D. Casimiro nos exhorta a acoger, proteger, promover e integrar desde la fraternidad
Durante la celebración de la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado celebrada ayer tarde
La Jornada Mundial del Migrante y Regugiado se celebró ayer tarde con una Eucaristía en la Concatedral de Santa María , en Castellón, presidida por el Obispo de nuestra diócesis, D. Casimiro López Llorente, y concelebrada por el Párroco de Santa María, D. Miguel Simón, el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo. En la misma también participó el Padre Nicolai, párroco ortodoxo rumano de Castellón.
Este año, por expreso deseo del Papa Francisco, esta Jornada Mundial se ha celebrado bajo el lema “Hacia un nosotros cada vez más grande” y que, tal como advirtió nuestro Obispo, «sitúa el horizonte en la encíclica Fratelli tutti para ser todos hermanos, mostrando el camino a seguir, que no es otro que salir de nosotros mismos para caminar hacia la fraternidad universal según el deseo de Dios creador».
D. Casimiro centró, precisamente, su predicación en la necesaria «fraternidad». Se refirió a la «creación» resaltando que, en el origen, «Dios nos creó hombre y mujer para que formasen una sola carne como seres complementarios y que generación tras generación formarán una humanidad cada vez mayor». Fuimos creados, destacó nuestro Obispo, «a imagen de Dios Trino y complementarios en la diversidad» y advirtió que, en el núcleo mismo de la historia de la salvación, está la celebración de esta Jornada Mundial, pues, «el caminar hacia un nosotros cada vez mayor según el deseo mismo de Dios». El pecado originó el alejamiento de Dios y a partir de ahí, «surgió la división, la separación, la exclusión y por eso envió a su propio hijo para reconciliar y recuperar esa comunión existente al principio». La muerte de Cristo Jesús, dijo D. Casimiro, lo fue para que «todos formemos una sola familia humana».
A la luz de la Palabra proclamada (Números 11,25-29 y Santiago 5,1-6), nuestro Obispo destacó que la exclusión ya se había instalado en el Pueblo de Israel y advirtió que «la herida de la exclusión está en el corazón humano y lo vemos una y otra vez a través de la actualidad el deseo de las personas de buscar una vida mejor porque en su tierra no existen los medios para llevar una vida digna». Y ante esa realidad constante «no podemos ser indiferentes», matizó.
Resaltó, dirigiéndose a los sacerdotes y diocesanos presentes que nuestra actitud y nuestro trabajo ha de ser «acoger, proteger, promover e integrar y ha de serlo desde la fraternidad, desde la dignidad impresa en cada uno de nosotros por ser criaturas de Dios favoreciendo su integración sin que tengan que perder su identidad». Por ello, dijo, «nuestra actitud ha de ser de acogida desde la solidaridad, el diálogo y el encuentro fraternal favoreciendo así una sociedad más rica en sus elementos».
También enfatizó en el mensaje del Papa Francisco para esta Jornada Mundial, exhortándonos «a la universalidad para que en nuestra Iglesia ningún cristiano se sienta forastero». Con la aportación de los migrantes y refugiados en nuestra Iglesia diocesana, dijo D. Casimiro, «tenemos una riqueza impagable porque dan vida a nuestras comunidades». En la Iglesia, concluyó, «ni la etnia, ni la cultura, ni el país, ni la lengua deben ser fronteras que nos impidan acoger, porque en la Iglesia todos somos hijos de Dios por el Bautismo».