Queridos diocesanos:
El próximo día 22 de junio, Dios mediante, nuestra Iglesia diocesana contará con tres nuevos sacerdotes. Su ordenación es un regalo de Dios: un motivo de gran alegría para toda nuestra Iglesia, pero, sobre todo, para la acción de gracias a Dios por su benevolencia y grandeza para con nosotros. En momentos de invierno vocacional, Dios nos sigue enriqueciendo con nuevos sacerdotes. Demos gracias a Dios
Cada uno de estos tres jóvenes tiene su propia historia personal, familiar, cristiana y vocacional. Sin embargo, los tres tienen en común haber sentido la llamada de Jesús, el Buen Pastor, a entregarle su vida en el sacerdocio ordenado al servicio de la Iglesia y de nuestras comunidades. Como aquellos pescadores de Galilea, también estos jóvenes se han encontrado con Jesús, se han dejado cautivar por su mirada y su voz, y han acogido su apremiante invitación: “Seguidme, os haré pescadores de hombres”. Jesús les ha llamado a estar con él y a compartir su misión. Los tres han acogido con generosidad y alegría la llamada, que han ido madurando en la oración, en la vida de comunidad, en el estudio y en diálogo abierto con el Señor y sus formadores. Todo un proceso de años, no exento de dudas y dificultades al comprobar su pequeñez ante la grandeza de la llamada de Dios y ante los retos de la misión de la Iglesia hoy entre nosotros y en la misión ad gentes.
Sabedores de su fragilidad, se preguntan cómo podrán acometer esta nueva etapa de su vida cristiana y ser fieles a la tarea que el Señor les encomienda. Nuestros nuevos sacerdotes son muy conscientes de que su ordenación es, antes de nada, un gran regalo de Dios, inmerecido por su parte, y un profundo misterio, porque sólo Dios conoce la razón por la que Él los ha elegido. Por ello la reciben con profunda gratitud y con humilde admiración. Saben muy bien que no son ellos quienes se hacen sacerdotes, sino que es Cristo mismo, Maestro, Sacerdote y Pastor, quien por la ordenación los incorpora al orden de los presbíteros para que hagan las veces de Jesús anunciando la Palabra de Dios, celebrando los Sacramentos y guiando al Pueblo de Dios. Es Cristo mismo quien los configura consigo, Cabeza y Pastor invisible de su Iglesia, y les capacita para representarle y actuar en su nombre, como alguien que está presente en ellos.
Los nuevos sacerdotes saben bien que sin Jesucristo y la acción permanente del Espíritu Santo, nada son y nada podrán hacer. En consecuencia desean vivir su sacerdocio anclados en Cristo, que se alimenta en el encuentro personal con Él en la oración diaria, en la meditación y escrute de la Palabra de Dios, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y en su vida pastoral. Saben que el motor de su vida ha de ser un amor apasionado por Cristo, Maestro que enseña, Sacerdote que ofrece y se ofrece hasta el extremo, y Pastor que guía y acompaña con misericordia. Saben que esto les llevará a la verdadera caridad pastoral; es decir, a amar a los hermanos con los mismos sentimientos y la misma entrega de Jesús, el Buen Pastor. De su identificación existencial con Cristo y de su unión vital con Él brotará un amor apasionado por todos los hombres, especialmente por aquellos que Jesús a través de su Iglesia ponga en su camino, para llevarlos a Cristo, el único que puede curar, sanar, cambiar y salvar al ser humano.
Para ser fieles al don del ministerio ordenado deberán estar llenos de Dios, de Jesucristo y de la alegría del Evangelio, y tener una fe viva en Cristo Jesús, muerto y resucitado para la vida del mundo. Es decir, deberán ser sacerdotes enteramente ganados por Cristo vivo que es el Evangelio perenne de Dios a los hombres, tal como se anuncia en la Iglesia católica y apostólica. Por ello deberán ser sacerdotes con un claro sentido eclesial, y vivir en comunión efectiva con la Iglesia en la fe y en la moral, en la disciplina y en la misión. De ellos se espera que crean en la necesidad de su ministerio ordenado para la Iglesia y la sociedad, y lo vivan con verdadera alegría; que en el ejercicio de su ministerio partan siempre del anuncio del kerigma cristiano que lleve al encuentro sanador, transformador y salvador con Cristo; que sean servidores de todas las vocaciones y carismas; que trabajen por generar verdaderas comunidades cristianas, fraternas, corresponsables y misioneras; que cuiden su formación ante la necesidad de revitalizar nuestras comunidades y de evangelizar la cultura; y que sean testigos de Cristo, la esperanza que no defrauda, en un mundo falto de esperanza.
Demos gracias a Dios y oremos por estos tres nuevos sacerdotes, para sean pastores según el corazón de Jesús y fieles al don recibido.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón