana con un comunicado del cardenal Kevin Joseph Farrell, cardenal camarlengo: “Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados. Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Uno y Trino”.

Nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón acoge la muerte del papa Francisco con profundo dolor, pero con fe en Cristo resucitado. Nos unimos a toda la Iglesia en la oración por el eterno descanso del Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia y testigo incansable de la misericordia de Dios y de la alegría del Evangelio.

El Papa Francisco confesó que llegaba de las periferias para servir a la Iglesia y a la humanidad. Deseó “una Iglesia pobre y para los pobres”. Hace 12 años comenzaba su camino de acompañamiento en la fe como Pastor de la Iglesia y de anuncio de la alegría del Evangelio con una misión abierta a todos y siempre preocupado por los más desfavorecidos. En multitud de ocasiones, desde la primera vez que impartió la Bendición apostólica Urbi et Orbi, desde el balcón de la Basílica de San Pedro, pidió: “por favor, no se olviden de rezar por mí”.

Ahora en estos momentos dolorosos, pedimos al Señor por su descanso eterno. ¡Que Dios en su infinita misericordia le conceda la gracia de participar de la gloria del Señor resucitado para siempre! A la vez mostramos nuestro agradecimiento por su vida puesta al servicio de la Iglesia y de la humanidad. Nos unimos en oración a todo el Pueblo de Dios, con la esperanza en la resurrección.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Castellón de la Plana, 21 de abril de 2025.

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Fallece el papa Francisco

21 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Papa Francisco/por obsegorbecastellon

El papa Francisco ha fallecido este lunes, 21 de abril, a los 88 años de edad, en Roma según ha anunciado el cardenal Kevin Joseph Farrell, cardenal camarlengo. La Santa Sede lo ha hecho público alas 10.00h. con un comunicado:

«Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre.

Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados.

Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Uno y Trino».

30.01.25 – Francisco recibió a D. Casimiro y a los seminarios de la Diócesis

También en nuestra Diócesis, desde la Vicaría General se ha enviado el siguiente mensaje:

Con profundo dolor y fe en Cristo resucitado comunicamos que el Santo Padre el Papa Francisco ha fallecido.

La Iglesia universal, y en especial nuestra Diócesis, se une en oración por el eterno descanso del Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia y testigo incansable del Evangelio de la misericordia.

En comunión con toda la Iglesia, se dispone que en todas las parroquias de la Diócesis se toquen las campanas con el toque fúnebre correspondiente a la muerte del Papa. Este gesto tradicional expresa el luto y el respeto del pueblo cristiano ante la partida del Vicario de Cristo.

Oremos por el eterno descanso del Papa Francisco y demos gracias a Dios por su vida entregada al servicio de la Iglesia.

¡Descanse en paz!

20.09.23 – Francisco recibe a D. Casimiro por la peregrinación diocesana a Roma

El papa Francisco impartió ayer la bendición apostólica Urbi et orbi

El Papa Francisco, que salió del hospital el pasado 28 de marzo tras una larga hospitalización de 37 días por una neumonía, apareció en público por última vez ayer domingo en la plaza de San Pedro, para dar la tradicional bendición Urbi et orbi.

Jorge Mario Bergoglio S.J fue elegido Papa el 13 de marzo de 2013, adoptando el nombre de Francisco, en agradecimiento a san Francisco de Asís, el santo de la pobreza, la paz y la humildad. Se convirtió así en el 266º Papa de la historia de la Iglesia católica y en el primer Pontífice americano y jesuita. Su lema para su Pontificado fue: Miserando atque eligendo.

Comenzaba así su camino, que continuaba durante casi 12 años, de acompañamiento en la fe como Pastor de la Iglesia, de anunciar la alegría del Evangelio, en comunión, con una misión abierta a todos y siempre preocupado por los más desfavorecidos.

¡Gracias, papa Francisco!

Durante todo su Pontificado el Papa Francisco confesó que llegaba de las periferias para servir a la Iglesia y a la humanidad. Deseó «una Iglesia pobre y para los pobres». Y en multitud de ocasiones, desde la primera vez que impartió la Bendición apostólica Urbi et Orbi, desde el balcón de la Basílica de San Pedro, pidió: «por favor, no se olviden de rezar por mí».

Ahora en estos momentos dolorosos, pedimos al Señor por su descanso eterno y mostramos nuestro agradecimiento por su vida puesta al servicio de la Iglesia. Nos unimos en oración, a todo el Pueblo de Dios, con la esperanza en la resurrección.

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Cáritas Diocesana celebra mañana la última conferencia del ciclo ‘Peregrinos de Esperanza’

21 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias, Cáritas Diocesana, Jubileo 2025/por obsegorbecastellon

Mañana martes día 22 de abril, a las 12 h, se celebrará la última conferencia del ciclo “Peregrinos de Esperanza”, enmarcado dentro del Año Jubilar. Este ciclo, inspirado en el lema propuesto por el Papa Francisco, busca “mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras”.

La conferencia, titulada “Compartir la Esperanza”, será dictada por D. Virgilio González Pérez, párroco del Santo Ángel Custodio de Valencia, y tendrá lugar en el local de Formación de Cáritas Diocesana, en la calle Figueroles 6 de Castellón. Se ruega confirmar asistencia a través del correo electrónico: formacion@caritas-sc.org.

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Homilía en el domingo de Pascua de Resurrección

21 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2025/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 20 de abril de 2025

(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)

Hermanas y hermanos en el Señor!

1. En la mañana de Pascua resuena en toda la cristiandad el anuncio antiguo y siempre nuevo: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!” (cf. Mc 16,6). Cristo Jesús ya no está en la tumba, en el lugar de los muertos. Su cuerpo roto, enterrado con premura el Viernes Santo ya no está en el sepulcro frío y oscuro, donde María Magdalena lo busca al despuntar el primer día de la semana. El cuerpo de Jesús ya no está en la tumba; no porque haya sido robado o puesto en otro lugar, o haya sido devuelto a esta vida para volver a morir. El cuerpo de Jesús no está en la tumba porque ha resucitado, es decir, porque ha pasado a la vida gloriosa de Dios.

Es la Pascua del Señor, el Día en que actuó el Señor, día de gozo y de triunfo. En la Pascua de Cristo ha triunfado la vida de Dios sobre el pecado y la muerte. El Señor resucitado une de nuevo la tierra al cielo y restablece la comunión de los hombres con Dios. Jesús, entregándose en obediencia al Padre por amor a los hombres, destruyó el pecado de Adán y la muerte. La resurrección es el signo de su victoria, es el día de nuestra redención, es el día de nueva creación.

Y porque Cristo ha resucitado podemos cantar: “¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?”. El autor de la vida ha vencido a la muerte. Alegrémonos, hermanos: Cristo ha resucitado y, con su resurrección, Dios Padre muestra que ha aceptado el sacrificio de su Hijo y en Él hemos sido salvados. “Muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida”.

¡Cristo ha resucitado y vive glorioso! Esta es la gran verdad de nuestra fe. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente. La resurrección de Jesús no es un mito o una historia piadosa, no es una leyenda fruto de la profunda frustración de un puñado de discípulos o una experiencia mística. La resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico y real que sucede una sola vez y una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilatos, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos. No se trata de la vuelta a esta vida de un muerto para volver a morir. No: el cuerpo muerto y sepultado de Jesús vive ya glorioso y para siempre junto a Dios.

2. La Palabra de Dios de hoy nos invita a acercarnos a la resurrección del Señor acogiendo con fe el signo del sepulcro vacío y, sobre todo, el testimonio de personas concretas, “los testigos que él había designado”, a los que se apareció, con los que comió y bebió después de su resurrección; a ellos les encargó dar solemne testimonio de su resurrección (cf. Hech, 10, 41-42) .

La tumba vacía es un signo esencial de la resurrección, pero es un signo imperfecto. Al ver el sepulcro vacío, María Magdalena exclama: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2). Pedro se contenta con entrar «en el sepulcro» y ver «las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte” (Jn 20,6). Sólo el apóstol Juan va más allá: Juan “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos” (Jn 20,8-9).  

El suceso mismo de la resurrección de Jesús, es decir, el paso de la muerte a la vida gloriosa, no tuvo testigos, porque escapa a nuestras categorías de tiempo y espacio. María Magdalena, las otras mujeres, los apóstoles y los discípulos se encuentran con Cristo vivo ya resucitado. Para aceptar el sepulcro vacío como signo de que Jesús ha resucitado es necesaria le fe, como Juan; y como en el caso de la mujeres y el resto de los discípulos es necesario el encuentro personal con el Resucitado. Sólo así se superan las dudas y la incredulidad inicial. “Nosotros esperábamos…” (Lc 24, 21), dirán los discípulos de Emaús; o “si no veo en sus manos la señal de los clavos… no creeré”, dirá el apóstol Tomás (Jn 20, 25).

Como en el caso de los discípulos, creer que Jesus ha resucitado pide también de nosotros un acto personal de fe, fiándonos del testimonio de los apóstoles; un testimonio que nos es trasmitido en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. Creer personalmente que Cristo vive, pide el encuentro personal con Él en la comunidad de los creyentes. Nuestra fe no es credulidad débil o fácil; se basa en el signo del sepulcro vació y en el testimonio unánime y veraz de aquellos que trataron con Él directamente en los cuarenta días que permaneció resucitado en la tierra, como nos recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 39-41). A los testigos se les cree, según la confianza que merecen, según la credibilidad que se les reconoce. Pedro y el resto de los Apóstoles dan testimonio de algo de lo que están profundamente convencidos. Tan convencidos, que llegarán a dar la vida por ser testigos de la resurrección de Cristo.

3. La resurrección de Cristo no es un hecho del pasado, pero sin actualidad en el presente, ni es algo que afecte tan sólo a Jesús, pero sin valor para nosotros. No. La  resurrección de Jesús nos muestra que Dios no abandona nunca a los suyos, a la humanidad y a su creación. Con la resurrección gloriosa del Señor todo adquiere nuevo sentido: la existencia humana, la historia de la humanidad y la creación entera. A pesar  de todas las apariencias y de los duros reveses, la historia, la creación, la humanidad no camina hacía la destrucción y el caos, sino hacia Dios. 

En la Pascua de Cristo está la salvación de la humanidad. Si Cristo no hubiera resucitado, no tendríamos ninguna esperanza: la muerte sería inevitablemente nuestro destino final, y el pecado, la división, el odio, el egoísmo, la mentira, la avaricia y el poder del más fuerte tendrían sin remedio la última palabra en la vida de los hombres.

Pero no: la Pascua ha invertido la tendencia: Jesús, muriendo destruyó el pecado y resucitando restauró la Vida. La resurrección de Cristo es una nueva creación: es la nueva savia, capaz de regenerar a toda la humanidad. Y por esto mismo, la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, a nuestro anhelo de felicidad y a todo proyecto de progreso verdaderamente humano. La última palabra no la tienen ya ni la muerte ni el pecado, sino la Vida, la Verdad, el Bien y la Belleza de Dios. Por ello podemos cantar: Cristo resucitado es nuestra Esperanza. Y, porque Cristo ha resucitado, es posible un mundo más justo, más fraterno, más dichoso, un mundo según el deseo de Dios. Desde entonces, la esperanza cristiana no es una utopía sino una actitud fundada y realista.

La resurrección de Cristo ha inyectado ya en el corazón de la historia un fermento, una levadura, un brote de vida, que nada ni nadie podrá apagar. Dios mismo ha apostado definitivamente por la humanidad, por la creación, por todos nosotros, por ti y por mí. Al resucitar a Jesús, Dios ha dicho sí al hombre nuevo y a la humanidad nueva. Cristo no ha resucitado en vano. A pesar del pecado, los egoísmos, las guerras, los odios, la cultura de la muerte y tantas manifestaciones del mal, Dios acabará venciendo. Y ello nos da fuerza para luchar contra el pecado y todas sus manifestaciones, para que la gracia, el amor de Dios y la resurrección de Cristo prevalezcan sobre el mal, el pecado y la muerte.

4. Cristo ha resucitado. Y lo ha hecho por cada uno de nosotros. Él es la primicia y la plenitud de una humanidad reconciliada y renovada.  Nuestra existencia personal no está abocada a la nada. Cristo es la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La vida gloriosa del Señor resucitado es un inagotable tesoro, destinado a todos; todos estamos invitados a acogerla con fe para participar de forma anticipada de esta vida gloriosa ya desde ahora.

A los bautizados, nos recuerda San Pablo: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios…” (Col 3,1). Celebrar a Cristo resucitado significa también reavivar la vida nueva que los bautizados hemos recibido en el bautismo: una vida que es germen de eternidad; una vida, que anclada en la tierra, vive, sin embargo, buscando los bienes de allá arriba, los bienes del Cielo, los bienes del Reino de Dios: la verdad y la vida, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz. Celebrar a Cristo resucitado nos llama a vivir libres de la esclavitud del pecado y en el servicio constante del Dios vivo, presente en los hombres y en la creación.

El Señor resucitado está aquí y nos habla al corazón. Él cura nuestras dudas y sana nuestros miedos. Él está aquí y exhala su Espíritu en nosotros. Él está aquí, y nos alimenta con su palabra y con su cuerpo. Él nos renueva y nos fortalece para vivir con la alegría pascual nuestra condición de bautizados.

5. Cristo ha resucitado y nos envía a ser testigos de su resurrección. Hemos de contar lo que hemos visto y oído. Como los Apóstoles, estamos llamados a ser, ante todo, testigos del Señor Resucitado, mediante un testimonio creíble por las obras, que ofrezca signos de esperanza a un mundo desalentado y desesperanzado.

Vivamos como hombres nuevos, renacidos en el bautismo a la vida del Resucitado. Seremos hombres nuevos si buscamos sinceramente la verdad y el bien, y vivimos en consecuencia; si estamos abiertos al Espíritu; si nos aceptamos gozosos como imagen e hijos de Dios; si nos revestimos de Cristo e imitamos al Maestro; si vivimos permanentemente agradecidos a la bondad de Dios; si hacemos de la caridad y del amor fraterno norma constante de vida. Hombres nuevos son los que han resucitado con Cristo, gozan con la esperanza y se alegran con el bien.

Hombres  envejecidos, por el contrario, son quienes se empeñan en la mentira, en la codicia, en la envidia, en reducir todo a materia, dinero o placer carnal; hombres envejecidos son los que se empeñan en desconocer su origen divino y su destino eterno, y caminan por este mundo sin razón de ser ni horizonte que alcanzar; los que en cierran en sí mismos; los que han perdido la capacidad del agradecimiento, porque la indiferencia y el egoísmo les ha secado el alma; los que no aman a nadie y ni desean ser amados por nadie; los que no saben perdonar ni aceptan el perdón; los que han perdido la capacidad de esperar.

La resurrección del Señor puede cambiarlo todo: podemos pasar de la cruz al gozo, de la muerte a la vida, de las afrentas a la alabanza, de las lágrimas al consuelo, del pecado a la gracia y de las tinieblas a la luz. Así debe ser nuestra pascua: tránsito y cambio de lo viejo a lo nuevo, del pecado a la virtud, de la mentira a la verdad.

6. Cristo ha resucitado. Por la resurrección del Señor toman nueva vida todas las cosas. Será el amor fraterno el que haga olvidar viejos odios. Será la misericordia la que haga fuerte la unidad de los hombres y mujeres. Cristo ha resucitado y está vivo entre nosotros. Él está realmente presente en el sacramento de esta Eucaristía.  Él se nos ofrece como alimento de peregrinos de la esperanza. Cristo ha resucitado verdaderamente: El es nuestra paz y nuestra esperanza. ¡Aleluya!

A todos os deseo una Feliz y Santa Pascua de Resurrección.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Vigilia Pascual

21 de abril de 2025/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2025, Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 19 de abril de 2025

 (Gn 1,1-2,2;Gn 22,1-18; Ex14,15-15,1ª; Is 55,1-11; Rom 6,3-11; Lc 24,1-12)

Hermanas y hermanos en el Señor!

1. “No está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,5).  Este es el anuncio de aquellos dos hombres con vestidos refulgentes a las mujeres que habían acudido de madrugada al sepulcro con aromas y lo encuentran vacío. No está aquí, en el frío sepulcro, donde le habían depositado con premura el viernes santo. No está aquí no porque lo hayan robado o traslado de lugar. No está aquí, porque ha resucitado.

¡Cristo ha resucitado verdaderamente!”. Esta es la gran Noticia, antigua y siempre nueva, en la noche santa de Pascua. Es la Pascua del Señor. Jesús ha pasado a través de la muerte a la vida gloriosa de Dios. Cristo ha pasado a una nueva y definitiva existencia. El Señor vive glorioso para siempre junto a Dios. Y esta es la gran Noticia en esta Noche Santa también para nosotros: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc 24,4). Cristo ha resucitado. Cristo vive. El Señor está entre nosotros. Nos invita a dejarnos encontrar por Él, a dejarnos llenar de la vida nueva, a vivir unidos a Él y a seguirle hasta llegar a la vida plena y feliz junto a Dios para siempre.

Esta es la razón de la alegria de la Vigilia Pascual, la madre de todas las vigilias, la fiesta cristiana por excelencia. ¡Aleluya, hermanos! Alegrémonos por la resurrección del Señor y por su presencia en medio de nosotros. Nunca nos cansaremos de celebrar la Pascua; nunca alabaremos suficientemente a Dios por su nueva y definitiva Alianza en Cristo Jesús. En medio de la oscuridad de la noche, Cristo Jesús ha sido liberado de la muerte y ha sido llenado del Espíritu de Dios, el Espíritu de la Vida.

2. “Demos gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117). Las lecturas de la Palabra de Dios de esta noche santa lo han traído una vez más a nuestra memoria y a nuestro corazón. Dios no es un dios de muertos sino un Dios de vivos; no es un dios de la obscuridad y de la muerte, sino el Dios de la Luz, del Amor y de la Vida.

En la primera creación del mundo, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas primordiales y las llenó de vida. Dios creó todas las cosas y eran buenas, y, finalmente creó al hombre a ‘su imagen’; hombre y mujer los creó, por puro amor y para la vida sin fin. ¡Y vio Dios que todo era muy bueno! Y ahora, en la nueva creación, el mismo Espíritu ha actuado poderosamente en el sepulcro de Jesús y lo ha llenado de la vida de Dios. Él es el primogénito de la nueva creación. Dios es amor. Incluso cuando el primer hombre en uso de su libertad rechaza la amistad de Dios, Dios en su infinita misericordia no lo abandona. En la culpa humana, Dios muestra su infinita misericordia y promete al Salvador. Para rescatarnos del pecado de Adán nos dio a su Hijo, quien muriendo nos libera del pecado y de la muerte, y resucitando nos devuelve a la vida de Dios. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

En esta Noche Santa se cumplen las Escrituras, que hemos proclamado recorriendo las etapas de toda la Historia de la Salvación. En esta Noche Santa todo vuelve a empezar desde el “principio”; todo recupera su auténtico significado en el plan amoroso de Dios. Es la nueva creación. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, en comunión con Dios, con sus semejantes y con la creación, está llamado a esa comunión en Cristo. Es como un nuevo comienzo de la historia y del cosmos, porque “Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto” (1 Co 15,20). Él, “el último Adán”, se ha convertido en “un espíritu que da vida” (1 Co 15,45). Donde abundó el pecado, sobreabunda ahora la gracia.

En esta Noche Santa nace el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, con la cual Dios ha sellado una alianza eterna con la sangre de su Hijo Jesús, crucificado y resucitado. Toda la tierra exulta y da gloria a Dios. Ante los ojos de una humanidad alejada de Dios brilla la luz del Resucitado. El pecado ha sido perdonado y la muerte ha sido vencida. Por la resurrección de Jesucristo, todo está revestido de una vida nueva. En Cristo la humanidad es rescatada por Dios, recobra la esperanza y queda restaurado el sentido de toda la creación. Este es el día de la revelación de nuestro Dios. Es el día de la manifestación de los hijos de Dios.

3. Por ello, en la Pascua no sólo cantamos la resurrección del Señor. Su resurrección nos concierne a cada uno de nosotros, los bautizados. Nos lo ha recordado San Pablo: “Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya” (Rom 6, 3-5). La Pascua de Cristo es por ello también nuestra propia Pascua, la pascua de todo bautizado. 

Hemos sido bautizados en Cristo y en su muerte, hemos sido incorporados a Cristo y a su muerte. Bautizar significa ‘sumergir’. Así se expresa con toda claridad en el bautismo por inmersión en el agua; el bautismo es nuestra inmersión misteriosa, pero real, en Cristo y en su muerte. En la carta a los Gálatas nos dice el mismo Pablo: “todos los que habéis sido bautizados (inmersos) en Cristo, os habéis vestido de Cristo” (Ga 3,27). Es como si viviéramos dentro del mismo Cristo, muerto y resucitado; Él nos envuelve y nos conforma según su semejanza, nos protege y nos dignifica. Vivimos en Cristo y con Cristo. Los ‘inmersos’ en la muerte de Cristo por el bautismo participamos también de la nueva vida que se manifiesta en la resurrección de Cristo. Al salir de la inmersión en el agua se significa la resurrección a la nueva vida.

Lo que muere en el bautismo es nuestro pasado, nuestra esclavitud del pecado y de la muerte eterna. El bautismo nos libera de la esclavitud del pecado y de la muerte, y nos capacita por la gracia para llevar una vida digna de hijos de Dios. La nueva vida ha de acreditarse en una vida nueva hasta que la Resurrección triunfe definitivamente en la vida eterna. Lo que ya ha sucedido, es decir, nuestra participación en la muerte de Cristo por el bautismo, y lo que todavía ha de suceder, esto es, la resurrección de nuestra carne como triunfo final sobre el pecado y la muerte, el pasado y el futuro, se encuentran implicados en el presente de la existencia cristiana: radicalmente salvados, caminamos aún hacia la consumación de nuestra propia redención.

Somos peregrinos de esperanza. Ante nosotros hay una meta, la vida de Dios para siempre en Cristo, nuestra Esperanza, que podremos alcanzar siguiendo sus mandamientos. La nueva vida que hemos recibido en el bautismo posibilita y pide seguir estos mandatos. Dejemos lo que de viejos y pecadores tenemos, y vivamos “para Dios en Cristo Jesús”. Dejémonos resucitar con Cristo. Esto es mucho más que esperar el ‘más allá’. Es vivir ahora como Cristo, unidos á El por la gracia, configurados por el Evangelio, desnudados de los criterios de este mundo, y revestidos de santidad, es decir “viviendo en Cristo”.

4. Dentro de unos instantes renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Volveremos a renunciar a Satanás y a todas sus obras y seducciones para seguir firmemente los caminos de Dios y sus planes de salvación. El amor de Dios nos despierta esta noche. Nos recuerda el misterio de nuestra propia vida, que se ilumina con nuevo resplandor en nuestro bautismo. Puestos en pie, unidos en la fe, la esperanza y el amor de nuestro Señor Jesucristo, renovaremos una vez más nuestras promesas bautismales.

Especial significado tiene esta renovación para vosotros, hermanos y hermanas, de la cuarta comunidad del Camino Neocatecumenal de la Santísima Trinidad de Castellón, en esta última etapa de vuestro camino. Vuestras túnicas blancas de lino son signo de vuestra nueva vida bautismal, que acepta ser golpeada y triturada por la gracia de Dios como el lino para extraer la fibra para su confección. En vuestros escrutinios habéis visto de dónde procedías: de un mundo alejado del amor de Cristo por el pecado; pero también habéis experimentado el amor de Dios en Cristo, que os ha recreado haciendo de vuestra propia historia una historia de salvación.   

Vuestras vestiduras blancas nos recuerdan que estáis (y estamos) revestidos por el bautismo con el nuevo vestido de Dios. Estas vestiduras son un proceso que dura toda la vida. Lo que ocurre en el Bautismo es el comienzo de un camino que abarca toda nuestra existencia, que nos hace capaces de eternidad, de manera que con el vestido de luz bautismal podamos comparecer en presencia de Dios y vivir por siempre con él.

Renovemos las promesas bautismales. Renunciemos, digamos “no” al demonio, a sus obras y a sus seducciones. Quitémonos las ‘viejas vestiduras’ con las que no se puede comparecer ante Dios. Esta ‘vestiduras viejas’ son, como nos recuerda Pablo en Carta a los Gálatas,las “obras de la carne”. Es decir: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo” (Ga 5,19ss.). Estas son las vestiduras que hemos de dejar: son vestiduras del pecado y de la muerte, impropias de todo bautizado.

Revistámonos de la ‘vestiduras’ de Cristo, “fruto del Espíritu”, que son: “Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí” (Ga 5, 22). 

Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, perseveremos en nuestra fidelidad a Cristo y proclamemos con valentía su Evangelio. Que María, testigo gozoso de la Resurrección, nos ayude a todos a caminar en una vida nueva; que haga de cada uno de nosotros “hombres nuevos”, personas que “viven para Dios, en Jesucristo” (Rm 6, 4.11). Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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De la oscuridad a la luz: la Vigilia Pascual despierta la alegría de la Resurrección

20 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

En una noche cargada de esperanza y luz, la Catedral de Segorbe acogió con gran solemnidad la Vigilia Pascual, presidida por el Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente. La celebración comenzó al anochecer del Sábado Santo, cumpliendo con la norma litúrgica que establece que esta es una vigilia auténtica, «la madre de todas las vigilias», como la llama san Agustín.

La liturgia comenzó en el exterior del templo, con la bendición del fuego nuevo y la preparación del cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, dando paso a la procesión de entrada con la luz de Cristo, que fue encendida por los fieles al tiempo que se proclamaba con solemnidad el himno de alabanza que canta la gloria de esta noche santa en la que “Cristo ha vencido a la muerte y resucitado victorioso del abismo”.

La Liturgia de la Palabra condujo a los fieles a través de la historia de la salvación: desde la creación del mundo, pasando por la fe de Abrahám, la liberación del pueblo de Israel en el mar Rojo, las promesas de los profetas, hasta llegar a la proclamación de la Resurrección en el Evangelio de san Lucas (24, 1-12).

“No está aquí. Ha resucitado”

Las primeras palabras del Obispo durante la homilía se hacían eco de la gran noticia de la fe cristiana: “¡Cristo ha resucitado verdaderamente!”.

D.Casimiro explicó que la resurrección de Jesús no es solo un recuerdo del pasado, sino un acontecimiento vivo que transforma el presente porque “el Señor vive glorioso para siempre junto a Dios, y esta es también nuestra Pascua. Su victoria sobre la muerte es la nuestra”, aseguró.

Durante la celebración, en la que se encendió el fuego nuevo y se renovaron las promesas bautismales, D. Casimiro recordó que en el bautismo hemos sido sumergidos en la muerte de Cristo para resucitar con Él a una vida nueva. “Lo que muere en el bautismo es nuestra esclavitud del pecado. Lo que nace es la vida de Dios en nosotros”, dijo, animando a los fieles a revestirse de Cristo y dejar atrás las “viejas vestiduras del pecado”.

Uno de los momentos más significativos de la noche fue la renovación de las promesas bautismales, en la que todos los presentes —luz en mano— renunciaron nuevamente al pecado y proclamaron su fe en Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador. Especial emoción se vivió con la participación de los hermanos y hermanas de la cuarta comunidad del Camino Neocatecumenal de la parroquia de la Santísima Trinidad de Castellón, quienes vistieron túnicas blancas de lino como signo de su nueva vida en Cristo.

El Obispo se dirigió a ellos recordando que el Bautismo «es solo el comienzo de un camino, una vida entera revestidos de Cristo hasta poder comparecer ante Dios con vestiduras de luz».

Finalmente, en un mensaje cargado de fuerza pastoral, D. Casimiro exhortó a todos los fieles a vivir como “hombres nuevos”, impulsados por el Espíritu, y a proclamar con valentía el Evangelio del Resucitado dejándonos «resucitar con Cristo. Vivamos para Dios, en Cristo Jesús».

Domingo de Pascua: ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

Esta mañana, en un clima de profundo gozo y esperanza, la Catedral ha acogido con gozo con solemnidad la Misa del Domingo de Resurrección, culmen del Triduo Pascual y corazón de la fe cristiana. Durante la homilía, D. Casimiro nos ha recordado que el anuncio de la Pascua no es una fórmula vacía ni un recuerdo del pasado, sino una verdad viva que transforma radicalmente la historia, la creación y cada vida humana.

“El cuerpo roto y enterrado de Jesús ya no está en la tumba”, ha proclamado el Obispo. Y no porque haya sido robado o escondido, advertía D. Casimiro, «sino porque ha pasado a la vida gloriosa de Dios». Así ha afirmado que «la Pascua es el día del triunfo del amor de Dios sobre el pecado y la muerte, el día de la nueva creación”.

También ha profundizado La Resurrección, ha subrayado D. Casimiro “no es una leyenda ni un mito, sino un hecho histórico y real que cambia nuestra perspectiva del mundo y del futuro”.

Además, ha recordado que la Resurrección no es sólo un acontecimiento del pasado, sino una realidad que nos alcanza hoy. “Si Cristo no hubiera resucitado, no tendríamos esperanza alguna. Pero la Pascua ha invertido la tendencia: el pecado y la muerte no tienen la última palabra. Ahora la tienen la vida, la verdad, el amor y la belleza de Dios”.

La celebración ha culminado exhortándonos a ser testigos creíbles de la resurrección: “Cristo vive y nos envía a dar testimonio con obras que hablen de esperanza. Vivamos como hombres nuevos, renacidos por el bautismo, revestidos de Cristo, agradecidos por la bondad de Dios y comprometidos con la verdad, la justicia y el amor”.

La Misa concluyó con un ferviente canto de alegría pascual: “¡Cristo ha resucitado verdaderamente! Él es nuestra paz y nuestra esperanza. ¡Aleluya!”

Desde esta experiencia de fe compartida, nuestro Obispo ha deseado a todos sus fieles una feliz y Santa Pascua de Resurrección, con la que comienza una vida nueva en Jesús Resucitado, iniciándose así el tiempo más gozoso del año litúrgico, llamado a vivir y anunciar la alegría del Evangelio.

Imagen: José Plasencia
Imagen: José Plasencia

La celebración de hoy ha concluido con la Procesión del Encuentro en la que las imágenes del Resucitado y de la Virgen María se encontraron en las calles de Segorbe. Este emotivo acto ha simbolizado la alegría de la Iglesia al ver a María recibiendo la noticia de la Resurrección de su Hijo, y nos recuerda a todos que la vida ha vencido a la muerte, y que la esperanza nunca defrauda.

Imagen: José Plasencia
Imagen: José Plasencia
Imagen: José Plasencia

Las celebraciones del Triduo Pascual han sido, una vez más, un tiempo de profunda renovación espiritual, de volver al centro de nuestra fe: Cristo muerto y resucitado por nosotros. Bajo la guía del Obispo, Mons. Casimiro López Llorente, la Diócesis ha revivido este misterio con intensidad, dejando que la liturgia transforme el corazón de los fieles y los impulse a vivir como verdaderos testigos del Resucitado.

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La Hoja del 20 de abril

19 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias, La Hoja, Obispo/por obsegorbecastellon

En La Hoja del 20 de abril:

  • ¡Cristo vive!. «Resucitando restauró nuestra vida».
  • Carta del Obispo D. Casimiro: “Cristo resucitado es nuestra Esperanza”.
  • Los fieles de la Diócesis de Segorbe-Castellón acompañan a Cristo en su entrada triunfal en Jerusalén en la celebración del Domingo de Ramos que marca el inicio de la Semana Santa.
  • Los templos y las calles de algunos municipios se convierten en escenario para representar la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor en un ambiente lleno de fe y devoción.
  • La Diócesis de Segorbe-Castellón celebra, con solemnidad y una profunda comunión eclesial, la Santa Misa Crismal en la Concatedral de Santa María.
  • Celebración de las Bodas de Oro sacerdotales de D. Casimiro con la curia diocesana.
  • Entrevista a Rafa Lloret, miembro de Nueva Jerusalén y Jesucristo en La Pasión de Borriol.
  • El Papa de carca: «La esperanza no es una ilusión ¡es verdad!».

Puedes leer AQUÍ La Hoja del 20 de abril

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Cristo resucitado es nuestra Esperanza

19 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2025/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Cada año, en la mañana de Pascua resuena en toda la cristiandad el anuncio antiguo y siempre nuevo: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!”. Cristo Jesús ya no está en la tumba, en el lugar de los muertos. Su cuerpo roto, enterrado con premura el Viernes Santo ya “no está aquí”, en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. ¡Cristo ha resucitado! (cf. Mc 16,6).  

El cuerpo de Jesús ya no está en la tumba porque haya sido robado o puesto en otro lugar, o haya sido devuelto a esta vida para volver a morir. El cuerpo de Jesús no está en la tumba porque ha resucitado, es decir, porque ha pasado a la vida gloriosa de Dios. En Él ha triunfado la vida de Dios sobre el pecado y la muerte. El Señor resucitado une de nuevo la tierra al cielo y restablece la comunión de los hombres con Dios. Jesús, entregándose en obediencia al Padre por amor a los hombres, destruyó el pecado de Adán y la muerte. La resurrección es el signo de su victoria, es el día de nuestra redención.

¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente. Ante quienes lo niegan o lo ponen en duda hay que afirmar con fuerza que la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que ha sucedido realmente en la historia: El Jesús Nazareno que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Cristo resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre. La resurrección de Jesús no es fruto de una experiencia mística, ni una historia piadosa; es un acontecimiento que sobrepasa la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas del pecado y de la muerte, que ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad, del Bien y de la Belleza.

En la Pascua de Cristo está la salvación de la humanidad. Si Cristo no hubiera derramado su sangre por nosotros y por nuestros pecados, y si no hubiera resucitado, no tendríamos ninguna esperanza: la muerte sería inevitablemente nuestro destino final y el pecado, la división, el odio, el egoísmo, la mentira, la avaricia y el poder del más fuerte tendrían sin remedio la última palabra en la vida de los hombres. Pero la Pascua ha invertido la tendencia: Jesús, muriendo destruyó el pecado y resucitando restauró la Vida. La resurrección de Cristo es una nueva creación: es la nueva savia, capaz de regenerar toda la humanidad. Y por esto mismo, la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, a nuestro anhelo de felicidad y a todo proyecto de progreso verdaderamente humano. La última palabra no la tienen ya ni la muerte ni el pecado sino la Vida, la Verdad, el Bien y la Belleza de Dios.

Cristo ha muerto y ha resucitado, y lo ha hecho por todos los hombres, por cada uno de nosotros. Él es la primicia y la plenitud de una humanidad reconciliada y renovada. En Él todo adquiere un sentido nuevo. Cristo ha entrado en la historia humana cambiando su curso. Nuestra historia personal, la historia de la humanidad y del mundo no están abocadas a un final fatal, a la nada o al caos. Cristo es nuestra Esperanza, la esperanza que no defrauda (cf. 1Tim 1,1; Rm 5,5). La vida gloriosa del Señor resucitado es un inagotable tesoro, destinado a todos; todos estamos invitados a acogerla con fe para participar de forma anticipada de esta vida gloriosa ya desde ahora.

Todo bautizado participa ya por su bautismo de la vida nueva del Resucitado.  Todo bautizado está llamado a vivir esta nueva vida y a dar testimonio de la salvación en Cristo mediante una vida renovada tras las huellas de Cristo. Vivamos con alegría nuestra condición de bautizados. Será el mejor testimonio de nuestra fe y nuestra mejor contribución a la necesaria regeneración espiritual y moral de nuestro mundo.

La alegría pascual será verdadera si nos dejamos encontrar en verdad por el Resucitado, si nos dejamos llenar de la vida y la paz, que vienen de Dios y generan vida y paz entre los hombres. El encuentro personal con el Resucitado teñirá toda nuestra vida, nuestra relación con los demás y con toda la creación. Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Caminemos con esperanza con la mirada puesta en la patria del Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.

¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La Catedral de Segorbe acoge la celebración de la Pasión del Señor con profundo recogimiento

18 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Esta tarde de Viernes Santo, la Catedral Basílica de Segorbe ha acogido con solemne silencio la Celebración de la Pasión del Señor, que ha estado presidida por D. Casimiro. Esta liturgia, profundamente austera y cargada de significado, es el momento culminante de la contemplación del misterio de la Cruz, fuente de la salvación de la humanidad.

Imagen: José Plasencia

Sin altar adornado, sin canto de entrada ni saludo inicial, la celebración comenzaba con el Obispo postrado ante el altar, en un gesto de humildad y profunda reverencia. Este signo ha marcado el tono de toda la acción litúrgica, que se ha centrado en la adoración de la Cruz y en la meditación sobre el misterio de la redención, pues siguiendo una antiquísima tradición, hoy no se celebra la Eucaristía, y Cristo crucificado es el centro de la liturgia.

Imagen: José Plasencia

Las lecturas proclamadas han guiado a los fieles en la contemplación de la Pasión de Jesucristo. El cuarto cántico del Siervo del Señor (Is 52,13—53,12) ha presentado la figura de Áquel que fue traspasado por nuestras rebeliones. El canto conmovedor del salmo responsorial –“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”-, ha resonado como eco del grito de Jesús en la Cruz. La carta a los Hebreos (Heb 4,14–16; 5,7–9) ha mostrado a Cristo como Sumo Sacerdote obediente, autor de salvación eterna. Finalmente, la Pasión según san Juan (Jn 18,1–19,42), proclamada con profundidad y solemnidad, ha llevado a los fieles participantes a lo más íntimo del Misterio Pascual: el sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Imagen: José Plasencia

El Obispode Segorbe-Castellón ha realizado una profunda homilía centrada en el misterio de la cruz y el amor redentor de Cristo. Partiendo del poema del siervo de Yahvé, descrito por Isaías como el “varón de dolores”, el Obispo ha recordado que Jesús fue traspasado por nuestras rebeliones y pecados.

Imagen: José Plasencia

“En la oscuridad del dolor aparece la luz de la esperanza. Desde el primer momento se apunta ya a la victoria final”, ha afirmado.El siervo doliente, ha explicado D. Casimiro, es a la vez víctima expiatoria y mediador: “Jesús es el Sumo Sacerdote y la víctima. El oferente y la ofrenda. Él es nuestro único mediador con Dios”. Así, en contraposición al Antiguo Testamento, donde el Sumo Sacerdote entraba una vez al año en el santuario, Cristo entra al Cielo “con su propia sangre, una vez para siempre”.

Imagen: José Plasencia

En su pasión, ha subrayado el Obispo, Jesús se presenta como un verdadero Re. Se deja arrestar voluntariamente, declara su realeza ante Pilato y es exaltado en la cruz como testigo de la verdad. “La cruz es el trono real desde el que atrae hacia sí a todos los hombres”, ha destacado.

Desde la cruz, Jesús funda su Iglesia, entrega a su Madre al discípulo amado y al morir entrega el Espíritu Santo, que será derramado en Pascua. “Incluso la cruz queda transfigurada”, ha explicado, “pues desde que Cristo redimió a los hombres en el leño, se ha convertido en objeto de adoración”.

D. Casimiro ha exhortado a los fieles a no ser meros espectadores de la Pasión, sino a reconocernos como sus beneficiarios: “Nuestros pecados personales y estructurales son el origen de los sufrimientos de Cristo. Él sigue padeciendo cuando no acogemos el amor de Dios, cuando nos avergonzamos de ser cristianos o cuando negamos ser sus discípulos”.

Imagen: José Plasencia

Ha enumerado situaciones concretas de dolor en las que Cristo sufre hoy: desde el abandono de ancianos y enfermos hasta la explotación de niños, la violencia contra las mujeres, el drama de los inmigrantes o el sin sentido que afecta a tantos jóvenes.

En medio de esta realidad, D. Casimiro ha recordado que Cristo también sufre con nosotros y da sentido a nuestras penas. “Sufrió tristeza y angustia para que acudamos a Él cuando la desesperanza se cruce en nuestra vida. Él es nuestra esperanza, nuestra fuerza para no desfallecer”.

La homilía ha concluido con la mirada puesta en María, al pie de la cruz, como modelo de entrega y fe. “Si con Él sufrimos, reinaremos con Él. Si con Él morimos, viviremos con Él”.

Uno de los momentos más significativos fue el rito de adoración de la Santa Cruz, momento en el que el Obispo, seguido por los ministros concelebrantes y los fieles, se acercó a venerarla con un beso, adorando al Redentor que dio su vida por todos.

La celebración culminó con la comunión eucarística, distribuida con sobriedad desde el pan consagrado el día anterior, recordando que este es el único sacramento que la Iglesia administra en este día, junto con la penitencia y la unción de enfermos.

Imagénes: José Plasencia

La celebración concluyó con la solemne procesión del santo entierro con la participación de las cofradías de la ciudad.

Imagénes: José Plasencia

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Fieles de Castellón y Segorbe acompañan a Jesús camino del Calvario

18 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

D. Casimiro nos exhorta a “acoger el amor de Dios y dejarnos reconciliar por Él”

Las celebraciones diocesanas de este Viernes Santo arrancaban a primera hora de la mañana en la Capilla de la Purísima Sangre de Castellón con nuestro Obispo arrodillado y en oración frente al monumento donde anoche se reservó el Santísimo Sacramento.

Mons. Casimiro López Llorente ha presidido el tradicional Vía Crucis que ha partido desde la Capilla de La Sagre y ha recorrido la Avenida de Lidón hasta la Basílica.

Junto a nuestro Obispo, sacerdotes, seminaristas, miembros de diferentes Cofradías de la ciudad y fieles de diferentes comunidades parroquiales y realidades eclesiales, se han sumado al rezo de las estaciones y la meditación del Via Crucis redactado por el Cardenal Ratziger, siendo en ese momento Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 2005 y que incluye una meditación que reflexiona profundamente sobre el sufrimiento humano y la cercanía de Cristo en el dolor.

Siendo así, hoy los fieles han experimentado cómo Jesús se convierte en el compañero de todos los hombres, pues el sufrimiento de Jesús en la cruz no es solo un sufrimiento físico, sino que abarca también la dimensión espiritual al asumir el sufrimiento de todo hombre. En Él, todos los sufrimientos encuentran su eco.

Las estaciones del Vía Crucis no solo representan los pasos de Jesús hacia la cruz, sino que también simbolizan el camino de la humanidad a través del sufrimiento y la prueba, pero siempre con la mirada puesta en la redención.

Al finalizar el recorrido y ya en el interior de la Basílica del Lledó, D. Casimiro ha dirigido a los fieles una meditación cargada de sentido espiritual y de invitación a vivir en clave pascual. Sus palabras han invitado a profundizar en el misterio del amor redentor de Cristo, que no se queda en el dolor sino que conduce a la vida verdadera. El Obispo ha animado a los fieles a permanecer en el recogimiento interior, para que ese silencio fecundo “fortalezca nuestra esperanza y nos impulse a vivir desde el amor de Dios hacia los hermanos”.

Más tarde, nuestro Obispo se ha desplazado hasta Segorbe donde también ha presidido el rezo junto a los sacerdotes, miembros de cofradías y fieles en general. Se ha desarrollado en un ambiente de recogimiento, marcado por la austeridad del día y el sonido profundo de los cantos penitenciales, que ha ayudado los presentes a entrar en el misterio de la Pasión del Señor. A lo largo de las estaciones, no solo se ha ido desgranando el relato evangélico, sino también la profunda enseñanza espiritual, que el camino de la cruz junto a Jesús sirve para iluminar la vida de cada fiel.

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La comunidad sorda de Castellón celebra con una Misa el 50 aniversario de APESOCAS - Obispado Segorbe-Castellón

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