Homilía en la apertura diocesana del Año de la Familia
Solemnidad de San José, Esposo de la Santísima Virgen María,
patrono de la Iglesia universal
****
S.I.Concatedral de Santa María – Castellón de la Plana – 19.marzo 2021
(2 Sam 7,4-5a.12-14a. 16; Sal 88, 2-3.4-5. 27.29; Rom 4, 13. 16-18.22; Mt 1,16.18-21.24a)
Amados todos en el Señor, y muy queridas familias!
Inicio del año de familia cristiana, buena noticia para el mundo
1. Unidos a la Iglesia universal comenzamos con esta Eucaristía el año especial dedicado a la familia. Así lo quiere el Papa Francisco con motivo del 5º Aniversario de la publicación de su Exhortación “Amoris laetitia”. Todo un año para reflexionar sobre la alegría y la belleza del amor en el matrimonio y en la familia de la mano de Amoris laetitia; un año para profundizar, acoger y vivir, para proponer y transmitir el Evangelio del matrimonio y de la familia.
La pandemia del Covid-19 está generando mucho sufrimiento, incertidumbre y temor entre todos nosotros y en nuestras familias. En esta situación, los cristianos estamos llamados a ser testigos de la esperanza. Jesús nos encomienda ser siempre heraldos de la buena noticia del Evangelio. Y “el anuncio cristiano sobre la familia es verdaderamente una buena noticia” (AL 1), es fuente de alegría y esperanza.
En el año de san José miramos a la sagrada Familia de Nazaret
2. Ha sido providencial que el Santo Padre haya dedicado este año a san José, esposo y padre, hombre justo, tan amado que fue elegido por Dios para cuidar de la sagrada Familia. Como él, todo matrimonio debe sentirse amado y elegido por Dios para engendrar, en la carne y en el espíritu, a los hijos de Dios Padre. La pandemia ha tenido consecuencias muy dolorosas para millones de personas. Pero es precisamente la familia, aunque duramente castigada en muchos aspectos, la que ha mostrado una vez más su rostro de “custodia de la vida”, como su custodio fue San José. La familia sigue siendo para siempre la “custodia” de nuestras relaciones más auténticas y originales, las que nacen en el amor y nos ayudan a madurar como personas.
Por ello esta mañana miramos a la sagrada Familia de Nazaret, en cuyo seno fue acogido y protegido con gozo, y nació y creció Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre. La Familia de Nazaret es un hogar en el que cada uno de sus integrantes vive el designio amoroso de Dios para con cada uno de ellos: José, su vocación de esposo-padre; María, la de esposa-madre y Jesús, la del Hijo, su vocación y misión de enviado de Dios-Padre para salvar a los hombres. En este hogar es donde Jesús pudo educarse, formarse y prepararse para la misión recibida de Dios. La Sagrada Familia es una escuela de amor recíproco, de donación mutua, de acogida y de respeto entre sus miembros, de diálogo y de comprensión recíproca; y es una escuela de oración y de escucha constante de la voluntad de Dios.
La familia de Nazaret es el modelo donde todas las familias cristianas pueden encontrar la luz para vivir de acuerdo con el designio de Dios. En el silencio del hogar de Nazaret, Jesús nos ha enseñado, sin palabras, la dignidad y el valor primordial del matrimonio y de la familia. Con su vida y sus palabras, Jesús ha devuelto su verdadero sentido al amor humano, al matrimonio y a la familia, según el proyecto de Dios.
Llamados al amor en el matrimonio y en la familia
3. Todos estamos llamados al amor. Al hablar de amor hemos de contemplar en primer lugar el misterio mismo de Dios. San Juan nos dice que Dios es amor. Dios es comunión personas en el amor, del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Éste es el corazón de la revelación cristiana: Dios es amor. Jesús con sus palabras y sus hechos, y, sobre todo, en la donación de sí mismo y en su entrega total de la propia vida hasta la muerte, nos ha revelado este rostro de Dios, en sí mismo y para la humanidad. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9-10). Así es Dios y así nos ama Dios. El amor de Dios crea en nosotros la bondad y la belleza. Su mirada nos hace buenos y gratos a sus ojos.
En las primeras páginas de la Biblia leemos que “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27). Porque Dios es amor y porque estamos creados a su imagen y semejanza, nuestra identidad más profunda es la vocación al amor. Dios llama a cada uno a la vida por amor y para el amor pleno. Dios nos crea para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es el proyecto de Dios para cada uno. Por eso no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados.
El hombre y la mujer estamos hechos para amar; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. Esta vocación al amor toma formas diferentes según los estados de vida. En el seguimiento de Jesús, muchos sacerdotes han dado la vida, para que los fieles puedan vivir del amor de Cristo. Llamados por Dios para entregarse enteramente a Él, con corazón íntegro, las personas consagradas son también un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación a amar a Dios por encima de todo. También el matrimonio es una vocación, una llamada específica a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia. (cf. AL 72).
Por esto hemos de que ayudar y animar a todos, y en especial a los jóvenes a buscar y descubrir su vocación al amor, a la donación de sí, como personas y como bautizados, en el camino por el que Dios les llama. Esta es la clave de toda la existencia humana y cristiana. Los matrimonios también estáis invitados a vivir vuestro matrimonio como una llamada de Dios al amor, que es fuente de alegría. La relación entre el hombre y la mujer en el matrimonio refleja el amor divino de manera completamente especial, por la donación plena del uno al otro en cuerpo, alma y corazón. Por ello vuestro vínculo conyugal tiene una dignidad, una belleza y una grandeza inmensas. Mediante el sacramento del matrimonio, los esposos estáis unidos por Dios y con vuestra relación manifestáis el amor de Cristo, que ha dado su vida por la salvación del mundo.
En un contexto cultural en el que muchas personas consideran el matrimonio como un contrato temporal que se puede romper, es de vital importancia comprender que el verdadero amor es fiel, es don de sí mismo para siempre, como el de Cristo por su Iglesia. Sí: es posible vivir también hoy el anuncio cristiano del matrimonio. Cristo mismo, al consagrar el amor de los esposos cristianos, se compromete con ellos; con su gracia y con su fuerza podéis contar siempre: y el amor conyugal y familiar se mantiene vivo si en la vida diaria no falta la gratitud, respecto y el perdón mutuos. Así el amor conyugal se convierte en camino para entrar en una caridad cada vez más grande, en camino de santificación y de santidad. De esta manera, en la vida cotidiana de pareja y de familia, los esposos aprenden a amar como Cristo ama, a ser una familia cristiana, una iglesia doméstica, donde se vive, se celebra, se transmite y testimonia la fe.
Tareas para el Año de la familia.
4. En este Año, tenemos la oportunidad de presentar mejor, a todos, la riqueza de toda la Exhortación, que contiene palabras de aliento, de estímulo, de reflexión y contiene sugerencias de caminos pastorales.
El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable, cuando no contrario, al verdadero matrimonio y a la familia. Las familias tienen, entre otras cosas, difícil en muchos casos encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos. Falta aprecio social por la fidelidad esponsal, por la estabilidad matrimonial o por la natalidad Estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad.
Porque a quienes abren su corazón a Dios, a su amor y a su gracia, les es posible vivir el Evangelio del matrimonio y de la familia. Se necesita claro está una adecuada formación y preparación de los que están llamados a cuidar los matrimonios y las familias -seminaristas, sacerdotes y agentes de pastoral familiar-; y, ¡cómo no y sobre todo!, de quienes están llamados a responder generosamente a la vocación matrimonial: los adolescentes, los novios y los esposos.
Los matrimonios y las familias necesitáis atención pastoral, necesitáis dedicación y acompañamiento. En muchas de nuestras parroquias es una asignatura pendiente el acompañamiento pastoral específico de los matrimonios y las familias. Pensemos además en el acompañamiento de parejas y familias en crisis, en el apoyo a los que se quedan solos, a las familias pobres, a las familias desestructuradas. Muchas familias necesitan que se les ayude a descubrir en los sufrimientos de la vida el lugar de la presencia de Cristo y de su amor misericordioso. Este Año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, escucharlas y emprender iniciativas pastorales que las ayuden a cultivar su amor cotidiano, como su camino hacia la santidad, a la perfección en el amor
Necesitamos además un cambio de mentalidad. Los matrimonios y las familias no son sólo destinatarios de la pastoral sino que estáis llamados a ser sujetos activos de la pastoral familiar. Las familias podéis aportar mucho a toda la sociedad y a la Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la diócesis. Un aspecto importante de este protagonismo de las familias es vuestro ejemplo de vida. Hay muchas familias, de hecho, que viven su fe y su vocación al matrimonio y a la familia de manera ejemplar. Y es muy edificante ver cómo no se rinden y afrontan las dificultades de la vida con profunda alegría, esa alegría que se encuentra en el “corazón” del sacramento del matrimonio y que alimenta toda la existencia de los cónyuges y de sus hijos y padres. Es necesario, por tanto, dar mayor espacio a las familias en la pastoral familiar. Su misma vida es un mensaje de esperanza para todo el mundo y, en especial, para los jóvenes. Como muestran numerosas encuestas realizadas en todo el mundo, el deseo de tener una familia propia sigue siendo hoy en día uno de los mayores sueños que desean realizar los jóvenes. ¡Jóvenes, no tengáis miedo al matrimonio!
Entre todos estamos llamados a generar una cultura de la familia, que recree un verdadero ambiente familiar. Es la misión de la Iglesia hoy. Es vuestra misión, queridas familias: Anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia; generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría y de esperanza para el ser humano y para la sociedad.
Exhortación final.
5. Ponemos este Año bajo la protección de san José y la sagrada Familia de Nazaret. Acojamos, vivamos y proclamemos la verdad y la belleza del matrimonio y de la familia, según el plan de Dios. Es buena noticia y esperanza para el mundo. Tratemos de ser cada vez más una Iglesia ‘madre’ para las familias, tierna y atenta a sus necesidades, capaz de escuchar, pero también valiente y siempre firme en el Espíritu Santo. Amén
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón