Queridos diocesanos:
Navidad está a las puertas. Aunque no falten los intentos de silenciar y los peligros de olvidar su verdadero sentido cristiano, en Navidad resuenan con fuerza las palabras del evangelista Juan: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn, 1, 14). Esta frase muestra el contenido propio de la fiesta de la Navidad y el motivo de la alegría navideña de los cristianos, que se ofrece a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Jesús, el Niño que nace en Belén, es la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es Dios hecho hombre. El Niño nacido en Belén es el Dios encarnado. Dios y Hombre, la divinidad y la humanidad, unidas en una sola persona: el Niño-Dios nacido en Belén.
La Navidad es misterio de amor. Es el amor infinito de Dios Padre, que envía al mundo a su Hijo Unigénito para darnos su propia vida y su amor. Es el misterio del amor del “Dios con nosotros”, el Emmanuel: Dios entra en nuestra historia humana y viene a la tierra para entregarnos su vida y el amor de Dios. Con su venida se entablará una lucha angustiosa entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y la mentira, entre la muerte y la vida, entre el odio y el amor; al final, por su muerte y resurrección, triunfarán la luz y la verdad, la vida y el amor. El Príncipe de la paz, nacido en Belén, dará su vida para que en la tierra reine el amor.
Jesús, la Palabra de Dios hecha carne y nacido en Belén, nos invita con fuerza a entrar en una vida nueva; es la vida que Él mismo nos ofrece en abundancia. El hombre moderno dice que no necesita de Dios; la época presente se empecina en vivir de espaldas a Dios. Pero el hombre, pese a todos los cambios y progresos, permanece siempre el mismo; aunque se resista algún tiempo a ello, al final se hace siempre las mismas preguntas sobre sí mismo, su origen y su destino; sufre porque le falta amor; necesita amar y ser amado, porque el ser humano existe por el amor y para el amor; todo hombre y toda mujer buscan seguridad y reclaman consuelo en su desvalimiento, en su sufrimiento y en su soledad; buscan y necesitan la felicidad que otorga el ser amados siempre y para siempre. Cuando pasa el frenesí del momento, todo ser humano se da cuenta de que es frágil y limitado, que nada creado le puede colmar el deseo de infinitud que lleva dentro de sí, que está necesitado del amor de Dios, de la salvación de Dios y de Dios mismo.
En Navidad, Dios sale nuestro a nuestro encuentro porque nos ama sin condiciones. Es preciso salir en su búsqueda, como los magos del Oriente; lo encontraremos en el “niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Todas las preguntas del hombre antiguo, moderno o posmoderno, tienen en Jesucristo su respuesta, porque Él es la palabra definitiva de Dios. Jesús es y nos trae la buena Noticia. Como nos dice san León Magno, “alegrémonos, hoy ha nacido nuestro Salvador. No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida”. Esta invitación a vivir la alegría es un ofrecimiento y una llamada para todos.
Alegrémonos: el Amor que sana y salva ha venido en Jesús al mundo; algo ha cambiado definitivamente desde entonces. Y algo puede y debe cambiar en nuestra vida, si contemplamos, adoramos y acogemos al Niño-Dios, nacido en Belén.
Os deseo a todos una feliz y santa Navidad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón